Cola

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2. Los 80: La última cena (de fish and chips) » Andrew Galloway

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Use it Up’n Wear it Out ese, y guipo a Caroline Urquhart bailando en la pista con su amiga. Lleva un vestido rojo guay con medias negras. Su colega no está mal, tiene un buen par de tetas. Hostia puta, ¡si es Amy Connor! Parece otra con esa camiseta verde y el maquillaje, con el pelo levantado. Mayor. Billy también las ha visto. «Qué polvos», me suelta. Después me mira y dice: «¿Te apetece que les entremos?»

Me siento un poco raro. Un poco nervioso. Me froto donde noté que iba a salirme el grano aquel. ¡Incluso parece haberse convertido en un grano pajero! ¡Un grano bajo las luces estroboscópicas con Caroline Urquhart! Si hago el capullo y me da calabazas, tendré que enfrentarme todos los días a ella en el colegio. «No quiero enrollarme con una tía del colegio», balbuceo de modo un pelín apresurado. Billy lo deja estar pero Terry no lo habría hecho. Claro que ahora está con sus colegas nuevos, sus colegas duros y chuletas. «Quiero decir, eso es una mierda», añado.

«Chorradas», dice Birrell.

«No, pero escucha, Billy, aquí hay chochos a mansalva», digo señalando con el dedo a otras dos tías que están bailando solas. Una tiene el pelo rubio y lacio. Tiene un polvo. La otra tiene el pelo largo y oscuro; su culo tiene buen aspecto enfundado en esa falda de tubo. «Mira ésas, sin embargo.»

«Están buenas», reconoce Billy, y entramos, venga a bailar delante de ellas. Le hago un gesto con la cabeza a la rubia y ella también me lo hace a mí. Me gustaría sonreírle pero mis colegas podrían pensar que soy maricón. Hoy les hemos dado a esos putos hunos, así que no puedes andar por ahí comportándote como un maricón con las tías y dejando a todo dios en evidencia. Los tipos como Terry pueden hacerlo y salirse con la suya porque tienen esa clase de personalidad. Suena el

Atomic ese de Blondie, así que aprovecho la excusa para entrarle a la tía. «Ésa eres tú, eh, Blondie, por lo del pelo rubio y tal», le suelto, acariciándole el pelo un momento. Ella se limita a sonreír de una forma que me hace sentirme gilipollas. Si el cabrón de Terry dice lo mismo, se ponen todas en plan uuu… uuu.

«Hoy he estado en el fútbol. En Easter Road. Les hemos metido a los putos hunos, ¿eh?», le grito al oído. Huele de puta madre.

«No me gusta el fútbol», suelta ella.

«No serás una Jam Tart de mierda, ¿eh?»

«No me gusta el fútbol. Mi padre es seguidor del Motherwell.»

«El Motherwell es una puta mierda», le suelto yo. A lo mejor no debí picarme tanto, pero son un cero a la izquierda y hay que decírselo.

Dejamos la pista y ella vuelve a donde están sentadas sus amigas. «Nos vemos», le suelto.

«Vale», dice ella, marchándose y sentándose con sus amigas.

Billy se acerca. «¿Has ligado?»

«La tengo en el puto bote», le suelto yo. «Tiene unas ganas que te cagas.» Él no ha ligado con la otra, de todas formas. Me corta el rollo. Entonces suena el

Start! de los Jam, el que desbancó del número uno al

Ashes to Ashes de Bowie. A mí me gusta y lo cantamos, pero es como si cantáramos acerca de los hunos… «

if I never ever see you… it will be a start».[21] Du du du du… Guapo que te cagas.

Vaya anfetas…

… antes de que me haya dado cuenta ponen la última lenta, el disc-jockey dice a todos los tíos que se levanten y vayan a por ellas y nadie necesita que le insistan. Vuelvo a entrarle a la rubita. Pero es una canción vieja, Olivia Newton-John interpretando el

Hopelessly Devoted to You de

Grease. Morreamos un poquito, pero me empalmo y noto como ella se tensa. Me siento como Cropley, el perro.

Cuando la música termina nos separamos y ella me sonríe. Me aprieta la mano y me mira, pero yo me quedo como helado, sin saber qué decir. «Eh, ahora nos vemos», suelta ella, volviendo a marcharse de la pista, donde veo a Billy hablando con el tal Renton y un tío de Leith llamado Matty. No veo a Carl. La rubia está con sus amigas.

Encienden las luces, apagan la música y nos echan. Intentamos ver dónde está todo el mundo. Carl parece haber ligado con una gorda pelirroja; Billy dice que le vio escabullirse con ella. Tiene que ser un callo monstruoso para que se lo haya montado tan malamente. Yo intento permanecer tranqui, pero la busco a ella, a Caroline Urquhart no, a la rubita.

La veo después, mientras salimos al vestíbulo. La rubita. Su amiga se me acerca, hace un gesto con la cabeza hacia ella y me suelta: «Le gustas.»

Yo la miro y veo su expresión, dura, seria y engreída, y quisiera que sonriera como antes en vez de poner cara de proponerme una pelea limpia, pero yo tampoco puedo sonreír, porque alrededor hay demasiados capullos que se cachondearían. Así que indico la puerta con la cabeza y salimos a la esquina, al callejón que hay detrás del Clouds, justo detrás de Tollcross, y allá vamos. Me morreo con ella e intento tocarle las tetas, pero me aparta la mano y ni la teta me va a dejar tocarle y eso no me vale joder…

… tengo que ligar de verdad…

… no quiero ser virgen…

«No me seas una puta lesbiana, ¿vale?», le suelto.

«¡No soy una puta lesbiana! ¡Entérate, chaval!»

«Entonces, ¿qué coño te pasa?»

Me aparta y empieza a caminar hacia donde están sus amigas. Empiezo a decir algo; se vuelve y me suelta: «Tú vete a tomar por culo, ¿vale?»

Su amiga la del pelo oscuro parece una tía sobrada y dura que te cagas. De esa clase de tías que tienen hermanos majarones; se nota. Me mira y me suelta: «Lárgate, chaval, ¿vale? ¡Lárgate, pero ya!»

Justamente entonces Caroline Urquhart y su amiga Amy salen con Terry y el tío ese, Simón Williamson, el gachó ese de Leith. Parece ser que es colega del tal Renton y de Tommy y Matty además del hermano de Joe Begbie. Terry se ríe; lleva el brazo alrededor de Caroline y ella me mira como si…, como si yo fuera una puta mierda…

Entonces oigo gritos y todo el mundo mira hacia donde está montándose la bulla y eso me da la excusa para irme a tomar por culo y allá que voy. Billy me coge de la muñeca y me suelta: «Déjalo, Gally, esto es cosa de Dozo Doyle con los capullos esos de Clerie. No tiene nada que ver con nosotros.»

«¡Vete a la mierda!» Le aparto, saco la puta navaja y me acerco. Después me paro y pienso: ¿Qué cojones hago yo aquí? Me quedo ahí parado. Dozo está forrando al tío de Clerie; los amigos del chaval guipan la navaja y salen pitando. ¡La navaja dio resultado! El tal Polmont está ahí de pie sin hacer nada. El tío de Clerie ha caído al suelo y Dozo le patea. Entonces Polmont me hace un gesto y me coge el pincho; yo se lo doy sin más, se agacha y le abre la cara al otro gachó. El corazón me hace bum al ver cómo se abre la piel del tío y no se ve nada por un instante y después la raja y la sangre saliendo a chorros. Doyle mira al chaval desde arriba. «¡Puto gilipollas de Clerie!»

El tío se sujeta la cara como puede y dice algo, tonterías que no significan nada y yo mirándole mientras tanto. Se suponía que era una pelea limpia… entre Dozo y él…

Me quedo clavado en el sitio mientras Polmont me devuelve la navaja. La cojo, no sé por qué. Porque es mía, supongo. Polmont me mira y hace una mueca y Dozo menea la cabeza. Se ríen y se largan.

Se acercan un par de tíos, que me ven a mí, ven al chaval y ven la sangre. Después desaparecen. Uno de ellos dice algo pero no puedo oírle. El tío todavía tiene las manos en un lado de la cara y levanta la vista y me ve con la navaja. Me lanza una mirada de asco, como si fuera un animal.

Me vuelvo y cruzo corriendo el aparcamiento que hay a la salida del callejón hasta llegar a la carretera principal. Corro durante siglos, deteniéndome sólo al quedarme sin aliento. Después me deshago de la navaja, arrojándola a uno de esos contenedores grandes. Me lleva un rato darme cuenta de dónde estoy. Me he equivocado de dirección. Vuelvo sobre mis pasos pero dando un rodeo, cogiendo las calles tranquilas para llegar a casa y evitando las principales.

Empieza a llover. Las luces de las farolas se reflejan sobre el asfaltado negro azulado, haciéndome sentir náuseas y mareos; me subo la cremallera de la Harrington y me abrocho el botón del cuello. Las tripas me arden a cada paso que doy. Cada vez que oigo una sirena de policía o veo un coche de la pasma, creo que vienen por mí. El corazón se me sube a la boca y la sangre se me hiela. Veo cómo va cambiando la ciudad; las tiendas dan paso a las casas pijas del centro, a continuación llegan las casas de vecinos, después nada durante siglos, después la doble calzada y las luces del barrio.

LA CANCIÓN DEL SOLDADO (VIRGEN)

Estábamos merodeando por las tiendas de Stenhouse Cross el domingo por la mañana. Los domingos son una mierda y cuanto más duran más mierdas son. No se puede hacer nada más que hablar del fin de semana y sentir cómo te acechan el miedo y la depresión hasta que llega el lunes por la mañana. Una vez le dije a mi tío Donald, que trabaja en el polígono de Rentokil: «¿Mejora la cosa cuando dejas el colegio y te pones a trabajar?» Se limitó a sacudir la cabeza y a reírse como diciendo: Sí, exacto, eso es.

Pero todavía es por la mañana y todos los éxitos del fin de semana siguen frescos. Sobre todo para el chulo cabrón de Terry que va y dice: «Llevo en el puto capullo un mordisquito de mi pequeña colegiala de anoche. Qué polvo más lento», dice, extendiendo las manos y moviendo despacio las caderas. A ella no le sacó nada, a Caroline Urquhart no.

Este cabrón no dice más que putas chorradas.

«¿Qué pasó con toda esa basura de que “ni la tocaría” que soltabas antes?», le suelto yo.

«Bueno», sonríe Terry, «pensé que ahora que trabajo no está mal tener a una chavalita del cole a la que tirarse de vez en cuando.»

Billy parece muy impresionado por el capullo embustero y se nota lo mucho que le gusta eso a Terry. Billy se lanzó a toda máquina en el fútbol y fue él el protagonista en realidad, bueno, él y Gent, aunque fue a Terry al que trincaron. Y nunca le hace la pelota a Doyle y demás como hace Terry. Creo que a Billy le mola un montón Caroline Urquhart y Amy Connor también. Le molan a todo dios, aunque mientan al respecto, como Terry. «Salía con ese tío mayor, ¿no?», le pregunto.

«Nah, el tío la dejó. Ahora sale con otra tía. Así que yo estaba a mano para ofrecerle un oído comprensivo…», sonríe maliciosamente…, «y un rabo comprensivo también.» Se ríe, volviendo a mover las caderas. «Tendría que darle las gracias a ese tío por enseñarle el oficio, vaya que sí. Pensé que estaría nerviosa y rígida como una virgencita», dice, escupiendo la palabra «virgen» como si dijera «leprosa», «pero qué va, el cabronazo debió sacarle todo eso a polvos, dejándomela bien desbastada. La muy guarra sabía cómo comérsela también. ¡Vaya que si sabía! ¡Casi me deja sin polla!»

Mierda pura.

Ella no le chuparía a ese capullo sudoroso su asqueroso rabo.

«¿Quién era el tío que se largó con su amiga?», pregunta Billy.

Terry le echa un trago a su lata de Irn Bru.[22] «Simón se llama el tío. Buen chaval. Amy Connor le hizo una paja con las tetas. Es amigo del hermano de Joe Begbie, el cabrón ese de Franco al que pillaron a la vez que a mí. Espero que la pequeña Caroline no me haya pegado nada, porque me voy esta tarde a casa de Lucy a cenar, ¡y sé lo que hay de postre!»

«Creí que estaba mosqueada contigo por lo de la detención», dice Carl.

«Sí, el cabrón de su padre intenta ponerla en mi contra. El caso es que es inútil. En cuanto una tía ha estado con Terence Henry Lawson, ya está viciada y sólo quiere lo mejor. ¡Nunca tienen suficiente! ¡Fijo!»

El capullo engreído me pasa la lata de refresco.

Yo hago un gesto con la cabeza para que la aparte y él se la pasa a Carl, que echa un trago. Parece muy satisfecho consigo mismo. A lo mejor consiguió mojar el churro con la gorda pelirroja. Espero que no, joder, porque eso supondría que ahora yo sería el único de aquí que no lo ha hecho. Billy se lo ha hecho con Kathleen Murray y también con la hermana de Terry, Yvonne.

Maggie Orr, esa que vive en la escalera de Billy, baja por la calle con una chavala que lleva gafas, pero que parece muy maja. Paran delante de la tienda de

fish and chips. «Terry, ven un momento», le dice ella, haciéndole un gesto con la mano para que se acerque.

Pero Terry se mantiene en sus trece. «De eso nada, vosotras venid aquí», suelta él, todo chulo.

«Nah», dice la chavala de las gafas, señalando a Maggie con la cabeza y arrugando la cara, dando así a entender que Maggie no quiere ver ni a Carl ni a Billy. A Billy no le importa, está leyendo el periódico; Carl mira para otro lado, con las manos en las caderas. Billy enrolla el periódico y le golpea con él en la cabeza. Carl dice algo así como «Gilipollas». Terry se encoge de hombros y se acerca a donde están las chicas.

La chavala guay del pelo negro y las gafas me mira y sonríe. El corazón me hace bum. Parece majísima, distinta de algunas de las de por aquí. Entonces Terry también se vuelve y me mira, y luego se ríe con la chica, a la que empuja, agarra y hace cosquillas. Ella no para de reír y de decirle que pare. No debería hacerle eso a una chica así, una chica maja. Vale que uno enrede así con guarras, pero no con una chica como ésa. A Maggie tampoco le gusta; Terry se da cuenta, así que se acerca a ella y empieza a hacerle cosquillas, a levantarla. Ella se pone a gritar: «¡TERRY!», y le vemos las bragas; entonces él la baja. Se ha puesto colorada. Se marchan calle abajo y la chica alta maja se ríe, pero Maggie está roja como una remolacha y tiene los ojos llorosos. Aunque también se ríe un poquitín. Terry vuelve esprintando a donde estamos nosotros.

«Locas por follar, las dos», se ríe, mientras ellas desaparecen. Ve que le miro. «Eh», me dice, «a Gail, la alta, le molas, Gally. Me ha dicho: “¿Quién es ése tan mono de los ojazos?”»

Tendrá jeta el cabrón; vacilarme así. Carl y Billy se ríen de mí y Billy me da un pellizco en la mejilla. Hago caso omiso del gilipollas de Terry, de todos ellos. «Sí, ya, claro», le suelto yo.

Billy vuelve a abrir el

Sunday Mail. A Terry, el puto amo, le encanta todo esto. Armaron un revuelo que te cagas con toda la mierda que hubo en el partido. Esos putos periódicos de Glasgow: nunca se molestan cuando esos piojosos se desmandan por aquí. La estúpida cara de Terry y su estúpido pelo. En pleno periódico. El capullo se cree una puta estrella. Todo eso no es más que un montón de mierda.

IDENTIFICAMOS AL GAMBERRO DE LOS HIBS

El sonriente gamberro impenitente que llevó el terror y la vergüenza a Easter Road el sábado es el vendedor de refrescos a domicilio Terence Lawson (17). Millones de aficionados vieron el popular programa

Sportscene en el que unos Hibs inspirados por George Best lograron arrancar una victoria frente a los Rangers. Sin embargo, el partido se vio ensombrecido por serios disturbios en el terreno y en sus alrededores. «Estos individuos no son verdaderos aficionados al fútbol», dijo el inspector Robert Toal, de la policía de Lothian. «Los auténticos fans deberían denunciarlos. Están totalmente empeñados en acabar con el fútbol.» El rostro insolente de Lawson mientras lo sacaban de una reyerta que él había instigado resultó excesivo para muchos genuinos seguidores. Bill McLean (41) de Penicuik dijo: «Éste es el primer partido al que asisto en años y será el último. Hay demasiado hooliganismo últimamente.»

MAFIA

Lawson es el presunto cabecilla de una conocida banda de hooligans futbolísticos de Edimburgo conocida como La Mafia Esmeralda a causa de su afiliación al Hibs Football Club y su extrema crueldad.

VIOLENCIA

La relación de Lawson con la violencia no es cosa de ayer. El año pasado este fornido gamberro con permanente fue condenado por una brutal agresión a otro joven a las puertas de una céntrica tienda de

fish’n chips. También podemos desvelar que fue condenado por destrozar una cabina telefónica y por rayar alevosamente la carrocería de un coche de lujo con un manojo de llaves. El coche pertenecía al hombre de negocios edimburgués Arthur Rennie.

HASTA LA CORONILLA

Anoche, la madre de Lawson, la señora Alice Ulrich (38), defendió a su hijo. «Mi Terry puede ser un poco bobo a ratos, pero no es un gamberro. Lo que pasa es que últimamente anda con malas compañías. Ya empiezo a estar harta de todo esto.» Lawson fue detenido junto a otros dos jóvenes, de dieciséis y quince años respectivamente, cuyos nombres no podemos facilitar por motivos legales. El juicio tendrá lugar dentro de quince días ante el Tribunal de Distrito de Edimburgo.

«No es una puta permanente», suelta Terry, pasándose la mano por el pelo. «No me he hecho la puta permanente.»

Éste se piensa que su mierda no huele. Gilipollas escaqueado repartidor de refrescos. «Es porque tu viejo era un puto negro, no es más que eso», suelto yo.

Ojalá no hubiese dicho eso. Terry no se lleva bien con su viejo. Por un momento pienso que va a saltar, pero no se enfada. «Pues por lo menos tenía buena piel», me contesta mientras me señala la cara. «Tener una piel como ésa y meterla son cosas que no pegan, colega», dice con un guiño, y todo dios está que se mea de la risa. «No me extraña que seas T. V.»

Pone cara de póquer mientras yo me pregunto de qué cojones va eso…

Billy mira a Terry sin comprender.

«Todavía virgen», suelta Terry.

Todos se ríen de mí que te cagas; espasmódicamente, sosteniéndose unos a otros. Cuando creo que han terminado, sobreviene otra oleada que empieza justo cuando mis ojos se encuentran con los de Terry y por un instante veo algo que es casi como una disculpa antes de ser barrida por unos enormes rebuznos. Mi mano sale disparada hacia el grano que tengo en la cara. No pude remediarlo. Ahora tengo otro. Sí, y se ríen más todavía. Carl, que se escabulló con aquella puta carabota pelirroja y se cree el último de los amantes ardorosos porque alguna vaca a la que nadie más quiso le dejó hacérselo con ella. Birrell, que ni siquiera consiguió echar un muerdo…

«Vete a tomar por culo, cabrón», me escucho decir a mí mismo, pero estoy tan furioso que el aliento se me queda atrapado en el pecho.

Terry.

Cabrones.

Que les den por culo a todos. Esto no son colegas… «¡VETE A TOMAR POR CULO, LAWSON, SO MARICÓN!»

«¿Vas a obligarme tú?», suelta Terry, mirándome fijamente.

Me vuelvo, y me da la impresión de que él sabe más o menos qué es porque me da miedo lo que pueda hacer yo más que lo que pueda hacer él. «No te mosquees como si fueras un crío, Gally. Fuiste tú el que empezó con toda la mierda esa de los negros», suelta él.

«Sólo bromeaba, cacho cabrón.»

Juice Terry. El puto amo. Pregonando putas botellas de refresco por las barriadas…

«Pues yo sólo bromeaba sobre tus putos granos», suelta él; Ewart y Birrell vuelven a troncharse.

Gilipollas…

Doy un paso al frente y me planto delante de Terry. A mí no me da miedo ese cabrón. Nunca me lo ha dado. Ya sé que ahora se creen todos que es un tipo duro que te cagas, pero yo sé lo que hay. El capullo olvida que crecimos juntos, joder. Él se mantiene firme, por supuesto, pero se le nota cierta preocupación.

Billy se coloca entre los dos. «Dejad de sobraros el uno con el otro, ¿vale? Se supone que sois colegas. Sois alucinantes.»

Seguimos frente a frente, echándonos miradas encendidas por encima del hombro de Billy.

«He dicho que dejéis de sobraros. ¿Vale?», suelta Birrell, empujándome en el pecho con la palma. Ese cabrón empieza a tocarme las pelotas tanto como Terry. Vale que me pasé de la raya cuando dije aquello, pero el cabrón tendría que habérselo tomado a broma. Noto como hago fuerza contra la mano de Birrell, de manera que tiene que empujarme de verdad o relajar la presión. Me hace un gesto con la cabeza y relaja la presión. «Venga, Gally», dice, firme pero razonable.

«Sí, venga chicos, calmaos», suelta Carl, pasándole un brazo alrededor a Terry y tirando de él, obligándole a dejar de mirarme fijamente. Terry protesta, pero Carl se pelea con él en broma, obligándole a tomar parte. «Vete a la mierda, Ewart, capullo platino-albino…»

Entonces voy y digo: «Lo dije en broma. No vayas por ahí creyéndote que puedes sobrarte que te cagas porque te trincaron en el fútbol, Terry. No vayas por ahí creyéndotelo», le digo al cabrón.

Terry aparta a Carl y me mira. «Y tú no vayas por ahí creyéndote que puedes sobrarte que te cagas porque andas por ahí con una navaja.»

La navaja. La cara del chaval.

Me entra frío. Me siento solo, siento que todos me odian.

Birrell también apoya al cabrón de Terry. «Eso, tú guárdate esa mierda, te vas a meter en un fregado enorme, te lo digo en serio, Gally.

Y te lo digo porque eres mi colega. Últimamente tienes una actitud muy chunga.»

Me lo dices a mí, joder

Todo dios me lo dice a mí

La cara del chaval. Ese cabrón de Polmont. No lanzó un solo puñetazo en el fútbol, el puto cagao. Lloraba solo, como una nenita, en casa de Spencer. No dio la cara por Dozo cuando los tíos esos de Clerie estaban a punto de meterse hasta que me vieron a mí con la navaja. Y lo que le hizo al chaval fue una auténtica pasada. Dozo le estaba inflando. No había ninguna necesidad. Y yo me quedé ahí parado y dejé que me devolviera la navaja. La cogí, la cogí como un puto gilipollas. Me estoy cagando de miedo. Me vuelvo hacia Carl. «¿De qué va todo esto?»

«Que te has pasado, Gally», suelta Carl, señalándome. «Nada de putos pinchos.»

Ewart, el puto seguidor de los Hearts, me dice a mí que me paso. Sí, ya. Sí, claro.

Billy me mira fijamente. «La policía apareció anoche, después de que te dieras el piro. Le preguntaron a todo el mundo lo que había pasado.»

Los miro a todos ellos. Ellos me miran de la misma manera en que lo hacen Blackie y todos esos cabrones del cole. Se supone que son tus putos colegas. «Vale, ¿y vosotros qué cojones les dijisteis? ¡Seguro que me vendisteis!»

«Sí, claro, sí…, haz el favor», suelta Billy. Terry se limita a mirarme como si me odiara. Carl se aparta un poco, meneando la cabeza.

«No sabéis nada», suelto yo; me vuelvo y empiezo a marcharme.

Carl grita: «¡Venga, Gally!»

Billy dice: «Déjale.»

Oigo gritar al cabrón de Lawson con un acento americano superagudo, «Ca-ri-ñooo… hasta luego ca-ri-ñooo…» y la sangre me hierve que te cagas.

Ese cabrón se va a enterar.

Bajo por la calle, pasando por delante de la iglesia y la escalera de los Birrell hasta llegar a nuestra urbanización. Veo al viejo señor Pender bajando por la colina que lleva al pub Busy Bee, y grito: «Hola», pero no me hace caso, y aparta rápidamente la mirada. ¿Qué mosca le habrá picado ahora? Yo nunca le he hecho nada.

Cuando paso por delante del patio donde vive Terry, echo un vistazo hacia su casa para ver si están por ahí Yvonne o alguna de sus amigas. Me pregunto cómo puede ser que Terry sea tan cabrón e Yvonne tan maja.

Yvonne es encantadora.

Pero no hay nadie por ahí, así que me acerco a mi propio patio y subo las escaleras. Justo a tiempo, porque veo a un montón de tíos de los Hearts, Topsy y cía, dirigiéndose hacia aquí. Topsy es legal, y es amigo de Carl, pero algunos de los que estaban allí se sobrarían seguro si vieran que iba solo. Ahora mismo no estoy de humor para que se sobre nadie. Ahí está el grafiti ese de la pared de la escalera en rotulador rojo:

LEANNE HALCROW

AMA A

TERRY LAWSON

Atestiguado por ambos

Seguro que el cabrón lo escribió él solo. Le lanzo un japo, observando cómo el color se escurre por la pared. Tinta barata. El puto Terry se cree muy chulo con su puto pelo de negro y, mientras, su puta madre está follando con un puto nazi. Puto gilipollas gordo de mierda y sobrao. Se supone que se ha tirado a todas las putas tías y zurrado a todos los putos tíos del barrio. Y una mierda. Un tipo duro. Y una mierda. Y el puto Birrell y el puto Ewart… apoyándole…, cabrones.

Me voy a mi habitación y pongo el primer LP que me compré, el

This is the Modern World de los Jam. Cropley entra y le acaricio la cabeza con una mano temblorosa mientras mis lágrimas caen sobre su cabeza. Lágrimas que nadie verá, jamás.

Nunca terminaré los estudios. Nunca conseguiré un empleo. Nunca conseguiré echar un polvo.

Me van a encerrar.

«LOS CASOS DE ROCKFORD» CONTRA «LOS PROFESIONALES»

Los domingos por la noche son aburridos que te cagas. Tiro del anillo de goma amarillo que Cropley lleva en la boca. Gruñe a través de las fosas nasales. Con qué fuerza lo agarra. El anillo está todo lleno de babas.

«¡Ya está bien, Andrew!», suelta mi madre, «¡vas a sacarle los dientes al pobre animal! No puedo pagar facturas de veterinario para que le pongan una dentadura o lo que sea», dice riéndose, y Sheena y yo también lo hacemos ante la idea de Cropley con unos dientes falsos.

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