Christine

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Segunda parte: Arnie. Canciones de amor adolescentes » 22. Sandy

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22. Sandy

First I walked past the Stop and Shop

Then I drove past the Stop and Shop.

I liked that much better when I drove

past the Stop and Shop,

Cause I had the radio on.

JONATHAN RICHMOND Y LOS MODERN LOVERS

El empleado del aparcamiento aquella noche —todas las noches, en realidad, desde las seis hasta las diez— era un joven llamado Sandy Galton, el único del círculo de amigos de Buddy Repperton que no había estado en el fumadero el día en que Repperton fue expulsado de la escuela. Arnie no le reconoció, pero Galton reconoció a Arnie.

Buddy Repperton, expulsado de la escuela y sin ningún interés por iniciar los trámites que podrían haber culminado en su readmisión a comienzos del semestre de primavera, en enero, había ido a trabajar a la estación de servicio del padre de Don Vandenberg. En las pocas semanas que llevaba allí había realizado ya bastantes de las típicas estafas: sisar en el cambio a los clientes que parecía que tuviesen demasiada prisa como para contar los billetes que les daba, practicar la jugada de la cubierta (que consiste en cobrarle al cliente un neumático nuevo y ponerle en realidad una cubierta nueva, embolsándose la diferencia de quince a sesenta dólares), la similar jugada de las piezas usadas y el vender viñetas de inspección a chicos de la escuela superior y de la cercana Horlicks: chicos ansiosos de mantener en la carretera sus trampas mortales.

La estación de servicio estaba abierta veinticuatro horas al día, y Buddy trabajaba en el último turno, desde las nueve de la noche hasta las cinco de la mañana. Hacia las once, Moochie Welch y Sandy Galton solían dejarse caer por allí en el viejo y abollado Mustang de Sandy, Richie Trelawney podía ir en su Firebird, y, naturalmente, Don entraba y salía casi continuamente…, cuando no estaba holgazaneando en la escuela. A medianoche de cualquier día laborable solía haber seis u ocho chicos sentados en la oficina, bebiendo cerveza en sucias tazas de té, pasándose una botella de Texas Drive de Buddy, fumando un porro, o quizás un poco de hachís, echándose pedos, contando chistes verdes, intercambiando embustes sobre las chicas que se estaban jodiendo y acaso ayudando a Buddy a arreglar algún coche.

Durante una de estas reuniones nocturnas a primeros de noviembre, Sandy mencionó casualmente que Arnie Cunningham guardaba su coche en el aparcamiento del aeropuerto. Había adquirido un abono para treinta días.

Buddy, que habitualmente se mantenía retraído y hosco durante estas sesiones nocturnas, echó hacia atrás bruscamente su barata silla de plástico y dejó de golpe la botella de Driver en el armario de los limpiaparabrisas.

—¿Qué has dicho? —preguntó—. ¿Cunningham? ¿Caracoño?

—Sí —respondió Sandy, sorprendido y un poco inquieto—. El mismo.

—¿Estás seguro? ¿El tipo que hizo que me echaran de la escuela?

Sandy le miró, con creciente alarma.

—Sí. ¿Por qué?

—¿Y tiene un abono para treinta días, lo que significa que tiene el coche en el aparcamiento de modo permanente?

—Sí. Quizá sus padres no querían que lo tuviese en…

Sandy no terminó la frase. Buddy Repperton había empezado a sonreír. No era una sonrisa agradable, y no sólo porque los dientes que dejaba al descubierto estaban cariándose ya. Era como si, en alguna parte, alguna terrible maquinaria acabase de ponerse en movimiento y estuviese empezando a girar a toda velocidad.

Buddy paseó la vista de Sandy a Don, y a Moochie Welch, y a Richie Trelawney. Ellos le miraron también, interesados y un poco asustados.

—Caracoño —dijo, con voz suave y maravillada—. Caracoño ha conseguido licencia de circulación para su cacharro y sus padres le han obligado a aparcarlo en el aeropuerto.

Se echó a reír.

Moochie y Don intercambiaron una mirada, intranquila y ávida a la vez.

Buddy se inclinó hacia ellos, con los codos apoyados en las rodilleras de sus pantalones vaqueros.

—Escuchad —dijo.

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