Chime

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Capítulo 3

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Capítulo 3

Una corona para la Era de Vapor

 

Prefiero no hablar de ello —dijo Rose desde detrás de la puerta del armario.

—A ella le disgustan todos los nuevos caballeros, a Rose —dijo Pearl Whitby, excepto que ella era Pearl Miller ahora y yo lo olvidaba siempre. Era Pearl Miller y estaba casada y tenía un bebé extremadamente feo.

Pearl tenía razón. Ella solía ayudar antes de que Padre volviera a casarse, y ella sabía que a Rose no le gustaba los extraños, especialmente no en casa. Con Eldric ya era bastante malo, pero Padre había invitado a un tercer caballero que Rose no había visto nunca.

Nunca hubiera creído que Padre podría hacer algo estúpido, y tengo una gran fe en la estupidez de Padre.

¿Acaso no recuerda que Rose odia las sorpresas? Y odiaba especialmente un invitado sorpresa, y un hombre, por cierto. Ella y yo no estamos acostumbradas a los hombres.

—¿A Rose le apetecería un dulce? —dijo Pearl, enrojecida por luchar con la estufa, que tenía un temperamento mercurial.

Presioné mi frente contra la ventana de la cocina.

—Conozco algo que será interesante para cierta chica llamada Rose.

Puse su nombre en la ventana, rosas de aliento floreciendo en el cristal.

—Tenemos panecillos para té.

Sólo había una razón por la que quería convencer a Rose de salir del armario: Nunca 14 podía dejar de cuidar a Rose, lo que significa que si se quedaba en el armario, me tenía que quedar en la Casa Parroquial; lo que significaba que no podía llamar al pobre Tiddy Rex, que había sido afectado por la tos del pantano; lo que significaba que no podía tomar nota de los síntomas de Tiddy Rex y compararlos con los de Rose, lo que en realidad no me haría ningún bien, porque si ella tenía la tos del pantano, no había nada que pudiera hacer al respecto, pero al menos Madrastra no podía decir que no estaba haciendo nada, lo que no podría hacer en ningún caso porque estaba muerta.

Excepto que tal vez los síntomas no coincidirían. Entonces, al menos, podría dejar de preocuparme por Rose y por la tos del pantano y preocuparme por algo más.

La puerta de la cocina gimió. Tiene artritis y mal humor desde la inundación, y tomaba ventaja de cada oportunidad para quejarse. Cuadros rojos y amarillos nadaron en el cristal de la ventana y sabía, sin girarme, que era Eldric quien había entrado. No había duda de que era su chaleco de la universidad.

—Me gustan los panecillos —dijo Rose, con su voz amortiguada por el armario… y no es que su voz real hubiese sido alguna vez lo que se podría llamar animada.

—¡Un armario parlante! —dijo Eldric—. Siempre he querido ver un armario parlante.

Rose nunca saldría del armario ahora, no con Eldric en la cocina. Estaba atrapada en la Casa Parroquial. Me alejé del reflejo del chaleco hacia un Eldric de carne y hueso, quien llenaba completamente el hueco de la puerta.

—Tengo un mensaje para ti. —Eldric asintió con la cabeza hacia mí—. Tu padre se pregunta si puedes entrar en el comedor.

—¿Quién cuidará del armario parlante? —le dije.

—Yo lo haré —dijo Pearl—. Vaya, señorita.

—¿Vas a mirarla como un halcón? —dije—. ¿Un halcón que puede ver a través de las puertas de armario?

Pearl se rió y dijo que lo haría. De todos modos, el comedor estaba a seis metros de distancia. Sabría si Rose me necesitaba. Rose no es de las que mantienen sus sentimientos para sí misma. Pero aun así tuve que preguntar.

—¿Estás segura?

—Nos lo pasaremos en grande, Rose y yo.

—Gracias. —¿Pero por qué debo agradecérselo a Pearl? A ella le pagan. Cualquier persona podía soportar a una niña gritando si se le pagaba, pero a la hermana de una niña nunca le pagan. Me gustaría alejarme más que seis metros. Francia estaría bien, y hablo un francés tolerable. O Grecia, aunque hablo un griego horrible y solamente del antiguo. Pero si no pudiera alcanzar a pedir un vaso de vino, pediría un mar de vino; y me gustan las aceitunas; y creo que podría gustarme el calamar; y sin duda me gustaría cualquier lugar

que esté lejos de Rose.

El comedor está lleno de hombres: Padre, el Sr. Clayborne, Eldric, y el invitado sorpresa, el Sr. Drury, que también fue tutor de Eldric. Los hombres… con sus botas grandes obstruyendo el suelo, sus pulmones codiciosos absorbiendo el aire, con sus caras sin afeitar llenando el espejo.

Los hombres, ellos no me gustan ni un poco. No soy una chica normal, suspirando por romance y un marido. ¡Puede que los Horrors me atrapen si creciera comúnmente, como Pearl!

Sé lo que Pearl tuvo que hacer para conseguir ese bebé con Artie Millar. Lo sé, y no pienso mucho en ello. Padre se sorprendería de lo que sé.

Me recosté en el papel tapiz color rojo damasco, que había sido alguna vez tan hermoso.

Pero estaba ampollado y descamado ahora, como la puerta de la cocina, que nunca se había recuperado de la inundación.

El Sr. Clayborne miró a Eldric; Eldric asintió con la cabeza. Era como si los Clayborne compartieran un lenguaje silencioso, que era completamente diferente a como nosotros, los Larkins, compartíamos el silencio, lo que era nada en absoluto. No compartíamos nada.

Supuse que la mirada del Sr. Clayborne significaba: ve a hablar con la hija del clérigo, y el asentimiento de Eldric quería decir : bien, si insistes, pues vino directamente. ¿Qué tipo de excusa dio para buscarme? ¿Qué tipo de máscara llevaba Eldric?

—No hemos tenido la oportunidad de ser debidamente presentados esta mañana —dijo.

—Mi hermana tiene un don para hacer escenas en público.

Eldric asintió con la cabeza.

—Mi padre mencionó a Rose en sus cartas, pero habla con más frecuencia de ti. Piensa que te acercas bastante a ser la hija modelo. Te menciona cada vez que llegaba a desear tener un hijo modelo.

Los adultos tienden a ver como soy más madura a pesar de mi edad. Creo que tiene que ver en parte con ser hija de un clérigo, en parte por vigilar a Rose, y en parte por ser bastante inteligente. Pero no puedo tomar ningún crédito; estoy atascada con todo.

—Un padre tiende a estar decepcionado —dijo Eldric—, cuando su hijo ha alcanzado la avanzada edad de veintidós años y no se graduó en la universidad.

—¿Tienes que continuar los estudios aquí, con el Sr. Drury?

Eldric se inclinó hacia mí, el aliento de su susurro era cálido en mi oído.

—Es Sr. Dreary , en realidad. No se lo digas, pero le he dado un nombre que le viene mejor.

Sí, Padre insiste en que termine mis estudios.

Me encantaría terminar mis estudios. Debí haber ido a la escuela en Londres después de que Padre rechazó a mi tutor, pero al final, me vi obligada a permanecer en Swampsea para cuidar de Madrastra. De Rose y Madrastra. Y lo peor de todo es que sólo yo tengo la culpa.

Sr. Dreary: significa en español “Sr. Triste”.

—¿Puedo estudiar contigo?

—¡Por supuesto que no! —dijo Eldric—. No puedo permitir que me estés enseñando en cada tema.

Por supuesto que no podía. No se suponía que las niñas fueran más inteligentes que los varones. Es muy bueno que no sufriera de sentimientos normales, como la decepción.

Lo sentí un poco menos al ver la mirada de Eldric.

—No quise decir eso, ya sabes. Sí, puedes estudiar conmigo y eclipsarme en cada materia.

—Eldric sonrió, con una larga y rizada sonrisa de león—. En cada materia, excepto en una.

—¿Qué materia es esa?

—El boxeo —dijo Eldric.

¿Boxeo? ¡Me encantaría aprender a boxear! No sólo se supone que las chicas deben ser menos inteligentes, sino que nos tenemos que contentar con sentarnos junto al fuego y dar vueltas. Padre creía eso, por supuesto, pero Madrastra sabía la verdad. Sabía que aprender a llevar una casa era una pérdida de tiempo para una niña.

—Esto va a ser una sorpresa para ti, lo sé, pero nunca he estudiado boxeo. Me gustaría creer que quiero clases de boxeo. De haberlo hecho, mi madrastra habría venido a verlo, te lo aseguro. Creía que las chicas deben estudiar lo que quisieran.

Madrastra me animaba en todo lo que amaba. Solía vagabundear por el pantano, y escribí un montón de historias estúpidas. Ella me animó a escribir, particularmente, lo que era agradable, pero ahora me doy cuenta de que mis historias eran simplemente horribles. Es un alivio que fueran reducidas a cenizas y nadie nunca los vaya a leer.

—Siento lo de tu madrastra —dijo Eldric, lo que he escuchado muchas veces en estos últimos dos meses y tres días, pero todavía no me he acostumbrado a ello. Entiendo que no es una disculpa, por supuesto, pero aun así, suena extraño. Yo soy la que debería disculparse. No me culpo exactamente por la muerte de Madrastra. No la alimenté con arsénico, y fue el arsénico lo que la mató. Pero le causé las lesiones en su espina dorsal.

Ella podría haber muerto a causa de ello si el arsénico no lo hubiera hecho primero.

Nos quedamos en silencio. Eldric comenzó a juguetear con alguna cosa de niños. Sabía lo que estaba pensando. En su lugar, estoy segura de que querría saberlo todo sobre Madrastra: es tan maravillosamente interesante cuando una persona se suicida. Pero ella

no lo hizo, Eldric. ¡No lo haría!

Los caballeros habían comenzado a hablar de los asuntos oficiales del Sr. Clayborne, que era drenar el agua del pantano. Esto iba a mejorar la vida en Swampsea, al menos de acuerdo con la Reina Anne. Menos agua significa más tierra. Más tierra significaba más cultivos y más pasto para el ganado ovino y vacuno. Más tierra significaba que no habría pantano ni más tos del pantano.

—¿Podríamos poner distancia? —dijo Eldric—. Cuando Padre comienza a hablar de secar el pantano, comienza a pensar en que debería ponerme a trabajar, pero eso sería un desastre. Volteo mi pala hacia el lado equivocado, y consigo que el agua vaya al revés.

Pensarías que despreciaría a este gran chico perezoso. Aquí estaba yo, cuidando siempre de Rose y quejándome sólo para mí misma, que no es en absoluto satisfactorio; y ahí estaba él, sin hacer nada, y disfrutando de ello todo el tiempo. Pero me gustaba él. Es decir, que me gustaba tanto como alguien me podía gustar.

—Te voy a mostrar la casa —le dije—. Eso le va a agradar a Padre.

Lo hizo, también. Padre estaba encantado de que su hija estuviera actuando como una chica normal, jugando a la anfitriona y charlando con un hombre joven.

Nos pusimos en marcha por el pasillo. La inundación había sido hace dos años, pero las paredes agrietadas de yeso aún olían como a agua muerta y peces agonizantes. El salón delantero estaba rodeado de ventanas, y en la luz vi a Eldric jugueteando con los pedazos más fascinantes de alambre rizado.

—¿Son clips? —Los había visto en los catálogos pero las imágenes no les hacían justicia.

Son preciosos, en una especie de forma industrial.

Eldric derramó una cascada tintineante en mi palma.

—¡No son encantadores! No puedo mantener mis manos lejos de ellos. Pero te doy una justa advertencia: fue por una caja de clips por la que me expulsaron.

—¿Expulsado?

—Una caja de mil clips —dijo, con sus dedos largos rizando, enrollando, retorciendo—. Y

un saco de vidrio de color.

—¡Expulsado! —Yo quizás sea una chica malvada a la que no le importaría comerse un bebé para el desayuno, pero jamás permitiría que me expulsaran. Es demasiado público.

—Definitivamente expulsado —dijo Eldric—. El decano me lo dejó muy claro. Pero, ¿en realidad fue mi culpa? ¿Cuándo los compañeros en el pasillo me apostaron mil clips a que no podía tirar una cierta piedra lo suficiente lejos para llegar a una capilla determinada?

—¿Aceptaste la apuesta?

—Te pregunto… ¡por mil clips! ¿Tenía otra opción?

Reconozco que no la tenía.

—¿Y la capilla?

—Sólo digamos que tengo un brazo bastante bueno. Sólo digamos que la piedra alcanzó la capilla con espacio de sobra. Sólo digamos que alcanzó la capilla con el espacio suficiente para pasar justo a través de la ventana de vitral.

Eldric se rió de sí mismo, y me encontré riendo también. Hacía mucho tiempo que no había escuchado mi propia risa. Estaba oxidada, pero servible.

—Padre, no encontrará esa anécdota divertida.

—Pero tú lo haces —dijo Eldric—, lo que es mucho más importante. Cuando eres un chico malo, te encuentras con que la gente o se ríe de ti o contigo. Yo prefiero el con.

—Vas a tener competencia. Cecil Trumpington se cree el chico malo local.

—¿Un rival? —dijo Eldric—. ¡Nos vamos a divertir!

Abrí la puerta del despacho de Padre, que está un poco menos ordenado de lo que cabría esperar. Y él no se da cuenta de que su sillón huele a tabaco . Haz como yo digo, no como yo hago.

Al final del corredor yacen los restos carbonizados de la biblioteca.

—¡Una inundación y un incendio! —Eldric miró el suelo ennegrecido, las ventanas tapiadas, a la gran caverna oscura que había contenido estanterías. Todavía olía a humo—

. Tuvieron más que su cuota de mala suerte.

Asentí con la cabeza, pero en realidad no tenía nada que ver con la mala suerte y todo que ver conmigo. Hace seis meses, los estantes de la biblioteca contenían todas mis historias.

Entonces encendí el fuego y las quemé todas.

Y tengo la cicatriz para demostrarlo.

Pero no importa, de verdad. No leo mucho ya.

—Padre querría que destacara la iglesia, que se encuentra justo al otro lado de la biblioteca.

—La iglesia y la biblioteca compartían pared, unidos como hermanos siameses—. Pero es probable que no te preocupe la iglesia, siendo un chico malo.

—No le digas a tu padre —dijo Eldric.

—Probablemente tengo la obligación de señalar todos los peligros locales. Cuando se dice

seguros como casa, no estaban pensando en nosotros. —Llevé a Eldric a través del vestíbulo y abrí la puerta de entrada—. Te darás cuenta de que el porche se cayó de inmediato.

—¡Dios mío! —Los ojos de Eldric eran muy brillantes. Era a causa de la parte blanca de sus ojos… sí, eso era todo. Eran más blancas que la de los demás.

Le expliqué que perdimos el porche en la inundación.

—Padre no ha llegado a reconstruirlo, a pesar de que es bastante buen carpintero. Dice que si Jesús fue carpintero, es suficientemente bueno para un clérigo. Pero no recuerdo que Jesús dejara que su casa se cayera.

Más allá del fantasma del porche estaba la Plaza del Ahorcado, su empedrado estaba cubierto de longitudes de acero que estaban creciendo en la línea de ferrocarril entre Londres y nuestro pueblo de Swanton, lo que significaba que se vivía maravillosamente en Swanton por su reputación como final de la línea.

Eldric me miró con esos ojos brillantes. Que contraste hacíamos nosotros: mis ojos, más negro que el negro; sus ojos, más blancos que el blanco, más una pequeña interesante cicatriz que cruzaba su ceja.

Eldric se quedó muy quieto, tarareando con energía, al igual que Londres lo hizo. El Londres que yo nunca vería, con hilos eléctricos colgados y brillantes, con las lámparas encendidas. Siempre me he preguntado si cuelgan lámparas en los baños, ¿o incluso los londinenses piensan que hay ciertas cosas que es mejor dejar en la oscuridad?

Soy consciente de que estoy mezclando mis metáforas horriblemente. ¿Cómo puedo comparar a Eldric con un león en una descripción y con la electricidad en otra? Pero no me preocupa. Es mi historia y yo pongo las reglas.

De vuelta a la sala, donde el espejo sobre la repisa de la chimenea atrapa la cara de Eldric.

No la mía. No soy lo suficientemente alta y, de todos modos, he superado mi reflejo.

Eldric se aparta del espejo, tendiendo su mano. En el hueco de la palma de su mano estaba su juego de clips. Pero el juego se había convertido en una corona. Una corona acabada en filigranas, con una aguja curva marcando el frente.

La miré por unos momentos.

—Es para ti —dijo Eldric—. Si la quieres.

—Tengo diecisiete años —le dije—. No he jugado a la princesa por años.

—¿Importa eso? —Eldric la pone en mi cabeza. Casi ni pesaba, una corona real de la era de vapor.

En una historia adecuada, chispas antagónicas volarían entre Eldric y yo, chispas que endulzarían el inevitable beso en la página 324. Pero la vida no funciona de esa manera.

No odio a Eldric, lo que, para mí, es casi tan bueno como las cosas conseguidas.

No debía volver a pensar en mí como princesa, o chica lobo. Todas las cosas tontas que solía imaginar. Madrastra estaba en lo cierto. No importa que te veas como una princesa en el exterior. Eres una bruja en el interior y nada va a cambiar eso. Lo mejor es no mirarse a sí mismo en absoluto.

—Te voy a mostrar a donde vas a dormir. —Empujé a través de la puerta oscilante a lo que había sido el cuarto de costura. Madrastra durmió aquí cuando estaba enferma.

Madrastra murió aquí, sin nadie. ¿Por qué no pude comprobarla, sentarme con ella? Sabía que se estaba muriendo. Pero eso es lo que las brujas hacen, ¿no? Dejan a la gente morir sola.

Era difícil imaginar a Eldric en esa habitación. ¿Cómo sería esta metáfora mixta de león y el chico londinense ocupando los espacios vacíos de Madrastra?

¿Qué poseían las metáforas mixtas de chicos? ¿Cosas de fútbol? ¿Trofeos? ¿Camisetas sudadas?

Eldric dio vuelta con los músculos tensos hacia la ventana que daba al pantano.

—¿Vas por ahí y vagabundeas?

Solía visitar el pantano todos los días. Solía imaginarme como una chica lobo y merodear y oler y aullar.

—No desde hace mucho.

Sabía exactamente cuánto tiempo: tres años hacía en septiembre.

—¿Qué se siente?

—Húmedo. —Recordé aquel día de septiembre con terrible claridad. Fue el día en que Madrastra me dijo que soy una bruja. Todavía estoy asombrada de lo que ella tenía que decirme.

¿Cómo no lo había sabido? ¿O por lo menos adivinado? Después de todo, dejé un rastro de destrucción tras de mí, ancho como un campo de fútbol.

—Es muy hermoso.

¿Hermoso? El pantano se extendía hasta donde alcanzaba la vista, un resplandor gris, bronce con juncos y espadañas. Solía pensar que era hermoso, pero no tengo un sentimiento particular para eso. Supongo que a la vieja chica lobo Briony le habría disgustado la idea de drenar el pantano, pero ¿por qué debería preocuparme? Nunca podría visitar el pantano de nuevo.

—Pearl hizo lo que pudo para hacer la habitación confortable, pero por favor dinos si necesitas alguna cosa.

Era extraño pensar en Eldric colgando su chaqueta y pantalones de la universidad en el armario de costura, que había sido una vez llenado con agujas, carretes de hilo y bastidores.

Eso pasó en los días en que Padre pensaba que su hija tenía que ser educada en las artes domésticas… una frase horrible, que es, por supuesto, por lo que Padre la eligió. Contrató a la madre de Pearl para ayudar a domesticarnos, pero vino Madrastra y nos liberó.

—Le pediré a Pearl que se ocupe del fuego.

Madrastra nunca se había preocupado por el fuego. Le daba demasiado calor, decía. Tenía que abrigarme cuando entraba en el cuarto de costura para cuidar de ella. El cuarto de costura era un lugar triste, entonces, y siempre pienso que una limpieza del hogar es desoladora.

La luz de la ventana atrapó los amplios pómulos de león de Eldric, y la aspereza que barría sus mejillas. ¿Bigotes? ¿Este chico-hombre se afeitaba? Por supuesto que lo hace, tonta e ignorante Briony. Tenía veintidós años. Se estaría afeitando en esta habitación, en la misma habitación donde murió Madrastra.

De repente estuve conciente de él, de la abrumadora presencia de Eldric, de la concurrida sangre londinense bombeando a unos centímetros de distancia. De su energía de clip y sus ojos encendidos.

—¡Srta. Briony! —Estaba Pearl llamando… ¡gritando!—. Salió corriendo. ¡La Srta. Rose salió corriendo hacia el pantano!

Me arrojé por la puerta oscilante. Había hecho lo que Madrastra me había advertido. O

más bien, no lo había hecho.

No había estado cuidando a Rose.

Me odio a mí misma.

Debes cuidar de Rose. Madrastra lo había dicho una y otra vez. Cuida de Rose. Y se lo había prometido.

Había aprendido a hacerlo. He aprendido que tenía que odiarme a mí misma.

Me estrellé en la cocina. La puerta del armario estaba abierta.

Cuando te odias, no descuidas tus responsabilidades. Cuando te odias, nunca olvidas lo que hiciste.

Incluso me había olvidado de la tos de Rose. Qué poco hizo falta, dos ojos brillantes y un par de clips. ¿Qué si es la tos del pantano y Briony muere? ¿Cómo lucirán entonces esos ojos brillantes?

Vamos a revisar las reglas, Briony: ¿cuál es, sobre todas las cosas, lo que no debes olvidar?

No debes olvidar odiarte.

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