Cristal

Cristal


35. Presentimiento

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Pensé en informar a Cheo de la situación de aquel campamento rebelde, pero si lo hacía no podría volver yo sola a divertirme. Tenía curiosidad y quería estudiar las reacciones de Angelo. No sé por qué. Tal vez porque el recordar a Cristal le creaba una gran confusión, pero el caso era que no quería que aquello terminara tan pronto.

Ya me encontraba a las afueras del campamento, observando desde lo alto de las ramas de un árbol cómo se movilizaban los renegados. Como sospeché, lo primero que hizo Angelo fue dar la voz de alarma, y poco después los centinelas que vigilaban la frontera con los límites del bosque habían sido sustituidos.

Para cuando avisase a Cheo, podrían haberse marchado ya. Tal vez perdería una gran batalla por mi culpa, pero no me importaba. Era la primera vez que incumplía órdenes. Llevaba ya demasiados años combatiendo por una causa que no era la mía, me merecía una pequeña compensación...

A esas alturas, no podría entrar en ningún sitio sin ser reconocida al instante, de una u otra forma, cualquiera podría reconocerme. Pero yo necesitaba entrar en ese campamento sin que nadie supiera mi nombre, mi identidad. Necesitaba un cambio de imagen rápido, aunque cambiar mi indumentaria y mi peinado no serviría... Enviar a otra persona en mi lugar no sería igual de divertido... Por lo que lo único que me quedaba era entrar yo misma, en persona, sin ocultarme.

Mientras pensaba, vi algo que desbarató mis planes: tres jóvenes a caballo escapaban de allí al galope. Dos de ellos eran Angelo y Luca, al otro no lo conocía. Aquel día les perdí la pista, y tuve que volver con Cheo, para informarle de mis progresos, sobre los que mentí, diciendo que no había habido ninguno. Pero para cuando llegué al palacio me llevé una sorpresa.

―¿Estuviste en la ciudad de la luz? ―Me preguntó, mientras yo seguía arrodillada frente a ella.

―Así es.

―¿Y no viste nada? ―Me interrogó ella.

―No, mi señora. Interrogué a los lugareños, eso es todo, nada relevante para la misión que me fue encomendada.

―Seis de mis hombres interceptaron a un rebelde allí, a un antiguo protector. Iba al encuentro de tres compañeros más, pero ellos lograron escapar. ―Terminó ella. Y yo esperé, no sabía qué responder a aquello. ―Encárgate del seguimiento de su investigación.

―¿Qué investigación? ―Me atreví a preguntar, levantando la cabeza. ―¿Desde cuándo hace prisioneros?

―Desde que estamos tan cerca de encontrar al líder de los rebeldes. Llevamos años matándolos, y hemos averiguado que eso no funciona. Pero ahora son menos, son débiles, están asustados, y podemos permitirnos el lujo de atrapar renegados con vida para interrogarlos después. Además, ― añadió ― este, en especial, es un prisionero interesante; no habla. Encárgate pues de interrogarlo, puedes torturarlo si quieres para hacerlo hablar.

Asentí, me levanté y abandoné la sala con una reverencia. El carcelero tenía la minúscula esperanza de que le dejaría hacer su trabajo, pero en cuanto le pedí las llaves y le dije que me dejara sola, obedeció.

Cuando bajé a los sótanos y busqué al prisionero, supe que aquel suceso sería realmente interesante. Se encontraba en la única celda habitada, sentado en una esquina de la estancia. Había poca luz, tan solo la que entraba por una pequeña ventana situada en la parte superior de la pared, adornada por seis barrotes. Aun así pude ver su cara.

Andrea.

Sentí una especie de escalofrío. Hacía casi cien años que no lo veía. Pero abrí la puerta y entré sin vacilar. Sabía que él podría hacer frente a mi poder mental, y que probablemente me superara en fuerza. Pero estaba cansado, desarmado... en definitiva, en desventaja.

Al principio no se dio cuenta de quién era yo pero, cuando levantó la cabeza, su expresión me confesó que me había reconocido.

―Ella no sabe quién soy, ¿verdad? ―Preguntó.

―¿Quién? ―Me extrañé yo.

―Tu emperatriz. ―Esperé a que siguiera hablando, no le encontraba sentido a la pregunta. ―Si lo supiera, no te habría enviado a ti.

Curvé los labios, Andrea tenía razón. Durante aquel tiempo Cheo se había preocupado mucho porque no me encontrara con los amigos de la antigua Cristal, y en los últimos meses me había encontrado con tres de ellos, quizá porque estaba descuidando el asunto.

―No... Puede que no lo sepa. Pero eso no importa, ya sabes a qué he venido. Dime, ¿Dónde está vuestra base? ¿Quiénes controlan la operación? Dime esas dos cosas y te dejaré en paz.

―¿Necesitas que te lo diga yo? Eso ya lo sabes.

―Si lo supiera, no te lo preguntaría. ―Insistí yo.

Andrea miró hacia otro lado, y esbozó una media sonrisa.

―Angelo te vio en el campamento. Habló contigo. ¿Por qué preguntas dónde está si tú misma estuviste allí?

―Entonces no hay nada más de qué hablar. ―Murmuré tranquila, y di media vuelta para salir de allí.

No quería que Cheo conociera el paradero del campamento, no por el momento. Y como era eso lo que quería saber, fue lo que le pregunté a Andrea, aunque no había imaginado que él ya supiera que yo lo sabía. Tenía una extraña sensación, sentía que había otro motivo que el de divertirme para ocultar el paradero de los renegados, pero desconocía cuál. Además, tarde o temprano los rebeldes se acabarían mudando y, probablemente, para cuando regresara a divertirme, no habría nadie allí.

Antes de volver ante la emperatriz di un par de vueltas por los alrededores. Si me presentaba tan pronto ante ella, pensaría que no me había esforzado al máximo para sacarle información. Cuando consideré que ya era hora, volví ante ella, y le dije que no había conseguido hacerle hablar. Por supuesto, no mencioné que aquel era una de las personas más queridas por la antigua Cristal.

Aquella noche, mientras dormía con Belcebú a mi lado, me desperté sospechando que algo iba mal. Mi intuición pocas veces fallaba, percibía algo diferente en el ambiente, algo había cambiado.

Sentí el frío suelo bajo las plantas de mis pies al levantarme. Belcebú ronroneó en sueños. Avancé hasta la ventana y corrí las cortinas. Entrecerré los ojos. A unos metros del palacio, ya dentro del recinto, se movían lo que parecían ser las llamas de unas antorchas. Pero alguien debía estar sujetándolas. Cruzada la puerta que protegía al palacio, las luces fueron apagándose, una a una.

Entonces no me cupo duda, se trataba de gente. Busqué su presencia con mi mente. Eran varias decenas, y sabía que no sería capaz de controlarlos a todos a la vez. Abrí la puerta de mi cuarto con fuerza y grité que nos atacaban, una y otra vez, hasta que las luces del palacio fueron encendiéndose y los guardias bajaron al piso inferior para preparar las defensas.

Cogí mi traje y me vestí lo más rápido que pude, me armé y encerré a Belcebú en la habitación para que no se escapara en medio de aquel caos. Bajé a la planta baja, dispuesta para la lucha.

Cuando las puertas se abrieron para dejar salir a la guardia, pude ver que no eran más de un centenar. ¿Creían que así lograrían franquear nuestros muros? Los soldados de Cheo no tardaron en salir a hacerles frente, sin duda tenían todas las de ganar. Pero había algo que no me terminaba de cuadrar. Por lo general, los rebeldes no salían atacar de una forma tan temeraria, era algo demasiado arriesgado. Le pedí al encargado de las tropas de defensa que no enviara a todos sus hombres a combatir, por si acaso, y salí por una de las entradas secundarias del castillo. Tenía un presentimiento.

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