Crystal

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Capítulo 18

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Capítulo 18

 

De pie en los escalones, observé alejarse al gondolero hacia su hogar, a una casa probablemente llena de hijos con rostros de angelitos practicando arias para reemplazar a su padre cuando tuvieran la edad suficiente. Mientras oprimía el botón del intercomunicador, deseé que mi vida fuera así de sencilla.

No hubo respuesta.

Era tarde, por lo menos medianoche. ¿Acaso mi gran aventura habría de concluir sentada en los escalones esperando la llegada de la mañana? Eché un vistazo a la pared. Después de mi fallido intento ninja del día anterior, sabía que no debía tratar de treparla. Volví a apretar el botón. Esta vez, no levanté el dedo.

El aparato emitió un chirrido.

–¿Sí?

–¿Hola? ¿Puede avisarle a la condesa que Crystal Brook quiere verla?

Después de unos segundos de silencio, la verja comenzó a abrirse con un zumbido.

Entra en mi morada, le dijo la araña a la mosca –el primer verso de una vieja canción comenzó a dar vueltas incesantemente por mi cabeza–. Brook, mejor quédate con la imagen de la leona: te hace sentir más poderosa.

El jardín se encontraba desierto. Los contornos oscuros de los setos de buxus se extendían en una cuadrícula como un tablero de ajedrez; las sombras grises de las estatuas semejaban las piezas dejadas en la mitad de una partida jugada por gigantes. Sin la calidez que proporcionaban las antorchas encendidas de la fiesta de Diamond, la isla secreta era un sitio fantasmal. Por un momento, sentí pena por el conde encarcelado que había crecido en esa extraña atmósfera: no era ninguna sorpresa que hubiera terminado tan mal.

El mayordomo me abrió las puertas del jardín. Si había más empleados en la residencia, no detecté ningún rastro de ellos.

–¿Desea quitarse el abrigo?

–Gracias –permanecí con las manos en los bolsillos sintiéndome absurdamente fuera de lugar en ese salón tan elegante.

–Le avisaré a la condesa que está aquí –recitó el mayordomo dando por concluida su misión.

Caminé hacia un costado hasta una mesa de mármol con un reloj bañado en oro. Querubines de caritas negras sostenían la esfera: jubilosos familiares de mi gondolero.

¿Crystal? ¿Dónde estás?

Di un salto al escuchar la voz irritada de Xav disparando por mi cabeza como un misil lanzado por una catapulta. Salí a tomar un poco de aire fresco.

Sí, ya me enteré. Phee le contó a Yves y él me despertó. ¿Dónde te encuentras exactamente?

Ay, Xav, no te va a gustar. Mi naturaleza impulsiva se había fugado junto con mi sentido común, pero no podía mentirle a mi alma gemela. Le permití echar un vistazo fugaz a lo que me rodeaba.

Silencio.

¿Xav?

Sí, sigo acá. Crystal, ¿por qué hiciste algo así?

Tenía que hacer algo para salvar a las chicas. Tengo un plan.

¿Que te negaste a compartir conmigo?

Sí, porque él me hubiera detenido. No fue así.

No te engañes: fue exactamente así.

Tenía razón. Me hubiera puesto furiosa si él se hubiera expuesto alegremente al peligro dejándome afuera. Dios mío, lo lamento.

Lamentarlo no arregla nada. Pensé que las cosas iban tan bien entre nosotros… que éramos un equipo.

¡Lo somos…! Tenía tanta razón de estar enojado pero yo no podía soportar la idea de haberlo herido.

Eso es mentira, Crystal. Decidiste que tenías que ser la heroína arriesgando la mitad de mi alma, sin siquiera consultarme. Esa no es la manera en que trabaja un equipo.

Cuando regresó el mayordomo, no mostró ningún indicio de estar sorprendido de encontrar mi rostro cubierto de lágrimas.

–La condesa la recibirá ahora.

Me sequé las mejillas con las mangas. Debo irme, Xav. Tengo que concentrarme en lo que le voy a decir.

Xav estaba desesperado. Por favor, no lo hagas. Pega la vuelta. Sal de ahí. Voy a buscarte.

Es demasiado tarde. Ya estoy acá.

La indignación se propagó por nuestra conexión como un temblor de tierra. Muy bien. ¡Arruina nuestra vida juntos con tu estúpido plan! No pienses que estaré esperándote cuando regreses. Tal vez yo tengo planes propios que no quiero compartir contigo como, oh, no sé, arrojarme a un estanque de tiburones.

Te amo, Xav.

¡No te atrevas a decir algo así! Tú no me amas… si no, no me estarías haciendo esto. Cerró la conexión de un portazo dejándome tan herida y afligida que casi no podía respirar.

–Crystal, debo admitir que estoy terriblemente sorprendida de verte otra vez aquí –la condesa estaba sentada junto al fuego, los pies arriba de un taburete. No me hallaba en condiciones de enfrentarme a la condesa, pero tenía que hacerlo.

–¿Desea algo más, señora? –preguntó el mayordomo.

–Por el momento, no, Alberto. Quédese cerca.

Hizo una inclinación y se retiró silenciosamente de la habitación.

Me mordí la parte interna de la mejilla forzándome a prestar atención a la persona que se encontraba en la biblioteca y no a mi irritada alma gemela al otro lado del canal.

Contessa, gracias por recibirme.

Me hizo señas de que me sentara frente a ella y luego estudió mi rostro durante unos segundos.

–Venir aquí es una táctica interesante. ¿Qué pretendes con ella?

–Quiero hacer un trato con usted.

Cruzó las manos sobre la falda.

–¿Y qué tienes tú para negociar? Yo creía que estaba claro que pelearíamos esto hasta las últimas consecuencias, por decirlo de alguna manera. Curiosa decisión: salir en los medios con ese actor. No me lo esperaba. Pero tampoco pensé que vendrías hasta aquí con lo que imagino es una rama de olivo, ¿estoy en lo cierto?

–Sí.

–Mmm. ¿Deseas beber algo? –alzó la mano hacia una campanita que estaba en una mesita junto al sillón.

–No, gracias.

Dejó caer la mano.

–Muy bien, entonces cuéntame cuál es el trato.

Respiré profundamente.

–Soy una rastreadora de almas gemelas. Le estoy ofreciendo buscar a las parejas de su hijo y de sus nietos –a la suya, si le interesa encontrarla– si me dice qué le hizo a mi hermana y a las demás.

Más allá de un ligero destello de sorpresa en sus ojos oscuros, no se mostró particularmente conmovida ante mi anuncio. En cambio, juntó los dedos en forma de arco sin decir nada.

¿Qué más podía agregar?

–Yo entiendo que usted ha creado este juego para emparejar el daño de ambas partes: deshonra por deshonra, pérdida por pérdida. ¿Qué me diría si le ofrezco un premio tan importante que justificara no privar a los Benedict de sus almas gemelas? Por ejemplo que su familia consiguiera las suyas...

–Eres realmente mucho más interesante de lo que pensaba –reflexionó la condesa–. En unos pocos años, cuando la experiencia te haya madurado, es posible que llegues a ser una digna adversaria.

No era la respuesta que había imaginado.

–Me temo que no comprendo.

–Claro que no. Hay tanto que no comprendes todavía desde esa posición en el umbral de tu don, como una niña con los pies dentro del agua mirando el océano.

–Pero no tengo dudas de que usted quiere que sus hijos y sus nietos sean felices. Todo esto estaba relacionado con su hijo… estoy segura de que los quiere –aun cuando fuera una bruja malvada, fue el subtexto.

Deslizó una de sus retorcidas manos sobre el dorso de la otra.

–¿Y tú piensas que encontrar a sus complementos los hará felices?

–¿Sí? –deseé que esa palabra hubiera brotado como una afirmación y no como una pregunta.

Se acomodó en el asiento girando el cuerpo hacia el retrato de un joven apuesto que colgaba al lado del hogar. Tenía el cabello engominado peinado hacia atrás y los rasgos marcados de una estrella de cine de 1950.

–Yo tuve un alma gemela. Mi esposo. Y murió.

–Ah, lo siento.

–No, no lo sientes –por primera vez mostró una profunda emoción mientras apretaba la cabeza del bastón y lo golpeaba contra el suelo–. No comprendes lo que es eso… perder la mejor parte de ti. Es muchísimo mejor no haber conocido esa felicidad que vivir con la pérdida por el resto de tu vida.

–Si usted sabe lo doloroso que es, ¿por qué le está haciendo esto a mi familia? –no era capaz de entender por qué alguien querría torturar a otros con el mismo sufrimiento.

–Ah, las mujeres no están sufriendo –agitó la mano en el aire con desdén–, yo interrumpí la conexión con sus parejas y volví a colocar todo en su lugar para que no les hicieran daño nuevamente. Solo los hombres están sufriendo, esa es mi venganza.

–¿Pero no ve que las mujeres solo están viviendo una vida a medias?

–Tú no tienes la menor idea –me escupió las palabras– de lo que provoca en uno llevar una vida signada por un ansia completa y descarnada por algo que ya no se puede tener.

Podía adivinar, produciría un alma amargada como la que se encontraba sentada frente a mí.

–¿Pero no son ellos los que deberían decidir y no usted?

–Tonterías. Cuando una es una rastreadora de almas gemelas, se ve obligada constantemente a tomar esa decisión en lugar de los demás. ¿Por qué piensas que les harías un bien?

El reconocimiento resonó dentro de mí como la sirena que avisaba el acqua alta.

–¿Qué? ¿Me está diciendo que usted también es una rastreadora de almas gemelas? –inquirí. Eso explicaría tantas cosas.

–Por supuesto. Nosotras somos las únicas que tenemos el poder de manipular los lazos de las almas gemelas. Yo pensé que ya lo sabrías.

Me hizo sentir terriblemente ignorante.

–Hace solo un día que lo sé. Todavía no aprendí mucho.

–Eres afortunada. Aún no has tenido tiempo de hacer ningún daño con tu don. Estás a tiempo de volverte atrás.

–Pero yo quiero hacer feliz a la gente… completarla –recordé la sensación que experimentaba estando con Xav. Aun cuando peleáramos, eso era mucho más… en tecnicolor que las emociones en blanco y negro que había sentido hacia otros muchachos. No podía… no quería tener que renunciar a eso.

–¿Y qué harás cuando un savant acuda a ti en busca de ayuda y haya perdido a su alma gemela en un accidente, por una enfermedad o en la guerra? No es una pregunta teórica… es algo que va a suceder.

–No lo sé.

–¿O cuando su alma gemela fue criada con personas destructivas, o quizá padece algún tipo de enfermedad mental que implica que es una persona peligrosa? ¿Encadenarías a una pareja así de por vida?

–Yo… no estoy segura. ¿Soy yo quien tiene que decidir lo que hacen los savant con el hallazgo?

–Si tú abres la puerta, eres responsable por lo que encuentras del otro lado. ¿Tienes el coraje de enfrentarlo? Piensas que vas a cumplir sueños... pero tal vez, no harás más que desencadenar pesadillas.

La condesa estaba erosionando mi certeza de que mi don era una bendición. Mi seguridad era endeble y ella había descubierto mi debilidad y la estaba explotando. Valía la pena considerar sus argumentos, pero no ahora cuando nuestra gente estaba sufriendo de verdad, no hipotéticamente. Me di cuenta de que me estaba desviando del motivo principal que me había llevado hasta allí. Tenía que encontrar la forma de revertir la situación.

Contessa, no sé qué voy a hacer pero usted no puede negar que tuve el coraje de venir acá a enfrentarla. No me parece que carezca de valentía.

Inclinó la cabeza reconociendo mi afirmación.

–Eso me hace alentar esperanzas para ti.

Pensé en mis padres. Desde la muerte de papá, nunca había escuchado a mamá lamentarse de haberlo conocido.

–Pero, por favor, respóndame con sinceridad, ¿no recuerda nada bueno del tiempo que estuvo con su alma gemela? ¿Acaso no valió la pena conocerlo aunque fuera por un tiempo tan breve?

Sus ojos se endurecieron.

–¿Cómo te atreves a hablarme de Giuseppe tan a la ligera? Tú no puedes saber… ni entender –apretó el puño–. No tienes la menor idea de lo que sufrí cuando lo asesinaron.

Una ola de compasión me atravesó. Ella había enfrentado lo peor. Una muerte por enfermedad era una cosa, pero que alguien decidiese arrebatarte a un ser querido era otra muy distinta. Con razón estaba tan amargada.

–Pienso –dije con cuidado– que, por entonces, usted debía ser más parecida a mí de lo que cree. La he escuchado y sus palabras son las de alguien que tenía esperanzas… ilusiones. Usted lo amó, estoy segura de eso. Y conociendo su naturaleza, imagino que la venganza fue en nombre de él.

Sonrió con una expresión de amargura.

–¿Has visto a Alberto y a mis empleados? Ellos son los hijos y parientes del hombre que mató a mi esposo. Primero me deshice de Minotti, naturalmente. Se suponía que era nuestro amigo pero nos traicionó de la peor manera. Tú no sabes, Crystal, lo que puede llegar a ser una discusión entre savants, la situación puede descontrolarse por completo.

En realidad, lo sabía. Diamond había dedicado su vida a evitar esas situaciones.

–Mi estúpido esposo y Minotti competían por la supremacía en el norte de Italia, negocios, ¡como si eso fuera importante! Yo les advertí, pero ellos continuaron su ridícula batalla. Minotti estaba perdiendo su influencia de modo que alteró los frenos del auto de Giuseppe… ni siquiera tuvo las agallas de desafiarlo en su propia cara.

–Eso es terrible –no necesitaba poderes especiales para saber que el final de la historia sería trágico.

–Lo fue. Mi alma gemela cayó por un precipicio en la carretera hacia Garda… su cuerpo quedó destrozado y me dejó con un hijo sin padre y un justo deseo de venganza. Juré que mi hijo nunca sentiría el mismo dolor que yo sentí entonces. Encontré un nuevo uso para mi poder de localizadora de almas gemelas. Descubrí que podía borrar y volver a colocar todo en su lugar, y así los lazos emocionales quedaban rotos. Nadie se enteraba porque después eran incapaces de recordar lo que yo había hecho. Claro, hasta que llegaste tú.

Tenía que decirlo aun cuando la enfureciera, el paralelo era llamativamente obvio para mí.

–De modo que usted manipuló el cerebro de su hijo de la misma manera en que el padre de Alberto alteró los frenos. Y les hizo lo mismo a su mayordomo y a sus empleados. ¿Considera que eso es justo?

–¡No! –chilló golpeando el suelo nuevamente–. No es lo mismo. Yo los mantuve a salvo del verdadero sufrimiento.

–Pero no les permitió vivir.

–¡Niña ignorante! ¿Cómo te atreves a presentarte acá y decirme que estoy equivocada?

Comencé a alarmarme al sentir que la anciana se preparaba para atacar.

–No es así. Yo le estoy diciendo justamente que usted es muy sabia y debería comprender lo que ha hecho. Se ha convertido en una especie de Minotti, el hombre al que usted odiaba por haberle arrebatado a su alma gemela.

–¡¿Cómo te atreves?!

–Su hijo cometió delitos y, cuando los Benedict ayudaron a atraparlo, usted manipuló el cerebro de sus almas gemelas y las lanzó por el precipicio.

–No, esto no tiene nada que ver.

–Y con respecto a mantener a Alberto y a los demás como sus… esclavos, ¿cómo puede justificar algo así? El que la hirió a usted fue el padre y no el hijo. Les quitó la vida a ellos porque la suya murió ese día. Su motivación es como la historia del perro del hortelano: ¡si yo no puedo tenerlo, entonces nadie más lo tendrá!

Su ataque mental se estrelló contra mi cabeza. Como yo había colocado los escudos, pude soportarlo. Me repetí una y otra vez que había venido para eso. Si ella no aceptaba mi trato –cosa que había quedado claramente demostrada–, yo tenía que averiguar cómo aplicaba sus poderes contra sus enemigos. La sensación era insoportable, como estar al lado del motor de un jet funcionando al máximo sin tener con qué cubrirme los oídos para mitigar el rugido. Intenté respirar mientras me preguntaba cuánto tiempo más podría mantener el ataque.

El sudor corrió por mi espalda. Al cerrar los ojos, alcancé a percibir cómo tanteaba en mi mente buscando mi conexión con Xav para arrancarla y controlarla. Pero su anzuelo mental resbalaba velozmente por las paredes que yo había construido, como garfios incapaces de aferrarse a mis almenas. Esa era su forma de trabajar: ella invertía el poder de las almas gemelas; en lugar de seguir la conexión, enrollaba la línea como una hilandera guardando el hilo para que nadie lo pudiera utilizar.

Ya era suficiente, tenía la respuesta.

Xav, te necesito.

Crystal, ¿qué diablos está sucediendo? Xav alcanzó a sentir el ataque que estaba sufriendo pero yo no tenía espacio para mostrarle el origen ya que, si llegaba a aflojar el control, eso podría permitirle a la anciana ingresar en mi mente.

Qué suerte que todavía estés aquí.

Siempre estaré, mi exasperante… rechazó muchas palabras poco halagüeñas y se decidió por mi insulto favorito… Muppet.

En el fondo de mi corazón, yo sabía que él no me abandonaría como había amenazado; el enojo lo había llevado a hablar así y ahora yo tenía una gran deuda con él. Necesito que me ayudes. La condesa está intentando controlar nuestro vínculo.

¡Diablos, Crystal!

Voy a dejar caer mi escudo y revertir el ataque, pero quiero que tú contraataques conmigo para que ella no pueda enrollar y cortar nuestra conexión.

No entiendo.

No hay tiempo para explicarte… es algo propio de las rastreadoras de almas gemelas. Tienes que sorprenderla para que detenga el ataque. Haz algo inesperado.

¿Quieres que use la fuerza? Capté una imagen de Xav pensando en el combate final de algunas películas: Harry Potter versus Voldemort, el Hombre Araña versus el Duende Verde.

No. Ella es terriblemente poderosa. Yo no puedo ganarle un duelo de fuerza.

¿Entonces qué?

Sentí que mis escudos empezaban a estremecerse. Se me partía la cabeza. Xav, ¿puedes decidirlo tú?

Crystal, estás sufriendo.

Eso también dejaré que lo resuelvas más tarde. Ayúdame a hacerlo. Contemos hasta tres.

No me diste mucho tiempo, ¿no crees?

Uno…

¡Crystal!

¡Dos… tres!

Dejé caer el escudo confiando en que Xav haría su parte y arrancaría nuestra conexión de las garras de la condesa. A continuación, me lancé directamente hacia la mente de la anciana dama y no encontré escudos de ninguna clase. Estaba tan concentrada en su ataque que se había olvidado de la defensa. Con una parte de mi percepción, vi a Xav deslizándose en slalom por nuestra conexión con un disfraz de la Rana René y yo como la Señorita Piggy. Inesperado pero efectivo a juzgar por la expresión atónita de la condesa. Ingresé dentro de sus muros y descubrí que su mente era un caos, como una placa de circuitos con el cableado realizado por gente inexperta. La pena la había destrozado. Pero ese no era momento para la compasión, yo tenía que cuidar de mí y de los míos.

Duérmase, le ordené recordando cómo Victor había aplicado ese poder. Ella se resistía mientras se iba desvaneciendo. Él también había dicho que el contacto reforzaba las órdenes de la mente. Crucé el espacio que nos separaba y apoyé la mano en su frente. Duérmase.

Sus ojos se cerraron y la barbilla cayó sobre el pecho. La presencia mental de la anciana desapareció de la habitación y quedamos solo Xav y yo.

Hey, Rana René, ya puedes entrar.

¿De verdad te encuentras bien? Bombón, me diste un susto mortal… creo que podría odiarte por eso.

No, no puedes. Me sentía agotada pero aliviada. Cuando nos veamos, te permitiré regañarme. Y sí, estoy bien. Quiero largarme de aquí pero necesito que alguien me venga a buscar.

¿No me digas que tengo que rescatarte otra vez? Cobro muy caro por rescates.

Sonreí al recordar nuestra primera conversación romántica. Te pagaré, lo prometo. ¿Puedes conseguir alguna lancha que venga a la isla de la condesa?

Veré qué puedo hacer.

Te esperaré junto al agua. Antes de marcharme, debo revisar algo.

Espero que no sea peligroso.

No, no lo creo. ¿Nos vemos en un cuarto de hora?

Allí estaré.

Me levanté. La condesa estaba dormida, su respiración era suave. Se veía tan pequeña y frágil que ya no podía detestarla. ¿Cómo habría sido yo de haber tenido que vivir su vida? Solo esperaba no tener esa descontrolada sed de venganza. Sin embargo, ahora podía verla más como un ser humano que como un monstruo. Si pudiera deshacer parte del daño que ella había infligido, tal vez hasta llegaría a perdonarla porque, después de todo, fueron sus actos malintencionados los que me habían forzado a encontrar a Xav.

Hice sonar la campana y Alberto llegó raudamente.

–¿Signorina? –miró a su ama con consternación–. ¿Algún problema?

–No, la señora está durmiendo –lo examiné. Tenía la misma expresión levemente ausente que había visto en el rostro de Diamond. Creía que era una actitud típica de mayordomo pero ahora sabía que le había sido impuesta. El pobre hombre era una víctima. Venía siéndolo desde mucho tiempo atrás… Me pregunté si tratar de revertir el efecto sería peor que dejarlo como estaba. La condesa me había advertido que esas eran las decisiones que tendría que enfrentar si usaba mis poderes, pero me negaba a acobardarme solo por el miedo a cometer un error. En lugar de eso, me pregunté a mí misma, si yo estuviera en el lugar de Alberto, ¿qué querría que hicieran por mí?

Desearía que me devolvieran la libertad.

–Alberto, permítame hacer algo –cerré los ojos e indagué en su mente. Me encontré con un remolino de emociones ordenadas, terminaciones brutalmente recortadas y entrelazadas en un circuito cerrado que no iba a ninguna parte. Ahora podía ver lo que ella había creado: un esquema similar a la vida pero no la vida misma. No había entendido que el dolor y el sufrimiento, el anhelo y la tristeza no podían evitarse, ya que eran la otra cara de todas las cosas buenas. No podía ayudarlo en ese mismo instante, pues si intentaba modificar su mente sin una comprensión más acabada de mis propias habilidades, era probable que le hiciera más daño. Pero al menos podía ofrecerle mi ayuda.

–¿Signorina? –el mayordomo se mostró desconcertado ante mi silenciosa evaluación de su mente.

–Alberto, ¿es usted un savant?

–¿Perdón?

–¿Hay otros savants entre los empleados? ¿Tal vez sus parientes?

Arqueó una ceja, gesto que tomé como una respuesta afirmativa.

–Le agradecería mucho si pudiera arreglar una reunión pasado mañana para que yo los conociera.

–¿Con qué propósito?

–Tengo algo para… el vacío que usted sabe que existe en su interior.

–¿Vacío? –el hombre estaba justificadamente perplejo ante el abrupto desvío de la conversación normal hacia cuestiones más personales.

–Su mente fue… manipulada. Por la condesa. Si reflexiona sobre esto, es posible que descubra que, en algún lugar muy profundo de su ser, usted es consciente de que eso ha sucedido –frunció el ceño como un niño frente a un problema de matemáticas superior a su comprensión–. No le estoy pidiendo que me crea, solo deme una oportunidad de ayudarlo. Verá, yo soy una rastreadora de almas gemelas. Ah, y no le cuente a la señora que voy a regresar.

–No sé de qué me habla.

Pobre hombre.

–Yo sí lo sé. ¿Al menos me dejará entrar cuando vuelva? No haré nada que usted no quiera y solo vendré si creo que sé cuál es la manera de… desentrañar este problema.

Hizo un cauto movimiento de cabeza.

–De acuerdo. ¿Puede entregarme el abrigo?

Esta vez, su rostro se iluminó. De regreso a sus funciones normales de mayordomo, se sentía mucho más feliz.

–Buenas noches, signorina –me saludó y me alcanzó la chaqueta.

–Buenas noches, Alberto. Pronto nos volveremos a ver… espero.

 

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