Cristina

Cristina


Portada

Página 4 de 39

La última vez que había visto a los amigos de su difunto esposo fue el día del entierro. Después de dos semanas en Washington sin saber qué hacer, le avisaron de la embajada que la casa tenía que ser desalojada ya que el nuevo Cónsul estaba por llegar. Le ofrecieron ayudarla a conseguir un trabajo pero el idioma inglés no era su fuerte, y no sabía hacer mucho más. Pudo haber vuelto a la aerolínea, quizás, pero su arrogancia no se lo permitió. Por eso ahora estaba en la casa de sus padres, después de haber malgastado la pobre fortuna que le dejara su segundo esposo. Estaba como la Jacqueline Kennedy, matando hombres de un lado al otro, pero sin un mísero céntimo.

–Lo que tengo que hacer es conseguirme otro marido. –Dijo como si hablara con ella misma.

–Para eso necesitas dinero.

–Sí, ya lo sé, no tienes que repetírmelo ¿Cuánto tú crees que valga este piso?

–Gavi por favor, eso ni lo pienses, esto es lo único que tenemos tu padre y yo.

–No seas estúpida mamá, no estoy hablando de un regalo ni mucho menos, sino de una inversión. Si ustedes me prestan el dinero, cuando yo me case puedo devolverles lo que me presten y hasta podría pasarles una manutención para que vivan mejor.

–Eso que planeas no es tan fácil de conseguir hija.

–Con tu negativismo nunca nada será fácil. No sé para qué digo nada aquí. Ustedes son unos perdedores que vivieron a la sombra de Franco y debieron haberse muerto con él y dejarme tranquila para siempre.

Las dos oyeron un ruido en el arco que separaba la sala de estar con el recibidor. El padre de Gavina estaba parado allí desde hacía unos minutos y había oído toda la conversación de su hija con su esposa.

–Gavina, recoge tus cosas. Te quiero fuera de esta casa esta misma noche.

–¿Qué dices? ¿A dónde quieres que vaya si no tengo un céntimo?

–No me importa, no te quiero aquí más. Ignacia, si la defiendes te puedes ir con ella también. Tienes hasta mañana por la mañana para irte. Si cuando me levante todavía estas aquí te tiro tus cosas a la calle por el balcón y llamo a la policía.

Lo dijo con un tono de voz suave y calmada, como acostumbraba a hablar. El señor Malpaso no era de gritos ni de peleas, solo que ya se había cansado de la malagradecida de su hija.

 

♣♣♣

 

En Washington DC el invierno llegó como una visita no deseada a la cual no se le puede menospreciar. Las nubes grises le ganaban la batalla a un sol lejano que no podía calentar los sueños de los que ansiaban la primavera y con ella el retoño de los cerezos que la adornarían una vez más de esperanzas. El Potomac se vestía de melancolía despidiendo el otoño y desde sus orillas dejaba que la briza llevara el frio de sus aguas hacia todos los habitantes de esta excepcional metrópoli. Sin embargo con la Navidad la urbe se vestía de luces artificiales y sueños plásticos para que la promesa del año nuevo no se perdiera en el viento.

Ante el total abandono por parte de la viuda de Quiroga para con su hijastra, la embajada Española en Washington se vio en la obligación de hacer los trámites para dividir la pensión de retiro del Cónsul Quiroga y enviarle la mitad a su hija y la otra a la viuda. Así mismo los amigos de Juan Francisco buscaron un apartamento pequeño cerca de la escuela de la niña donde Cristina y Rosi podían vivir modestamente y sin lujos, pero con dignidad y sin necesidades.

El edificio de apartamentos estaba situado en el 1952 de la calle 35 que hacia esquina con la avenida Whitehaven, la misma que atravesaba el parque. El Colegio Internacional de Washington D.C estaba localizado en el Parque Robles de Dumbarton, colindando al norte con el Observatorio Naval, vivienda del Vice–presidente, y al sur con el Parque Montrose. La Avenida Whitehaven se conectaba en ángulo recto con la avenida Wisconsin por el Oeste y la avenida Massachusetts por el Este, atravesando el parque y pasando justo frente a la entrada del colegio. A Cristina y Rosi les tomaba unos quince minutos en verano caminar de la casa a la escuela. La avenida estaba rodeada de árboles y la vista de ambos parques era esplendorosa. En el otoño, el lecho que formaban las hojas de los árboles cambiaba de color vistiendo el área de amarillo, naranja, rojo y marrón, lo que daba a su travesía la sensación de estar caminando por un cuento mágico de hadas y embrujos. El invierno sin embargo era gris, oscuro y frio, y Whitehaven no podía evitar vestirse de angustia y desasosiego mientras esperaba que Abril la sacara de su melancolía.

–Rosi, esta navidad será muy difícil ¿Verdad?

–Bueno mi amor, desde la muerte de tu papá la vida no ha sido nada fácil, pero yo estoy segura que sobreviviremos.

–Me da vergüenza preguntarte esto, pero ¿Por qué crees que Dios se llevó a mi madre y a mi padre y me dejó sola?

–No tienes que avergonzarte, es una pregunta muy lógica, pero Dios no funciona con lógica, la fe no tiene lógica y es imposible saber cuál fue su propósito al hacerlo. Sin embargo en vez de concentrarte en lo que el Señor o la vida te quitaron, debes pensar en lo que te han dado. Gracias a Dios eres muy inteligente y saldrás adelante por tus propios medios. Serás una persona de provecho para la sociedad y ayudaras a muchas personas, además, no estás sola, me tienes a mí.

–Sí, ya se, discúlpame. Sé que no debo dudar de lo que Dios dispone para mí, pero a veces quisiera ser la niña más bruta y fea del mundo con tal de tener a mis padres conmigo.

–Debes de quitarte esas ideas de la cabeza. Tu mamá me dio todas las instrucciones habidas y por haber para que te criara como ella quería, que es lo que estoy haciendo, y tu padre te dio más lecciones en tus primeros nueve años de existencia que cualquier otro padre podría darle a un hijo en toda una vida. Además, ellos están constantemente velando por ti y guiándome a mí para que te ayude en todo lo que necesites. Debemos de estar felices porque eso es lo que ellos desearían. Ya verás que todo saldrá bien.

–Entonces vamos a poner un árbol de navidad y celebrar la llegada de San Nicolás como debe ser.

–Eso es. Ahora mismo vamos a bajar y buscar un árbol para adornarlo. Hay que celebrar la Navidad como Dios manda.

Rosi se levantó y fue a buscar los abrigos. En eso, sonó el teléfono.

–Halo.

–Cristy, es Will, te llamo para invitarlas a ti y a Rosi a que pasen la Navidad con nosotros.

–Que bueno que llamaste Will. Rosi y yo estábamos un poco tristes extrañando a mi papá, pero decidimos ir a comprar un árbol para adornarlo y así sentirnos mejor. Sabes, dice Rosi que en Cuba se celebra la Noche Buena, el día antes de Navidad, con una cena especial donde se reúne toda la familia. ¿Quieren tú y tus padres venir a comer con nosotros? También podemos invitar a Ali y a sus papás. Nuestro apartamento es pequeño pero estoy segura que podemos arreglarlo para que todos podamos sentarnos a cenar ¿Qué me dices?

–Cristy, yo creo que eso va a ser mucho trabajo para Rosi.

–No, no, Rosi estará encantada, también tendremos a sus padres aquí con nosotras.

Los padres de Rosi todavía vivían en el sótano del edificio de la iglesia que los acogió cuando llegaron de Cuba. Aquel sótano se había arreglado como vivienda para cuatro matrimonios mayores que vivían en comunidad pero con privacidad. A cambio del albergue ellos donaban su tiempo y su trabajo. Cuidaban a los niños pequeños durante los servicios de la misa, ayudaban en la rectoría, limpiaban, mantenían el edificio y hasta hacían pasteles y dulces que vendían los Domingos para ayudar con los gastos de la parroquia. Rosi soñaba con sacarlos de allí, y así se lo había prometido Juan Francisco, pero al morir este todos los planes se vinieron al suelo y ahora solo quedaba esperar y ver que más les deparaba el destino.

–Déjame preguntarle a mis padres y te aviso, yo también puedo avisarle a Ali.

–Bien. Si no pueden venir no hay problema, yo entiendo.

La mayoría de las conversaciones que Cristina mantenía con los adultos terminaban en “yo entiendo”, era como queriendo decirles que no se preocuparan en explicarle cosas que solo se aprenden con los años.

Rosi llegó con los abrigos y Cristina le contó su idea de invitar a los Smith y a los Hopkins para la Noche Buena

–Me parece perfecto, solo que debemos de estar seguras cuantos van a ser para preparar la comida.

–Puedes coger algo de los ahorros si lo necesitas.

Algunas noches Cristina se quedaba en su habitación hasta muy tarde, trabajaba haciendo traducciones en el Internet para clientes que por supuesto no sabían su verdadera edad, mientras Rosi limpiaba las casas de personas adineradas de la zona, así lo que ganaban lo guardaban para emergencias o para ayudar a los padres de Rosi. Cristina llevaba las cuentas de los gastos de la casa con un presupuesto balanceado que las dejaba guardar algo y a la vez disfrutar de golosinas y pequeños caprichos sin los cuales sus vidas hubiesen estado carentes de las pequeñas cosas que hacen posible una verdadera familia.

–No te preocupes, tenemos suficiente para lo que deseas hacer.

–¿Y a dónde vamos a buscar el árbol?

Aunque la ciudad de Washington D.C. tenía una infinidad de centros comerciales ellas debían conformarse con visitar aquellos a los que se podía llegar a través del transporte público. En las muy contadas ocasiones cuando ninguna de las dos tenía mucho que hacer, se iban a pasear al George Town Park, o al Union Station Mall, o al preferido de Cristina, el Old Post Office Pavillion. Durante el mes de Noviembre y Diciembre, justo hasta el día antes de Navidad, a la entrada de todos estos grandes centros comerciales se podían encontrar vendedores ambulantes ofreciendo arboles de pinos de todos los tamaños y precios. Allí era donde Rosi pensaban llevar a Cristina para escoger el árbol navideño.

Una fuerte corriente que se deslizaba desde el Potomac hacia que la temperatura se sintiera mucho más baja de lo que realmente era. Los arboles ya desnudos de hojas le daban a la tarde un imagen lánguida e inhóspita, pero como se hacía de noche temprano, las luces que adornaban las calles y avenidas de la capital norteamericana subsanaban la oscuridad con sus alegres colores artificiales y hacían que la ciudad resplandeciera como un carrusel encantado.

Las estaciones del tren subterráneo también se adornaban con el espíritu navideño. Este sábado parecían desiertas puesto que tanto los integrantes de la Cámara del Congreso como la del Senado no perdían tiempo para cerrar sus puertas en Diciembre y sus miembros largarse a sus respectivos estados con el pretexto de las fiestas navideñas, así la ciudad se quedaba sin sus habitantes más importantes.

–Me alegro de que no haya mucha gente en la calle, así podremos escoger nuestro árbol sin tener que mezclarnos con el tumulto y sin apuros.–Dijo Rosi

–Sí, pero a mí me gusta ver la gente caminado con sus paquetes de regalos.

–No te preocupes, ya los veras, el hecho de que el tren este medio vacío no significa que las tiendas lo estén. Hay muchos que vienen en sus propios coches ahora que el tráfico está más ligero.

–Rosi ¿Tú crees que nosotras podremos tener un coche antes de que yo me gradúe?

–Por supuesto que sí, es más uno de los señores representantes de Harvard me preguntó si íbamos a necesitar un coche; pero yo les dije que no, me dio pena exigir tanto.

–Debiste decirles que sí. Tenemos que encontrarles un apartamento a tus padres que no van a poder vivir dentro del recinto de la universidad ¿Cómo piensas ir a visitarlos? Allí el transporte público no es como aquí. La universidad es como un pueblo pequeño donde todo el mundo tiene su coche.

–La verdad es que no me di cuenta. Cuando lleguemos allí vamos a ver si podemos arreglarlo.

–¿Tú les hablaste a esos señores de tus padres, y de que querías mudarlos cerca de nosotras?

–No, me dio vergüenza solicitar tantas cosas.

–Rosi, ellos nos dijeron que les pidiéramos todo cuanto necesitáramos. No te preocupes, ellos están haciendo un buen negocio conmigo. Con la cantidad de dinero que mi colaboración les va a traer pueden pagar por eso y mucho más.

Se bajaron en la parada del Old Post Office Pavillion y subieron por sus escaleras eléctricas hasta el corazón del centro comercial.

–Quieres pasear por las tiendas un rato o nos vamos a buscar el árbol.

Le preguntó Cristina a Rosi con la esperanza de que esta dijera que sí.

–No tenemos dinero para comprar nada mi amor, lo siento. Vamos a buscar el árbol y volver a casa para decorarlo enseguida. Veras que cuando esté terminado nos sentiremos mejor las dos.

Rosi no sabía que iba a hacer esta Navidad con Cristina, aunque hasta ahora se estaba portando muy tranquila, sabía que la ausencia de su padre le pegaría de un momento a otro y tendría que estar preparada. Por eso había aceptado hacer la cena de Noche Buena en la casa, para que la niña estuviera distraída y se olvidara de su pérdida.

Aun con toda su inteligencia, Cristina siempre creyó en la leyenda de San Nicolás que llegaba a la media noche entre la Noche Buena y la Navidad, con regalos para todos los niños buenos del mundo, no obstante su padre decidió aclararle la situación lo más suavemente posible antes de que esta se enterara de una manera más cruda. “San Nicolás es más un concepto que una realidad Cristina. Hay muchos niños en el mundo que no tienen donde dormir ni que comer, que no tienen padres, que son maltratados y abusado por personas sin corazón, esos niños no conocen la existencia de San Nicolás, no porque sean malos sino porque les ha tocado vivir en condiciones infrahumanas. Los regalos no son tan importantes como el acordarnos de que hay personas que tienen mucho menos que nosotros a los que debemos ayudar. Además, los católicos celebramos el nacimiento de Jesucristo.”

Cristina lo había entendido como entendía todo lo demás. Como podía retener todo aquello sin alterar su vida emocional era un misterio, porque por muy especial e inteligente que fuera, seguía comportándose como una niña de diez años para algunas cosas y como una mujer adulta para otras.

Salieron a la calle por el lado oeste del centro comercial y caminaron una cuadra hacia la derecha llegando hasta la explanada donde los vendedores se calentaban las manos alrededor de un barril vacío que les serbia de fogata. Los pinos navideños estaban dispuestos en hileras y por tamaños. Los había desde pequeñitos hasta muy, muy grandes. Cristina se paró delante de un árbol enorme y miró a Rosi como pidiéndole su opinión.

–Yo creo que ese es muy grande mi amor.

–Sí, ya lo sé, pero que lindo es ¿Verdad? Es tan grande que San Nicolás podría dejar todos los regalos que quisiera.

Rosi tuvo que hacer un esfuerzo para no empezar a llorar allí mismo. Definitivamente la Navidad iba a ser durísima para la niña.

–Pero puesto que somos solamente tú y yo podemos arreglarnos con uno más pequeño. –Respondió Rosi

–¿Y tus papás? ¿Y si vienen Will y Ali y sus familias?

Ahora sí que la cosa se estaba poniendo difícil, pensó Rosi, definitivamente ellas no podían gastar esa cantidad de dinero.

–Mi amor, San Nicolás solo trae regalos para los niños.

–Rosi, acuérdate que yo se la verdad, mi papá me lo explicó. Es el espíritu de Navidad lo que cuenta. Yo sé que no tenemos dinero, pero aunque sea una cosita bien chiquita podemos tener para todos. Es más, podemos hacerlas nosotras mismas, solo tenemos que comprar las cajas y el papel para envolverlas.

–Qué tal si compramos el árbol, lo arreglamos y luego hacemos una lista de lo que necesitamos.

–Está bien, además tenemos que comprar los adornos. ¿Vamos a poder llevar el árbol en el Subway o tendremos que tomar un taxi?

–Primero vamos a elegir el árbol.

Terminaron escogiendo un árbol mediano que a Rosi le pareció todavía muy grande pero que al final accedió a comprar. Tomaron un taxi que no les cobró nada después de oír el cuento de Cristina y su primera Navidad sin su padre. Entre las dos lo subieron por las escaleras hasta el quinto piso donde vivían. El apartamento contaba con un salón familiar amplio, dos cuartos, cada uno con su baño, y una cocina pequeña. El cuarto de Cristina gozaba de un balcón pequeño a todo lo largo de la pared exterior que daba a la calle.

El salón familiar era lo suficientemente amplio como para albergar con facilidad un juego de butacones y sofá de piel color vino, una mesa redonda de cristal con cuatro sillas y un diminuto estéreo sobre el cual descansaba un televisor. El piano de cola de Cristina, regalo de su padre cuando cumplió los cinco años, abarcaba toda la esquina exterior del recinto que terminaba con una pequeña chimenea en la pared colindante con el apartamento vecino. Todas las habitaciones estaban cubiertas con una fina alfombra verde que comenzaba en la puerta delantera y terminaba a la entrada de la cocina y los baños, los cuales tenían piso de loza. Las paredes se adornaban con varias pinturas de Cristina, entre ellas su favorita, la de su perrita Sasha.

La primera vez que Rosi le mostró a Juan Francisco una pintura de Cristina este no se lo pudo creer. Fue en la víspera de su sexto cumpleaños cuando su papá le dijo que escogiera lo que quisiera para regalo. Cristina siempre había querido tener un perrito y eso fue exactamente lo que le pidió. En un libro de cuentos de los tantos que leía había visto a un pastor alemán del cual se enamoró como una loca a primera vista. Cristina pensó que si pedía un perrito no había garantías de que le trajeran el que ella quería, así que lo pintó para que su papá supiera exactamente el tipo de animalito que quería. De esa manera fue como llegó Sasha a sus vidas. El día de su cumpleaños Juan Francisco se apareció con una bolita completamente negra de donde salían cuatro paticas que parecían muy grandes para el tamaño del perrito y un hocico puntiagudo y precioso. Las dos orejitas negras era lo único que parecía erguirse firme en aquella bolita de pelo negro brillante.

–Cristina, esta es tu perrita pastor alemán, yo sé que no luce como tú la pintaste pero cambiará.

–Yo sé papi, ellos nacen así y luego cuando crecen cambian de color.

Como siempre la inteligencia y sabiduría de la niña los dejaba a todos atónitos. Cuando Juan Francisco se casó con Gavina, esta inmediatamente se opuso a la presencia de Sasha en la casa, pero en eso su esposo no cedió, aunque todos tenían cuidado de que Sasha estuviera siempre lejos de los alrededores de Gavina. Ese fue el impase en el que tanto Cristina como Rosi decidieron que su madrastra no era una buena persona.

Cuando Sasha las vio llegar se volvió loca de alegría, corrió a subirse en el sofá esperando que Cristina viniera a rascarle la barriga que era su saludo de costumbre.

–Sasha, mira que árbol más lindo hemos comprado, vamos a adornarlo ahora mismo. Rosi, no tenemos adornos.

–Vamos a poner el árbol en esta esquina de la chimenea y ahora bajamos a comprar los adornos.

–¿Sasha puede ir?

–Mi amor, ya sabes que no la podemos entrar a la tienda, pero si quieres lo dejamos para mañana.

–No Rosi, tenemos que hacerlo hoy, solo nos quedan tres días.

–Si quieres, yo voy hasta la esquina y compro los adornos en la farmacia de Walgreens si me prometes quedarte bien tranquilita con Sasha. Yo me llevo el teléfono y regreso enseguida.

–Está bien, Sasha y yo te esperamos aquí.

Después de la muerte de Juan Francisco, cuando ambas se mudaron al apartamento Cristina le había dicho a Rosi.

–Nana yo me puedo quedar con Sasha si tú tienes que ir a buscar algo a la calle.

–Está bien, pero acuérdate que no puedes abrirle la puerta a nadie, y contesta el teléfono solo de los números que conozcas.

Así fue como Rosi empezó a dejar a la niña sola en la casa, aunque nunca por más de quince o veinte minutos. Por muy inteligente que fuera solo tenía diez años. El hecho de que Sasha se quedara con ella era un consuelo, ella nunca permitiría que nadie se acercara a Cristina.

Al minuto de salir Rosi sonó el teléfono

–Hola Cristy, te llamo para decirte que Ali y yo vamos a cenar contigo la víspera de navidad.

–¿Y por qué tus padres y los de ella no?

–Ya sabes cómo son los viejos, no quieren salir con el frio.

Esa no era la verdad. Tanto Will con Ali les habían explicado a sus padres las condiciones económicas en las que se encontraba Cristina y les pidieron que no fueran para no hacerles gastar más de lo que podían.

–Está bien, entonces los espero como a las siete de la tarde, y no estén tarde.

–De acuerdo. Ali quiere saber si quieres que te llevemos algo.

–No, solamente no coman durante todo el día, Rosi va a preparar una típica cena de Noche Buena Cubana y estoy segura que les va a encantar.

–De acuerdo muñeca, nos vemos.

No había terminado Cristina de colgar el teléfono cuando este sonó de nuevo

–Halo ¿Will?

–No, es Paul. Estoy llamándote porque mi abuelo está en la ciudad y quisiera verte. Crees que puedes cenar con nosotros mañana por la noche.

Cristina tenía que trabajar en sus traducciones y escribiendo artículos durante las vacaciones de Navidad para poder ganar algo de dinero, además Rosi tenía que limpiar algunas casas e ir a ver a sus padres. ¿Cómo le hacía para poder ver a Paul y al abuelo?

–Paul, tanto Rosi como yo estamos muy ocupadas pero me encantaría ver al abuelo. Por qué no vienen a cenar con nosotros el 24 de Diciembre. Rosi está preparando una cena de Noche Buena para nosotras y sus padres. También vienen Will y Ali, si quieres puedes traer a tus papás también.

Esta era la primera vez que Cristina mencionaba a los padres de Paul. Los conoció un día en un juego de Football, y enseguida se dio cuenta de las tensiones que existían en la familia. La madre de Paul ni la miró, el padre le estrecho la mano y nada más; este le pareció una persona muy triste y la madre le pareció una persona mala.

–Cristy, lo que queremos es que tu disfrutes de una cena con nosotros. No queremos hacerte trabajar más de lo que ya lo haces.

–No, eso no es problemas. A mí me encantará tenerlos aquí, es la primera Navidad que paso sin mi padre y creo que Rosi quiere rodearme de amigos para que no me sienta sola.

–En ese caso, deja que nosotros llevemos la comida.

–¿Y ustedes que saben de comida cubana?

–Está bien, entonces déjame pagar por la comida.

–Paul, aunque en este momento parezca imposible, llegará el día en el que yo tenga mucho más poder adquisitivo que tu y no tendrás que preocuparte siempre de quien paga y quien no paga; por ahora Rosi y yo trabajamos precisamente para poder darnos el gusto de invitar a nuestra casa a todos nuestros amigos. Será un gran placer tenerlos con nosotros. No discutas más, los quiero aquí el 24 a las siete de la tarde ¿De acuerdo?

–De acuerdo mi niña linda.

Cada vez que Paul la llamaba mi niña linda se moría de emoción. Cada día lo quería más y cada día se apegaba más a él. Paul siempre sintió un gran cariño hacia su niña linda, entre los dos existía una comunicación alarmante, no tenían ni que hablarse para saber lo que el uno y el otro estaba pensando. Paul era muy cariñoso con ella, cosa que nunca fue con nadie, la abrazaba y la besaba cada vez que estaban juntos, la sentaba en sus piernas y la arroyaba en su regazo cuando por alguna causa Cristina estaba triste, cosa que no era muy a menudo.

La preocupación que Rosi tenía por ser estas las primeras Navidades sin su padre se esfumaron cuando llegó a casa y vio lo alegre que estaba Cristina, y así fue como un día que presagiaba tristeza se convirtió en un proyecto fenomenal que mantuvo a la niña ocupada hasta la mismísima última hora antes de llegar sus invitados.

6

Un gran cielo azul cobijaba la capital estadounidense y el alba despertaba llena de luz con un sol que parecía haberse olvidado del invierno. La Navidad se olía en la fresca brisa que llegaba desde el Potomac a la simpática temperatura de solo 50˚F.

El árbol de Navidad de Cristina, repleto de luces y bolas de colores centellaba en la pequeña sala del apartamento entonando villancicos de luz acompañados del suave susurro de las llamas provenientes de la chimenea. Los regalos estaban todos esparcidos alrededor del árbol. Rosi y Cristina habían pegado los muebles a las paredes haciendo espacio para la mesa que sostendría la suculenta cena cubana. Los padres de Rosi decidieron no venir por no dejar a sus amigos solos, además el párroco cenaría con ellos para luego asistir a la misa del gallo de media noche, así que aquí serian solo seis, sin contar con Sasha que se había posesionado del sofá durante los arreglos y no había quien la bajara de allí.

En una esquina estaba la mesa de cristal redonda donde se pondría el bufete. Rosi había alquilado en una sala de banquetes seis sillas, una mesa plegable que sentaba cómodamente a los seis comensales, además del mantel, la bajilla, los cubiertos y las copas de navidad. Ambas las habían decorado con un gusto esquicito y el conjunto le daba al lugar un aire de felicidad hogareña único.

Los primeros en llegar fueron Will y Alison. En cuando Sasha oyó el timbre de la puerta se lanzó disparada del sofá para recibir a los invitados. Esta era la primera vez que Will y Alison venían a la casa y Sasha no los conocía así que Rosi la aguantó por su collar hasta ver cómo reaccionaba al verlos.

–Hola, Feliz Navidad.

–Hola, pasen y Feliz Navidad a ustedes también.

Sasha tiraba de la cadena casi arrastrando a Rosi.

–¿Y de quién es ese perro tan precioso?

–Esa es Sasha. Quédense quietos para que los huela y los conozca. Suéltala Rosi, ella no les va a hacer nada.

Rosi la soltó y Sasha vino corriendo a oler a los invitados moviendo su larga y peluda cola de un lado a otro. En menos de dos segundos ya Will estaba en el suelo jugando con ella y Sasha parecía que lo conociera de toda la vida.

–Que perra tan linda Cristy, por qué nunca nos digites que la tenías.

–No sé cómo se me olvidó, ella es mi hermanita y mi padre me la trajo cuando solo tenía cinco semanas de nacida.

–Es preciosa Cristy y muy cariñosa.–Dijo Alison que le encantaban también los perros.

Will y Alison dejaron sus regalos junto con los demás debajo del árbol y las felicitaron por lo elegante que lucía la sala. Luego Cristina se los llevó para su cuarto a enseñarles sus muñecas y sus juegos. Rosi les trajo un vaso de sidra asturiana para cada uno.

–¿Esto tiene alcohol?

Preguntó Alison

–No, casi nada. Cristy la toma desde que era pequeñita.

Ir a la siguiente página

Report Page