Cell
Gusano » 1
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Se detuvieron en una zona de descanso no muy lejos de allí. Ninguno de ellos tenía mucha hambre, pero la parada era una ocasión para que Clay hiciera sus preguntas. Ray no probó bocado; se limitó a sentarse en el canto de una barbacoa de piedra, fumando mientras escuchaba sin aportar nada a la conversación. A Clay se le antojó muy desalentado.
—Creemos que estamos parando aquí —comentó Dan mientras señalaba la pequeña zona de
picnic con su ribete de abetos, sus árboles de hoja caduca teñidos de otoño, su arroyuelo burbujeante y el rótulo que advertía SI VIAJAS ¡LLÉVATE UN MAPA!—. Probablemente estamos parados aquí, porque, ¿tú dirías que hemos parado aquí, Jordan? —dijo volviéndose hacia éste—. Me parece que eres quien tiene la percepción más clara.
—Sí —asintió Jordan sin vacilar—. Esto es real.
—Cierto —masculló Ray sin levantar la vista—. Estamos aquí. —Dio un manotazo a la piedra de la barbacoa, y su alianza tintineó al contacto—. Esto es pero que muy real. Estamos otra vez todos juntos, que es lo que ellos querían.
—No lo entiendo —reconoció Clay.
—Nosotros tampoco del todo —aseguró Dan.
—Son mucho más fuertes de lo que habría imaginado —comentó Tom—, eso sí que lo entiendo.
Se quitó las gafas y se las limpió con la camisa en un ademán cansado y distraído. Parecía diez años mayor que el hombre al que Clay había conocido en Boston.
—Y han manipulado nuestras mentes. A saco. No teníamos ninguna posibilidad.
—Parecéis todos agotados —observó Clay.
Denise se echó a reír.
—¿En serio? Pues nos lo hemos ganado a pulso, te lo aseguro. Cuando te dejamos cogimos la Carretera 11 hacia el oeste. Caminamos hasta que vimos que estaba a punto de amanecer. Buscar un vehículo no tenía sentido porque la carretera estaba hecha un asco. De vez en cuando te encontrabas medio kilómetro despejado, y de repente…
—Ya sé, arrecifes —la atajó Clay.
—Ray dijo que la cosa mejoraría en cuanto pasáramos la autopista de Spaulding, pero decidimos pasar el día en un sitio llamado Motel Twilight.
—He oído hablar de él —señaló Clay—. Está en la entrada del bosque Vaughan. Un sitio bastante notorio por aquí.
—Ah, ¿sí? Bueno, pues eso —masculló Denise con un encogimiento de hombros—. Cuando llegamos, el chico…, Jordan, va y dice: «Os voy a preparar el desayuno más espectacular de vuestra vida». Le contestamos que siguiera soñando, lo que resultó ser curioso, porque eso es lo que pasó, en cierto modo… Pero resulta que había electricidad en el motel y que va Jordan y cumple su promesa. Nos prepara un desayuno de la leche y nos ponemos las botas, en plan Acción de Gracias. ¿Voy bien?
Dan, Tom y Jordan asintieron. Sentado en el canto de la barbacoa, Ray encendió otro cigarrillo.
Según Denise, desayunaron en el comedor, lo cual fascinó a Clay, puesto que estaba seguro de que el Twilight no tenía comedor. Lo recordaba como el clásico motel anodino situado justo en la frontera entre Maine y New Hampshire. Corría el rumor de que sus únicos servicios eran duchas frías en los baños y películas calientes en las habitaciones tamaño caja de cerillas.
El relato se tornaba cada vez más estrambótico. En el motel había una máquina de discos. No tenía música de Lawrence Welk ni Debby Boone, sino que estaba repleta de temas potentes (incluido el «Hot Stuff» de Donna Summer), y en lugar de acostarse enseguida se pasaron dos o tres horas bailando como posesos. A continuación, antes de acostarse, habían dado cuenta de otra copiosa comida, en esta ocasión preparada por Denise, y por fin cayeron rendidos.
—Y soñamos que caminábamos —explicó Dan.
Hablaba en un tono amargo y derrotado que resultaba inquietante. No era el mismo hombre al que Clay había conocido dos noches antes, el que afirmaba estar casi seguro de que podían mantenerlos fuera de sus mentes mientras estaban despiertos, de que quizá lo conseguirían porque aún era pronto para ellos. Lanzó una carcajada desprovista de humor.
—Y no me extraña, tío, porque eso es lo que hicimos. Nos pasamos el día entero caminando.
—El día entero no —puntualizó Tom—. Yo también soñé que íbamos en coche…
—Sí, conducías tú —corroboró Jordan en voz baja—. Solo una hora o así, pero conducías tú. Eso es lo que soñamos en aquel motel, el Twilight. Yo también soñé con el coche. Fue como un sueño dentro de un sueño, solo que ése era real.
—¿Lo ves? —exclamó Tom con una sonrisa mientras alborotaba el cabello del niño—. Jordan lo sabía desde el principio.
—Realidad virtual —explicó Jordan—. Nada más y nada menos. Casi como estar dentro de un videojuego más bien malo. —Se volvió hacia el norte, por donde había desaparecido el Hombre Andrajoso, en dirección a Kashwak—. Aunque mejorará si ellos mejoran.
—Los hijos de puta no pueden hacer nada de noche —intervino Ray—. De noche tienen que acostarse los muy jodidos.
—Y a nosotros tampoco nos quedó más remedio —añadió Dan—. Eso era lo que pretendían, agotarnos para que no nos enteráramos de nada ni siquiera cuando cayera la noche y ellos perdieran el control. Durante el día, el Rector de Harvard siempre andaba cerca, acompañado por un rebaño bastante numeroso, transmitiendo ese campo de fuerza mental, creando la realidad virtual de Jordan.
—Sí —asintió Denise.
Clay calculó que todo aquello había ocurrido mientras él dormía en la caseta del guarda.
—Agotarnos no era lo único que pretendían —afirmó Tom—. Ni tampoco ponernos de nuevo rumbo al norte. También querían que volviéramos a estar todos juntos.
Los cinco viajeros habían vuelto en sí en un destartalado motel de la Carretera 47 de Maine, al sur de Great Works. Todos ellos habían despertado embargados por un desconcierto tremendo, agudizado por el sonido bastante cercano de la música de rebaño. Todos intuían lo que debía de haber sucedido, pero fue Jordan quien logró verbalizarlo, fue Jordan quien había señalado lo evidente, que su intento de fuga había fracasado. Sí, con toda probabilidad podían escabullirse del hotel donde habían recobrado el conocimiento y reanudar el viaje hacia el oeste, pero ¿qué distancia conseguirían recorrer esta vez? Estaban exhaustos y lo que aún era peor, desalentados. También fue Jordan quien aventuró que tal vez los telefónicos disponían de algunos espías normales encargados de vigilar sus movimientos nocturnos.
—Comimos —retomó Denise el hilo del relato—, porque estábamos hambrientos además de cansados. Luego nos acostamos de verdad y dormimos hasta la mañana siguiente.
—Yo fui el primero en despertar —dijo Tom—. El Hombre Andrajoso estaba en el patio. Me hizo una pequeña reverencia y agitó la mano en dirección a la carretera.
Clay recordaba bien aquel gesto. «La carretera es vuestra. Tomadla».
—Podría haberle disparado, supongo, porque tenía a Míster Rápido, pero ¿de qué habría servido?
Clay meneó la cabeza. De nada en absoluto.
Así pues, habían vuelto a la Carretera 47. Al rato, según explicó Tom, recibieron el impulso mental de tomar una pista forestal sin nombre que parecía discurrir serpenteante hacia el sudeste.
—¿No habéis tenido visiones esta mañana? —inquirió Clay—. ¿Ni sueños?
—No —negó Tom—. Sabían que ya lo habíamos captado. A fin de cuentas, saben leer el pensamiento.
—Nos oyeron rendirnos —terció Dan en aquel mismo tono derrotado y amargo—. Ray, ¿tienes un cigarrillo? Hace tiempo que lo dejé, pero me parece que voy a volver a pillar el hábito.
Ray le arrojó el paquete sin decir palabra.
—Es como si te tocara una mano, pero dentro del cerebro —explicó Tom—. Muy desagradable, intrusivo en un sentido indescriptible. Y todo el rato con la sensación de que el Hombre Andrajoso y su rebaño nos seguían. A veces veíamos a algunos de ellos entre los árboles, pero por lo general no.
—O sea que ya no solo forman rebaños a primera y última hora del día —observó Clay.
—No, todo está cambiando —repuso Dan—. Jordan tiene una teoría y pruebas que la avalan. Además, somos un acontecimiento especial. —Encendió el cigarrillo, fumó una calada y tosió—. Mierda, ya sabía yo que había dejado de fumar por algo… También saben flotar —añadió casi sin transición—. Levitan. Debe de ser la mar de práctico para desplazarse por las carreteras atascadas. Como volar en alfombra mágica.
Tras recorrer un kilómetro y medio por aquella pista forestal que en apariencia no llevaba a ninguna parte, los cinco viajeros habían descubierto una cabaña ante la que había aparcada una camioneta con las llaves puestas. Ray se puso al volante; Tom y Jordan se encaramaron a la caja abierta. Ninguno de ellos se sorprendió cuando la pista se desvió de nuevo hacia el norte. Justo antes del final, el navegador que llevaban instalado en la mente los envió a otra pista y más tarde a una tercera que no era más que un sendero con hierba entre los surcos laterales y que moría en una zona pantanosa. La camioneta quedó encallada allí, pero en cuestión de una hora llegaron a la Carretera 11, a escasa distancia al sur de la intersección con la 160.
—Había un par de telefónicos muertos allí —explicó Tom—. De hacía poco. También vimos cables eléctricos rotos y postes arrancados. Los cuervos se estaban dando un festín.
Clay contempló la posibilidad de contarles lo que había visto en el cuartel de bomberos voluntarios de Gurleyville, pero decidió no hacerlo. A decir verdad, no veía qué relación podía guardar el episodio con su situación actual. Además, había muchos que no peleaban entre sí, y eran ellos quienes habían empujado a Tom y los demás a seguir adelante.
Aquella fuerza no los había conducido hasta el pequeño autobús amarillo, sino que Ray lo encontró al explorar los alrededores del colmado de Newfield mientras los demás sacaban refrescos del mismo expendedor que Clay había saqueado. Ray divisó el vehículo por una ventana trasera del establecimiento.
Desde entonces solo habían parado una vez para hacer fuego en el suelo de granito de la cantera de Gurleyville y comer algo caliente. Asimismo, se cambiaron los zapatos en el colmado de Newfield, porque la expedición por la zona pantanosa los había dejado llenos de barro, y descansaron un rato. Debían de haber pasado delante del motel donde Clay se había refugiado más o menos a la hora en que éste despertaba, porque la energía mental los había obligado a detenerse poco después.
—Y aquí estamos —concluyó Tom—. Caso casi cerrado. —Abarcó con el brazo el cielo, la tierra y los árboles—. Algún día todo esto será tuyo, hijo mío.
—Ya no tengo la sensación de que me empujan el cerebro —comentó Denise—, al menos de momento. Y me alegro, la verdad. El primer día fue el peor. Jordan era el que percibía más claramente que algo iba mal, pero creo que todos sabíamos que…, bueno, que algo no andaba bien.
—Sí —convino Ray mientras se frotaba la nuca—. Era como estar metido dentro de un cuento infantil donde los pájaros y las serpientes hablan y dicen cosas como «No pasa nada, estás bien, da igual que tengas las piernas hechas polvo, estás chupi». Chupi, eso es lo que decíamos en Lynn cuando era pequeño.
—«Lynn, Lynn, ciudad de pecado sin fin, cuando llegues al cielo, no podrás entrar en su jardín.» —recitó Tom.
—Está claro que te criaste entre fanáticos —comentó Ray—. En cualquier caso, el chico lo sabía, yo lo sabía…, creo que todos lo sabíamos, joder. Cualquiera con dos dedos de frente podía darse cuenta de que no había escapatoria…
—Yo me aferré a eso cuanto pude —atajó Dan—, pero en realidad no teníamos ninguna posibilidad. Puede que otros normales sí, pero nosotros, los asesinos de rebaños, no. Quieren cazarnos les pase lo que les pase.
—¿Qué creéis que nos tienen preparado? —preguntó Clay.
—La muerte —repuso Tom casi con indiferencia—. Bueno, así al menos podremos dormir de una vez.
En aquel instante, Clay procesó por fin un par de detalles. Momentos antes, Dan había comentado que su comportamiento normal estaba cambiando y que Jordan tenía una teoría al respecto. Y ahora acababa de decir «les pase lo que les pase».
—Vi a un par de telefónicos peleándose cerca de aquí —explicó.
—Ah, ¿sí? —replicó Dan sin demasiado interés.
—De noche —añadió Clay, y todos se volvieron hacia él—. Se peleaban por un camión de bomberos como niños por un juguete. Uno de ellos me transmitió algo por telepatía, pero los dos hablaban.
—¿Que hablaban? —repitió Denise con expresión escéptica—. ¿Pronunciaban palabras?
—Sí, palabras… Más o menos claras, pero palabras. ¿Cuántos cadáveres recientes habéis visto? ¿Solo esos dos?
—Habremos visto una docena desde que despertamos a la realidad —repuso Dan.
Miró a los demás. Tom, Denise y Jordan asintieron, mientras que Ray se encogió de hombros y encendió otro cigarrillo.
—Pero cuesta adivinar la causa de la muerte. Puede que estén revirtiendo su comportamiento. Eso encajaría con la teoría de Jordan, aunque el hecho de que los dos que viste hablaran no parece cuadrar. Puede que los que hemos visto no sean más que cadáveres que los rebaños no han tenido ocasión de retirar… No es su máxima prioridad ahora mismo.
—Su máxima prioridad somos nosotros, y seguro que no tardarán en volver a empujarnos —afirmó Tom—. No creo que…, bueno, que nos administren el tratamiento del estadio hasta mañana, pero estoy bastante seguro de que nos quieren en Kashwak antes de que anochezca.
—¿En qué consiste tu teoría, Jordan? —inquirió Clay.
—Creo que había un gusano en el programa original —repuso el chiquillo.