Cucarachas

Cucarachas

Ángel Gabriel Cabrera

Uno no siempre está al tanto, pero muchos de los hechos que se presentan como sobrenaturales y no existen, según lo que asegura la gente mayor, son reales, y el que niegue lo que digo es porque nunca lo vivió.

Esta historia que te voy a contar no sólo me pasó a mí. Tanto a mí como a mi grupo de amigos de la infancia nos tocó sufrirlo, y, si nunca nos creyeron, es porque tuvieron la suerte de no ser víctimas de aquellos sucesos espantosos.

Era una tarde de domingo. Aquel día era feriado, así que mis amigos y yo habíamos decidido juntarnos en el salón de videojuegos a la vuelta de mi casa, comer un buen refrigerio y pasar hasta la noche jugando.

Uno de los últimos títulos que había publicado Kozaki, la empresa de videojuegos más famosa de Japón y cuyas creaciones eran muy populares en mi país, era un juego de disparos llamado Cucarachas. Se decía que era tan adictivo, que un jugador podía pasar días enteros sin parar atravesando los niveles.

Rita y Juan Carlos estuvieron de acuerdo de inmediato en elegir ése, pero yo, que era un poco miedoso, les decía que prefería algo menos tétrico.

-¿Tétrico?- se quejó Rita. -En ningún momento dijo que era de terror. No escuchaste bien al muchacho. Es pisar cucarachas, chiquito; no calaveras.

-En la oscuridad no hay nada, zonzo. Lo único que te hace tener miedo es tu cabeza- replicó Juan Carlos.

"Con amigos así, a quién le hacen falta enemigos" pensé, y me resigné. Acto seguido, Ferni, el que atendía el mostrador, nos cobró, colocó el cartucho y encendió la consola. El juego empezó a correr.

Los niveles estaban programados de una manera excelente. Una vez iniciado, Cucarachas mostraba una pantalla de selección de los personajes. Debajo, estaba el menú de opciones de configuración, y en el fondo una imagen de un gigantesco insecto que observaba al jugador. A pesar de ser estática, la imagen parecía más real que los bichitos animados que caminaban por toda la pantalla.

Nos pusimos a jugar. La primera en probar sus habilidades fue Rita. Atravesó el primer nivel con mucha habilidad, llegó a la fase final y derrotó al jefe de esa etapa. Luego fue el turno de Juanqui.

El chico, aunque más valiente que el que está hablando ahora, no era tan masculino como Rita. A pesar de ser dos varones, ella era casi siempre la que más agallas demostraba tener. Le llevó algo más de trabajo, pero consiguió pasar el escenario sano y salvo y vencer al jefe del nivel dos.

Sorprendido por la fluidez con la que ambos superaban los obstáculos, llegué a creer que no iba a ser tan difícil ganar yo también. A pesar de que no era lindo caminar por una ciudad, una aldea o un castillo apestados de cucarachas de punta a punta, el hecho, de por sí, más que asustarme, me daba asquito. Traté de no pensar en eso y me largué. ¿Para qué? Las pruebas que les tocó pasar a Rita y a Juan eran las de un sitio común y corriente, pero nadie me había dicho que a partir del tercer nivel las cosas se ponían difíciles.

No sólo hablo de lo difícil que era ganar. La música y la ambientación del nivel 3 y de los siguientes eran cada vez más propias de una película de suspenso o de una novela del mismo género.

Volvieron las dudas. A pesar de que me gustaba salir de paseo con mi grupo, esta vez me iba a terminar arrepintiendo. Si hubiera sabido que me iban a querer obligar a pelear contra parásitos zombis y plagas radioactivas, me hubiera quedado en mi casa jugando con la Play, pero ya era tarde.

Con un esfuerzo importante, y no sabiendo muy bien cómo hice, fui ganando los niveles que me tocaron y acumulando experiencia para cambiarla por armas y protección más efectiva, y así les ayudé a avanzar. Llegada la noche, habíamos accedido a la guarida del último jefe.

Tanto Carlos como yo salimos perdedores esta vez, y fue Rita quien, a puro pulmón y gracias, en parte, a su obstinación, consiguió vencerlo. Nos habíamos ganado el premio mayor. El que consiguiera terminar con el último jefe se quedaba con un peluche de la franquicia.

-Puaj. Ri, a vos te patina el coco. Sobre que uno llama al fumigador para que le saque los bichos de la casa, vos te vas con uno gigante y lo hacés con gusto, para colmo.

-Una cosa es un peluche y otra muy diferente es una cucaracha de verdad, señor valentía.

-Igual, chiquita. Hay que estar del tomate para que te guste una de ésas, aunque sea de juguete.

-¿Chiquita yo? Tengo trece años y el mes que viene cumplo catorce. El inmaduro acá sos vos... Ah; pero claro. Apenas vas por los nueve. ¿Cómo voy a pretender que no te asustés por cualquier gansada?

Tenía razón. Ella ya iba a la secundaria. Yo todavía estaba en la primaria y ni siquiera novia tenía.

-Me voy a tomar algo con mi novio. Cuando vuelva, te cuento si mi premio me mordió- se despidió de manera irónica pero risueña a la vez, mientras me daba un beso en la mejilla. Cuando se iba, además, volteó la mirada y me guiñó el ojo.

-Están locas. Las mujeres están todas locas- me contestó Juan antes de que pudiera reaccionar, como si me hubiera leído la mente.

-No importa, Charly -así le decía yo a Juan Carlos-. Mejor para nosotros. Ni se acordó de que íbamos a merendar los tres juntos. Más comida para los dos.

Dicho y hecho. Con la misma firmeza y decisión con la que Rita decidió marcharse, Charly y yo tomamos las monedas que habíamos juntado entre los tres y lo que nos habían dado nuestros padres y le pedimos a Fer una chocolatada bien cargada y un sándwich grande tipo submarino para cada uno. Después de eso, nos pusimos a elegir otro cartucho.

-Mmm... no sé, Nico. Yo que vos preferiría venir otro día. Se hace tarde y tu mamá se va a preocupar.

-Pero le dije que me quería quedar hasta la noche y me dio permiso. Si hasta hablaste con mis papás y todo.

-No es por eso.

-¿Entonces?

-Nada, Niqui. No importa.

Era raro que Fernando tuviera una actitud así. Generalmente se lo veía alegre y despreocupado, pero esa tarde se le notaba un gesto un tanto incómodo en la cara.

-¿Te pasa algo, Fer? Te veo inquieto. Desde que Rita se fue, no parás de andar de acá para allá. Parece que te molestara que estemos en el local.

Mientras yo conversaba con el empleado, Charly ya había elegido un juego distinto y lo había colocado en la consola, pero estaba tan concentrado pensando qué le pasaba a Fer, que ni siquiera me di cuenta. Finalmente, decidí no insistir y seguí jugando con mi amigo. A fin de cuentas, era eso lo que íbamos a hacer.

Jefe tras jefe, nivel tras nivel, se fue la tarde, y al llegar la noche se desató una tormenta. Era de esperarse, ya que estábamos sobre el final de la primavera, a pocos días de comenzar el verano, pero esta tormenta no era como las demás. El ambiente, de repente, se enrareció, y antes de que alguno de los tres pudiera reaccionar nos quedamos sin luz.

-Fer, me parece que me voy. Tenías razón. Mi mamá se va a empezar a preocupar si no vuelvo ahora.

Nada. Fernando no abría la boca. Se había quedado duro de manera repentina e inexplicable.

-¿Qué le pasó? ¿Se murió?- le pregunté a Carlitos.

-Ni idea. Si fuera vos, la llamaría a tu vieja ahora y que nos venga a buscar. Esto se está poniendo feo.

-Mejor. Voy a buscar el teléfono. Espero que no se hayan cortado las líneas con el viento.

Me arrepentí en el acto de haber abierto la boca. Apenas descolgué el tubo, me di cuenta de que no tenía tono.

-Charly, vamos a tener que esperar- le dije, mientras colocaba el aparato otra vez en su lugar.

-Ah... ah... ah...

-¿Qué?

-Ah... aaaa... allá.

-¿Allá qué? Por favor, Juan Carlos, dejá de balbucear.

-Mirá allá- pudo articular, finalmente, con la voz temblorosa. A pesar de la falta de corriente eléctrica, se podía notar, con la luz de los rayos, que Juan Carlos estaba empapado en sudor.

-¿Qué pasa?- le contesté, y me di vuelta.

-¡Una cucaracha!

-¿Y qué tiene? Tanto aspaviento por una cucaracha cuando toda la tarde las estuvimos aplastando.

El nene no me contestó. Fue entonces cuando alcé la vista y la vi. Una gigantesca cucaracha del tamaño de una persona estaba parada en el medio de la sala y nos miraba. Espantado, ahogué un grito de horror y salí corriendo con Juanqui, agarrandoló del brazo y obligandoló a seguirme. Entre los dos, levantamos la silla más pesada que encontramos y se la arrojamos. Después de esto, el descomunal insecto perdió la consciencia y se desplomó, y tan mala fue nuestra suerte, que fue a caer sobre nosotros. Después de eso, todo se volvió oscuro.

-Nicolás, hijo, por favor, reaccioná- dijo una voz familiar cerca de mi oído.

Abrí los ojos. Intenté moverme, pero tenía todo el cuerpo adolorido e hinchado. Cuando pude mover la cabeza un poco, esfuerzo mediante, noté que estaba recostado encima de una camilla.

Miré a la derecha. Mi mamá se encontraba conmigo, sentada frente al espaldar.

-Mami... ¿dónde estoy?- le contesté.

-En el hospital. Menos mal que recuperaste la conciencia.

-¿Dónde está Juan Carlos?

-Su mamá lo llevó a su casa. Lo encontraron muy lastimado.

Con esto último, me sentí más confundido que aliviado, e indagando sobre la situación me enteré de que Rita, después de que el cielo se empezara a nublar, había ido a buscar a mi mamá para que nos llevara en el auto si se largaba la lluvia.

-Mi cielo, vos sabés lo terca que es tu compañera de la escuela, pero te quiere mucho y se volvería loca si te pasa algo. Si inventó una excusa para irse antes, fue para que no la cargaran, pero yo creo que le gustás.

Me puse colorado. ¿Así que por eso había sido el guiño? Nunca me hubiera imaginado que tantas gastadas una tras otra pudieran ser por eso, aunque tenía bastante sentido.

-Rita se preocupó por vos. Te conoce bien y sabía que no te ibas a ir antes si no había una buena razón. Por eso, previendo que con la lluvia podía venir tormenta, se fue hasta casa con el cielo todavía despejado por si se afectaban las líneas telefónicas.

Me puse a hacer memoria y me acordé de que en el pronóstico matutino habían anunciado una alta probabilidad de tormenta.

-¿Y después qué pasó, ma?

-Cuando fui a buscarte en el automóvil, te encontramos desmayado debajo de Fernando. Tanto vos como Juan Carlos estaban tirados debajo de él. Parecía que se les hubiera caído encima.

Tragué saliva. ¿Fernando tenía un golpe fuerte? Pero si era una cucaracha la que recibió el sillazo. Le conté la historia a mi mamá de lo que nos había pasado, pero no me creyó nada.

-Hijo, debés haber tenido una pesadilla. La única explicación es que Fernando se haya chocado con un mueble pesado en medio de la oscuridad y se le cayera encima la silla justo cuando ustedes estaban atrás. Entonces se desmayó y se cayó arriba de ustedes.

Traté de todas las maneras de que mi mamá me creyera, pero no hubo forma.

-¿Y con Fernando qué pasó?

-Nico… preferiría que hablemos después. Dice la enfermera que te golpeaste muy fuerte. Es mejor que descanses.

A pesar de mi curiosidad, esta vez tuve que aceptarlo. Estaba demasiado adolorido, siquiera, para mover la boca, por lo que decidí bancarme la impaciencia y esperar a estar recuperado. Mientras tanto, me entretuve con la tele de la sala y las revistas que mi vieja me compraba. Después del porrazo que nos dimos con Juan Carlos, no quería saber nada con videojuegos, consolas ni ningún tipo de insecto.

A poco tiempo de aquel incidente, y habiéndole agradecido a Rita que se hubiera preocupado por nosotros, mis amigos y yo pasábamos cerca del cementerio. Como era el último día de la semana y no nos habían dejado tarea, a nuestra compañera se le ocurrió la feliz idea de entrar a ver las tumbas. ¿Mi reacción? La más esperable. Me rehusé totalmente siquiera a pasar cerca de la puerta. Por el lado de Juanqui, según él, le daba lo mismo, así que no quedó más remedio: ante la insistencia de Rita, tuve que aceptar y, contra mi voluntad, entrar con ellos en el camposanto.

Vagábamos por las galerías con la mirada perdida cuando Charly nos dijo que miráramos a la izquierda. Delante de una cruz, estaba la foto del empleado del local de videojuegos. Al pie de la misma, se podía leer su nombre completo junto con el día de su muerte. Para nuestra sorpresa, era la misma fecha de aquella noche en la que estuvimos jugando en su negocio.

Volteé la vista como queriendo reprimir mi conciencia. No queríamos aceptarlo: aunque nadie hubiera sospechado de nosotros, éramos sus asesinos. Resignado, no atiné más que a rezar por él.

Terminando mi oración, me disponía a levantarme para volver a mi casa cuando sentí que Juan Carlos me tiraba de la manga. Volví la mirada hacia el túmulo, y fue entonces cuando lo vi. Era Fernando. Su cuerpo, descompuesto, se encontraba delante del sepulcro, fétido y erguido, con una mirada inexpresiva y una mueca de dolor en su rostro. Cientos de cucarachas entraban y salían de los agujeros de su cadáver, y en la inscripción de su tumba, donde antes había una cruz, ahora había un insecto.

Sentí que el corazón se me salía del pecho. Desesperado, corrí tan rápido como mis piernas me lo permitieron, escoltado por Juan Carlos y Rita, a quien, a pesar de su habitual frialdad, esta vez se la notaba completamente alterada. Cruzamos la puerta del cementerio y nos apuramos a llegar a su casa, a pesar de que ésta quedaba más lejos que la mía o la de Juanqui. Una vez a salvo de aquella aparición y después de mucho pensarlo, acordamos guardar el secreto, temiendo que una vez más nadie nos creyera, pero también decidimos no volver a hacernos los valientes.

Mucha agua pasó bajo el puente desde aquel día hasta hoy, y ahora, con Rita, somos felizmente pareja. Juan Carlos también se puso de novio y cada tanto viene a dejarnos algún pedido. El oficio de cartero le deja poco tiempo para la familia, pero tanto sus hijos como los amigos son importantes para él. Tal vez dentro de poco haya una buena noticia también para nosotros, pero eso quedará para otro cuento. Por ahora, lo que más nos importa es no encontrarnos con ninguna cucaracha.

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