Check-in

Check-in


Check-in

Página 5 de 8

Estará bien ir con él de fiesta a la vuelta de exámenes. Aunque no sería con él con quien querría estar en esta habitación, ahora.

No, con él no. Y me sentiría tentado de contactar con ella, pero ahora es menos adecuado que nunca. ¿La veré mañana, cuando estemos haciendo los exámenes? Si es así, lo tendré peor para concentrarme.

No tendría que haber contactado con ella. Me juego mucho, pero es que, quien se iba a resistir a esas piernas. Madre mía, sólo pienso en eso y se me van de la cabeza todas las teorías de Piaget para que mi cerebro se llene de imágenes suyas.

No la he visto desde hace un par de semanas. Me dijo que era mejor, para que así pudiera concentrarme en los exámenes, pero ahora veo que es peor. Si supiera que alguna noche me está esperando, rendiría mucho mejor porque sería el premio del final del día por el esfuerzo realizado.

La última vez fue espectacular. ¿A mí qué me importan las chicas que me quieren presentar mis amigos, comparado con estar con una mujer madura que tiene su propio piso y sus recursos? Quedaros con esas cabras locas, que no son para mí.

Además, de los mayores se aprende. Si no, continuaría siendo un cateto en lo que a la vida se refiere.

Miro mi correo de la universidad. Y sí, las últimas dudas que tenía sobre teorías de educación especial han sido respondidas. Este profesor es bueno, de verdad. En pleno sábado, ha podido mirarse el correo para contestarme, señal que sabe que sus alumnos están de exámenes y está pendiente de ellos, por si alguno tuviera dudas de última hora.

Una llamada. Esta vez, en la puerta. Parece que todos se han empeñado en que hoy no estudie. Si dejara todo para última hora, podría preocuparme, pero a estas alturas estoy más pendiente de que no salgan cosas de mi cabeza que de entrar nuevos conceptos en ella.

¿Será la que tiene que limpiar la habitación? Hace horas que ya pasó por la habitación, que yo sepa.

En fin, vamos a abrir. En cuanto despache a quien sea, me voy abajo a hacer un café.

– Sí, un momento.

A ver, abramos con cuidado. El ojo de la puerta no me sirve de casi nada, parece una lupa que aumente siluetas y las deforme de manera grotesca. Imposible reconocer a nadie, así.

Abro directamente porque imagino que, en esta situación, estaría de más desplazar la puerta para saludar con un bate de béisbol en la mano. Un artilugio que ahora mismo no tengo por lo que la elección se queda reducida a una.

Y lo que veo, me deja sin palabras…

Las mismas piernas exuberantes con las que estaba soñando hace algunos momentos. El mismo escote vertiginoso que me hizo quedarme sin articular palabra la primera vez. Y la misma sonrisa que me ha cautivado desde que coincidimos, hace ya unos meses.

– Hola, Arnau. Espero que estuvieras estudiando o si no, te mando derechito a septiembre.

– Dios mío… ¿qué haces aquí? –le digo, aunque no es la primera vez que me sorprende.

– Pues venir a comprobar que mi alumno favorito se está aplicando para el examen de mañana.

¿Es que quiere que me expulsen? Sus locuras no tienen límites. Sólo por vernos juntos, sabiendo quienes somos, podrían expulsarnos a ambos de la universidad.

– ¿Puedo pasar?

– Sí, claro cómo no.

Pasa y comienza a mirar la habitación. Me alegro de haberla dejado en orden hace un rato. Seguro que si hubiera venido ya, hacia bien entrada la noche, hubiera encontrado un desorden mucho mayor.

– Muy ordenado. No esperaba menos de ti.

– Necesito orden para estudiar. Ya lo tengo todo mirado pero quiero repasarlo todo el rato para tan sólo tener eso en la cabeza. Y ahora, contigo aquí, eso va a ser muy difícil.

– Necesitas relajarte. Cómo ya te dije una vez, una espada sólo puede afilarse hasta cierto punto antes de comenzar a embotarse.

Sí, claro, a mí y a todo el mundo se lo dijiste a través de una cámara cuando dábamos las clases virtuales. Ahora me cuesta recordar si fue antes o después de que ya nos hubiéramos visto por primera vez.

– No tenía ni idea de que ibas a venir. Si lo llego a saber, no te digo en qué habitación estoy.

– Si me la diste, es porque, en tu inconsciente, albergabas la esperanza de que viniera.

– No voy a negar que me gusta verte. ¡Claro que sí! ¡Pero no quiero que me echen de la universidad!

– ¿Por liarte con una profesora? Cariño, ya hemos hablado de eso muchas veces, no tienes que preocuparte. Además, soy yo la que se lía contigo.

– No habría problema si no fueras una de mis profesoras. ¿Y ahora qué? Si hago un buen examen, cualquiera pensaría que me estás pasando información.

– Y puedo hacerlo. Te traigo un par de consejos útiles para mañana. ¿Qué asignatura estás estudiando?

– Tengo los exámenes de Orientación y la de Enseñanza y Aprendizaje. Los llevo bien pero no quiero relajarme.

– Mira, no te voy decir exactamente las preguntas, porque te conozco. Pero sí te diré qué temas van a salir más. Mírate de Orientación sobre todo el tema 4 y el 5 y de Enseñanza y Aprendizaje el ejercicio aquél de escuelas rurales, saldrá uno clavado.

Esta mujer es el demonio. Aunque si lo pienso bien, mi integridad ya está más que rota al haberme acostado con una de mis profesoras. O continuo rompiéndola más o tampoco la rompo en ese otro sentido y lo dejo con ella. Ni pensarlo.

Mientras, le indico con un gesto que se siente en la cama. Sus piernas, sentadas, tienen una mejor visión, sobre todo con las medias que lleva puestas.

Tomo nota de lo que me dice. Y la verdad, es un buen consejo. En el caso de Enseñanza y Aprendizaje, no hubiera pensado que fuera a salir un ejercicio así, pensaba que tan sólo estaba de relleno.

– Vale, tomo nota. Serán las últimas cosas que mire luego por la noche porque… ¿vas a quedarte a dormir?

– Ay, mi pequeño Arnau. No seas iluso. ¿Cómo voy a quedarme a dormir contigo teniendo tú un examen al día siguiente? A saber lo que pondrías en el examen. ¿No te han llamado tus amigos para salir por ahí?

– Pues claro. Es sábado de febrero, después de exámenes, y para colmo, casi San Valentín. Imagina como está la gente de animada con todo después de haberse quitado las evaluaciones de encima.

– Eso lo sabré yo el lunes cuando acabé de corregirlas. Y les has dicho que no ibas a salir, claro…

– Sí. Cenaré algo rápido, estaré hasta que me duerma mirando los apuntes y procuraré llegar al sitio una hora antes, para estudiar en último momento, mientras me acabo el café.

– Eso es lo que me gustó de ti la primera vez que hablaste conmigo para resolver dudas: tu responsabilidad.

– Sí, y yo me quedé de piedra cuando me diste tu correo electrónico privado.

– Porque todas las clases virtuales quedan grabadas en el servidor de la universidad, cielo. Por allí, no podía hacerlo directamente.

– Ya lo sé, y lo agradezco. No quería problemas, pero es que, al quedar por primera vez…

– Pues sí, te prendaste de mí. Les pasa a muchos hombres, cariño. Y no me extraña, yo misma me sorprendo de la nueva yo que he encontrado desde que me separé. Si hace años me dicen que me iba a liar con un alumno, les digo que ni loca, pero los jóvenes nos despertáis nostalgia y nos hacéis sentir vivas de nuevo.

¿A mí me lo dice? Madre mía. Si desde que vi la película de El graduado siempre había querido tener una historia semejante. Quitando a la hija aburrida, claro. La señora Robinson fue desde entonces mi mito y fantasía sexual. La aventura con una mujer madura, que ha vivido la vida y te la transmite…claro que, si podía ser sin un marido celoso que amenazara con dispararte, mejor. Cosa que en este caso, no se daba, al menos de momento.

– Y tú a mí. No me interesan las de mi edad, ya te lo dije. Sólo quiero estar contigo.

– Arnau, no te compliques. Nos gustamos y nos vemos cuando nos apetece. Salimos, acabamos en la cama y cuando estamos agobiados, nos llamamos. No lo compliques con cosas tan complicadas como el amor, te lo dice una que ya se complicó la vida sola por eso y ya he pasado esa fase.

– ¿Y prefieres que te diga que estoy contigo por el sexo? ¿Y así te sientas utilizada?

– Nos llevamos más de veinte años, cielo. No lo estropees. Cualquier cosa de futuro que quisieras conmigo o con alguna mujer de mi edad, sería un fuego fatuo. El tiempo pasa, y si quieres formar algo en el futuro, tendrá que ser con una chica de tu edad.

– Las de mi edad no me interesan. Son muy cabras locas, inicias conversación con una y en cuanto suena su móvil, deja de escucharte. Se piensan que, por ir disfrazadas de azafatas o con minifaldas ajustadas, van a disimular las carencias mentales que tienen.

– Pues hay un par de la asignatura que, al preguntar dudas, parecen muy competentes y listas. Chicas que saben lo que quieren. Y nada feas, que cuando entregaron los exámenes, ya vi cómo eran.

– No me interesan, Eva, no insistas. Lo que quiero es acabar mi carrera, sacarme un buen trabajo a pesar de esta crisis, y no tengo perspectiva de casarme ni tener hijos para quedarme encadenado en un matrimonio aburrido. Con mis deportes y estudios, ya me vale para estar completo. Bueno, y tú.

– Lo tienes muy claro, pero yo no pude elegir. En mis tiempos, si no te casabas y eras madre, eras poco menos que una golfa. Y ahora, mírame, veinte años después, por fin puedo vivir mi vida. Eres más maduro que los de tu edad y por eso me gustaste. No cometas mis errores, Arnau, ni tampoco te enamores.

¿Enamorarme? No sé si es amor lo que siento. Sé que soy joven y lo puedo confundir, pero estar con ella no es para nada como con mis antiguas novias, siempre es una aventura y me adelanta la vida, al visitar sitios a los que no podría ir por mis propios recursos, o conocer gente que está fuera de mis contextos.

Había ido con ella a discotecas donde gente de todas las edades estaban mezcladas en la pista, bailando o mirando un concierto. Habíamos estado en un par de hoteles de la costa en los que habíamos desayunado al día siguiente después de haber pasado una noche loca. Me había presentado a gente interesante que más adelante podrían ayudarme con mi inicio laboral. ¿Cómo iba a cambiar eso por una de esas niñatas?

– Ya sé que lo has pasado mal con tu marido. Y lo siento.

– Bueno, no ha sido tan malo. Simplemente, se apagó la llama porque era muy aburrido. He vivido más estos meses que en todos mis años de matrimonio con él. Pero como muchas de mis amigas, me llevo lo bueno del matrimonio, mi hija, y recupero de nuevo mi libertad. Él no es mal tipo, no me desagradaría que encontrara a alguien para rehacer su vida.

– ¿Y tú no quieres rehacer la tuya?

– ¿Y qué crees que estoy haciendo? Rehacerla. Vivir lo que no pude cuando era más jovencita porque, entonces, el novio de toda la vida acababa siendo tu marido. Arnau, más adelante, te enamorarás, te gustará una chica más que todas las demás, será de tu edad, y entonces no pensarás en nada más. Quizás ni te cases, quizás incluso tengáis un hijo sin pasar por la vicaría, o sufráis juntos lo que no está escrito pero, te aseguro, que esa será tu chica. Yo ya he pasado esa fase, querido. Sí, tengo libertad y puedo hacer lo que quiera con quien quiera pero… ¿cómo estaré dentro de otros veinte años? Mi hija estará fuera de casa y tendrá su vida, me habré jubilado y no tendré ocupaciones y no tendré a nadie que me espere en casa. Estaré sola y entonces querré lo que ahora estoy abandonando, un matrimonio o una pareja para toda la vida.

La miro, sorprendido. Se me hace un nudo en la garganta al verla hablar de ese modo, ella nunca se había sincerado conmigo de esa manera, todo era diversión pero ahora…incluso ella suelta una pequeña lágrima que se esfuerza rápidamente por retener. Sabe que ha metido la pata sincerándose de esa manera porque se ha mostrado vulnerable, algo que ha evitado siempre.

No sabía que eras así, Eva. Tu carácter simpático y divertido siempre me ha absorbido sin permitirme pensar en qué tipo de persona había detrás y los dilemas que tenía. Pensaba que todo eso formaba parte del pasado, pero ya veo que no. Que tú, también, como yo, tienes tus dudas respecto al futuro.

Me duele que pienses así, que estés sola en un futuro. Y es cierto lo que dice. ¿Qué edad tendré yo entonces? Mejor ni pensarlo.

En realidad, no tengo muchas ganas de pensar en cosas tristes. Sólo quiero que se sienta mejor y me siento culpable por haber hecho que pensara en eso.

Me agacho y la cojo por la barbilla. No me resulta nada forzoso lo que voy a hacer por animarla.

– Tú nunca estarás sola, Eva.

La beso en los labios. Ella se deshace en mis brazos. Ahora mismo, no importa si ha venido a verme con un motivo oculto, si quería tan sólo tener sexo conmigo o si quería desvelarme los secretos de mis próximos exámenes para que saliera airoso de ellos. Sólo me interesa que hagamos el amor.

Por Dios, que bien sabe. El besarla es como tocar un algodón de azúcar con los labios pero sin el molesto susodicho quedándose enganchado en tu boca por todas partes. Y ella me los responde, primero de manera suave y luego de una forma más efusiva. Casi parece que me fuera a comer, a medida que aumenta la efusividad de su lascivia.

No puedo más, me quito la ropa poco a poco, intentando no despegarme de sus labios. La camisa es fácil, pero no tanto los pantalones cortos. Para eso, tendré que separarme de su contacto. Y lo hago.

Quedarme en slips ha sido liberador. Rojos, como a ella le gustan. Y ahora le toca el turno a ella que ya me mira con un fulgor en sus ojos que ha substituido a la sombra que hace unos momentos nublaba en el mismo sitio, a causa de pensar en un posible futuro.

Procedo yo también a quitarle la ropa. Ese vestido negro que lleva de una pieza parece demasiado formal para haberme venido a ver. Pero ya se lo preguntaré luego.

Es estupendo que estas cosas puedan sacarse de una pieza. Un breve movimiento y, zas, ya tengo a una diosa en ropa interior entre mis brazos. Quien inventara esos vestidos escotados con minifalda de una pieza era un genio. Un auténtico genio. Un minúsculo trozo de tela que permite insinuar sin llegar a mostrar y que incita al pensar que tras apenas medio centímetro de tela se esconde un verdadero objeto de deseo.

Dios mío, que piernas tiene. Ya sé que Eva ha ido al gimnasio pero las simples tareas del hogar han esculpido esas piernas, dándole una forma redondeada, mucho más natural y femenina en una mujer. Espero poder controlarme al acariciarlas.

Esponjosas, tersas,… es impresionante que dos adjetivos tan contradictorios se encuentren acompañando al mismo nombre: sus piernas.

No puedo contener el ardor que siento. Una mujer madura, deseosa y desinhibida y un joven fogoso y deseoso de aventuras y experimentar la vida. Hay veces en que todo en el universo encaja y no hay que darle más vueltas a lo que ya está establecido naturalmente.

Empiezo a subir hacia sus pechos. Esos pechos que, a pesar de haber criado a una hija, continúan tersos y generosos. La lactancia es un gran regalo del cielo que permite que las mujeres ganen unos excelentes atributos por el premio y el dolor de dar a luz una nueva vida. Y esos atributos los pueden disfrutar tanto niños como adultos.

Madre mía, como saben. Esta es la mejor parte. No puedo parar de saborearlos como si fueran un flan de vainilla, igual de sabrosos, pero sin consumirse.

Para ella también es uno de los mejores momentos en nuestros encuentros. Sus jadeos me lo confirman. Así, preciosa, mi diosa, muévete y respira. No pienses en la edad ni en nada. Eres deseable, te estoy deseando. Aquí y ahora, te estoy deseando.

Abajo las bragas, ya no tiene sentido que permanezcan. Y tampoco mis slips tienen mucho sentido ahora. Sobre todo porque van a estallar, intentando contener mi erección.

Dios mío, ¿todo esto es mío? Como me pone esta mujer. ¿Pero cómo va a dudar de ella misma con lo buena que está? Pero sin ser una choni descerebrada como las de mi quinta. Esto sí es una mujer de verdad.

Me pongo manos a la obra. A la porra, los exámenes. ¿Quién puede pensar en ellos ahora?

– Oooh, mi Arnau… mi cielo, Arnau…

Eso, mi diosa, continúa diciendo mi nombre. Me siento como un auténtico rey al estar con una mujer como ella. Qué bien que me eligieras a mí, Eva. Me encantó que lo hicieras, teniendo en cuenta la cantidad de hombres que deben estar deseando estar en mi lugar ahora.

El coito se propaga durante diez minutos y ella me acompaña en todo momento. Así, musa mía, sigue así. Tu cuerpo es un néctar estupendo que me permito saborear mientras pueda. Al menos hasta que… sí, ya llega… como un trueno cuando antes has visto el rayo…

¡Ohh, Señor! ¡Dios mío, bendito! ¡Aahh! ¡Es…!

La explosión de mi interior me ha cogido desprevenido. No había sentido algo igual desde la última vez que estuve con ella. Estoy exhausto. Podría quedarme dormido ahora mismo a su lado.

– Arnau… tranquilo, Arnau… Respira, ha sido genial… Me has hecho muy feliz, cielo…

Eso espero, mi diosa. Complacerte era lo único que me importaba en esos momentos.

¿Y ahora…vamos a dormir? Tengo que estudiar, pero con gusto me quedaría tumbado junto a ella toda la noche.

No puedo dejar de mirarla. Está preciosa, desnuda. Su cuerpo estupendo se vislumbra bajo las sábanas y el olor a sexo impregna ahora la habitación.

– ¿Abro una ventana?

– No, cielo, quédate aquí tumbado, junto a mí, unos minutos.

Y lo hago. Apoyarme al lado de sus pechos es una sensación sobrecogedora. Y hermosa. Amo a esta mujer.

Al cabo de cinco minutos, por fin me decido a hablar. Llevaba mucho rato pensando en esta pregunta, desde el primer momento en que la he visto pasar por la puerta.

– ¿No habías venido por mí, verdad?

Ella deja de mirarme y mira un momento el techo mientras suelta un pequeño suspiro.

– Había venido por ti, cielo, pero también por otra cosa.

– ¿Tu marido?

– Ex marido. Y sí, he venido porque he quedado con él.

– ¿En este hotel? ¿Pero cómo se te ocurre, sabiendo que estaría yo?

– Fue idea de él, para que mañana no tenga problemas a la hora de ir a controlar los exámenes. Se hacen casi al lado y este es el hotel más cercano y de cierta calidad. Él quería una cena, aprovechando que la niña salía fuera de casa, en un entorno neutro, sin que fuera nuestra antigua casa ni su apartamento. Hablaremos, veremos si cambiamos alguna cosa o simplemente nos saludaremos como buenos amigos.

– Él no te traía nada bueno. Tú lo dijiste.

– Sí, y me siento mejor sin él que con él. Pero sigue siendo el padre de mi hija y tengo que verle de vez en cuando, no por mi salud, sino por la de Jennifer. No podemos ser dos padres que no se hablan en presencia de ella.

– ¿Cuánto hace que no os veis?

– Bueno, nos hemos visto varias veces estos meses, cuando uno lleva a la pequeña a casa del otro, o hablado por teléfono, pero nunca hemos estado un rato los dos, cara a cara, solos y sin prisa por llegar a algún sitio. Hemos sugerido cenar los dos aquí y hablar de nuestras cosas. Me tranquilizará saber también que le va bien.

– No le puede ir mejor que contigo a ese.

– Eso seguro. Pero me preocupa que le pueda ir peor, que se lo ligue alguna pelandusca de estas rusas o sudamericanas que campan por ahí y acabe con ella. No quiero que mi niña tenga que pasar por una situación así y si tiene algo, quiero que lo mantenga lejos de ella.

– Tú lo has hecho, siempre. Nunca nos hemos visto delante de tu hija ni de nadie que te pudiera delatar.

– Yo lo respeto. Sólo quiero saber que él también lo hace. Si no, la vamos a tener.

– Tienes que dejarlo ya de una vez. Firmar el divorcio. Así serás libre otra vez.

– ¿Para qué? ¿Para casarme otra vez? No pienso volver a colgarme otra soga al cuello de nuevo. Tienes que madurar en ese aspecto, Arnau. Tú mismo has dicho que no creías en el matrimonio.

Tiene razón. Además, si sigo presionándola, puede acabar deprimiéndose de nuevo y no puedo permitirme verla llorar de nuevo.

– Tienes razón, incluso siendo un poco mala, puedes pensar que así siempre tendrás opción a la pensión de viudedad.

– Qué malvado eres cuando quieres, Arnau. Bueno, tengo que empezar a prepararme.

– ¿Ya?

– Todavía falta más de una hora para que le vea, pero te he de dejar para que estudies. Si no, la información que te he dado, no te servirá de nada y te distraerás.

– Demasiado tarde para decir que no vas a distraerme, ¿no crees?

Se ríe, coqueta toda ella. Y ladea la cabeza como si se estuviera excusando. Parece una niña mala a la que darle unos cuantos azotes.

– Voy a ducharme, y enseguida me voy.

– ¿Me ducho contigo? –la simple idea altera mi miembro viril de nuevo.

– Arnau, no empieces. Si lo iniciamos de nuevo, acabará haciéndose tarde para los dos. Sé bueno y espérame aquí–dice, mientras me besa en los labios.

Se va a la ducha mientras contemplo como se aleja su magnífico cuerpo. Lo que daría por entrar de nuevo en él, debajo de la ducha. Pero tiene razón, ahora toca tener la mente fría.

Oigo el sonido de la ducha y mientras, comienzo a ordenar la habitación. Ha sido un verdadero caos y la ropa tirada por la cama y el suelo se ha multiplicado.

A poner un poco en orden y comenzar a ordenar mi cabeza. Son casi las siete y media. Contando que me ponga en acción de nuevo a las ocho, y que duerma mis horas adecuadas de sueño, me quedarán unas cuatro horas para dormir, me quedarán unas tres horas de estudio descontando el tiempo para bajar a la calle y cenar algo rápido en algún sitio.

En una hora y media puedo repasar las dos asignaturas y luego centrarme en los contenidos que me ha dicho. Tengo un examen a las nueve y otro a las doce, lo que me deja casi dos horas para estudiar, si acabo, rápidamente, el primero de Orientación.

A las dos puedo estar ya libremente de los exámenes y estar libre una semana antes de que comience la siguiente tanda de ejercicios y deberes del segundo cuatrimestre.

Lo peor será ver a Eva, sentada en el tribunal junto a otros docentes de la universidad. Está claro que me pondré en una posición bastante alejada porque si no, adiós examen.

Ya sale de la ducha. Y vestida directamente con su vestido. Se lo había llevado para ponérselo en el lavabo y evitar tentaciones. Lleva el pelo todavía un poco mojado, lo que denota que tiene prisa, efectivamente.

– No vas ni maquillada. Y estás mucho mejor así, al natural.

– Me maquillaré por el camino, tesoro. No te preocupes. Todavía me sobra tiempo y para entonces, el pelo se me habrá secado.

– Me va a resultar muy duro verte mañana, en el examen.

– Tú, concéntrate en lo que tengas delante, y no me refiero a mí si no a los exámenes.

– Eso haré. Y tú con tu marido… bueno, no vuelvas con él. Si yo fuera él, intentaría acostarme contigo al verte tan despampanante.

– Por eso no tienes que preocuparte, cariño. Estoy mejor sin ataduras. Ahora, estudia y saca las mejores notas que puedas.

– He estudiado. Haré que estés orgullosa de mí.

– Ya estoy orgullosa de ti, cielo. Eres maduro, responsable y con la mente muy curtida. Tendrás un futuro estupendo.

– He tenido buenos profesores. O profesoras, mejor dicho.

– La mejor de todas–digo, mientras le sonrío.

Me da un beso y sale por la puerta. Será duro esperar hasta verla de nuevo. Sólo espero que el idiota de su ex marido no intente propasarse con ella y que no deba pararle los pies.

Ese tío es un idiota. ¿Cómo pudo dejar escapar a esta mujer? No entiendo a los que son como él. Duermen cada día con una mujer estupenda, la dejan escapar y luego se pasan las noches merodeando por las discotecas buscando sexo de manera desesperada con mujeres iguales o peores que las que dejaron escapar.

Ellas, en cambio, pueden estar con quien quieran. Está claro que para las mujeres ha sido mejor la separación y dejan de estar encarceladas con sebosos como esos. Y luego acaban con chicos como yo, que bendecimos que se separaran.

En cuanto acabe los exámenes, la llevaré a cenar un día, alejados de Barcelona. Quizás el puerto de Masnou o el de Malgrat de Mar sean buenos sitios para que estemos los dos solos.

Un buen mojito en uno de esos pubs a pie de playa, una buena cena, un hotel reservado y una noche completa, como el rato de esta tarde, pero sin pensar en tener que levantarse al día siguiente para hacer unos malditos exámenes.

Oigo los pasos de ella que se alejan y el inconfundible ritmo de sus zapatos de tacones. Miro los apuntes con tristeza, los nuevos amos de mi tiempo en esta habitación de hotel.

Hasta pronto, mi diosa. Mi musa. Mi Eva del paraíso.

B-123

Acababan de entrar en la habitación. Y por lo que veían, todo era de su agrado. A Begoña no le convencía previamente, pero sí a Manolo. Ella siempre pensaba que lo que pudiera comprarse por cualquier servicio de Internet a un precio rebajado sería algo infumable y él pensaba que podía encontrar las mejores gangas.

La reserva de habitación había venido de encontrar un cupón de descuento por la web en la que se podían reservar algunos hoteles de la zona. Un 30 % de descuento en una noche para dos en hotel de cuatro estrellas. Begoña ni se lo creía.

– ¡Si ya te lo decía yo, Begoña! ¡Mira que pedazo de habitación!

– Que chorrada, Manolo, una cualquiera como otras, y no parece de un hotel de cuatro estrellas.

– Pedazo de bruja exigente, siempre igual con tus exigencias y caprichos.

– A ti no te exijo mucho, porque si no, ya te hubiera dejado hace mucho tiempo, picha corta.

– Habló la reina del kamasutra, Ms Misionera, que es la única posición que se te ocurre.

– Si me dieras algo de lo que ocuparme, te aseguro que podría echarle más imaginación al asunto.

– Pues para eso estamos aquí, ¿no?

– O a lo mejor para acabar durmiendo uno encima del otro, para qué nos vamos a engañar.

– Yo soy como la cerveza. Cuando se me descorcha, no se me puede beber sólo de un sorbo.

– Pues a ver si encuentro un buen sacacorchos, pero de los gordos, porque lo tuyo no es normal.

– A todos les pasa en algún momento, durante el matrimonio.

– A ti antes, durante, y, como continúes así, después.

Manolo se calló, antes de volver a contestarle a su mujer. Esa malvada bruja no paraba de martirizarle pero él la quería tanto como hace veinte años, cuando siendo novios, acababan siempre en el pajar del abuelo de Manolo. El romanticismo y glamour embriagaban esos momentos, además de los jadeos del propio Manolo.

– Esa cama es por lo menos de tres metros, Begoña.

– Ya te gustaría, Manolo, pero lo que son las medidas, te confundes cuando te interesa.

– Eres la peor arpía del mundo. Lo que no confundí fue también la medida de tu anillo de casa porque si no te hubiera cabido, yo ahora sería libre como un pajarito en vez de estar aquí.

– ¿Pero quién va a aguantar a un zopenco como tú? Sólo yo, que soy una santa.

– Pues será en ir a misa cada domingo, porque lo que es en la castidad del hábito…

– Cuidado, que habló el que la tiene por defecto de naturaleza.

Las discusiones y las puñaladas entre ambos eran comunes desde que se habían casado. E incluso desde antes. Nadie entendía cómo podían estar juntos.

– ¿Tú que lado de la cama querrás? ¿El que te sienta mejor para apoyar la cerveza? ¿El derecho?

– Es mejor que el izquierdo, que es donde dejas tus rulos y tu máscara de pepino preparada para las noches.

– Te equivocas, eso es la crema anticelulítica que te paso por la barriga cuando duermes, para ver si adelgazas, pero no hay manera.

– Y me lo dice la que le alquila una mansión entera de carne a la celulitis y a toda su familia.

– ¿Insinúas que estoy gorda?

– No lo insinúo, lo juro. Es más, estaba pensando en traerme el gato del coche para usarlo contigo y ver en qué pliegue tienes el ombligo.

– ¿Y para qué te interesa mi ombligo? A donde tienes que volver para dejar de fastidiar al mundo es al ombligo de tu madre, no al mío.

– Porque así te haré el numerito de la aceituna.

– ¿Qué numerito? Alguna de esas tonterías que has leído en ese libro.

– En esos libros, perdona, que soy un gran lector.

– Será de los mensajes de las cajetillas de tabaco, y mucho efecto no te hacen, porque no paras de fumar.

– Ahora sólo un paquete al día, que hay que cuidarse. Pero no quiero abusar o acabaré como un vigoréxico de esos.

– Eso te falta a ti, vigor. El léxico ya lo tienes, aunque muy pobre.

– Pues si supieras lo que dice en esos libros sobre utilizar la lengua…

– Será la de las serpientes, para inocularte veneno.

– Después de tantos años, casado contigo, soy inmune a cualquier veneno, pedazo de mamba negra.

Manolo comenzó a vaciar la bolsa encima de la cama. Varios libros de ayuda al matrimonio o de consejos sexuales comenzaban a aparecer encima de la cama. Y también un par de prácticas sadomasoquistas.

– La bibliotecaria seguro que ha pedido el traslado cuando has sacado todo esto con tu carnet.

– Los he comprado por cuatro duros por Internet. Nos ayudarán a cambiar nuestro matrimonio.

– Sí, a hundirlo definitivamente.

– Pues no se diferencian mucho de esas novelas que lees tú.

– Sí, compara las historias de un millonario que te hace maravillas en el dormitorio con las de un gañán que se compra todo lo que lleve la etiqueta de “perversión”.

– Pues pone cosas muy interesantes, como lo de ponerte una aceituna en el ombligo pero seguro que te la comes tú antes.

– Si lleva huesecillo, no. Entonces te la dejo de cena para que te ahogues.

– Pues después de comérmela, tú serías el postre.

– ¿Y si te digo que hoy cierra cocina?

– Pues el cliente no lo acepta y quiere doble menú.

– Con que te comas el primer plato, date por satisfecho. A ver qué más has traído por ahí…

Manolo comenzó a enseñarle el fondo de la bolsa. Dentro había otra bolsa más pequeña, que sacó y mostró a su esposa.

Comenzó a sacar algunos objetos de ella para, poco a poco, acabar dejando todo el contenido a la vista.

– Manolo, eres la leche. No sé si vas a atracar un banco, arreglar un coche o hacerme ves a saber el qué. ¿Eso son bridas?

– Sí, y tengo de varios colores.

– Pues hoy no te toca arreglar el garaje. Pareces el presentador de un programa de bricolaje.

– Son para atarte las manos.

– Muy ingenioso. ¿Y si me pica la nariz?

– Yo te rascaré cualquier cosa que te pique. Con esto mismo.

– ¿Con ese chisme? Pero si parece la escobilla de la chimenea.

– Es una fusta, sirve para pegarte.

– Pues yo prefiero la sartén para atizarte cuando vuelves borracho a casa, es más práctica.

– Pero no me da tanto placer como el que te daré yo a ti.

– Lo que me das es miedo, Manolo. Y asco, a veces.

– No me extraña, soy muy agresivo. ¿A que me parezco a ese personaje de tus novelas?

– Cuando te comes ocho hamburguesas de golpe sí que lo haces con agresividad. Te pareces al que dices en que los dos sois hombres, aunque de distintas escalas evolutivas.

– Si me dices cosas tan feas, te voy a tener que amordazar con esto.

– Eso es un pañuelo cutre de cocina y los que tengo en casa son mejores. A mí no me callas ni debajo del agua.

– No me tientes, o es lo que haré en la bañera.

– No serías capaz, ya sé que me quieres.

– Tienes razón, te quiero… ¡lejos de mí!

– Pues entonces ¿para qué me has traído aquí?

– Para tener algunas fantasías sexuales de esas que salen en los libros. Se ha puesto de moda, últimamente. O nos ponemos al día o seremos un matrimonio convencional.

– Que ilusión sería esa de ser un matrimonio normal, si no fuera por tu manía de estar tirado en el sofá y con los pies encima de la mesa, ni me enteraría de que estamos casados.

– No te hagas la tonta, que ya te he oído alguna vez como hablas con tus amigas.

– Sí, de la felicidad que tienen al haberse separado y no tener que hacer ninguna otra lavadora más que las suyas.

– Eso y las aventuras que tienen con varios. Que me he enterado yo con estas orejitas de las perversiones que hacen.

– Manolo, no sabía que ahora te dedicaras a revisar el correo de mis amigas. Te acabarán metiendo en prisión y me moriré de la alegría.

– Diría que tú fuiste mi cómplice. Y que gracias a eso no he parado de oír como decís en el comedor cosas como “mi marido me vendó los ojos como en aquel libro”.

– Eso es mentira. Fue ella la que le vendó los ojos a él.

– Así que lo admites. Esas cosas os ponen.

– Lo que me pone de verdad es ver abrir la nevera y ver que te has comido todos los yogures. Me pone mucho, pero histérica.

– Pues hoy vamos a hacer cosas como esas.

– Si querías que mis amigas hablaran de ti, no hacía falta. Ya lo hacen. Y muy mal, por cierto.

– Serás tú las que les hable de mí cuando acabe contigo.

– Tú no te acabas ni un crucigrama.

– Eso, eso, continua provocándome. ¿No te vas a duchar?

– A diferencia de ti, Manolo, yo me echo desodorante y colonia cada día. E incluso, cada semana. Deberías tomar nota.

– Pues yo ya me he duchado en casa, antes de venir. ¿Nos ponemos manos a la obra?

– Y eso que dicen que, con la crisis, la construcción ha bajado. ¿Qué hay que construir?

– Vicio, mucho vicio.

– Para eso, solo has de ir al casino. Seguro que encuentras muchos abiertos.

– Pero ahí me gastaría muchas monedas y aquí el vicio lo puedo tener gratis contigo.

– Ni que yo fuera una tragaperras a la que le han quitado el precinto.

– No, pero ¿si te dijera perra como sale en esas novelas, te excitaría?

– Me excitaría mucho, me pondría de tan mala leche como tú si yo te llamara cerdo, otro animal.

– Eso cambiará cuando creemos un poco de atmósfera.

– Si lanzas una de las ventosidades que te tiras en casa, te aseguro que la logras enseguida.

Manolo se quitó la camisa y los pantalones, dejando al descubierto su bien entrada barriga de cuarentón y una distinción imposible entre donde acababan sus muslos y comenzaban sus glúteos.

Begoña, con un suspiro, comenzó a quitarse la blusa y la falda. Aunque tampoco hacia mucho deporte como para cambiar su fisonomía, a diferencia de Manolo, todavía presentaba algunos atributos atractivos como sus grandes pechos o su pelo largo y ondulado.

Manolo cogió un antifaz de la serie de objetos que había sacado antes de la bolsa y se lo puso. El antifaz permitía ver sus ojos y se sujetaba con una goma a su nuca.

– ¿Qué tal? ¿Qué te parezco?

– Pues parece que vayas a atracar un banco, aunque no hay ninguno cerca y en la habitación no hay dinero.

– ¡Begoña, como eres! ¡Búscale el sentido erótico a esto!

– Yo no tengo la culpa de que tengas una obsesión por haber visto películas de El Zorro e imitarlo.

– Con esto te muestro que soy tu amo. Soy dominante y harás todo lo que yo te diga. Y si no lo sigues, te castigaré.

– Eso ya lo haces en casa, consiguiendo que lave toda tu ropa sucia, y ya me castigas cada día con tu presencia.

– Pues ahora lo haré con esto–dijo Manolo, mientras la fusta que había mostrado antes volvía a aparecer en su mano.

– Ya estamos de nuevo con la escobilla de la chimenea. Al menos, no has cogido la del wáter.

– No me contestes mal, soy tu amo y tú, mi esclava.

– No es ninguna novedad, desde que nos casamos tengo que hacer todas tus tareas ya que no sabes hacer funcionar ni un botijo.

– Pues ahora verás, gírate y túmbate en la cama.

– ¿Así va bien?

– Sí, así va bien. Bien hecho, mi sumisa.

– ¿Pero qué estás diciendo, Manolo?

– Calla y no te atrevas a mirarme a los ojos. Toma, tu castigo –un golpe de fusta en el muslo derecho de su mujer sonó en medio del silencio de la habitación.

– Muy bien, ¿ya te sientes un machote?

– No disimules, que sé que te gusta. Sois unas viciosas, que os pasáis el día leyendo esos libros de masoquismo romántico y sólo queréis que os hagan esas fantasías.

– Sí, pero depende de quien lo haga. No es lo mismo si el que lo hace pesa el doble que el protagonista de esas novelas.

– Pues yo me estoy animando.

– Qué romántico. ¿Ya te has traído la pastillita para emergencias?

– Sí, mira, tengo dos de las azules. Y otra de las amarillas.

– ¡Manolo, que te va a dar un soponcio como te tomes eso! Aunque bien pensado…tómatelas de golpe que te voy a buscar un vaso de agua.

– Me ha dicho el médico que ni se me ocurra tomarme más de media.

– Sólo con media ya me asusta cómo te vas a poner.

– Y que lo digas. Dicen que esto te la pone como nunca te la has visto.

– Normal. Llevas mucho tiempo sin vértela, con tanta barriga.

– Pues hoy te va a hacer suplicar. Y aunque me lo pidas, no pararé.

– Suplico cada día al cielo cuando me meto en la cama contigo. ¿Por qué crees que no voy a misa los domingos? Ya rezo suficiente durante toda la semana.

– Primero te voy a vendar los ojos y a morderte por el cuello. Y te susurraré a la oreja.

– Pues espabila, que me está entrando sueño. Y más que me entrará con lo aburrido que es oírte.

Su fogoso marido cogió un pañuelo negro de la bolsa y procedió a vendarle los ojos. Begoña se dejaba hacer, completamente ensimismada en sus pensamientos y soltando un pequeño suspiro de desaprobación a cada iniciativa de Manolo.

En cuanto tuvo a su esposa a su merced, comenzó a acercarse a su cuello y darle pequeños mordiscos.

– Ñam, ñam… ¿qué te parece?

– Que si no fuera porque nos cobrarían de más, llamaría al servicio de habitaciones para que te trajeran una pizza y tuvieras algo de comer, en vez de morderme a mí.

– ¿No te excita?

– Pues no, y además, pesas mucho para que te tenga tumbado en mi espalda.

– Tienes razón, de esta forma no te puedo atar las manos.

– Eres una caja de sorpresas, Manolo.

Sacó otro pañuelo de la bolsa que también era de color negro. Con él, procedió a atar las manos de Begoña a su espalda.

– Eres mi prisionera.

– Lo soy desde el fatídico momento en que pronuncie “Sí, quiero”.

– Estás indefensa y a mi merced para hacerte todo lo que yo quiera. De momento, toma otro castigo.

Un pequeño cachete brotó de su mano. El sonido contra el glúteo derecho de su mujer era música para sus oídos.

– ¡Oh, sí, sigue!

– ¿Te gusta, eh?

– No, Manolo, en realidad te estaba tomando el pelo. No me gusta que me hagas bambolear la carne para recordarme que estoy gorda.

– No digas eso. Estás muy guapa, para mi gusto.

– Qué ánimo, considerando que tu gusto es pésimo en todo, especialmente en la ropa que te compras.

– Pues ahora ha llegado la hora de tomarme la pastillita.

– Ten cuidado, que te pierdes.

Manolo sacó una pequeña cajita blanca. En ella, cuatro pastillas azules esperaban dentro de un plástico. Sacó una y la partió por el medio. Enseguida se la tomó de un trago.

– ¿Sin agua ni nada?

– No la necesito. Ya me la he tragado bien.

– ¿Y ahora qué va a pasar? ¿Aparecerá un genio y te concederá tres deseos?

– Dice que al cabo de media hora se comienzan a notar los efectos.

– Te da tiempo de llamar al chico y todo, para ver cómo le va.

– ¡Para nada! ¡Él estará por ahí, de fiesta, y nosotros ya hemos dicho que hoy nos tomaríamos una noche para nosotros sin críos ni nada! Ya volverá a casa y, si tiene un problema, nos llamará.

– Eres un verdadero padrazo, Manolo. Además de haberte vuelto un pastillero.

– Si quieres, me tomo otra.

– ¿Qué dices, loco? ¡Tú, quieto, y no hagas nada más! ¿Vas notando algo?

– Todavía no. Aquí pone que por sí sola no te hace nada, que te has de excitar primero y luego te aumenta el flujo sanguíneo.

– Te puedes poner el fútbol, para ver cuantos goles marcas tu equipo, y así seguro que te excitas.

– Calla, pesada. Ven aquí.

Se acurrucó junto a su mujer y comenzó a acariciarla por las piernas. Ella le devolvió una leve caricia en correspondencia, mientras se dejaba hacer. Las caricias fueron subiendo y trasladándose por todo el cuerpo de Begoña.

– Menos mal que por fin estás haciendo algo bien, so torpe.

– Sí, sí… ¿Ves cómo había acertado al venir a pasar una noche los dos solos aquí?

– A lo mejor sí. A veces tienes buenos golpes aunque estés en tan mala forma que no puedas lanzar ni un jab y… ¡atiza!

– ¿Qué pasa? ¿Ya me vas a criticar?

– ¡Pero qué es lo que tienes ahí! ¿Todo eso es tuyo?

– El qué dices… ¡la virgen!

Ambos miraban hacia abajo, hacia la entrepierna de Manolo. La píldora había comenzado a hacer su efecto antes de lo previsto y se evidenciaban de manera notable las sensaciones que, desde hace rato, habían comenzado a invadir todo su cuerpo.

Begoña ponía uno ojos como platos y su marido la seguía a la par. Era difícil decir cuál de los dos estaba más sorprendido.

– ¡Esto es magia! ¿Te duele?

– No, pero… No parece ni que forme parte de mí. Ni la noto de lo tensa que se me ha puesto.

– Ahora creo que he cambiado de opinión. Tómate el resto, a ver qué pasa.

– ¿Si con media estoy así qué crees que va a pasar? Me la tomo si llamas a un par de enfermeros antes.

– Buena idea, que se la tomen ellos y me atiendan.

– Eres una víbora desalmada.

– Pero soy tu víbora, ya lo sabes.

– Sí, aunque te cuesta admitirlo. Y si tú eres mi víbora, yo debo ser tu culebra.

– Ahora mismo, la culebra se convertido en anaconda. Y, por mí, ya puede empezar a picar cuando quiera.

– ¿Segura? Ahora incluso me da miedo.

– ¡Claro que sí, cobarde! ¡Déjate de tonterías, quítate ese antifaz y vamos al lío, a la antigua usanza, que es lo que importa!

– Te vas a enterar…

Y, en cuanto se libró del antifaz, comenzó a poner en práctica los efectos de la píldora milagrosa. Parecía que, al fin y al cabo, reactivar un matrimonio aburrido no era tan difícil, después de todo.

B-203

Menudo horario para hacer una habitación. La limpieza empieza a partir de las nueve, pero han insistido en que debía dejar hecha esta habitación hacia las tres de la mañana porque la habrían abandonado antes. ¿Un cliente que paga un día más sólo para irse unas horas más tarde? Menuda tontería.

No me molesta que se haga en mi turno. Total, lo único que haría sería quedarme a sentar con las otras chicas de limpieza en la cocina.

Me gustan mucho las dos nuevas, las jovencitas. Tienen muchas ganas y valoran mucho haber encontrado este trabajo en tiempos de crisis. Eso está mejor, alguien que valore este trabajo y no te haga sentir como lo más bajo del mundo por desempeñarlo.

Ir a la siguiente página

Report Page