Creatividad, S.A.
Primera parte: El inicio » 2. Ha nacido Pixar
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«No muy bien», le confesé. Seguíamos esperando encontrar un inversor externo, pero estábamos casi sin opciones. Fue entonces cuando Steve sacó la idea de reanudar las conversaciones. «Quizá se nos ocurra algo», dijo.
Mientras hablábamos nos encontramos con Bill Joy, uno de los fundadores de Sun Computer. Bill, al igual que Steve, era un hombre extraordinariamente brillante, competitivo y con gran capacidad de expresión, y una persona obstinada. No recuerdo de qué hablaron mientras estábamos allí, pero nunca olvidaré la forma en que lo hicieron: nariz contra nariz, con los brazos a la espalda, balanceándose hacia los lados —perfectamente sincronizados— y por completo ajenos a lo que ocurría en derredor. Siguieron así durante un rato, hasta que Steve tuvo que dejarlo para ir a encontrarse con alguien.
En cuanto se hubo ido, Bill se volvió hacia mí y comentó: «Qué tipo tan arrogante».
Cuando Steve regresó más tarde a nuestro estand, se dirigió a mí y dijo de Bill: «Qué tipo tan arrogante». Recuerdo que me impactó ese choque de gigantes. Me divirtió el hecho de que cada uno pudiese ver el ego del otro pero no el propio.
Pasaron unos cuantos meses más, pero al tercer día de enero de 1986 Steve dijo estar preparado para llegar a un acuerdo y sacó de inmediato la cuestión que más nos había preocupado: su insistencia anterior en controlar y dirigir la empresa. Estaba dispuesto a echarse atrás en ese aspecto, dijo, y no solo eso sino que estaba abierto a permitirnos explorar la posibilidad de negocio en la fusión de los ordenadores con los gráficos. Al terminar la reunión Alvy y yo nos sentíamos receptivos a su propuesta, y a sus intenciones. La única incógnita era cómo sería en tanto que socio. Éramos muy conscientes de su fama de persona difícil. Solo el tiempo podía decir si iba a responder a su fama o no.
En algún momento de este período me reuní con Steve y le pregunté discretamente cómo se solventaban las cuestiones cuando la gente no estaba de acuerdo con él. No pareció caer en la cuenta de que en realidad le estaba preguntando cómo se resolverían las cosas si trabajábamos juntos y yo no estaba de acuerdo con él, pues me dio una respuesta más general.
Dijo: «Cuando no comparto el mismo punto de vista con alguien, me limito a tomarme tiempo para explicarlo mejor, de manera que lo entienda correctamente».
Cuando se lo conté más tarde a mis colegas de Lucasfilm se echaron a reír. Nerviosamente. Recuerdo a uno de los abogados de Steve diciéndonos que si su cliente nos compraba, lo mejor sería estar preparados para «montarnos en la montaña rusa de Steve Jobs». Dado lo serio de nuestros aprietos, ese era un viaje que Alvy y yo estábamos dispuestos a emprender.
El proceso de adquisición fue complicado debido al hecho de que los negociadores de Lucasfilm no eran buenos. El director financiero, por ejemplo, subestimó a Steve dando por supuesto que se trataba de otro chico rico que no sabía de lo que hablaba. Me dijo que la forma de establecer su autoridad en la sala de reunión consistía en llegar el último. Según él, de esa forma quedaba claro quién era «el jugador más fuerte», es decir, el único que podía permitirse hacer esperar a los demás.
Con ello dejó claro de una vez por todas que nunca había conocido a nadie como Steve Jobs.
La mañana de la gran negociación todos, salvo el director financiero, llegamos puntualmente: Steve y su abogado; Alvy, yo y nuestro abogado; el abogado de Lucasfilm y un banquero de inversiones. A las diez en punto Steve miró en derredor y al echar en falta al director financiero dio comienzo a la reunión sin él. Con un único movimiento no solo había contrarrestado el intento del director de situarse en lo alto de la jerarquía, sino que se había apoderado del control de la reunión. Este tipo de juego estratégico y agresivo es lo que definiría la conducta de Steve con Pixar en los años venideros: una vez que unimos fuerzas pasó a ser nuestro protector, tan temible a nuestro favor como en el suyo. Al final Steve pagó cinco millones de dólares para liberar a Pixar de Lucasfilm, y a continuación, tras la venta, puso otros cinco millones para capitalizar la empresa, con el 70 por ciento de las acciones para Steve y el 30 por ciento para los empleados.
La sesión final tuvo lugar la mañana de un lunes de febrero de 1986 y el ánimo en la sala era decididamente silencioso debido a que todos habíamos quedado agotados con las negociaciones. Cuando firmamos, Steve nos llevó a Alvy y a mí a un lado, nos rodeó con sus brazos y dijo: «Pase lo que pase debemos ser leales entre nosotros». Lo tomé como una expresión de sus todavía heridos sentimientos a causa de su expulsión de Apple, pero no lo olvidé nunca. La gestación fue difícil, pero había nacido una pequeña y luchadora empresa llamada Pixar.