Criminal

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Capítulo uno

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Lucy apartó la mano, rasgándose la piel como si fuese un guante. Corrió tan rápido como pudo, los pies golpeando contra el asfalto, balanceando los brazos. Una manzana, dos. Abrió la boca, jadeando con tanta fuerza que notaba un dolor punzante en el pecho. Tenía las costillas rotas, la nariz fracturada, los dientes hechos añicos. El dinero en la mano. Quinientos dólares. Una habitación de hotel. Un billete de autobús. Toda la heroína que quisiera. Era libre. Por fin era libre.

Hasta que su cabeza retrocedió. Su cuero cabelludo parecía los dientes de una cremallera abriéndose, mientras notaba que le arrancaban de raíz los mechones de pelo. No se detuvo de inmediato. Vio cómo sus piernas se levantaban por delante, sus pies llegaban a la altura de su mentón y luego caía de espaldas contra el suelo.

—No te resistas —repitió el hombre echándose sobre ella, aferrándole el cuello con las manos.

Lucy le arañó los dedos, pero él apretaba, implacable. La sangre le brotaba del cuero cabelludo y le caía en los ojos, en la nariz, en la boca.

No podía gritar. Sin poder ver nada, intentó clavarle las uñas en los ojos. Palpó su mejilla, su piel áspera, pero luego dejó caer las manos porque ya no podía levantar los brazos por más tiempo. Su respiración se aceleró mientras su cuerpo daba espasmos. Noto la tibia orina correrle por la pierna. Podía sentir su excitación, a pesar de que una sensación de impotencia se iba apoderando de ella. ¿Por quién estaba luchando? ¿A quién le importaría que estuviese viva o muerta? Puede que Henry se entristeciera cuando lo supiese, pero sus padres, sus viejos amigos, incluso la señora Henderson se sentirían aliviados.

Finalmente, llegó lo inevitable.

Notó que la lengua se le hinchaba, que su visión se volvía borrosa. Era inútil. Sus pulmones ya no tenían aire. No le llegaba oxígeno al cerebro. Notó que empezaba a rendirse, que sus músculos se relajaban. La nuca golpeó contra la acera. Miró hacia arriba. El cielo era de un oscuro intenso, las estrellas eran tan pequeñas que apenas podía distinguirlas. El hombre la miró fijamente, con la misma mirada de preocupación en los ojos.

Solo que ahora estaba sonriendo.

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