Coma
Miércoles 25 de febrero » 23:25 horas
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23:25 horas
Susan sintió un alivio muy definido cuando colocó nuevamente las cartillas en su escondite en el placard de McLeary. Al mismo tiempo estaba muy desilusionada. La inspección de las historias barría con todas sus expectativas. Había dado gran importancia al estudio de esas cartillas, pero ahora que lo había hecho sentía que no había avanzado para nada en su misión. Tenía muchos datos, pero no había hallado correlaciones ni coordenadas. Los casos parecían casuales y sin asociación entre sí.
El ascensor aminoró la velocidad y se detuvo, la puerta cimbró, luego se abrió. Susan entró en el pabellón de Cirugía. Todavía seguían con un caso en el quirófano 20, un aneurisma abdominal roto que había ingresado por la sala de guardia. La operación llevaba ya ocho horas; el asunto no andaba muy bien. El resto de los quirófanos estaban en su descanso nocturno. Había algunas personas limpiando el piso y llevando sábanas limpias al cuarto de depósito. Sentada a un escritorio había una muchacha con uniforme quirúrgico que trataba de ubicar los últimos casos en el programa del día siguiente.
La treta del uniforme de enfermera seguía funcionando bien; ninguna de las personas que estaban en el vestíbulo prestó atención a Susan. Fue directamente a la sala de enfermeras y se puso un uniforme quirúrgico; colgó el suyo en un armario abierto.
Volviendo al vestíbulo principal Susan observó las puertas de vaivén en el área de los quirófanos. En la puerta de la derecha había un gran cartel que decía: «Sala de operaciones. Prohibida la entrada». El escritorio principal estaba a un costado de esas puertas. La enfermera sentada detrás del escritorio seguía trabajando intensamente. Susan no tenía idea de si la detendrían al pretender entrar.
Para obtener una visión de la escena en su totalidad, Susan atravesó varias veces el vestíbulo, con la esperanza de que la muchacha del escritorio terminara su trabajo y se retirase. Pero la muchacha no se detuvo ni levantó los ojos. Susan trató de inventar una buena explicación por si la muchacha la interrogaba. Pero no se le ocurrió ninguna. Era casi medianoche y Susan sabía que debía contar alguna historia convincente para dar cuenta de su presencia.
Por último, sin tener pensada ninguna historia excepto algún comentario poco eficaz sobre su deseo de ver cómo andaban las cosas en el quirófano 20, o decir que la enviaban del laboratorio para unos cultivos por contaminación, Susan comenzó a hacer lo que se proponía. Fingiendo no ver a la muchacha del escritorio, se encaminó hacia las puertas. La muchacha no levantó la cabeza. Unos pasos más. Cuando Susan llegó a las puertas, empujó la de la derecha. Se abrió y Susan estuvo a punto de entrar.
—Eh, un momento.
Susan se quedó helada, esperando lo inevitable. Se volvió a enfrentar a la muchacha.
—Se olvidó de ponerse las botas aislantes.
Susan se miró los zapatos. Cuando comprendió qué era lo que preocupaba a la enfermera, se sintió aliviada.
—Caramba, parece que fuera la segunda vez que entro en un quirófano.
La atención de la enfermera volvió a sus planillas.
—Yo también me olvido de ponerme esa porquería de vez en cuando.
Susan fue hasta una cabina de acero inoxidable contra la pared. Las botas aislantes, destinadas a prevenir la electricidad estática, tan peligrosa donde flotan gases inflamables, estaban en una gran caja de cartón en el estante más bajo. Susan se las puso como le había indicado Carpin en su primera visita a una sala de operaciones dos días antes, fijando la cinta adhesiva negra a sus zapatos. Cuando abrió por segunda vez la puerta de vaivén, la enfermera ni siquiera la miró. El Memorial era muy grande; nadie se asombraba de ver caras nuevas.
Los quirófanos del Memorial estaban agrupados en forma de U, con un área de recepción y la sala de recuperación sobre el brazo izquierdo de la U, muy cerca de los ascensores. Susan encontró el número 8 sobre el brazo derecho de la U, en la parte externa.
El número 20, donde continuaba la operación, estaba en dirección opuesta, y Susan se encontró completamente sola al acercarse al número 8. Se detuvo en la puerta y miró por el vidrio. Era exactamente igual al 18, donde se había desmayado Niles. Las paredes estaban cubiertas de azulejos, el suelo de vinílico moteado. Aunque las luces estaban apagadas, Susan veía la gran lámpara sobre la mesa de operaciones y la mesa misma. Abrió la puerta y encendió las luces.
Sin ningún propósito específico in mente, Susan dio vueltas por la sala, observando los objetos más grandes. Luego, en forma más sistemática, comenzó a examinar detalles. Encontró las salidas de gas, y advirtió que el oxígeno tenía una conexión verde. La del nitroso era azul y estructuralmente diferente, de manera que no podían hacerse confusiones. Había una tercera conexión que no estaba pintada ni con etiqueta. Susan supuso que era la del aire comprimido. Una conexión más grande tenía una inscripción que decía «succión», y sobre ella había un manómetro con un gran dial.
Al fondo de la sala había varios gabinetes de acero inoxidable que contenían diversos objetos. También había un escritorito para la enfermera circulante. En la pared derecha se veía una pantalla para radiografías. En la pared del fondo, cerca de la puerta, un gran reloj. El gran segundero rojo daba vueltas sin la menor vibración. Otra puerta conducía a un cuarto contiguo con material de repuesto, compartido con el quirófano 10, donde estaban los esterilizadores y otros objetos variados.
Susan pasó casi una hora examinando el quirófano 8, y también el 10 para hacer comparaciones. No encontró nada anormal, ni siquiera curioso, en el 8. Era una sala de operaciones como tantas.
Sin que nadie la detuviera, Susan volvió sobre sus pasos a la sala de enfermeras y se cambió el uniforme quirúrgico por el de enfermera. Arrojó el que se había quitado en un canasto de ropa usada y se dirigió a la puerta. Pero entonces se detuvo, mirando el cielo raso. Era un cielo raso cubierto de grandes bloques acústicos.
Susan se paró sobre el papelero para luego poder subir a la pileta, y de allí a la parte superior de los armarios. Arrodillada y encorvada, trató de empujar el primer bloque. No pudo, porque sobre el bloque había cañerías. Probó con otro. El mismo problema. Pero el tercero cedió fácilmente, y Susan lo hizo a un lado. Entonces se paró sobre los armarios, asomando el cuerpo por el espacio abierto. Al revés de lo que había imaginado, el espacio hasta el techo era generoso. Había un metro y medio de altura desde el bloque que había quitado de su lugar hasta el cemento del piso de arriba. Por este espacio corrían infinidad de cañerías y tubos que transportaban las provisiones vitales y los deshechos del hospital. Había muy poca luz; sólo unos rayos muy delgados que se colaban aquí y allá entre los bloques del cielo raso.
Éste estaba compuesto por los bloques acústicos, mantenidos en su lugar por delgadas cintas metálicas, que a su vez colgaban del cemento de arriba. Ni los bloques ni las cintas de metal podían resistir peso alguno. Para entrar al espacio sobre el cielo raso Susan tuvo que sostenerse de las cañerías, algunas de las cuales estaban heladas y otras muy calientes. Una vez que entró en ese espacio, Susan colocó el bloque acústico en su lugar. Encajó de inmediato, cortando la fuente directa de luz. Susan esperó a que sus ojos se adaptaran a la semioscuridad, después de la cruda luz fluorescente a que habían estado expuestos abajo. Enseguida los perfiles cobraron forma y Susan avanzó sobre las cañerías. Advirtió una serie de soportes metálicos que unían los bloques acústicos con el cemento de arriba. Supuso que marcaban el camino hacia el corredor.
Avanzaba con lentitud; era difícil moverse sobre los caños, apoyando un pie en uno, sosteniéndose en otro, o aferrándose a un soporte. No quería hacer ningún ruido, en especial cuando sospechó que estaba sobre el área del escritorio principal. Los cielo rasos sobre los quirófanos y la sala de recuperación eran fijos y de hormigón reforzado. Susan podía moverse a voluntad siempre que evitara tropezar con las cañerías y que se agachara bastante, porque aquí el espacio era sólo de noventa centímetros.
Susan encontró una pared de hormigón por donde supuso que pasaban los ejes del ascensor. Luego descubrió que el corredor del área de los quirófanos tenía un cielo raso bajo. Más allá del corredor de los quirófanos, sobre lo que probablemente estaba parte del suministro central, Susan vio un laberinto de cañerías y conductos que atravesaban el espacio sobre el cielo raso y convergían entremezclados. Supuso que ésa era la ubicación del conducto central que contenía todos los tubos y cañerías que corrían verticalmente en el edificio.
A Susan le interesaba en primer lugar ubicar el quirófano número 8. Pero no era fácil. No había demarcaciones específicas entre una y otra sala de operaciones. Las cañerías parecían extenderse y hundirse en el hormigón hacia los quirófanos en la más absoluta anarquía. El cielo raso del corredor llevaba a una solución. Levantando apenas los bordes de los bloques sobre el corredor, Susan logró orientarse y ubicar la zona de cielo raso correspondiente a los quirófanos 8 y 10. Observó que el número y la configuración de las cañerías que entraban y salían de las dos salas eran idénticas.
Las cañerías de gas correspondientes a las conexiones pintadas de distintos colores que había visto en los quirófanos tenían el mismo color en el espacio de cielo raso. Sobre el número 8, Susan halló que la cañería de oxígeno tenía una mancha de pintura verde. Susan siguió el curso del caño de oxígeno desde el quirófano 8. Seguía hasta el borde del corredor, y luego doblaba en ángulo recto de manera que quedaba paralelo a él, junto con otros caños de oxígeno similares que venían de otros quirófanos. A medida que Susan pasaba por otras salas de operaciones, más caños se unían con el de oxígeno que estaba siguiendo. Para asegurarse de que estaba siguiendo el mismo caño, Susan pasó un dedo sobre él durante todo el trayecto hasta el borde del nudo central, entonces su dedo chocó con algo. Debido a la escasa luz tuvo que agacharse para ver qué era. Vio una tuerca de acero inoxidable. Precisamente en el borde de la canaleta que traía las cañerías desde las profundidades del hospital había una válvula de alta presión en el caño de oxígeno que iba al quirófano 8.
Susan observó atentamente la válvula. Miró los otros caños de gas. No había válvulas similares en los otros caños. Examinó la válvula con un dedo. Era obvio que podía cortarse el oxígeno en ese punto. Pero también era posible que otra cosa, otro gas, pudiera instalarse en el caño desde allí.
Avanzando por los cielo rasos fijos de los quirófanos, Susan regresó al área del escritorio principal. Allí comenzó la parte difícil de cruzar la gran superficie de cielo raso que no estaba fijo. Lamentando no haber arrojado miguitas de pan en ese bosque de caños, Susan se vio obligada a andar otra vez con cuidado. Levanto un ángulo de un bloque, pero daba sobre el vestíbulo Al levantar otro se encontró sobre la sala de médicos. El tercero resulto estar sobre los armarios de las enfermeras pero muy lejos de aquéllos en los que debía descender. El cuarto bloque era el indicado: Susan bajó con poca dificultad.