Cosmos

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V. Blues para un planeta rojo

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Para examinar esta cuestión, hace muchos años, mis colegas y yo preparamos cámaras que simulaban el ambiente marciano entonces conocido, lo inoculamos con microorganismos terrestres y esperamos a ver si alguno sobrevivía. Estas cámaras se han llamado, como era de esperar, botes marcianos. Los botes marcianos hacían oscilar la temperatura según una típica escala marciana desde un punto algo superior al de congelación hacia el mediodía, hasta unos -80° C poco antes del amanecer, dentro de una atmósfera anóxica compuesta principalmente de CO2 y N2. Unas lámparas ultravioletas reproducían el violento flujo solar. No había agua líquida excepto en películas muy finas que humedecían los granos de arena individualmente. Algunos microbios murieron por congelación después de la primera noche y nunca más volvieron a dar señales de vida. Otros dieron unas boqueadas y acabaron pereciendo por falta de oxígeno. Otros murieron de sed, y algunos quedaron fritos por la luz ultravioleta. Pero siempre quedó un número bastante elevado de variedades de microbios terrestres que no necesitan oxígeno; microbios que cerraron temporalmente el negocio cuando las temperaturas descendieron demasiado; que se ocultaron de la luz ultravioleta bajo los guijarros o bajo finas capas de arena. En otros experimentos cuando se dispuso de pequeñas cantidades de agua líquida, los microbios llegaron incluso a prosperar. Si los microbios terrestres pueden sobrevivir en el ambiente marciano, mucho mejor podrán hacerlo en Marte los microbios marcianos, si es que existen. Pero primero tenemos que llegar allí.

La Unión Soviética mantiene un activo programa de exploración planetario con naves no tripuladas. Cada uno o dos años las posiciones relativas de los planetas y la física de Kepler y de Newton permiten el lanzamiento de una nave espacial a Marte o a Venus, con un mínimo gasto de energía. Desde principios de los sesenta la URSS ha perdido muy pocas de estas oportunidades. La insistencia soviética y los logros de su ingeniería han acabado dando generosos resultados. Cinco naves espaciales soviéticas —

Venera 8 a

12— han aterrizado en Venus y han conseguido enviar datos desde su superficie, una hazaña no despreciable en una atmósfera planetaria tan caliente, densa y corrosiva. Sin embargo, y a pesar de muchas tentativas, la Unión Soviética no ha conseguido aterrizar en Marte; un lugar que, al menos a primera vista, parece más acogedor, con temperaturas frías, una atmósfera mucho más ligera y gases más benignos; con casquetes polares de hielo, claros cielos rosados, grandes dunas de arena, antiguos lechos de ríos, un vasto valle de dislocación; lava hermosa, y volcánica, al menos conocida por nosotros, del sistema solar, y suaves atardeceres de verano en el ecuador. Es un mundo mucho más parecido a la Tierra que Venus.

En 1971, la nave soviética

Mars 3 penetró en la atmósfera marciana. Según la información transmitida por radio automáticamente, la nave desplegó con éxito sus sistemas de aterrizaje durante la entrada, orientó correctamente hacia abajo su escudo de ablación, desplegó completamente su gran paracaídas y encendió sus retrocohetes cerca del final de su camino de descenso. Según los datos enviados por el

Mars 3, debió de haber aterrizado con éxito en el planeta rojo. Pero la nave espacial, después de aterrizar, envió a la Tierra un fragmento de veinte segundos de una imagen televisiva en blanco, y luego falló misteriosamente. En 1973 tuvo lugar una serie de sucesos muy similares con el vehículo de aterrizaje del Mars 6. En ese caso el fallo ocurrió un segundo después de aterrizar. ¿Qué falló?

La primera ilustración que pude ver del

Mars 3 fue un sello soviético (valor, 16 kopecs), en el que aparecía dibujada la nave espacial descendiendo a través de una humareda purpúrea. Pienso que el artista intentaba ilustrar polvo y vientos intensos:

Mars 3 entró en la atmósfera durante una enorme tormenta de arena de ámbito global. Tenemos pruebas procedentes de la misión americana

Mariner 9 de que en aquella tormenta hubo vientos, cerca de la superficie, de más de 140 metros por segundo: velocidad superior a la mitad de la del sonido en Marte. Tanto nuestros colegas soviéticos como nosotros consideramos probable que esos vientos intensos pillaran a la nave espacial

Mars 3 con el paracaídas desplegado, de modo que aterrizó suavemente en dirección vertical pero con una velocidad desbocada en la dirección horizontal. Una nave espacial que desciende colgada de los tirantes de un gran paracaídas es particularmente vulnerable a los vientos horizontales. Es posible que, después de aterrizar, el

Mars 3 diera unos cuantos botes, golpeara una roca u otra muestra cualquiera del relieve marciano, volcara, perdiera el contacto por radio con el bus que lo había transportado y fallara.

Pero ¿por qué entró el

Mars 3 en medio de una gran tormenta de arena? La misión del

Mars 3 fue organizada rígidamente antes de despegar. Cada paso que tenía que dar se registró, antes de partir de la Tierra, en la computadora de a bordo. No había manera de cambiar el programa de la computadora, aún después de darse cuenta de la magnitud de la gran tormenta de arena de 1971. Puede decirse en la jerga de la exploración espacial, que la misión del

Mars 3 era preprogramada, no adaptativa. El fallo del Mars 6 es más misterioso. No había tormenta de ámbito planetario cuando esta nave espacial entró en la atmósfera marciana, y no hay razón alguna para sospechar la existencia de una tormenta local, como a veces ocurre, en el punto de aterrizaje. Quizás se produjo un fallo de ingeniería en el momento justo de tocar la superficie. O quizás hay algo especialmente peligroso en relación con la superficie de Marte.

La combinación de éxitos soviéticos en los aterrizajes de Venus y de fallos soviéticos en los aterrizases de Marte, nos causó, como es lógico, una cierta preocupación al preparar la misión norteamericana

Viking, que había sido fechada de modo informal, para que depositara suavemente una de sus dos naves sobre la superficie de Marte, coincidiendo con el bicentenario de los EE. UU., el 4 de julio de 1976. La maniobra de aterrizaje del

Viking comprendía, como la de sus predecesores soviéticos, un escudo de ablación, un paracaídas y retrocohetes. La atmósfera marciana tiene una densidad de sólo un l% de la atmósfera terrestre, y por ello se desplegó un paracaídas muy grande, de dieciocho metros de diámetro, para frenar la nave espacial cuando entrara en el aire enrarecido de Marte. La atmósfera es tan poco densa que si el

Viking hubiera aterrizado a gran altura no hubiera habido atmósfera suficiente para frenar adecuadamente su descenso y se hubiera estrellado. Por lo tanto una de las condiciones era que el punto de aterrizaje estuviera en una región baja. Los resultados enviados por el

Mariner 9 y los estudios de radar desde la Tierra nos habían hecho conocer muchas zonas de este tipo.

El gran Valle del Mariner, Vallis Marineris. Descubierto por el

Mariner 9 en 1971-1972, tiene 5000 kilómetros de longitud y aproximadamente 100 kilómetros de ancho. Se ven valles afluentes causados posiblemente por corrientes de agua y rayas dibujadas por el viento, relacionadas con cráteres de impacto. (NASA).

A fin de evitar el destino probable de

Mars 3, quisimos que el

Viking aterrizara en un lugar y en un momento de vientos débiles. Los vientos que harían estrellarse al vehículo de aterrizaje tendrían probablemente fuerza suficiente para alzar polvo de la superficie. Si pudiésemos controlar que el lugar de aterrizaje propuesto no estaba cubierto con arena flotante y movediza, tendríamos por lo menos una cierta garantía de que los vientos no eran intolerablemente intensos. Esta fue una de las razones para trasladar cada vehículo de aterrizaje

Viking con su vehículo orbital hasta la órbita de Marte, y allí retrasar el descenso hasta que el vehículo orbital hubo estudiado el lugar de aterrizaje. Habíamos descubierto con el

Mariner 9 que en épocas de vientos intensos se producen cambios característicos en los rasgos brillantes y oscuros de la superficie marciana. Si las fotografías orbitales de un determinado punto de aterrizaje para el

Viking hubieran mostrado tales estructuras movedizas, desde luego no lo habríamos considerado seguro. Pero nuestras garantías no podían ofrecer una seguridad del cien por cien. Podríamos imaginar, por ejemplo, un punto de aterrizaje donde los vientos fueran tan fuertes que se hubiesen llevado ya todo el polvo móvil. Entonces careceríamos de pistas sobre la posible presencia de vientos intensos en aquel punto. Las predicciones meteorológicas detalladas sobre Marte eran por supuesto mucho menos seguras que las de la Tierra. Uno de los muchos objetivos de la misión

Viking era precisamente proporcionar información sobre la meteorología de ambos planetas.

Imagen del

Mariner 9 (izquierda) y modelo computarizado (derecha) del monte Olimpo, Olympus Mons, la mayor masa volcánica identificada hasta la fecha de modo inequívoco en el sistema solar. Su área tiene aproximadamente el tamaño de Arizona y su altitud es casi tres veces la del monte Everest. Se formó en una época de gran actividad geológica en Marte hace unos mil millones de años. (NASA).

A causa de las limitaciones impuestas por las comunicaciones y por la temperatura, el

Viking no podía aterrizar en latitudes marcianas elevadas. A distancias hacia el polo superiores a unos 45 o 50° en ambos hemisferios, hubieran sido inoportunamente cortos tanto el útil de comunicación de la nave espacial con la Tierra como el tiempo durante el cual la nave espacial evitaría unas temperaturas peligrosamente bajas.

No deseábamos aterrizar en un lugar demasiado accidentado. La nave espacial podía volcar o estrellarse, o si no el brazo mecánico, al intentar obtener muestras del suelo marciano, podía quedar agarrotado o colgando y moviéndose inútilmente a un metro de la superficie. Tampoco queríamos aterrizar en lugares que estuvieran demasiado blandos. Si los tres pies de aterrizaje de la nave espacial se hubieran hundido profundamente en un suelo poco consistente, se habrían producido varias consecuencias indeseables, incluyendo la inmovilización del brazo de muestreo. Pero tampoco queríamos aterrizar en un lugar demasiado duro; si hubiésemos aterrizado en un campo de lava vítrea, por ejemplo, sin rastro de materia polvorienta en la superficie, el brazo mecánico no hubiese podido obtener las muestras vitales para los experimentos químicos y biológicos previstos.

Las mejores fotografías disponibles en aquel momento —tomadas desde el vehículo orbital

Mariner 9— mostraban rasgos no inferiores a 90 metros de diámetro. Las imágenes del vehículo orbital

Viking sólo mejoraban estas cifras ligeramente. Las rocas con un tamaño de un metro quedaban totalmente invisibles en estas fotografías, y podían haber provocado consecuencias desastrosas para el aterrizaje del

Viking. Asimismo un polvo fino y hondo podía resultar indetectable fotográficamente. Afortunadamente existía una técnica que nos capacitaba para determinar la aspereza o la blandura del lugar de aterrizaje propuesto: el radar. Un lugar muy accidentado dispersa el haz de radar procedente de la Tierra hacia sus lados y por lo tanto resulta escasamente reflector, es decir oscuro visto con el radar. Un lugar muy blando resulta escasamente reflector a causa de los muchos intersticios existentes entre cada grano de arena. No podíamos distinguir los lugares accidentados de los lugares blandos, pero no necesitábamos distinciones de este tipo para seleccionar el lugar de aterrizaje. Sabíamos que ambos terrenos eran peligrosos. Estudios preliminares de radar indicaban que de un cuarto a un tercio de la superficie de Marte podía ser oscura al radar, y por lo tanto peligrosa para el

Viking. Pero a través de radares instalados en la Tierra no se puede examinar la totalidad de Marte: sólo una franja comprendida aproximadamente entre los 25° N y los 25° S. El vehículo orbital

Viking no transportaba ningún sistema de radar para cartografiar la superficie.

Había muchas limitaciones, quizás demasiadas, nos temíamos. Nuestros puntos de aterrizaje no podían ser demasiado altos ni estar excesivamente expuestos al viento, ni ser demasiado duros, ni demasiado blandos, ni demasiado accidentados, ni demasiado próximos al polo. Resultaba notable que hubiese en todo Marte algunos lugares que satisfaciesen simultáneamente todos nuestros criterios de seguridad. Pero también quedaba claro que nuestra búsqueda de puertos seguros nos dirigía a aterrizar en lugares que eran en su mayor parte aburridos.

Neblina matutina y escarcha en el terreno profundamente erosionado de Noctis Labyrinthus, Laberinto de la Noche. Foto del vehículo orbital

Viking. (Cedida por la NASA).

Cuando cada una de las dos combinaciones vehículo orbital vehículo de aterrizaje del

Viking quedaba insertada en órbita marciana estaba destinada ya, de modo inalterable, a aterrizar en una cierta

latitud de Marte. Si el punto bajo de la órbita estaba a 21° de latitud norte marciana, el vehículo de aterrizaje descendería a 21° N, aunque bastaría esperar que el planeta girase debajo suyo para poder aterrizar en cualquier

longitud. De este modo los equipos científicos del

Viking seleccionaron latitudes en las cuales había más de un lugar prometedor. El objetivo fijado para el

Viking 1 fue 21° N. El punto primario de aterrizaje estaba en una región llamada Crise (en griego tierra del oro), cerca de la confluencia de cuatro sinuosos canales que se creen excavados en épocas previas de la historia marciana por corrientes de agua. Crise parecía satisfacer todos los criterios de seguridad. Pero las observaciones de radar habían estudiado zonas cercanas y no el mismo lugar de aterrizaje de Crise. A causa de la geometría de la Tierra y de Marte, hasta unas pocas semanas antes de la fecha nominal del aterrizaje no se realizaron las primeras observaciones de radar de Crise.

La latitud propuesta para el aterrizaje del

Viking 2 era 44° N; el primer punto, un lugar llamado Cidonia, fue elegido porque, según ciertos argumentos teóricos, había una probabilidad significativa de hallar allí pequeñas cantidades de agua líquida, al menos en alguna temporada del año marciano. Los experimentos biológicos del

Viking estaban muy orientados hacia organismos que se sienten cómodos en el agua líquida, y por ello algunos científicos afirmaban que la posibilidad de que el

Viking encontrara vida aumentaría sustancialmente en Cidonia. Por otro lado se decía que si había microorganismos en algún lugar de un planeta con vientos tan fuertes como los de Marte, estarían también en todas partes. Ambas posturas parecían justificadas y era difícil decidirse entre ellas. Pero lo que en definitiva estaba muy claro era que los 44° N eran totalmente inaccesibles a la comprobación por radar del punto de aterrizaje; teníamos que aceptar el importante riesgo de que el

Viking 2 fracasara si lo enviábamos a las altas latitudes septentrionales. Se decía en ocasiones que si el

Viking 1 descendía y funcionaba correctamente podríamos permitirnos un riesgo mayor con el

Viking 2. Me encontré a mí mismo dando recomendaciones muy cautelosas sobre el destino de una misión que había costado mil millones de dólares. Podía imaginar, por ejemplo, el fallo de un instrumento clave en Crise justamente después de un desafortunado y violento aterrizaje en Cidonia. Para mejorar las opciones del

Viking, se seleccionaron lugares de aterrizaje adicionales, muy diferentes geológicamente de Crise y de Cidonia, en la región comprobada por radar cerca de la latitud 4° S. Hasta prácticamente el último minuto no se tomó la decisión de que el

Viking descendiera en una latitud alta o baja, y el punto elegido finalmente, en la misma latitud que Cidonia, fue un lugar con el esperanzador nombre de Utopía.

El lugar de aterrizaje previsto originalmente para el

Viking 1, después de examinar las fotografías del vehículo orbital y los datos de última hora del radar con base en la Tierra, nos pareció inaceptablemente arriesgado. Durante un tiempo me imaginé al

Viking 1 condenado, como el legendario holandés errante, a vagar para siempre por los cielos de Marte, sin encontrar nunca un puerto seguro. Por fin encontramos un lugar adecuado, también en Crise pero lejos de la confluencia de los cuatro viejos canales. El retraso nos impidió hacerlo aterrizar el 4 de julio de 1976, pero todos estaban de acuerdo en que un aterrizaje accidentado por aquellas fechas sería un regalo no muy satisfactorio para el doscientos cumpleaños de los Estados Unidos. Dieciséis días más tarde encendimos los retrocohetes para salir de órbita y entramos en la atmósfera marciana.

El vehículo de aterrizaje

Viking envuelto en su escudo de ablación en forma de caparazón aéreo (abajo), se separa del vehículo orbital y entra en la atmósfera enrarecida de Marte. Ambos vehículos están en órbita alrededor de Marte, situado a miles de kilómetros más abajo, con su prominente casquete polar. (Dibujo de Don Davis).

Después de un viaje interplanetario de año y medio, con un recorrido de cien millones de kilómetros dando un rodeo alrededor del Sol, cada combinación vehículo orbital / vehículo de aterrizaje se insertó en su órbita correcta alrededor de Marte; los vehículos orbitales estudiaron los lugares de aterrizaje propuestos; los vehículos de aterrizaje entraron en la atmósfera de Marte dirigidos por radio, orientaron correctamente sus escudos de ablación, desplegaron los paracaídas, se despojaron de las cubiertas, y encendieron los retrocohetes. Por primera vez en la historia de la humanidad, naves espaciales tocaron en Crise y en Utopía el suelo del planeta rojo, de modo suave y seguro. Estos triunfales aterrizajes se debieron en gran parte a la gran capacidad técnica aplicada a su diseño, fabricación y puesta a prueba, y a la habilidad de los controladores de la nave espacial. Pero también, al ser Marte un planeta tan peligroso y misterioso, intervino por lo menos un elemento de suerte.

Inmediatamente después del aterrizaje tenían que enviarse las primeras imágenes. Sabíamos que habíamos elegido lugares poco interesantes. Pero podíamos tener esperanzas. La primera imagen que tomó el vehículo de aterrizaje del

Viking 1 fue de uno de sus pies: si el vehículo se iba a hundir en las arenas movedizas de Marte, queríamos enteramos antes de que la nave espacial desapareciese. La imagen se fue formando, línea a línea, hasta que pudimos ver con gran alivio el pie asentado firmemente y sin mojarse sobre la superficie de Marte. Pronto se materializaron otras imágenes, con cada elemento de la fotografía transmitido por radio individualmente a la Tierra.

La primera imagen de la superficie de Marte que haya llegado a la Tierra, radiada el 20 de julio de 1976. A la derecha se observa parte del pie de aterrizaje número 2, asentado de modo seguro sobre la superficie. Más tarde se descubrió que otro pie de aterrizaje estaba enterrado en la arena. La roca vesicular del centro tiene unos diez centímetros de diámetro.

Recuerdo que me quedé asombrado ante la primera imagen del vehículo de aterrizaje que mostraba el horizonte de Marte. Aquello no era un mundo extraño, pensé; conocía lugares como aquel en Arizona, en Colorado y en Nevada. Había rocas y arena acumulada y una eminencia en la distancia, todo tan natural y espontáneo como cualquier paisaje de la Tierra. Marte era un

lugar. Por supuesto, me hubiera sorprendido ver a un explorador canoso surgir de detrás de una duna, conduciendo su mula, pero al mismo tiempo la idea no parecía descabellada. No me había pasado por la cabeza nada remotamente parecido durante todas las horas que pasé examinando las imágenes de la superficie de Venus tomadas por los

Venera 9 y

10. Sabía que de un modo u otro ese era el mundo al cual regresaríamos.

La primera imagen a color de la superficie de Marte enviada por el

Viking 2 desde la Utopia Planitia.

El paisaje es vigoroso, rojo y encantador: por encima del horizonte asoman rocas arrojadas en la creación de un cráter, pequeñas dunas de arena, rocas que han estado repetidamente cubiertas y descubiertas por el polvo de acarreo, plumas de un material de grano fino arrastradas por el viento. ¿De dónde provenían las rocas? ¿Cuánta arena había arrastrado el viento? ¿Cuál debió ser la historia anterior del planeta para poder crear esas rocas perdidas, esos peñascos sepultados, estas excavaciones poligonales del terreno? ¿De qué estaban hechas las rocas? ¿Del mismo material que la arena? ¿La arena era sólo roca pulverizada o algo más? ¿Por qué es rosáceo el cielo? ¿De qué está compuesto el aire? ¿A qué velocidad van los vientos? ¿Hay temblores de tierra marcianos? ¿Cómo cambian, según las estaciones, la presión atmosférica y el aspecto del paisaje?

El

Viking ha proporcionado respuestas definitivas, o por lo menos aceptables, a cada una de estas preguntas. El Marte que nos revela la misión

Viking es de un enorme interés, especialmente si recordamos que los lugares de aterrizaje fueron elegidos por su aspecto aburrido. Pero las cámaras no revelaron signo alguno de constructores de canales, ni de coches volantes barsoomianos, ni de espadas cortas, ni de princesas u hombres luchando, ni de thoats o huellas de pisadas, ni siquiera de un cactus o de una rata canguro. En todo lo que alcanzaba la mirada, no había señal alguna de vida.[29]

Quizás haya grandes formas de vida en Marte, pero no en nuestros dos lugares de aterrizaje. Quizás haya formas más pequeñas en cada roca y en cada grano de arena. Durante la mayor parte de su historia las regiones de la Tierra que no estaban cubiertas de agua se parecían bastante a lo que hoy en día es Marte: con una atmósfera rica en dióxido de carbono, con una luz ultravioleta incidiendo violentamente sobre la superficie a través de una atmósfera desprovista de ozono. Las plantas y animales grandes no colonizaron la Tierra hasta la última décima parte de la historia de nuestro planeta. Y sin embargo, durante tres mil millones de años hubo microorganismos por toda la Tierra. Si queremos buscar vida en Marte tenemos que buscar microbios.

El vehículo de aterrizaje

Viking extiende las capacidades humanas a paisajes distintos y extraños. Según algunos criterios, es casi tan listo como un saltamontes; según otros, su inteligencia está al nivel de una bacteria. No hay nada insultante en estas comparaciones. La naturaleza tardó cientos de millones de años en crear por evolución una bacteria, y miles de millones de años para hacer un saltamontes. Tenemos solamente un poco de experiencia en estos asuntos, y ya nos convertiremos en expertos. El

Viking tiene dos ojos como nosotros, pero a diferencia de los nuestros también trabajan en el infrarrojo; un brazo de muestreo que puede empujar rocas, excavar y tomar muestras del suelo; una especie de dedo que saca para medir la velocidad y la dirección de los vientos; algo equivalente a una nariz y a unas papilas gustativas, que utiliza para captar con mucha mayor precisión que nosotros la presencia de rastros de moléculas; un oído interior con el cual puede detectar el retumbar de los temblores marcianos y las vibraciones más suaves causadas por el viento en la nave espacial; y sistemas para detectar microbios. La nave espacial tiene su propia fuente independiente de energía radiactiva. Toda la información científica que obtiene la radia a la Tierra. Recibe instrucciones desde la Tierra, y de este modo los hombres pueden ponderar el significado de los resultados del

Viking y comunicar a la nave espacial que haga algo nuevo.

Pero ¿cuál es el sistema mejor para buscar microbios en Marte, teniendo en cuenta las limitaciones de tamaño, coste y energía? De momento no podemos enviar allí microbiólogos. Yo una vez tuve un amigo, un extraordinario microbiólogo llamado Wolf Vishniac, de la Universidad de Rochester, en Nueva York. A fines de los años cincuenta, cuando apenas empezábamos a pensar seriamente en buscar vida en Marte, participó en una reunión científica en la que un astrónomo expresó su asombro al ver que los biólogos no disponían de ningún instrumento sencillo, fiable y automatizado para buscar microorganismos. Vishniac decidió hacer algo en este sentido.

Desarrolló un pequeño aparato para enviarlo a los planetas. Sus amigos lo llamaron la Trampa del Lobo. Había que transportar hasta Marte una pequeña ampolla de materia orgánica nutriente, obtener una muestra de tierra de Marte para mezclarla con ella, y observar los cambios en la turbidez del líquido a medida que los bacilos marcianos (suponiendo que los hubiese) crecían (suponiendo que lo hicieran). La Trampa del Lobo fue seleccionada junto con otros tres experimentos microbiológicos para viajar a bordo de los vehículos de aterrizaje del

Viking. Dos de los otros tres experimentos también se basaban en dar comida a los marcianos. El éxito de la Trampa del Lobo depende de que a los bacilos les guste el agua. Algunos pensaron que Vishniac sólo conseguiría ahogar a sus marcianitos. Pero la ventaja de la Trampa del Lobo es que no imponía condiciones a los microbios marcianos sobre lo que debían hacer con su comida. Solamente tenían que crecer. Los demás experimentos formulaban suposiciones concretas sobre gases que los microbios iban a desprender o absorber, suposiciones que eran poco más que conjeturas.

La Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA), que dirige el programa de exploración planetario de los Estados Unidos, es propensa a recortar con frecuencia y de un modo imprevisible los presupuestos. Sólo en raras ocasiones hay incrementos imprevistos en los presupuestos. Las actividades científicas de la NASA tienen un apoyo gubernamental muy poco efectivo, y la ciencia es con frecuencia la víctima propiciatoria cuando hay que retirar dinero de la NASA. En 1971 se decidió que debía eliminarse uno de los cuatro experimentos microbiológicos y se cargaron la Trampa del Lobo. Esto fue una decepción abrumadora para Vishniac, que había dedicado doce años a esta investigación.

Wolf Vladimir Vishniac, microbiólogo (1922-1973). Fotografiado en 1973 en la Antártida. (Cedida por Zeddíe Bowen).

Muchos en su lugar se hubieran largado airadamente del Equipo Biológico del

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