Cristal

Cristal


32. Prácticas

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Al día siguiente, Cristal envió una carta a Luna. Le contaba cómo estaba y le preguntaba qué tal le había ido a ella en la prueba. También les envió cartas a Lorimer y a Driny, preguntándoles por lo mismo.

Se despertó tarde, pensando que Luca iría a entrenar y que aquel día no lo vería, pero se llevó una sorpresa cuando lo vio en el salón, leyendo. Se sentó a su lado y le dio un beso en la mejilla. Luca ni siquiera se había dado cuenta de que había entrado, pero cuando la vio, cerró el libro y le devolvió el beso.

Cinco días más tarde, y gracias al certificado urgente, llegaron las cartas de los tres. Lorimer había sido escogido para formar parte del consejo. Luna, para sorpresa de todos, como protectora. Y Driny, al igual que Cristal, como Guerrero Esmeralda.

Los tres empezarían sus primeros días de prácticas después del verano. Para Lorimer y Luna las cosas serían diferentes, porque ellos trabajaban en equipo, pero Driny y ella tendrían que recibir clases especiales con más graduados, y estarían bajo la supervisión de personas con experiencia.

Así pues, al final del verano Cristal preparó una mochila con las cosas imprescindibles para pasar unos meses fuera. Ya se había recuperado por completo de sus heridas y se sentía capaz de empezar a hacer aquello para lo que se había estado preparando durante cuatro años. Seguía teniendo una marca en el estómago, pero la capacidad regenerativa de sus tejidos pronto la haría desaparecer. Nunca le habían gustado las cicatrices. En el incidente del hospital, cuando la flecha de un asesino la alcanzó en la pierna, tenía el mismo miedo, que le quedara una señal. Y por eso, cada mañana, se miraba en el espejo esperando encontrar cualquier mejoría en su herida.

―¿Cuándo volverás? ―Le preguntó Luca la noche antes de su partida.

―No lo sé, dentro de unos meses, cuando me dejen volver. ―Cristal acarició uno de sus mechones casi rubios.

―¿Y qué voy a hacer yo mientras tanto?

―Ganar carreras y dedicarme tus victorias. ―Le dijo sonriente. ―Por cierto, ¿no me tenías que contar qué habías hecho para que la gente no te reconociera?

―Sí. ―Le acarició el rostro con dulzura. ―Pero todo a su tiempo, las cosas van más lentas de lo que me esperaba. Tranquila, es una tontería, te lo contaré dentro de un tiempo. ―Intentó quitarle importancia, pero Cristal era curiosa, y siguió preguntando, sin éxito. Al final, decidió olvidarse del asunto.

Se quedaron unos segundos en silencio, mirándose el uno al otro. No les hacía falta decir nada. Luca le besó en el cuello, como si adivinara lo que ella estaba pensando. Y le mordió. Hasta entonces no lo había hecho porque todavía seguía demasiado débil y no le convenía perder sangre. Cristal intuía que deseaba hacerlo, porque a ella le sucedía lo mismo. Ignoraba cuánto tiempo había estado él sin probar la sangre, pero ella llevaba más de dos años y, como había predicho Angelo, sus sentidos vampíricos habían despertado. No con tanta fuerza como lo habrían hecho en un vampiro normal, porque ella estaba acostumbrada a estar en contacto con la sangre, por el hospital y la academia pero, de todas formas, no podía evitar sentirse sedienta de vez en cuando.

La miró con los labios ensangrentados y los ojos brillantes. Esperando. Cristal ladeó la cabeza para darle un beso en la mejilla y después lo mordió ella. No dijeron nada en toda la noche, se besaron durante un rato y se quedaron dormidos el uno al lado del otro.

Por la mañana, Cristal se cargó con su bolsa de viaje y se puso en marcha sin despedirse de nadie, excepto de Angelo. A él no le importaba despertarlo, y quería verlo antes de marcharse, porque la noche anterior había estado de fiesta en la ciudad y no había tenido oportunidad de despedirse.

Llamó a un taxi que la dejó a las puertas de la plaza en la que se encontraba la fuente que la transportaría a Deresclya. Como era temprano, no había gente por los alrededores y lo hizo sin problemas. Cinco días después, ya estaba en la Ciudad de las Lluvias. Durante los siguientes meses se alojaría junto con el resto de los Guerreros Esmeralda en una pensión construida especialmente para ellos.

Estaba empapada, los últimos kilómetros los había hecho a pie y, como era de esperar, llovía. Por suerte ya había previsto algo así y había envuelto su mochila con plástico para que no se mojara también su equipaje.

Encontró fácilmente la pensión y se aventuró a entrar por la puerta principal. Estaba nerviosa, ansiosa por conocer a sus nuevos compañeros y, sobre todo, emocionada, muy emocionada.

Entró en lo que parecía ser una sala de estar común; no encontró a nadie.

―Buenas noches, jovencita. ―Le llamó la atención una mujer desde el mostrador de la entrada. ―Dime tu nombre, cielo.

―Cristal de Liánn, vengo para...

―Sé para lo que vienes, solo quedabas tú por llegar. ―Le dijo la mujer amablemente. ―Ten. ―Le tendió una llave. ―Es la llave de tu habitación, y de la de tu compañero de cuarto, por su puesto. ―Cristal agarró la llave. ―Ven por aquí, te pondré algo para que cenes, debes de estar hambrienta. ¿O prefieres cambiarte de ropa, primero? ¡Estás empapada hija! ―Exclamó, como si acabara de darse cuenta. ―Anda. ―La agarró del brazo y Cristal se dejó arrastrar. ―Sube a cambiarte, dentro de un rato te llevaré arriba la cena.

Cristal la obedeció, sin atreverse a replicar, y subió al segundo piso en busca de su cuarto. Su habitación era la número tres. Tan solo había tres puertas en todo el piso, por lo que la encontró rápidamente. Abrió la puerta y se asomó a su interior. Dentro había un salón, con un sofá y una estantería para libros. A un lado, una pequeña cocina y, en un pasillo, las puertas a lo que deberían ser otras dos habitaciones.

Las dos tenían las puertas abiertas. Por lo que le había dicho aquella mujer, allí no debía de estar sola. Así que asomó la cabeza y saludó en forma de pregunta esperando una respuesta.

―¿Hola?

―Hola. ―Escuchó una voz desde dentro. Mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, un vampiro salió a la puerta. Era una joven de pelo corto y pelirrojo, más mayor que ella. Aparentaba unos veinte años, por lo que tendría varios cientos más. ―Tú debes de ser mi compañera.

―Eh, sí... Me llamo Cristal.

―Yo soy Ahlis, ¿eres de Deresclya?

―No, vivo en la Tierra.

―Yo no, nunca he estado, tampoco me interesa. Por lo que dicen de los humanos debe de ser horrible.

Cristal frunció el ceño y sonrió. Al parecer, muchos vampiros se habían empeñado en que los humanos eran malos. La mayoría era buena gente. Pero, a lo largo de los siglos, se habían ganado mala reputación por su fanatismo, cazas de brujas, exterminios de vampiros...

―No creas, no conozco realmente bien a ningún humano, pero estoy segura de que la mayoría son buena gente. Mi madre era humana.

―Vaya. ―Asintió con la cabeza. ―Supongo que tendrás razón. Bueno, Cristal, encantada de conocerte, si no te importa nos vemos mañana, quiero descansar.

―Claro, buenas noches.

―Me he quedado con la primera habitación que he visto, espero que no te importe...

―¡No, no! Con que la mía tenga una buena cama me basta. Hasta mañana. ―Se despidió de ella y caminó hasta la puerta de la que sería su habitación.

Miró a ambos lados y, cuando sus ojos se habituaron al leve resplandor que entraba por la ventana, pudo ver cómo era el cuarto. No muy grande, con un armario, una cama, una mesita de noche y una silla. Suficiente.

Arropada por el silencio de la noche, el cansancio del viaje hizo que se quedara dormida. Al cabo de unos minutos, la mesonera llamó a la puerta con su cena. Salió a por ella y le dio las gracias por las molestias. Cenó rápido y se acostó.

Al día siguiente vio a Driny, que se alojaba en la primera habitación. Nada más verlo corrió hacia él y lo abrazó con fuerza, contenta de ver una cara conocida. Se sentaron juntos en una esquina del sofá del cuarto común y esperaron a que el Guerrero Esmeralda apareciera para decirles lo que iban a hacer durante los siguientes meses.

Tan solo eran seis, y los seis se acomodaron en el sofá y en los sillones cercanos. No tardó mucho en aparecer. Llevaba el uniforme de los Guerreros Esmeralda: un pantalón negro y largo; botas hasta media pierna con correas para poder llevar en ellas armas; una camisa negra, y una túnica corta, ajustada y atada por hebillas, con departamentos en los antebrazos para guardar puñales y un cinturón en la cadera con la vaina de la espada colgando.

Lo primero que hizo fue llamar a la mesonera para que les tomara las medidas, pronto les confeccionarían los trajes a ellos. Se presentó, dejó que ellos se presentaran también, y les explicó que los primeros meses tan solo acompañarían a gente como él para ver cómo funcionaba todo. También tendrían que seguir entrenándose física y mentalmente, por lo que harían viajes en los que aprenderían lo que les hiciera falta.

Cuando ya tuvieron los trajes, visitaron el departamento de los protectores. Ya había estado allí hacía unos años, cuando la Ciudad de las Tinieblas había sido asaltada por los Verdugos. Un protector los recibió y les enseñó el lugar. Los protectores locales resolvían los problemas del lugar. El resto, al igual que Andrea, se encargaba de las misiones que habían sido investigadas y preparadas, las que requerían salvar a alguien que llevara ya tiempo en peligro o desbaratar un intento de asesinato de los Verdugos.

Allí les llegaban informes de los miembros del Consejo o mensajeros con los datos de las misiones. Permanecieron un día entero en aquel lugar. Cuando la visita alcanzaba sus minutos finales, Cristal encontró un rostro que le era familiar. No se atrevió a saludarla por si ella no la reconocía, pero fue la protectora la que se dio cuenta de quién era.

―Eh, tú eres la muchacha que dio el aviso del asalto a la Ciudad de las Tinieblas. ¿Verdad? ―Esperó a que Cristal asintiera. ―Veo que has decidido estudiar en la academia de las Sombras del Plenilunio.

―Así es, siempre quise hacerlo, aunque al principio tenía la idea de convertirme en protectora, pero parece ser que pinto mejor como Guerrera Esmeralda. ―Se encogió de hombros, sin saber cómo continuar con la conversación.

―Ha sido un placer volver a hablar contigo. Resulta que los Verdugos consiguieron algo bueno al asaltar la ciudad, gracias a eso tendremos una Guerrera Esmeralda más en nuestras filas. ―Le puso una mano sobre el hombro y dio media vuelta.

Cristal le sonrió y no la contradijo, pero lo cierto era que no había sido solo esa experiencia lo que le había empujado a querer ser Sombra del Plenilunio. Lo que más había influenciado en ella había sido Andrea, y el hecho de querer defender a gente que, como sus padres, murieron a manos de los asesinos de vampiros.

Muy pronto volvieron a la Ciudad de las Cavernas para elegir sus armas. En ese lugar hacían las mejores armas de todo Deresclya, gracias a los abundantes minerales de sus montañas.

Allí les darían sus primeras armas, las básicas. Si después querían más, tendrían que pagar por ellas. A Cristal le correspondían un par de puñales, sin adornos ni filigranas, que simplemente cumplirían con su cometido: matar. La espada también era bastante simple; la empuñadura no era gran cosa, pero el filo era cortante, y eso era lo que importaba.

Empezó desde el primer día a llevar consigo los puñales en los antebrazos para acostumbrarse, pero decidió que cuando ganara dinero se compraría unos más discretos y con una empuñadura más fina para que no se notara que los llevaba encima.

También tenía pensado llenar los espacios de sus botas. Por el momento, allí podría guardar los primeros puñales que le habían dado. Además, cambiaría su espada. Quería una personalizada, con una empuñadura con adornos verde esmeralda, y su nombre grabado en el filo.

Tenía planes, muchos planes. Sus compañeros estaban ocupados buscando sus amuletos verdes, que debían resaltar sobre el uniforme completamente negro. Pero ella ya tenía uno, el collar que le regaló Luca, no necesitaba nada más.

Driny todavía no había elegido el suyo. Su uniforme seguía siendo completamente negro, pero nadie le apremió para que escogiera un amuleto. Aquello no era necesario, simplemente una costumbre; aunque, llegado el momento de empezar a combatir, tal vez sí debería elegir uno a la fuerza.

Después de enseñarles el funcionamiento de las Sombras del Plenilunio empezaron a visitar lugares que a Cristal le llamaban realmente la atención. Aquello más que trabajo le parecían unas maravillosas vacaciones. Claro que esos meses no le pagarían. Cuando empezara a trabajar, la organización le pagaría al final de un trimestre lo que le correspondiera según el número de misiones en las que había participado. Aunque también podía trabajar para un particular, cosa que ocurría muy poco.

El primer lugar que visitaron fuera de Deresclya fue la Realidad de los Hechiceros. Allí no solían suceder muchos crímenes que incumbieran a los vampiros pero, de vez en cuando, un vampiro descontrolado llegaba a esa realidad y mataba gente. El trabajo de capturarlo correspondía a las Sombras del Plenilunio.

Aquella realidad era muy parecida a Deresclya. Los humanos, no eran humanos, sino hechiceros, pero su apariencia era la misma. Todos ellos estaban dotados con el don de la magia, un tema que a Cristal le interesaba. Ya había aprendido en la academia cosas sobre ellos, pero ver todo lo que podían hacer en persona la fascinó. Por eso, cuando les dieron su primer mes de vacaciones para perfeccionar lo que ya hubiesen aprendido en ese tiempo, así como para entrenarse o poder comprar armas, decidió pasarlo allí.

Se alojó en la misma casa donde le habían acogido durante el tiempo que había estado allí con sus compañeros. No se quedó únicamente por curiosidad, sino por un comentario que hizo una vez el hechicero que estaba a cargo de ellos. Según él, todos, absolutamente todos los seres vivos poseían el don de la magia. No en la medida en que lo tenían los hechiceros, pero sí algo; y sacarlo a la luz solo era cuestión de potenciarlo. Ella quería descubrir si era verdad y, si lo era, aprender a explotar al máximo aquel don.

Todos los días acompañaba al buen hombre que se había ofrecido a ayudarla, y aprendía de él todo lo que podía. Era profesor de magia. En la escuela se sentaba en una esquina, intentando no llamar demasiado la atención de todos los niños y observando con la boca abierta los ejercicios que les mandaba hacer.

Cuando tan solo quedaba una semana para que tuviera que regresar a la Ciudad de las Lluvias decidió que quería aprender, como fuera, a hacer por lo menos un par de ejercicios con magia. Aunque tal vez no le sirvieran para nada, quería aprenderlo, y así se lo hizo saber al hechicero.

La teoría la sabía bien, no en vano había estado dos meses allí, uno con sus compañeros y otro por su cuenta. Pero como ya le habían explicado, la gente normal tardaba mucho en aprender hasta el ejercicio más simple.

La última semana lo intentaron varias veces, pero no había forma. No practicaban un ejercicio concreto, tan solo tenía que dejar que la magia se manifestara, pero nunca sucedía nada.

Al final, el hechicero le regaló dos manuales para la iniciación en la magia. Le hizo saber que aquello estaba muy relacionado con el mentalismo, y eso la animó, ya que pensó que así le sería más fácil aprender.

De vuelta a la ciudad siguieron aprendiendo su oficio como lo habían hecho hasta entonces. Les explicaron, más a fondo, cómo debían llevar a cabo una misión, lo que tenían que hacer según qué tipo de asesino tuvieran que capturar, y todo lo necesario para no meter la pata. También siguió intentando aprender cosas sobre la iniciación en la magia pero, absorta por el ajetreo de las prácticas, al final, dejó el asunto aparcado.

El segundo lugar que visitaron fuera de Deresclya fue la Tierra de los Ángeles. Allí no podían entrar quienes quisieran pero al ser una visita organizada por las Sombras del Plenilunio lo tuvieron fácil.

Fue la primera vez que vio a un ángel. Seres con aspecto humano, pero con rasgos más bellos y delicados. Con largas cabelleras cuidadas con esmero, de tonos y colores inusuales, y pupilas igualmente exóticas. Y lo que más impactó a Cristal fueron sus alas, las alas que llevaban a la espalda. Tan grandes, tan blancas, tan majestuosas...

En otros tiempos, aquellas criaturas fantásticas habían sido los guardianes y encargados de mantener el orden en todo el conjunto de realidades. Pero la maldad y la naturaleza oscura de la gente los había hecho desistir. Desde hacía algunos milenios, habían dejado aparcada la guerra contra los demonios.

También habían pasado por la Tierra, de ahí las obras de arte y las historias sobre ellos. Pero hacía centenares de años que habían perdido el interés por cualquier realidad que no fuese la suya.

Lo que más le llamo la atención, más que las alas, fue algo que ocurrió un día que salieron a cazar a un vampiro descontrolado que causaba disturbios. Llevaba bastante tiempo escondido en esa realidad, escapando de la ley, y alimentándose de ángeles. Era uno de esos vampiros que no podían controlar su sed, que se había dejado dominar por su instinto, y que había caído en la locura.

Tuvo el gusto de presenciar una lucha entre un ángel y el vampiro fugitivo. El primero se movía con elegancia, blandiendo su espada como si lo hubiera hecho toda la vida, esquivando los ataques del vampiro, que intentaba defenderse sin armas. Acorralado contra un desfiladero, no tenía oportunidad de escapar. En una ocasión, el ángel lo empujó para quitárselo de encima y este estuvo a punto de tropezar y caer. Pero el ángel lo agarró del brazo y lo echó hacia adelante para que no resbalara. El Guerrero Esmeralda que los acompañaba se encargó de rematar la faena con un mandoble de su espada.

―¿Por qué no lo ha dejado caer si luego lo iba a matar? ―Preguntó Cristal, extrañada.

―Porque un ángel no puede matar en combate. Como ha sido él quien lo ha empujado no podía dejar que cayera, o él mismo moriría. ―Le respondió uno de sus profesores.

―¿Qué?

―¿Nunca habías oído eso?

―Algo había oído comentar, pero pensaba que era una fantasía... Igual que la historia de que los demonios no pueden dejar a alguien con vida cuando se enfrentan a alguien..

―A nosotros nos interesa que así lo piense la gente. ―Intervino el ángel. ―Que piensen que es un rumor; si no, no nos tomarían en serio. Pero es cierto, no podemos matar en combate, y a los demonios les ocurre al revés.

―¿Y qué pasa si matáis? ―Siguió Cristal, curiosa.

―Perdemos las alas.

―¿Lo dices en serio? ―Siguió ella, incrédula, y con la boca abierta.

―Completamente en serio, con eso no se bromea. ―Le respondió el ángel.

―Pero... ¿Cómo hacíais para combatir en la guerra contra los demonios? Estaríais en clara desventaja.

―O ellos, porque al no poder dejarnos vivos no hacían prisioneros y no podían interrogarnos. Además, si dejaban que nosotros escapáramos, perdían las alas. En cuanto hacíamos el más mínimo intento de escapar se alteraban y luchaban a la desesperada. Yo diría que la ventaja era nuestra.

Cristal se sintió sorprendida, estaba aprendiendo en tan poco tiempo tantas cosas tan... interesantes.

En medio del invierno, cuando ya habían terminado las prácticas, tuvieron que acudir a una misión con uno de los Guerreros Esmeralda voluntarios. Antes de empezar a trabajar por su cuenta.

Aquella vez tendrían que acabar con un buscador de vampiros en la Tierra. No era tan peligroso como los Verdugos, pero Cristal estaba igual de nerviosa. Nevaba, el frío le calaba los huesos. Los copos de nieve se estaban acomodando en la coleta que se había hecho, y tuvo que ponerse un gorro para hacer frente al frío y para que no se le congelara el pelo.

Su compañero parecía tranquilo comparado con ella. Estaban a las afueras de un callejón, a las puertas de una taberna. Encima del uniforme llevaban unos abrigos para ocultarlo y para protegerse a sí mismos del frío. Parecían dos lugareños más, nada en su apariencia delataba que fueran vampiros. Cristal se había puesto hacía un rato una bufanda que le tapaba la mitad de la cara, y ya había comprobado que no le estorbaba a la hora de moverse.

―Atenta. ―Le dijo. ―Tiene que estar al llegar.

―Allí hay un vampiro. ―Susurró, dirigiendo la cabeza hacia una de las ventanas por las que se veía el interior del bar. ―Acaba de entrar.

―Bien, te has dado cuenta. Eso quiere decir...

―Que el buscador también estará cerca.

―Bien, ya sabes cómo va esto. ―Esperó unos segundos y volvió a hablar más alterado. ―Eh, mira ahí.

―¿Es ese? Mira hacia todos los lados, y parece que lleva algo bajo el abrigo.

―Tal vez una pistola, o una espada. Quién sabe, pero seguro que es él. Esperemos a que se quite el sombrero y se le vea la cara... si es él...

Esperaron pacientemente fuera de la taberna, y cuando le dio el abrigo a uno de los camareros y se quitó el sombrero, confirmaron que se trataba de él. Tenían una foto, y no cabía duda de que era el buscador al que debían asesinar.

―Te lo dejo a ti. Los veteranos tienen un especial olfato para descubrir vampiros, pero mientras no le des ninguna pista sobre tu naturaleza... no corres peligro. ¿Ya sabes lo que tienes que hacer?

―Sí. ―Asintió Cristal, contenta de pasar a la acción. ―Espérame en el callejón tras la taberna.

El cazador de vampiros se sentó al lado de su presa, que seguramente no sospechaba que estaba hablando con su asesino. Cristal entró en el bar, se arregló su abrigo y se quitó el gorro, pero se lo guardó para poder tenerlo a mano cuando quisiera salir.

Se sentó en la barra y pidió algo para poder disimular, pero apenas bebió; no quería distraerse. El vampiro, ignorante, hablaba y hablaba con el asesino sin saber que la información que le estaba dando podría servir para matarlo. Al parecer, el buscador iba a conducir al vampiro hasta el callejón y allí iba a darle muerte. Era extraño porque ese era el trabajo de los Verdugos, pero no tenían tiempo para hacerse preguntas, tenían que matarlo y punto.

El vampiro, inocente, siguió a su asesino hasta la puerta de la salida, y Cristal, discreta, pagó su cuenta y se marchó tras ellos. Al cerrar la puerta y doblar la esquina se llevó una sorpresa; ya estaban combatiendo. Eran su compañero y lo que parecía ser un Verdugo, así sí que encajaban las cosas. El buscador debía conducir a su presa hasta el Verdugo, lo raro era que no se hubiesen dado cuenta hasta entonces. El vampiro logró escaparse del buscador pero, mientras doblaba la esquina, Cristal lo retuvo del brazo.

―Eh, somos Guerreros Esmeralda, escúchame bien, espera aquí, si las cosas se ponen feas, escapa. Pero no te vayas hasta el último momento, necesitamos saber todo lo que le has dicho al buscador.

―¿Al buscador? ―Estaba asustado, nervioso.

―El hombre con el que hablabas era un buscador, y su acompañante, un Verdugo. Espera aquí, ¿quieres? Tengo que ayudar a mi compañero.

Se metió la mano por dentro del abrigo y desenvainó la espada. Arremetió contra el buscador, que iba armado, pero no tuvo tiempo de desenfundar su arma. Cristal le arrebató la vida de una sola estocada y corrió a deshacerse del Verdugo, que luchaba contra el otro Guerrero Esmeralda.

Entre los dos no les resultó demasiado difícil librarse de él. Pero, cuando quisieron darse cuenta, más asesinos acudían al lugar. Se escondieron entre unas cajas para analizar con calma la situación, enseguida se dieron cuenta de que tan solo eran tres.

―Se están acercando, tendremos que luchar nos guste o no. Pero podemos atacar primero y cogerles por sorpresa. ―Le dijo su compañero.

―Bien, entonces salgamos.

―Espera, ¿crees que podrás encargarte de dos a la vez? Uno de ellos es uno de los Verdugos más peligrosos de la organización de cazadores, no creo que podamos vencerle, por eso lo único que puedo intentar es distraerle.

―¿Cuál de ellos es?

―¿No es evidente? El del traje negro y el pañuelo rojo. ―Todos los asesinos llevaban pañuelos para cubrir sus rostros. Pero el suyo era de un color diferente, no negro, sino rojo.

―Su ropa se parece mucho a... ―Empezó Cristal, pero no le dejó terminar.

―A nuestro uniforme, lo hace a propósito, es una especie de burla. ―Le dijo él, con rabia.

―Está bien, yo me encargaré de los otros dos.

Sin pensarlo demasiado, salió de su escondite y se pegó a la pared. Cuando los tres pasaron por delante de ella sin percatarse de su presencia, su compañero atacó de frente, al primero de ellos, al más peligroso. Ella aprovechó y atacó por la espalda a los dos últimos, a quienes pilló desprevenidos.

Ya habían desenvainado sus espadas, y les dio tiempo a defenderse, por lo que, siendo dos, tenían ventaja. Empezó peleando con fuerza, como ella sabía, como Andrea le había enseñado; anticipándose a los ataques de sus adversarios, llevando el control de la pelea, marcando el ritmo. Así le era relativamente fácil averiguar con qué movimientos atacarían, y siempre estaba preparada para defenderse y contraatacar con otros que sus oponentes no esperaran.

Pero no fue fácil. Ellos eran profesionales, estaban preparados para hacer frente a gente como ella, para saber defenderse y para matarla a sangre fría.

En uno de los movimientos dio un fuerte golpe para desarmar a su adversario y sintió un fuerte tirón en su hombro derecho. Sin duda, lo estaba forzando mucho. Aunque había estado entrenando a diario, trabajando especialmente las zonas de su cuerpo que habían resultado malheridas en la prueba, para ponerlas a punto de nuevo, aquello había sido demasiado.

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