Cobra

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COBRA II » PARA LOS PÁJAROS

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—Pregunten señores. Sobre la vida y la muerte. Pero no olviden que yo no soy más que una concreción del primigenio cloruro viscoso, un engendro de la eterna truculencia llena. —Saca la lengua otra vez, se retoca un lunar:— ¡Hay que teatralizar la inutilidad de todo! —y rompe en una carcajada.

La gente se agolpa a su alrededor. Bajo el gran pie que ribetea un tubillo fluorescente aprovechamos la horda para distribuir cajitas rojas. Nos pegamos por detrás, muy apretados, a los clientes. Por el bolsillo del pantalón vamos deslizando la mano derecha. En el fondo dejamos un Templo del Edén. Nos pegamos por delante, muy apretados, a los clientes. Por el bolsillo del pantalón, a la derecha, sentimos, tibias contra el muslo, deslizar sus manos. En el fondo queda un billete.

Junto a los urinarios, bajo la luz mostaza del MEN, envueltos por el humo, por el vaho verdoso y tibio del orine, se propaga, en estuchitos circulares que nos arrancamos del cuerpo —talismanes envenenados— el bálsamo esencial; entre ideogramas negros se dispersa la nieve.

Distraemos a la barajera:

Escorpión: ¿Qué tengo que hacer para tener un pecho como el de Supermán?

Rosa: Aprender a respirar.

Pegada a una base convexa, una calavera de ojos espantados mira hacia arriba, suplicante, y muestra una lengua enrojecida, abierta en U como la de Rosa. Sobre el cráneo —la garra rasca el hueso—, un cuervo disecado luce una margarita ensartada en un collar.

Cobra: Quisiera ser acróbata del

Palacio de las Maravillas. ¿Cómo hago para desarticularme todo?

Rosa: Siéntese. Ponga el pie izquierdo sobre el muslo derecho y el derecho sobre el izquierdo. Cruce los brazos por detrás de la espalda. Con la mano derecha agárrese el pie izquierdo, con la izquierda el derecho. Mírese el ombligo. Y luego trate de desenredarse...

Detrás de la echadora de cartas, con fondo lila y ojos de vidrio, se asoman al unísono tres caballeros. El bombín acharolado del más viejo —monóculo, perilla cuidada, bigotes canos— corona la pirámide. Un calvo mofletudo y bonachón, contrito, baja la vista; a su lado el tercer escrutador, que corta por la boca un muro verde —sobresalen, de su bigote negrísimo, las espirales simétricas—: ojos espabilados, pelo colorado y lacio, cejas arqueadas.

TOTEM: ¿Qué debo hacer para que no se me caiga cuando ya va entrando?

ROSA: NO pensar en eso.

En el marco de la puerta —nos vigila, desde la sombra, una momia de párpados blancos, biliosa y fosforescente— aparece una gitana fumando.

Tigre: ¿Qué fórmula debo repetir para no reencarnar en un puerco?

Rosa suspira. De su cartera, que bordan crisantemos de nácar, toma una petaca de carey con iniciales de oro. Con la mano abierta destruye un arco de tréboles. Abre su vanity —vidrios verdes—, se retoca un lunar con tinta china —Rosa es así—, pide un high ball con mucho hielo...

En casa del herrero cuchillo de palo: ignoraba la descifradora que no llegaría a tomárselo: por la puerta de la Rembrandt, “con pasos afelpados”, entró la brigada de estupefacientes.

Vuelta hacia Rosa la muchedumbre se inmovilizó en un suspiro. Los cinco transformadores desaparecieron en el MEN.

El vaho del orine: la emanación de una ofrenda.

Los urinarios: frascos de aceite.

El lavabo: una fuente de pétalos.

Sentado sobre un pavo real de porcelana blanca, apareció un dios amarillo. El rostro central era plácido; en los laterales, colmillos salientes, ojos irritados y globulosos, narices echando humo. Las manos centrales juntas en oración; las otras blandían dardos y puñales, arcos y flechas.

Cariacontecidos y avitamínicos del baño salieron cinco lamas refugiados en Nepal. Los ahogaba el verano indio. Rememoraban el té rancio, el reflejo de las jarras de cobre en la nieve, la harina de cebada, un muro de piedras blancas cada una con una sentencia escrita en negro, el paso de un yac por el marco de una ventana estrecha, los tankas pintados a mano, tan milagrosos, abandonados en las inmediaciones de Lasa.

Tundra señaló la tierra.

Escorpión maldijo a los demonios rojos, instigadores de la invasión china.

Con cascos metálicos que imitaban cabezas de lechuza, de águila filipina comedora de monos, un agente del orden se acercó a COBRA:

—Documentos...

....................

—Drogas...

....................

—Divisas...

....................

—Detenido...

....................

Conocemos la afición del inculpado por el teatro pedagógico.

No perdió un solo efecto:

le entregó una flor,

un Templo del Edén,

un florín;

se sacó el sexo y le orinó los pies.

Sujetándolo por los hombros el policía lo arrinconó contra la pared.

Le enterró en el cuello las garras.

Con el pico de acero le perforó el cráneo.

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