Crash

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Agradecimientos

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AGRADECIMIENTOS

Este libro ha sido escrito con urgencia y estoy profundamente agradecido a todos aquellos que lo han hecho posible. Trabajar con Sarah Chalfant y la Wylie Agency ha sido tan fácil como siempre. Mis editores Simon Winder y Wendy Wolf colaboraron con entusiasmo en el proyecto. Melanie Tortoroli me dio valiosos consejos sobre las primeras versiones. Su trabajo y el del equipo de producción de Viking y Penguin es lo que ha permitido llevar a término este libro.

Para dar forma al manuscrito confié en la cuidadosa atención editorial de Nick Monaco, Kevin James Schilling y Ella Plaut Taranto.

El proyecto se plasmó en un curso universitario impartido en Yale y Columbia, en el que figuraban mis compañeros Ted Fertik, Gabe Winnant, Nick Mulder, Madeline Woker, David Lerer y Noelle Tutur. Les estoy enormemente agradecido a todos ellos.

Además, Ted Fertik, Grey Anderson, Stefan Eich, Anusar Farooqui, Nick Mulder, Hans Knundani y Nicholas Monaco leyeron y comentaron el manuscrito desde una etapa temprana. Wolfgang Proissel, Barnaby Raine y Dana Conley añadieron sus comentarios a capítulos concretos. Estos amigos e interlocutores saben individual y colectivamente lo mucho que les debo.

Las partes que escribí en colaboración con Stefan Eich y Danilo Scholz contribuyeron a pulir el argumento.

En relación con el libro, me beneficié enormemente de las conversaciones con una serie de colegas, testigos y participantes del drama aquí descrito.

Como parte de la investigación tuve el privilegio de entrevistar a Mario Monti, Giuliano Amato, Timothy Geithner y Giulio Tremonti. Les agradezco profundamente el tiempo que me dedicaron para nuestras conversaciones.

Gracias a mi cargo como director del Instituto Europeo de Columbia he tenido la suerte de debatir los argumentos con Frans Timmermans, Pierre Moscovici, Pierre Vimont, Marco Buti y Moreno Bertoldi.

François Carrel-Billiard es mi indispensable colaborador en el instituto. Es un privilegio trabajar con él.

Nathan Sheets y Patricia Mosser, veteranos de la Fed, me concedieron generosamente su tiempo.

Erik Berglof me ayudó a analizar la crisis en Europa del Este.

Una cena con Mervyn King organizada por Peter Garber resultó ser muy esclarecedora.

Perry Mehrling, Brad Setser, Mike Pyle, Clara Mattei, Martin Sandbu, Nicolas Véron, Cornel Ban, Gabriella Gabor, Shahin Vallée y Eric Monnet hicieron aportaciones inestimables.

Como de costumbre, mis viejos amigos David Edgerton y Chris Clark fueron una indispensable fuente de primeras impresiones.

He tenido la suerte de poner a prueba los argumentos de este libro en talleres, conferencias y seminarios celebrados en Berlín por cortesía del Hamburger Stiftung für Sozialgeschichte, en el Heidelberg Center for American Studies, la American Academy de Berlín, la Universidad Brown, Stanford, el Instituto Eisenberg de la Universidad de Míchigan, el Instituto Universitario Europeo, la NYU en Florencia, la New School, UCLA, la conferencia MaxPo, el Instituto Histórico Alemán de París, el seminario del FPLH en Londres, como parte del proyecto sobre la deuda pública de Science Po y el seminario de la NYU en Kandersteg. Doy las gracias a mis anfitriones y a los demás participantes en todos estos actos.

En una conferencia en memoria de Francesca Carnevali celebrada en Birmingham se pudo escuchar una versión de la tesis sobre los bancos europeos.

Participar en un seminario del Siemens Stiftung moderado por Knut Borchardt y al que asistió Jürgen Habermas fue un gran honor.

Fuera del mundo académico, he tenido la extraordinaria suerte de encontrarme con gente brillante y muy informada en Twitter y Facebook, que ha cambiado mi manera de entender cómo se puede desarrollar un debate intenso en tiempo real en el siglo XXI.

Este proyecto supone una doble desviación en la trayectoria de mi trabajo. He avanzado en el tiempo para adentrarme en el campo de la historia contemporánea. Al mismo tiempo, he retrocedido para reencontrarme con un interés juvenil por la economía. Este doble desplazamiento me ha recordado la deuda que tengo con dos profesores.

Alan Milward, mi director de tesis, fue un hombre brillante pero difícil. Habida cuenta de mi carácter personal, la colaboración con él fue de alto riesgo. Pero sobreviví y Alan sigue siendo una figura eminente en el campo de la historia europea moderna. No sé si habría estado de acuerdo con mi opinión sobre la crisis de la zona euro, pero siento su presencia.

Wynne Godley fue un mentor y profesor muy diferente. Espontáneamente afectuoso y generoso, me acogió bajo su ala en mis primeros años en el King’s College y me introdujo, junto a un grupo de mis contemporáneos, en lo que por entonces era una rama de la economía muy idiosincrática. Fue un ejemplo de cordialidad y vitalidad intelectual. Y confirmó las dudas que se habían estado gestando en mí sobre el modelo IS-LM, que fue mi primer gran amor en la economía. Wynne me mostró la importancia de mirar «más allá de los flujos» y de insistir en la coherencia entre flujos y fondos de los modelos macroeconómicos. Dudo que este libro, escrito casi treinta años después, hubiera sido lo mismo sin su temprana influencia.

La escritura de un libro es una tarea emocional, intelectual y física. Es un trabajo que realizo en casa y allí se lo debo todo a mi pareja Dana Conley, cuyo amor y apoyo estimularon y sostuvieron este proyecto desde el principio hasta el final. Tener una compañera tan comprometida, profundamente inteligente, valiente, vivaz y afectuosa, tan abierta a mí y a mi mundo, es una bendición que no se puede expresar con palabras.

El cachorro Ruby, un maravilloso regalo de Dana, añadió alegría, calidez, paseos e innumerables distracciones.

Mi hija, Edie, ha convulsionado las conversaciones en la mesa con una explosión de radicalismo político e ideas incisivas. Cuando la actualidad me ofuscaba la mente, me ofrecía su precoz sabiduría. Su compromiso con el mundo, enérgico pero bien fundado, es una fuente de inspiración y de aliento.

No cabe duda de que estas tres fuerzas son fundamentales para mi estabilidad emocional actual. El hecho de que este libro nos haya acercado en lugar de distanciarnos y nos haya dado temas de los que hablar es mi mayor satisfacción personal.

El hecho de que pueda decir todo esto se debe en gran medida a los sabios consejos de un excelente psicoanalista. Su nombre permanecerá en el anonimato, pero todo el mundo debería ser tan afortunado.

Como me dijo Nicolas Véron una tarde en Washington Square Park, dar sentido a lo que ha sucedido desde 2008 es una labor colectiva. Como historiador, ha sido un privilegio extraordinario formar parte de ese colectivo. Espero que este libro sirva para corresponder de algún modo la buena acogida que he tenido.

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