City Life

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El representante de la empresa discográfica entregó a Vientredeluna un disco de oro tras la venta de un millón de ejemplares de «Las Ciudades Son Centros de Copulación».

17.

Charles y Jacques estaban aún hablando con Hector Guimard, el antiguo virtuoso del trombón.

—El tuyo no es un problema moderno, decía Jacques. El problema hoy día no es la angustia sino la falta de angustia.

—Espera un minuto, Jacques. Aunque también yo creo que no hay nada malo en tocar el trombón, puedo comprender el sentimiento de Hector. Conozco un pintor que siente exactamente lo mismo respecto a su trabajo. Cada mañana se levanta, se lava los dientes y se coloca ante la tela vacía. Un terrible sentimiento de estar

de trop se apodera de él. Sale a la calle y compra el

Times, en el quiosco de la esquina. Vuelve y lee el

Times. Mientras está entregado al

Times se encuentra perfectamente. Pero el

Times se termina pronto. Y la tela vacía sigue allí. Y entonces (por lo general) hace un trazo en la tela, cualquier tipo de signo que no es lo que él desea expresar. Es decir, cualquier vieja señal, sólo por tener algo en la tela. Entonces se siente terriblemente deprimido porque lo que hay allí no es lo que él sentía. Y llega la hora de la comida. Sale y se compra un bocadillo de pastrami. Vuelve y se come el bocadillo mientras observa con el rabillo del ojo la tela con aquel trazo inexacto sobre ella. Por la tarde, borra el trazo de la mañana, lo que le proporciona cierta satisfacción. El resto de la tarde se pasa en decidir sí aventurar o no otro trazo. El nuevo trazo, si es que se aventura alguno, será también, inevitablemente, inexacto. Lo aventura. Es inexacto. Es, realmente, la peor de las vulgaridades. Borra el segundo trazo. La angustia se va acumulando. Sin embargo, ahora la tela, debido a los trazos equivocados y a los borrones, ha adquirido un aspecto interesante. Va hasta A. and P. y compra comida mejicana y varias botellas de Carta Blanca. Regresa al estudio, toma la comida mejicana y bebe un par de botellas de Carta Blanca, sentado frente al lienzo. La tela, en primer lugar, ya no está vacía. Llegan amigos y le felicitan por tener un lienzo que no está vacío. Comienza a sentirse mejor. Ha arrebatado algo a la nada. El carácter de ese algo aún sigue indefinido —él no se siente en absoluto liberado. Y por supuesto, toda la pintura —todo el arte— camina por otro lugar, no está donde está su mente, y él lo sabe, pero sin embargo…

—¿Cómo se aplica esto al trombón? preguntó Hector.

—Tenía una idea clara de la relación cuando empecé a hablar, dijo Charles.

—Como dijo Goethe, la teoría es gris, pero el árbol dorado de la vida es verde.

18.

Todos en la ciudad veían una película sobre una aldea india amenazada por un tigre. Solo, Wendell Corey, se alzaba entre la aldea y el tigre. Y Wendell Corey había perdido su rifle. O más bien el tigre lo había hecho saltar de sus manos y le había dejado sólo con el cuchillo. Y además el tigre tenía el brazo izquierdo de Wendell Corey atrapado en su boca, hasta el hombro.

Ramona pensaba en la ciudad.

—He de admitir que estamos atrapados dentro del más exquisito y misterioso estiércol. Este estiércol se alza y palpita. Es multidireccional y tiene un rector. Describirlo exigiría cientos de miles de palabras. Nuestro muladar es sólo parte de uno mucho mayor —la nación-estado— que es a su vez creación de ese muladar de muladores, la conciencia humana. Por supuesto en todo esto hay también huellas de lo sublime —como cuando Vientredeluna canta, por ejemplo, o cuando se apagan todas las luces. ¡Qué época dichosa aquélla en que no había electricidad! ¡Si pudiéramos recrear aquel paraíso! Por ejemplo, olvidándonos todos a la vez de pagar los recibos de la luz. Los nueve millones. Recibiríamos más tarde esos pequeños avisos que indican que si no se paga en el plazo de cinco días, cortarán el suministro. Nos levantamos todos de nuestros asientos con el aviso en la mano. La misma idea penetrando en los nueve millones de cerebros. Nos guiñamos un ojo.

En la Compañía Eléctrica se produjo cierta inquietud cuando un espacio parapsicológico lanzó la idea de Ramona.

Ramona ordenó los nombres de diversas formas.

Vercingetórix

Vientredeluna

Charles

Vientredeluna

Charles

Vercingetórix

Charles

Vercingetórix

Vientredeluna

—Sobre mi han caído sus miradas. La fuerza fecundadora quizás fuera la de las miradas de todos ellos fundidas. De los millones de individuos que serpentean por la superficie de la ciudad, esa ondulante mirada deseosa me eligió a mí. La pupila se dilató para admitir más luz: más yo. Comenzaron a bailar pequeñas danzas de sugestión y miedo. Estas danzas constituyen una invitación de significado inconfundible. Una invitación que, si se acepta, arrastra a muchos caminos cenagosos. Yo acepté. ¿Había alternativa?

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