Criminal

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Capítulo veintiocho

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Suzanna Ford

En la actualidad

Supo qué era ese ruido. Los ascensores subiendo y bajando. Oyó el viento silbar como un tren —arriba y abajo, abajo y arriba— mientras la doctora cortaba los hilos con unas tijeras de oficina.

—Se pondrá bien —dijo la mujer.

Ella estaba al mando. Había sido la primera en llegar al lado de Suzanna, y la única que no se había asustado de lo que vio. Los demás se quedaron atrás. Se podían escuchar sus respiraciones como el vapor que desprende un hierro. Luego la doctora le dijo a uno de ellos que llamara a una ambulancia; a otro, que trajera una botella de agua; a otro, que buscase una manta; y a otro, que trajese unas tijeras. Todos obedecieron con tanta diligencia que Suzanna sintió su presencia mucho después de que dejara de oír sus pasos en el suelo.

—Estás a salvo —dijo la doctora.

Puso la mano en la cabeza de Suzanna. Era una mujer guapa. Sus ojos verdes fueron lo primero que vio. Le miraron por debajo de la hoja de las tijeras mientras le cortaba los puntos con sumo cuidado. Ella le había tapado los ojos con la mano, para que la luz no la cegase. Tenía un tacto tan delicado que apenas notó el metal rozarle la piel cuando le separaba los labios.

—Mírame. Te vas a poner bien —dijo la mujer. Hablaba con tono firme, pues estaba convencida de que la creería.

Entonces vio al hombre. Enorme. Merodeando. Parecía distinto, más joven, pero era el mismo, el mismo monstruo.

Suzanna empezó a gritar. Abrió la boca. La garganta le dolía, los pulmones le estallaban. Gritó con todas sus fuerzas. El ruido parecía no cesar. Continuó haciéndolo incluso después de que el hombre se hubo marchado. Gritó por encima de la voz tranquilizadora de la doctora, incluso cuando llegaron los sanitarios; no dejó de hacerlo hasta que Sara le clavó una aguja y la droga le corrió por todo el cuerpo.

Un alivio inmediato.

Su cerebro se sosegó. Su corazón se ralentizó. De nuevo podía respirar, saborear, ver. Sintió cada parte de su cuerpo: sus manos, sus dedos, los dedos de sus pies, todo empezó a hormiguearle por la prisa.

Liberación. Salvación. Olvido.

Zanna estaba enamorada de nuevo.

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