Cola

Cola


4. Aproximadamente 2000: Ambiente festival » Edimburgo, Escocia: 10.17 de la mañana

Página 64 de 73

«Lo sé, pero has sufrido una decepción que te cagas…»

«Nah», dijo, repentinamente más dura de lo que Lisa la había visto jamás. «No he hecho nada malo. Lo único que he hecho ha sido reventar un forúnculo. Ya no me importa: enfrentarme a lo que hizo él y a lo que ella le dejó hacer. Estoy harta, Lisa. Ahora ya me aburre. ¡Que lo solucionen ellos, los de ahí dentro!» Indicó la puerta con un gesto agresivo.

Lisa estrechó más a Charlene. «De acuerdo, pero te estoy vigilando, muñeca.»

Se pusieron algo de maquillaje y salieron justo cuando Terry se acercaba, irritado por si se estaba perdiendo algo. «¿De qué iba todo eso?», preguntó.

Lisa sonrió. «Sólo un capullo que se estaba sobrando», dijo, cogiéndose del brazo con Charlene. «Rab lo arregló», dijo, estrechando a Rab y besándole en un lado de la cara, notando que estaba demasiado pendiente de Charlene para darse cuenta siquiera. Después le pellizcó el culo a Terry. «Venga, vámonos de aquí.»

Salieron a la calle y fueron llegando al centro por parejas y tríos, dando tumbos, bizqueando por el efecto del sol, y esquivando a los turistas mientras atravesaban el West End sin orden ni concierto. «No sé si esto es buena idea», se quejó Alec. Prefería beber en sitios donde el espacio entre pubs pudiera medirse como máximo en metros.

«No te preocupes, Alexis», dijo Terry, dándole un apretón a los hombros de Lisa, «mi buen amigo William “Business” Birrell nos hará sentirnos más que bienvenidos en su encantador establecimiento», aventuró con amaneramiento, antes de volverse hacia Rab. «¡¿No es así, Roberto?!»

«Ya…, cierto…», dijo Rab con recelo. Había estado intentando explicarle algo a Charlene sin parecer un mamón paternalista. La noche anterior había sido un desastre. La chica le había visto como un asistente social, cuando él lo único que quería era echar un polvo…, bueno, en realidad, un poco de idilio y de cariño, pero a fin de cuentas, con polvo incluido. Era esencial. Pero la noche anterior, cuando hicieron todo menos meterla, ella se había puesto a remolonear hablando acerca de los condones antes de soltar la espantosa verdad. Pero supo llevarlo bien, él la había apoyado y ahora estaban más unidos que nunca. Incluso a Lisa le caía bien ahora.

«Será pronto, Rab», le dijo ella.

«Mira, yo lo único que quiero es estar contigo. Centrémonos en eso y podemos decidir sobre la marcha. Yo no voy a ninguna parte», dijo Rab, sorprendido de lo noble que sonaba aquello y de lo

puro que se sentía.

Me acabo de enamorar, hostias, pensó Rab. Salí a tomar una copa con la esperanza de echar un polvo, y voy y me enamoro, hostias. Y se sentía como un dios bufonesco.

Incluso desde el West End, hecho polvo y sin las gafas, Alec se imaginó que todavía podía ver la plataforma de limpieza en los laterales del Hotel Balmoral. A medida que se aproximaban, antes de girar hacia George Street, Terry levantó la vista y se estremeció. No estaba dispuesto, no podía volver a subir allí arriba. Demasiado alto. Era demasiado fácil caerse.

MENEO

Franklin se había pasado toda la noche en vela, incapaz de relajarse. Tenía un nudo en el estómago y no podía dormir. En el interior de su cabeza gritaba, que se vaya a la mierda esa zorra egoísta, ¿por qué molestarme? Pero unos minutos más tarde se inquietaba, telefoneaba a los clubs y los bares de apertura tardía y controlaba la habitación de Kathryn.

Intentó meneársela con el canal porno como medio de relajarse. Con lo ansioso que estaba, tardó siglos en llegar al orgasmo, y cuando lo hizo sintió una sensación de asco y vacío. Entonces se acordó, Dios mío, ¡la puta cartera! ¡Las putas tarjetas! Tomando nota de la diferencia horaria con Nueva York, llamó a algunos números para cancelarlas. Le costó siglos comunicarse. Para cuando lo hizo, los cabrones que se la habían levantado ya iban por las dos mil libras en bienes y servicios.

Al final, cayó en un sueño nervioso. Cuando se despertó sobresaltado, era casi la hora de comer. Pasó de la desesperación al humor negro. Se ha ido todo al garete, se dijo a sí mismo. Se acabó.

Ella nunca había hecho algo así antes, desaparecer la víspera de un bolo.

Se ha ido todo al garete.

Pensó en Taylor.

Franklin salió pitando. Que se fuera a la mierda esa zorra. Si ella podía hacerlo, él también. Iba a echar un trago en todos y cada uno de los bares que pudiera encontrar en este pueblo de mala muerte.

Ir a la siguiente página

Report Page