Chime

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Capítulo 10

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Capítulo 10

He aquí: la Gloriosidad

 

Esa noche, el anhelo por el pantano regresó.

Qué extraña palabra, anhelo. ¿Qué es, realmente? Es difícil de describir, a pesar del hecho de que te mantiene despierto toda la noche. Es más complicado que el dolor.

Es una picazón atrapada bajo tu piel. Permaneces despierto en tu lado de no-cruces-la-línea, escuchando a tu hermana exhalar y toser. Rascas la picazón de las hormigas que cavan un túnel a través de tus huesos. Nunca puedes llegar a ellas.

Me hace simpatizar con el anhelo de Fitz el Genio, que era por el arsénico. Suena algo peculiar para anhelar, pero aparentemente más de una persona podría esperar ser adicto a esa cosa. Eso es lo que dijo Padre después de despedir a Fitz, a pesar de que eso significaba que no tendría un tutor. Incluso a pesar de que seguía siendo un genio. No podía ver que el arsénico le afectaba sólo un poco.

Padre despidió al Genio, ahuyenté al Brownie, y entonces me quedé sola.

La noche se desvaneció en tinta azul. Estaba aburrida, no quería ser colgada. Estaba aburrida. Me abotoné el cuello y los puños. Até mis cintas y zapatos. El amanecer se aferraba a mí como telarañas.

Me resulta imposible aburrirme cuando ayudo a Rose a prepararse para el día. Eso es por que estoy demasiado ocupada aborreciéndola. El odio y el aburrimiento no se mezclan.

—Quinientos sesenta y cuatro pasos para la estación de bomberos —dijo Rose.

—Antes de que des cualquiera de esos pasos, debes ponerte los zapatos.

—Quinientos sesenta y cuatro pasos para la estación de bomberos.

Honestamente, si no salvo su vida, ¡voy a matarla!

A pesar de su tos, Rose estaba inusualmente de buen humor. Eso era irritante. Si voy a intercambiar mi vida por la de Rose, apreciaría que exhibiera un poco de melancolía.

También sería aceptable si fuera desesperación.

—Anoche hablaste mientras dormías —dijo Rose.

—¡Tus zapatos, Rose!

—¿Cómo puedes hablar mientras duermes?

Podía culparme por su buen humor, si quisiera culparme, lo que no hice. La fascinación de Rose con la estación de bomberos comenzó cuando incendié la biblioteca. Sigo asombrada de que fuera ella misma quien alertó a la estación. Ella me había dicho todo al respecto…

como sonó la campana de la alarma y como los bomberos corrían de un lado a otro, enganchando a los caballos y verificando las escaleras, y como el guapo Robert fue quien la levantó al camión de bomberos y estuvo a su lado para que no cayera, y como se fueron, con la manguera detrás de ellos haciendo ruido.

—Prefiero que no hables —dijo Rose.

También prefería no hablar, pero tendría que hablar para decirlo.

—Robert lleva zapatos.

—No me gustan mis zapatos —dijo Rose.

—Yo llevo mis zapatos y no me ves quejándome.

—Sólo escuchas a una persona quejarse —dijo Rose—. ¿No la ves?

¿Cómo había vivido Rose durante diecisiete años y nadie la había matado, ni una sola vez?

—Tal vez deberías poner tus zapatos en el armario. —Rose estaba siendo irritablemente amable. Se arrastró dentro del armario y cerró la puerta.

Rose tiene una teoría de que el tiempo pasa más lentamente dentro del armario, lo que puede ser cierto, dada la cantidad de tiempo que pasa ahí.

—Quinientos sesenta y cuatro pasos para la estación de bomberos.

—¿Cuántos pasos son a la mesa del desayuno?

—No quiero desayunar —dijo Rose—. Quiero ir a la estación de bomberos.

Terminamos comprometiéndonos. Tendríamos pan tostado, sólo eso, como dijo Rose, es rápido para comer. Pero Eldric nos estaba esperando en el comedor, llevando uno de los delantales con volantes de Pearl.

—Luces hermoso —le dije—. ¿Es una ocasión especial?

—Supongo que podrías decir eso —dijo—. Estoy a cargo del desayuno esta mañana.

—Los chicos no usan delantales —dijo Rose.

—Este chico sí —dijo Eldric—. Lo hace cuando está cocinando huevos.

—Pero Pearl cocina nuestros huevos —dijo Rose—. De todos modos, prefiero pan tostado y Briony también.

Miré a Eldric a los ojos. Mis dedos se retorcieron juntos. Eldric me miró mientras hablaba.

—El bebé de Pearl murió. —Tragó, aclarando su garganta. Y luego, ya que sabía que Rose estaba lo suficientemente bien para saber que podría entenderlo, dijo—: Está muy triste y quiere quedarse en casa.

Mis dedos dolían. Miré hacia abajo. Estaban retorcidos unos sobre los otros. No sabía qué decir, pero Rose llenó el silencio.

—Me gustan los huevos cocidos —dijo Rose—. Pero Briony cree que son asquerosos. A ella le gustan los huevos fritos. Yo creo que los huevos revueltos son un asco porque son todos del mismo color.

—Sin huevos revueltos. —Eldric hizo una reverencia con su delantal y se desvaneció en la cocina.

—Sé lo que vas a decir —dijo Rose—. Que deberíamos comer los huevos porque es Eldric quien los está haciendo.

Asentí con la cabeza.

¿Qué decir cuando un bebé muere? Debo pensar en algo antes de que Eldric se una a nosotras, practicar en algo que diría una chica normal. Pero resultó que no iba a desayunar con nosotras. Tal vez había perdido el apetito. Tal vez pensó que era insensible que pudiera comer mis huevos fritos. Que era injusto que Rose pudiera comer sus huevos cocidos y que nadie pensaría en nada.

—Ahora ve por tu capa. —Usar una capa está en la lista de Rose de las mil cosas que más odia. El problema es que cada una de esas mil cosas están en el número uno.

—El Dr. Rannigan dice que debes llevarla y, de todos modos, no pesa nada, está tan llena de agujeros.

Balanceo la mía sobre mis hombros. Rose odia cualquier pedacito de ropa que la límite, pero yo digo, levanta la barbilla y sopórtalo. La vida es sólo una gran limitación.

— Ventiladas —digo—. Esa es la palabra. Nuestras capas son terriblemente ventiladas.

El Brownie nos esperaba junto a la puerta, y luego nos siguió como un grillo súper flexible.

Por todas las reglas de los Brownie, debería haberse quedado en la Casa Parroquial. Se hizo un pobre Brownie. Trabajó sin hacer travesuras en la casa, no ayudó con ninguna de las tareas. Era reservado y cariñoso, devoto a mí, o al menos eso parecía.

—¡Vete!

Él no se fue.

El cielo era blanco y continuó para siempre, y también lo hizo el viento, justo a través de nuestras capas ventiladas.

Los hombres del Sr. Clayborne estaban en el trabajo, haciendo ruido a lo largo del acero que iba a convertirse en la línea de ferrocarril de Londres a Swanton. Lástima que no fue construida mientras mi genio Fitz todavía estaba aquí. Él siempre se iba a Paris y Viena, y a otros lugares con deliciosos pasteles y se quejaba de lo mucho que se tardaba en salir de Swampsea. Yo podría estar feliz con el tren si tuviera alguna oportunidad de tomarlo.

Pero estoy atascada aquí.

Frente a la cárcel estaban de pie un grupo de chicos desgarbados arrojando piedras a la celda de Nelly. A su ventana, en realidad, que estaba cerrada y con barrotes, pero era la intención lo que contaba. No es que me disgustaran todos los chicos en el mundo, pero este grupo en particular era especialemente odioso, todos recortes, caracoles y colas de perro10.

Me arrojarían piedras a mí también, una vez que estuviera en la cárcel. Pero al menos yo era una bruja y lo merecía. No estaba muy segura sobre Nelly. Uno pensaría que reconocería a una compañera bruja, pero no: tenía que darme cuenta como todos los demás. Si Nelly era una bruja, se convertiría en polvo una vez fuera colgada. Y si no, sabríamos que cometimos un error.

Petey Todd, líder de los recortes y caracoles, debió habernos visto porque un momento después las voces de los chicos aumentaron en un canto monótono.

Cuando Daftie Rosy falleció,

¿qué crees que hicieron?

La vendieron como carnada para pesca:

¡una moneda de cobre por una tonelada!

Daftie Rosy. No podía soportar eso. Me acerqué a Petey. Tenía sólo trece años, pero era grande como un hombre.

—¡Fa-fe-fi-fo-fuuu! —Golpeé con mi dedo el pecho de Petey—. ¡Huelo el hedor del trasero de un niño grande!11

Estaba en espíritu de lucha. Lo de Daftie Rosy me había descolocado, por supuesto, pero también lo había hecho el feo bebé de Pearl. El bebé había muerto y yo quería pelear.

—¡Hey! —dijo Petey, y luego su ingenio se secó.

¡Querida de mí! ¿Qué decir?

No tienes que ser tan grande para hacer un montón de daño con el codo. Clavé el mío un

10 Caracoles y colas de perro: Fragmento de ¿De qué están hechos los chicos? Una popular canción de cuna que data de principio del siglo XIX.

11 Huelo el hedor del trasero de un niño grande: Adaptado de la primera línea del clásico cuento de hadas de Jack y las habichuelas mágicas.

poco al frente, donde las costillas de Petey daban paso a algunas cosas más suaves. Él se vino abajo. Golpeé su estómago, que provocó un sonido muy satisfactorio.

Me lancé sobre él y lo agarré de las orejas.

—¡Ayuda! —bramó—. ¡Ella quiere arrancármelas!

—Son maravillosamente útiles —le dije—. Grandes como platos de sopa.

Levanté sus útiles orejas, y las estiré hacia atrás de su cráneo. ¡Crash! Sobre los adoquines.

Puedes ganar una pelea si no te preocupa hacerte daño. Tuve una gran idea, y la usé.

Estrellé mi cráneo contra el suyo.

Petey aulló.

—¿Ves las preciosas estrellas, Petey?

Yo misma las veía, manchas rojas salpicando contra mis ojos.

—¡Ella quiere matarme! —gritó Petey.

—Todavía no, Petey, pero dame un minuto, desearás que te hubiera matado.

¡Crash!

—¡Querido, oh, querido! —le dije—. Una salpicadura de tu cerebro acaba de gotear de tu oído.

Levanté su cabeza para un tercer golpe.

—Lástima que tu madre no te cocinó por más tiempo.

¡Blam! Un brazo me rodeo la cintura, levantándome. Levantándome de Petey.

Quienquiera que fuese lo lamentaría. Cuando golpeé con el codo esta vez, conectó con músculos y huesos, lo que es mucho más satisfactorio que grasa. Una persona realmente siente que está haciendo algo.

—Tranquila, señorita. —Era la voz de Robert. Era el brazo de Robert el que me recogió y me estaba poniendo en el suelo.

—Fui a buscarlo —dijo Rose—. Prefiero que no pelees.

—Ella estaba tan confundida, la Srta. Rose, así que, señorita, me tomé la libertad.

Esa sí que es verdadera poesía irónica. Me lanzo a la batalla a defender el buen nombre de Rose Larkin, y lo único que hace es ir a buscar a Robert para detenerme.

—No combino hoy —dijo Rose—. Me gustaría que Robert pudiera haber visto como mi cinta combina con mi falda, pero las brujas se llevaron mi cinta.

Robert se ruborizó.

Me aparté del Brownie, pero él siguió adelante, con sus absurdas rodillas haciendo clic en todas las direcciones. No debo hablar con él de nuevo. Si seguía adelante, sería fácil deslizarse de vuelta a mis viejas costumbres, entrando al mundo de los Antiguos, dejando que mis poderes se desenfrenaran.

A diez pasos de distancia, una burbuja de aldeanos rodeaban a Petey.

—¿Lo maté? —dije.

—No, señorita —dijo Robert.

—Qué lástima.

—Sabía que Robert detendría la pelea —dijo Rose. Le sonrió a Robert, una sonrisa real.

Sus dientes combinaban con sus cadenas de perlas—. Lo sabía.

¿Alguna vez había visto sonreír a Rose, una sonrisa verdadera?

La burbuja de aldeanos se rompió, revelando a Cecil y a Eldric, arrastrando a Petey hacia mí.

—Tienes sangre por todas partes —dijo Eldric.

—Lo chico tendrá una paliza apropiada —dijo Cecil.

—Pero ya le di una paliza —dije—. Y no me digas que no lo hice apropiadamente. Soy delicada sobre esas cosas.

Eldric me miró de arriba abajo con sus luminosos ojos.

—Nunca diría que le diste una paliza inapropiada.

—Pero la sangre… —comenzó a decir Cecil.

¿Cecil nunca podría callarse?

—Es la sangre de Petey —dije—. Me doy cuenta por el hedor.

—Le envié a Robert una tarjeta de cumpleaños —dijo Rose.

—Lo hizo, señorita, y fue un placer recibirla.

—¡Pero este completo impertinente luchaba contigo! —dijo Cecil.

—Es al revés —dije—. Yo luchaba con él. Fue grosero con Rose.

—Robert también envió una tarjeta de cumpleaños —dijo Rose—. Pero no pudo enviarle una a Briony porque no tiene cumpleaños.

—No me importa quién lucho con quién —dijo Cecil.

—A tu padre le importaría —dije—. A un juez le importará quien lo empezó.

Los ojos de Cecil huyeron como pálidos escarabajos. De Petey, a mí, y de nuevo a Petey.

Eldric estaba de pie delante de Petey, hablándole con una voz como hermosa mermelada de ciruela, y moviendo su dedo como el péndulo de un reloj delante de los ojos de Petey.

—Maldita sea, Briony —dijo Cecil en voz baja en mi oído—. Este hombre Eldric te mantiene para él. —Pero imaginé que sabía por lo que realmente se preocupaba Cecil. Se preocupaba de que fuera Eldric, y no él, quien parecía tan tranquilo y experto. Que era Eldric quien miraba hacia nosotros y decía que tal vez el Dr. Rannigan debería ver al chico.

—Pensé que teníamos un acuerdo —dijo Cecil, aún en voz baja.

¿Lo teníamos?

—Cecil, ¿acompañarías por favor a Petey con el Dr. Rannigan?

Cecil se detuvo, pero no había manera de que pudiera protestar educadamente.

Pobre Cecil. Es difícil ser el diablo de un compañero en tiempos modernos. Sin diligencias que sostener. Ni princesas que rescatar. Sólo acompañar a Petey Todd, mientras que el tranquilo y experto hombre llevaba a casa a la chica bonita.

Pero tal vez la chica bonita debería ir directamente a la cárcel. Tal vez sería más fácil entregarse al alguacil ahora, en lugar de esperar hasta la hora del té.

—Robert me llevará a casa —dijo Rose—. Le pregunté y dijo que sí. Caminará conmigo trescientos sesenta y tres pasos hasta casa.

—Sí, señorita —dijo Robert. Le ofreció el brazo y ella en realidad lo tomó.

Extraordinario.

—Todos nuestros libros fueron quemados —dijo Rose.

—Sí, señorita —dijo Robert—. Lamento mucho eso.

—Pero mi libro no se quemó —dijo Rose.

—¿No, señorita? —dijo Robert, y se fueron: un paso. Sólo trescientos sesenta y dos pasos más para llegar.

Así que, allí estábamos, Eldric y yo, solos en la plaza, a excepción del Loco Tom, y los hombres del Sr. Clayborne colocando la línea de Londres a Swanton, y una docena de chicos recortes y caracoles corriendo, con sus colas de cachorro entre sus piernas.

—Eres un espeluznante espectáculo —dijo Eldric—. Mejor vamos a limpiarte antes de volver a casa. ¿Puedo?

Me tomó de los hombros, me giró de frente hacia el sol. Me apoyé contra el pozo del pueblo.

—Sé un poco sobre heridas en la cabeza —dijo—. Habiendo dado y recibido tantas por mi cuenta. —Pensé en la cicatriz que inclinaba su ceja, desnuda y rosada como un ratoncito.

—¡Escupe! —Me tendió su pañuelo.

Y escupí.

Secaba mi frente con el pañuelo.

—¡Ay! Tendrás un moretón muy bonito mañana.

—Entonces serás capaz de distinguirme de Rose.

El pañuelo se detuvo.

—Podía diferenciarte desde el principio. Son bastante diferentes entre sí, sabes.

Tal vez podía darse cuenta, por obvias razones. La extraña era Rose, la otra extraña era Briony.

El pañuelo se movió de nuevo.

—Entonces… —dijo Eldric.

No era una pregunta. Era más una invitación a decirle lo que quisiera. Podría hablarle acerca de Petey, o no podría hablarle acerca de Petey. Podría hablarle sobre el bebé de Pearl o no podría hablarle sobre el bebé de Pearl. Eldric me dio a elegir, y no fue eso lo que me hizo querer decirle todo.

Nunca había conocido a alguien al que quisiera contarle. No lo haría, por supuesto, pero la idea era reconfortante.

Reconfortante de una manera suicida.

—Si Petey fuera un color —dije—. Sería pardo rojizo.

—¡Sí, por supuesto! —dijo Eldric—. ¿Y si fuera un animal?

—Una rata.

—¿Un personaje histórico?

—Robespierre.

—Robespierre y el Reinado del Terror —dijo Eldric—. Curioso que recuerde a Robespierre.

Algunos de los fragmentos más sangrientos de mis clases deben haberse quedado atascados. ¿Petey se dedica a un reinado de terror?

—La palabra reinado es un poco resplandeciente para Petey —dije—. No es más que un matón barato. Él y sus muchachos estaban lanzándole piedras a Nelly Daws en ese momento. —En unas cuantas horas, estarían lanzándome piedras a mí también.

—Si fueras un personaje histórico —dijo Eldric—. Serías Robin Hood.

—Debiste haberte perdido la lección de Robin Hood. Él no es históricamente real. En cualquier caso, te equivocas sobre mí. No soy una heroína.

—Con todo respeto, no estoy de acuerdo —dijo Eldric, lo que era agradable, pero ignorante.

—¿Qué animal sería yo?

Eldric lo pensó un poco.

—Un lobo. Tienes que ser un lobo.

—Me gusta eso —dije—. Cecil me habría convertido en un ratón parlante con un gorro con volantes.

—Cualquier cosa menos eso —dijo Eldric—. Eres rápida y elegante, leal y feroz.

¿Leal? No lo corregiría.

—Si fueras un deporte, serías el boxeo.

¡Oh, boxeo!

—Te enseñaré, si quieres.

Una cuerda invisible dio un tirón en pedacito blando detrás de mis costillas.

—Me gustaría eso.

Excepto, que primero estaré en la cárcel, y luego colgada.

Pero ser colgada no parecía real en este momento. Tal vez era porque Eldric estaba cuidando de mí, lo que era algo que había dejado de ser real hace mucho tiempo. Apenas lo recordaba, ese pan caliente y confortable de ser cuidada.

Cuando estaba enferma, antes de que Madrastra llegara, Padre solía extender frescas sábanas blancas sobre el sofá de la biblioteca y me arropaba con un edredón especial de plumas de ganso. Me encantaba correr el pulgar sobre sus brillantes y satinados bordes. Se sentaba al extremo del sofá y contaba los dedos de mis manos y pies, que estaban siempre todos ahí. Entonces pretendía arrebatar mi nariz y me decía que tenía adorables orejas de albaricoque. Siempre había chocolate caliente, y algunas veces olía a limón y azúcar.

—Nos lo tomaremos con calma —dijo Eldric—. Vamos a hacerte más fácil ser un chico malo. Primero el boxeo. Después, lanzamiento de piedras, lo que conduce naturalmente a romper ventanas. Comenzarás con una ventana ordinaria, y luego llevas tu camino hacia los cristales polarizados.

—¿Y después qué? —dije—. ¿Establecer el proyecto de drenaje de tu padre en su cabeza?

¿Hacer que el agua corra en reversa?

—¡Eso! —dijo Eldric—. Sabía que tenías apropiados instintos de chico malo.

Existen ciertas ventajas en tener una conversación. Una de ellas es que una persona como Eldric puede hacerte reír, y puedes comenzar a recordar cuán agradable es conversar. Otra es que dices cosas que no pensabas que sabías.

Hacer que el agua corra en reversa. Eso es fácil. Ni siquiera tienes que ser una bruja. Sólo abres las compuertas al flujo de la corriente, y todo el mar viene corriendo de regreso al pantano.

Tenía que tener esta conversación con el fin de entender cómo salvar mi cuello de la soga.

—¡Escupe!

Y escupí.

Odio sobre todo hablar con la gente, pero hablar con Eldric reveló una deslumbrante posibilidad. Podía sabotear el proyecto de drenaje, y he aquí, la gloriosidad que sobrevendría: el agua se quedaría en el pantano, lo que significaba que el Boggy Mun se apaciguaría; lo que significaba que quitaría la tos del pantano de Rose; lo que significaba que todo estaría bien, excepto por las pequeñas cosas que ocultaban mis encantamientos y controlaban mis poderes, y mantenían a Rose a salvo de mí. Pero una vez que te has imaginado tu cabeza en la soga, estos inconvenientes no son nada.

¡Cuán ligera me sentía! ¡Estaba lista para jugar!

—Podríamos tener un club —dije—. Un club de chicos malos.

Eldric abrazó esta idea con buen espíritu de chico malo.

—Tiene que ser secreto, por supuesto. Necesitaremos un apretón de manos secreto.

—Y un lenguaje secreto —le dije—. Hablaremos en latín, así nadie nos entenderá.

A excepción de Padre, ¿y quién habla con él, de todos modos?

—Aquí está el problema con el latín —dijo Eldric—. Es tan secreto, que no puedo entender ni una palabra. Ser expulsado causa estragos en el latín de uno.

—Oh, no esa clase de latín, no del tipo ordinario —dije—.

Es del tipo de latín difícil que ya nadie habla. Pero estoy segura de que ya lo sabes. Se trata de los que rara vez asisten a una de las lecciones. Aquí, dime lo que esto significa. Fraternitus.

—¿Fraternidad? —dijo Eldric.

—Muy bien —dije—. ¿Y qué significa fraternidad?

—¿Hermandad? —dijo Eldric.

—Ves, conoces el latín difícil. ¿Qué significa esto? Bad-Boyificus.

—Chico malo —dijo Eldric—. Tienes razón. Aprendí el latín difícil en mi tal vez no-tan-malgastada juventud.

—¿Y Fraternitus Bad-Boyificus?

—Fraternidad de Chicos Malos —dijo Eldric—. No, quiero decir club. ¡El club de los chicos malos! Necesitaremos una iniciación, por supuesto.

—¡Encantador! —dije, lo que no era, tal vez, la iniciación de un vocabulario apropiado, pero lo decía sinceramente. ¡Una iniciación! Las simples palabras conjuraron una visión de habitaciones oscuras y velas e iniciadores usando sombreros de la Inquisición Española.

—Aquí está lo más interesante acerca de la iniciación —dijo Eldric—. Nunca sabes cuándo será. Así que debes estar atento para verla, escucharla, y confiar en ella, incluso si eres llamada en la oscuridad de la noche. Tu compañero Fraternitus nunca llegará a hacerte daño.

—Frater —dije—. Es compañero Frater.

—¡Terminé! —Eldric dio un paso hacia atrás—. Al menos no necesitas puntos de sutura, aunque me temo que el pobre Petey los necesitará.

Pobre Petey. Me gustaría decir que casi podía sentir un punto sensible por el pobre Petey, pero la verdad es que prefiero sentir el punto sensible en su cabeza y darle un codazo.

—Es un buen día en la Constelación del Dragón para nosotros los Frater —dijo Eldric.

Estuve de acuerdo y ni siquiera corregí su latín. ¿Quién necesita los plurales de todos modos?

De hecho, se había vuelto lo suficientemente soleado y cálido que hasta el verdulero puso un carro de verduras fuera de su tienda, y Davy Wallace se sentó en un escalón, clasificando plumas de faisán, lo que hacía asombrosamente rápido con su única mano.

Si uno fuera una persona optimista, podría decir que estaba realmente cálido.

El día se había vuelto al revés. Qué frágil es la vida; puede cambiar con tan poco. El bebé de Pearl muere, pero luego viene un escupitajo en un pañuelo, la creación de una hermandad, y el final de la tos del pantano.

¿Estaba realmente tan feliz de no morir? ¿Era este sentimiento simple alivio? ¿O era porque Eldric estaba cuidando de mí? Madrastra cuidó de mí durante esos largos y nebulosos meses de mi enfermedad. No sé cómo lo hizo, con esa lesión en su columna vertebral.

No merecía en absoluto su atención. Pero cada vez que despertaba, ahí estaba ella, con un plato de sopa, o un yeso a base de hierbas, o mis materiales para escribir… no podía soportar decirle que estaba demasiado cansada para escribir: ella estaba tan encantada de darme la oportunidad.

Es mucho, supongo, lo que no recuerdo de mi enfermedad. Había crecido tan obtusa. Pero si alguna otra vez me hundía en la enfermedad, estoy segura de que recordaré a Eldric.

Recordaré que él se preocupaba por mí. Recordaré que al menos alguien se había tomado el tiempo de tocar mi rostro.

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