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Primera parte: El mensaje » 4. Números primos

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CAPÍTULO 4Números primos

¿Es que no existen moravos en la Luna, que ni un solo misionero ha bajado a visitar este pobre planeta pagano para civilizar a la civilización y cristianizar al cristianismo?

HERMAN MELVILLEGuerrera Blanca (1850)

 

Sólo el silencio es grandioso; todo lo demás es debilidad.

ALFRED DE VIGNYLa Mort du Loup (1864)

 

El frío vacío negro había quedado atrás. Los impulsos se acercaban a una minúscula estrella amarilla común y ya habían comenzado a esparcirse sobre el séquito de mundos de ese oscuro sistema. Habían pasado junto a planetas de gas hidrógeno, penetrado en lunas de hielo, traspuesto las nubes orgánicas de un mundo frígido en el que se despertaban los precursores de la vida y atravesado un planeta de mil millones de años. En ese momento los impulsos arribaban a un mundo cálido, blanco y azul, que giraba contra un fondo de estrellas.

Había vida en ese mundo, pródiga en cantidad y variedad. Había arañas saltarinas en la helada cima de las más altas montañas y gusanos que se alimentaban de azufre en las aberturas que cruzaban la despareja superficie del lecho oceánico. Había seres que podían vivir sólo en el ácido sulfúrico concentrado, y seres que resultaban destruidos por el mismo ácido; organismos para los que el oxígeno era un veneno y organismos cuya supervivencia dependía sólo del oxígeno, que en realidad lo respiraban.

Una forma particular de vida con un grado escaso de inteligencia, acababa de dispersarse por el planeta. Tenía puestos de avanzada en el lecho marino y en la órbita de baja altitud. Se arracimaban en cada rinconcito de su pequeño mundo. La frontera que marcaba el paso de la noche al día avanzaba hacia el oeste, y siguiendo su movimiento, millones de seres realizaban el ritual de sus abluciones matutinas. Vestían abrigos o prendas de algodón, bebían café, té o diente de león, se movilizaban en bicicletas, automóviles o bueyes, reflexionaban brevemente sobre las tareas escolares, sobre las plantaciones de primavera, sobre el destino del mundo.

Los primeros impulsos del conjunto de radioondas se insinuaron en medio de la atmósfera y las nubes, golpearon contra el paisaje y resultaron parcialmente de vuelta hacia el espacio. A medida que la Tierra giraba debajo de ellos, nuevos impulsos arribaron, abarcando no sólo ese planeta en particular sino la totalidad del sistema. Ninguno de los mundos interceptó más que una mínima cantidad de la energía. La mayor parte continuó su camino sin esfuerzo, mientras la estrella amarilla y sus mundos acompañantes se sumergían en una dirección totalmente distinta, en las tinieblas.

 

VESTIDO CON UNA CHAQUETA de dacrón que llevaba el monograma de un conocido equipo de voleibol, el oficial de guardia del turno de noche se acercó al edificio de control. Un grupo de radioastrónomos salía en ese momento a cenar.

—¿Cuánto hace que buscas hombrecitos verdes? Más de cinco años, ¿no, Willie?

Intercambiaron bromas amables, pero él notó cierto nerviosismo en su humor.

—Danos un descanso, Willie —pidió el otro—. El programa de luminosidad de cuásar anda estupendo, pero vamos a demorar una eternidad si sólo nos permiten un dos por ciento del tiempo del uso del telescopio.

—Sí, Jack, cómo no.

—Willie, estamos remontándonos hasta el origen del universo. Nuestro programa también es importante. Sabemos que hay un universo allá, pero ustedes no han constatado que haya ni un solo hombrecito verde.

—Plantéaselo a la doctora Arroway. Estoy seguro de que le encantará oír tu opinión.

El oficial de guardia entró en la zona de control. Revisó rápidamente las decenas de pantallas de televisión donde se verificaba el progreso de la exploración de radio. Acababan de terminar de estudiar la constelación de Hércules. Se habían internado en el corazón de un enjambre de galaxias mucho más remotas que la Vía Láctea, a unos cien millones de años luz; habían sintonizado M31, un conglomerado de aproximadamente trescientas mil estrellas, que se desplazaba en órbita alrededor de la Vía Láctea, a veintiséis mil años luz; habían estudiado algunas estrellas distintas del Sol, otras similares, todas cercanas. La mayoría de las estrellas que puede divisarse a simple vista queda a menos de unos cientos de años luz. Habían revisado con esmero pequeños sectores del cielo dentro de la constelación de Hércules, en mil millones de frecuencias distintas, y no pudieron oír nada. En años anteriores habían explorado las constelaciones del oeste de Hércules —la Serpiente, el Boyero, la Corona Boreal— y tampoco pudieron oír nada.

Varios de los telescopios, pudo advertir el oficial de guardia, tenían la misión de recoger ciertos datos desconocidos sobre Hércules. Los restantes apuntaban hacia un sector adyacente del cielo, la constelación contigua a Hércules, hacia el este. Los habitantes del Mediterráneo oriental de varios miles de años atrás, le habían encontrado forma de un instrumento musical de cuerdas y lo relacionaban con Orfeo, el héroe de la cultura griega. Se trataba de la constelación conocida como Lira.

Las computadoras orientaban a los telescopios para que siguieran a las estrellas de Lira desde la salida hasta la puesta, acumulaban los fotones radioeléctricos, controlaban el buen estado de los telescopios y procesaban los datos en estructuras convenientes para los operadores humanos. Incluso un solo oficial de turno era quizás innecesario. Willie pasó junto a la máquina expendedora de café y la de caramelos, en una calcomanía decía: Los AGUJEROS NEGROS NO ESTÁN A LA VISTA, y se acercó a la consola de mando. Saludó amablemente al oficial del turno de tarde, que se aprestaba para salir a cenar. Como los datos recogidos durante el día estaban resumidos en la pantalla maestra, no tuvo necesidad de preguntar si había novedades.

—Como verás, no es mucho lo que hubo hoy. Tuvimos un fallo de orientación en el cuarenta y nueve, o al menos eso era lo que parecía —dijo el hombre, señalando vagamente una ventana—. Los de cuásar dejaron libres los telescopios del 110 y 120 hace alrededor de una hora. Tengo entendido que están recibiendo muy buenos datos.

—Sí, ya me enteré. No comprenden…

Su voz se fue apagando al tiempo que sonaba una alarma en la consola. En una pantalla rotulada «Intensidad vs. Frecuencia» se elevaba una línea recta vertical.

—Mira, es una señal monocromática.

En otra pantalla, identificada como «Intensidad vs. Tiempo», aparecían impulsos que iban de izquierda a derecha, y luego se borraban.

—Son números —musitó Willie—. Alguien está emitiendo números.

—Probablemente sea alguna interferencia de la Fuerza Aérea. A lo mejor nos están tomando el pelo.

Existían estrictos convenios para reservar al menos ciertas frecuencias de radio para la astronomía, pero precisamente, dado que dichas frecuencias constituían un canal libre, de vez en cuando los militares no podían resistir la tentación de utilizarlas. Si alguna vez se producía una guerra mundial, quizá los radioastrónomos serían los primeros en enterarse, con sus ventanas abiertas a un cosmos rebosante de órdenes dirigidas a los satélites de evaluación de daños que giraban en órbita geosincrónica y órdenes cifradas de ataque remitidas a distantes y estratégicos puestos de avanzada. Aun no habiendo tráfico militar, por el hecho de escuchar mil millones de frecuencias a un mismo tiempo los astrónomos sabían que siempre había cierta interferencia producida generalmente por relámpagos, el arranque de los automóviles, transmisiones en directo vía satélite. Sin embargo, las computadoras tenían sus números, conocían sus características y sistemáticamente hacían caso omiso de ellas. Ante la presencia de señales más ambiguas, la computadora escuchaba con más atención y se aseguraba de que no correspondieran a ningún tipo de datos que ella estuviera programada para entender. De vez en cuando sobrevolaba la zona algún avión electrónico del servicio secreto en misión de entrenamiento, y Argos de pronto captaba señales inconfundibles de vida inteligente. No obstante, siempre resultaba ser vida de tipo peculiar, inteligente hasta cierto punto, y apenas extraterrestre. Unos meses antes un F-29E con sofisticado instrumental electrónico, había volado sobre esa zona a veinticuatro mil metros de altitud, haciendo sonar la alarma de los ciento treinta y un telescopios. Para los ojos no militares de los astrónomos, la señal radial era lo suficientemente compleja como para constituir el primer mensaje proveniente de una civilización extraterrestre. Luego comprobaron que el telescopio emplazado más al oeste había captado la señal un minuto antes que el ubicado más al este, y muy pronto llegaron a la conclusión de que se trataba de un objeto que cruzaba por la delgada capa de aire que rodea la Tierra, y no de una emisión de radio enviada por una civilización habitante del recóndito espacio. Casi con certeza ésa sería igual.

Había introducido los dedos de la mano derecha en cinco casilleros de una caja que tenía sobre el escritorio. Desde que inventó ese sistema, podía ahorrarse media hora por semana aunque en realidad no tenía mucho que hacer en esos treinta minutos de sobra.

—Y yo le conté todo a la señora de Yarborough, la mujer que ocupa la cama de al lado ahora que se murió la señora de Wertheimer. No es que desee echarme incienso, pero yo me atribuyo gran parte del mérito por tus éxitos.

—Sí, mamá.

Controló el brillo de sus uñas y decidió que todavía les hacía falta un minuto más.

—Me estaba acordando de aquella vez, cuando ibas a cuarto grado. ¿Recuerdas? Llovía a cántaros, y como no querías ir a la escuela, me pediste que escribiera al día siguiente un justificativo que habías caído enferma. Yo me negué. Te dije: «Ellie, aparte de ser bella, lo más importante de la vida es la educación. No es mucho lo que puedes hacer para ser bonita, pero sí puedes preocuparte por tu educación. Ve a clase. Nunca se sabe lo que se puede aprender un día». ¿Verdad?

—Sí, mamá.

—¿No fue eso lo que te dije en esa ocasión?

—Sí, recuerdo que sí.

El brillo de cuatro dedos era perfecto, pero el pulgar presentaba aún un aspecto opaco.

—Entonces te busqué las botas de goma y el impermeable, que era amarillo y te quedaba precioso, y te despaché al colegio. Ése fue el día en que no pudiste responder una pregunta en la clase de matemáticas del señor Weisbrod. Te pusiste tan furiosa que enseguida marchaste a la biblioteca de la universidad e investigaste ese tema, hasta que llegaste a saber más sobre él que el propio profesor. Weisbrod se quedó impresionado y me lo dijo.

—¿Te lo dijo? Nunca me enteré. ¿Cuándo hablaste con él?

—En una reunión de padres. «Su hija es muy emprendedora», me comentó. «Se enojó tanto conmigo, que se convirtió en una verdadera experta en la cuestión». «Experta» fue el término que empleó. Pensé que te lo había contado.

Estaba recostada contra el respaldo de su sillón, con los pies en alto, apoyados sobre un cajón del escritorio y los dedos introducidos en la máquina para pintar uñas. Presintió la alarma casi antes de oírla, y se incorporó bruscamente.

—Mamá, tengo que irme.

—Estoy segura de que esta historia ya te la había contado. Lo que pasa es que nunca atiendes cuando te hablo. El señor Weisbrod era un hombre muy agradable. Tú nunca le viste el lado bueno.

—Mamá, de veras que tengo que irme. Recibimos una especie de fantasma.

—¿Fantasma?

—Sí, algo que podría ser una señal. Ya te lo he comentado.

—Qué casualidad: las dos pensamos que la otra no nos presta atención. De tal palo tal astilla.

—Adiós, mamá.

—Te dejo ir si me prometes llamarme enseguida.

—De acuerdo. Prometido.

Durante todo el diálogo, la sensación de soledad de la madre había despertado en Ellie el deseo de dar por terminada la conversación, de huir. Y se lo reprochaba a sí misma.

Entró con paso ágil en el sector de control y se acercó a la consola principal.

—Hola, Willie, Steve. A ver los datos. Bien. ¿Dónde me escondieron el gráfico de amplitud? ¿Tienen la posición interferométrica? Bien. Veamos si hay alguna estrella cercana en el campo visual. Caramba, es Vega. Prácticamente una vecina de al lado.

Con los dedos iba oprimiendo teclas del tablero a medida que hablaba.

—Miren, está a sólo veintiséis años luz. Ya se la ha observado antes, siempre con resultado negativo. Yo la exploré el primer año que estuve en Arecibo. ¿Cuál es la intensidad absoluta? Bajísima. Casi se podría recibir la señal con una radio común de FM.

»Muy bien. Tenemos un espectro muy próximo a Vega en el plano del cielo, en una frecuencia de alrededor de 9,2 gigahertz, no muy monocromática. El ancho de banda es de unos centenares de hertz. Está polarizado en forma lineal y transmite un conjunto de pulsos móviles en dos amplitudes diferentes.

Como respuesta a las órdenes que impartió en el tablero, apareció en la pantalla la ubicación de todos los radiotelescopios.

—La señal llega a ciento dieciséis telescopios. Obviamente no se trata de un desperfecto de alguno de ellos. Bien. ¿Se mueve con las estrellas? ¿No podría ser algún avión o satélite electrónico de inteligencia?

—Yo puedo confirmar que hay movimiento sideral, doctora.

—Me suena bastante convincente. No proviene de la Tierra ni de un satélite artificial, aunque esto habría que verificarlo. Cuando tenga tiempo, Willie, llame al NORAD, el comando de defensa antiaérea, a ver qué dicen ellos sobre la posibilidad de que sea un satélite artificial. Si podemos excluir los satélites, quedarían dos posibilidades: o se trata de una broma, o bien alguien por fin ha logrado enviarnos un mensaje. Steve, haga un control manual. Revise algunos de los radiotelescopios (la potencia de la señal es considerable) para comprobar si no podría tratarse de un truco, una broma pesada de alguien que quisiera hacernos notar algún error nuestro.

Un puñado de científicos y técnicos, alertado por la computadora de Argos, se había reunido alrededor de la consola de mando. Había sonrisas en sus rostros. Todavía ninguno pensaba seriamente en un mensaje de otro mundo, pero el episodio representaba para todos un cambio en la rutina a la que se habían acostumbrado, y se notaba en ellos una especie de expectativa.

—Si a alguno se le ocurre cualquier explicación que no sea la inteligencia extraterrestre, dígamela —expresó Ellie.

—Es imposible que se trate de Vega, doctora. El sistema tiene apenas unos cientos de millones de años de antigüedad. Sus planetas se hallan aún en formación. No ha habido tiempo para que se desarrollara allí ninguna vida inteligente. Debe de ser alguna estrella o galaxia de segundo plano.

—Entonces la potencia del transmisor debería ser enorme —respondió uno de los expertos en cuásar, que había regresado a ver qué sucedía—. Es preciso que realicemos de inmediato un estudio de movimiento propio para ver si la fuente de radioondas se mueve junto con Vega.

—Tiene razón en cuanto al movimiento propio, Jack —acotó ella—. Sin embargo, también cabe otra alternativa: tal vez no crecieron en el sistema de Vega sino que sólo están de visita.

—No lo creo. El sistema está lleno de deyecciones. Es un sistema solar fallado, o un sistema solar que aún se halla en su primera etapa de desarrollo. Si se quedan demasiado tiempo se les destruiría la astronave.

—Digamos que arribaron hace poco. O que vaporizan los meteoritos entrantes. O que esquivan cualquier residuo que hubiera en una trayectoria de colisión. O que no se encuentran en el ring plane sino en la órbita polar, y así reducen al mínimo el choque con deyecciones. Hay millones de posibilidades. Pero usted tiene toda la razón del mundo: no hay por qué adivinar si la fuente emisora pertenece al sistema de Vega ya que podemos averiguarlo directamente. ¿Cuánto demoraría el estudio del movimiento propio? A propósito, Steve, usted ya terminó su turno; por lo menos avísele a Consuelo que va a llegar tarde a cenar.

Willie, que había estado hablando por teléfono desde una consola contigua, esbozó una sonrisita.

—Acabo de hablar con uno de los funcionarios de defensa antiaérea. Él jura y perjura que no tienen ningún objeto que haya emitido esta señal, máxime a nueve gigahertz. Aunque claro, lo mismo nos dicen cada vez que los llamamos. Además, asegura que no ha detectado ninguna nave espacial en el ascenso ni declinación de Vega.

—¿Tampoco ningún oscuro?

Existían muchos satélites «oscuros» de baja sección transversal radar, que tenían por fin girar alrededor de la Tierra en forma imperceptible hasta que hubiera necesidad de hacer uso de ellos. En tal supuesto, servirían de apoyo para detectar lanzamientos o para comunicaciones en una guerra nuclear, en caso de que los satélites militares diseñados al efecto quedaran inutilizados a consecuencia de la contienda. En ocasiones, los principales sistemas de radares astronómicos captaban algún «oscuro». Todos los países negaban que el objeto les perteneciera, y la gente empezaba a especular sobre la posibilidad de que se hubiera hallado en la órbita de la Tierra una aeronave extraterrestre. A medida que se aproximaba el Milenio, había comenzado a resurgir el culto de los OVNI.

—La interferometría haría descartar una órbita del tipo Molniya, doctora.

—Mejor que mejor. Examinemos con más detenimiento esos impulsos móviles. Suponiendo que se tratara de aritmética binaria, ¿alguien lo convirtió en base diez? ¿Sabemos cuál es la secuencia de números? Bueno, podemos hacerlo mentalmente… cincuenta y nueve, sesenta y uno, sesenta y siete… setenta y uno… ¿No son todos números primos?

Un murmullo de excitación corrió por la sala de control. En el rostro de Ellie se pintó por un instante una emoción profunda, que rápidamente ella reemplazó por sobriedad, el temor de dejarse transportar, el miedo de parecer tonta, poco científica.

—Bueno, veamos si logro resumir todo con el lenguaje más sencillo. Por favor, controlen si se me escapa algo. Recibimos una señal muy potente, no muy monocromática. Inmediatamente a continuación del paso de banda de esta señal no hay otras frecuencias que informen haber detectado algo más que ruido. La señal es de polarización lineal y la emite un radiotelescopio, aproximadamente a nueve gigahertz, casi el mínimo del ruido de fondo galáctico. La frecuencia es la más indicada para alguien que pretenda ser oído desde una larga distancia. Hemos confirmado movimiento sideral de la fuente, y esto parecía indicar que la señal proviene de algún punto entre las estrellas, no de un transmisor local. El NORAD nos informa que no han detectado ningún satélite (nuestro ni de nadie más) cuya posición coincida con esta fuente. La interferometría de todos modos excluye que la fuente pueda originarse en la órbita de la Tierra.

»Steve ha revisado todos los datos que se han introducido en la computadora, con lo cual sabemos que no se trata de un programa insertado clandestinamente por alguien que tuviera un humor retorcido. El sector del firmamento que estamos observando incluye a Vega, que es una estrella enana AO. No es exactamente como el Sol, pero se halla a sólo veintiséis años luz, y posee el típico anillo estelar. No está rodeada por planetas conocidos, pero ciertamente podría haberlos. Hemos iniciado un estudio de movimiento propio para determinar si la fuente se halla detrás de nuestra línea de mira hacia Vega, y deberíamos tener la respuesta dentro de… ¿cuánto…? Unas semanas si lo hacemos por nuestra cuenta, unas pocas horas con la ayuda de la interferometría.

»Por último, lo que estamos recibiendo parecería ser una larga secuencia de números primos, números enteros sólo divisibles por sí mismos y por uno. Como ningún proceso astrofísico genera números primos, me atrevería a suponer que, de acuerdo con todos los criterios que conocemos, esto tiene visos de ser auténtico.

»Sin embargo, hay un problema con esta idea de que se trata de un mensaje enviado por seres que evolucionan en algún planeta cercano a Vega porque hubieran tenido que evolucionar muy rápido. La estrella tiene una existencia de apenas cuatrocientos millones de años, por lo cual es un sitio improbable para que allí se asiente la civilización más próxima. Por eso va a ser muy importante el estudio sobre movimiento propio. También me gustaría indagar lo necesario como para descartar que se trate de alguna broma.

—Miren —dijo uno de los astrónomos que exploraban los cuásar. Levantó el mentón hacia el horizonte del oeste, donde un aura rosada indicaba claramente el sitio donde se había puesto el sol—. Vega se pone dentro de dos horas. Probablemente ya haya asomado en Australia. ¿Por qué no llamamos a Sydney para que ellos también observen mientras nosotros todavía la vemos?

—Buena idea. Es apenas media tarde allá. Y entre ellos y nosotros vamos a tener datos suficientes como para el estudio sobre movimiento propio. Deme el impreso de la computadora, y yo lo transmitiré a Australia por telefax desde mi oficina.

Con afectada serenidad, Ellie se alejó del grupo que se había reunido alrededor de los paneles y regresó a su despacho. Entró y cerró la puerta con mucho cuidado.

—¡Mierda! —murmuró.

—Con Ian Broderick, por favor. Sí. Habla Eleanor Arroway, del proyecto Argos. Se trata de una emergencia. Sí, gracias, espero… Hola, Ian. Probablemente no sea nada, pero recibimos un fantasma y quería pedirte que nos ayudaras a determinar su origen. Es de alrededor de nueve gigahertz, con banda de varios cientos de hertz. Ya mismo te mando los parámetros por telefax… Sí, Vega está justo en el centro del campo visual. Lo que nos llega parece ser impulsos de números primos… Sí, de veras. Bueno, espero.

Una vez más pensó en lo atrasada que era la comunidad científica del mundo, que todavía no contaba con un sistema integrado de base de datos de computación.

—Ian, mientras el telescopio termina de girar, ¿podrías mirar un gráfico de amplitud-tiempo? Tomemos sólo los impulsos de baja amplitud y las rayas de alta amplitud. Nosotros recibimos… Sí, ése es exactamente el esquema que nos está llegando desde hace media hora… Bueno, es la posibilidad más factible de los últimos cinco años, pero no me olvido de cómo resultaron engañados los soviéticos en 1974 con el incidente del satélite Big Bird. Según tengo entendido, se trataba de un reconocimiento de altimetría por radar que los Estados Unidos realizaban sobre la Unión Soviética, para guiar misiles. Y los soviéticos lo recibían por medio de antenas omnidireccionales. Lo único que sabían era que obtenían la misma secuencia de impulsos del cielo todas las mañanas, aproximadamente a la misma hora. Su gente les aseguraba que no era una transmisión militar, de modo que naturalmente pensaron que era extraterrestre… No, ya hemos descartado una posible transmisión por satélite.

»Ian, ¿puedo pedirte que lo rastrees todo el tiempo que permanezca en vuestro cielo? Voy a ver si consigo que también lo hagan otros radioobservadores distribuidos en la misma longitud, hasta que reaparezca aquí… Sí, pero no sé si es fácil hacer una llamada directa a China.

Pensaba enviarles un telegrama… Bien, muchas gracias, Ian.

Ellie se detuvo un instante en la puerta de la sala de control —la llamaban así irónicamente, ya que el control lo efectuaban las computadoras, en una habitación contigua— para admirar al pequeño grupo de científicos que conversaba animadamente, examinaba los datos de las pantallas e intercambiaba algunas bromas al respecto del origen de la señal. Pensó que no eran hombres elegantes ni apuestos en un sentido convencional; sin embargo, tenían cierto atractivo muy especial. Eran excelentes en su campo y sobre todo en el proceso de descubrimiento se dejaban absorber totalmente por el trabajo. Cuando ella se acercó guardaron silencio y la miraron, expectantes. Los números se iban convirtiendo automáticamente de base 2 a base 10…881, 883, 887, 907… y todos eran números primos.

—Willie, consígame un planisferio y llame, por favor, a Mark Auerbach en Cambridge (Massachusetts). Probablemente lo encontrará en la casa. Dele este mensaje para enviar por telegrama a todos los observatorios, en especial a los más grandes. Después comuníqueme con el asesor científico presidencial.

—¿Va a pasar por encima de la Fundación Nacional para la Ciencia?

—Cuando termine de hablar con Auerbach, comuníqueme con el asesor presidencial.

Dentro de su mente le pareció oír un grito unánime de algarabía en medio del clamor de otras voces.

Bicicletas, camioncitos, carteros a pie y teléfonos hicieron llegar el párrafo a centros astronómicos del mundo entero. A algunos de los más importantes radioobservatorios —de la China, la India, la Unión Soviética y Holanda, por ejemplo— les llegó por teletipo. Lo leyó un funcionario de seguridad o algún astrónomo que acertaba a pasar por ahí, lo arrancó de la máquina y, con cierta expresión de curiosidad en el rostro lo llevó a la oficina contigua. El texto decía:

LA EXPLORACIÓN SISTEMÁTICA DEL CIELO REALIZADA POR ARGOS DETECTÓ ANÓMALA FUENTE DE RADIOONDAS INTERMITENTES ASCENSO 18h 34m, DECLINACIÓN +38 GRADOS 41 MINUTOS, FRECUENCIA 9,24176684 GIGAHERTZ, PASO DE BANDA APROXIMADAMENTE 430 HERTZ. AMPLITUDES BIMODALES APROXIMADAMENTE 174 Y 179 JANKYS. INDICIOS DE QUE LAS AMPLITUDES CODIFICAN SECUENCIA DE NÚMEROS PRIMOS. URGENTE NECESIDAD DE AMPLIA EXPLORACIÓN DE LONGITUD. TENGA A BIEN LLAMAR CON CARGO REVERTIDO PARA MAYOR INFORMACIÓN SOBRE FORMA DE COORDINAR OBSERVACIONES.

 

E. ARROWAY, DIRECTORA PROYECTO ARGOS, SOCORRO, NUEVO MÉXICO, U.S.A.

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