Carol

Carol


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—Le gusta un grupo muy pequeño de gente con la que juega al golf —dijo Carol con firmeza. Y luego, en tono más bajo—: ¿Y qué más? Es muy, muy meticuloso con todo. Pero se olvidó su mejor navaja de afeitar. Está en el botiquín, puedes verla si quieres, supongo que la verás. Supongo que tendría que mandársela.

Therese abrió el botiquín. Vio la navaja.

El botiquín estaba todavía lleno de objetos masculinos, lociones para después del afeitado y brochas de afeitar.

—¿Era ésta su habitación? —le preguntó al salir del lavabo—. ¿En qué cama dormía él?

—En la tuya no —sonrió Carol.

—¿Puedo tomar un poco más de esto? —preguntó Therese, mirando la botella de licor.

—Claro.

—¿Puedo darte un beso de buenas noches?

Carol estaba doblando el mapa de carreteras, con los labios como si fuera a silbar, esperando.

—No —dijo.

—¿Por qué no? —Cualquier cosa parecía posible aquella noche.

—En vez de eso, te daré otra cosa. —Carol sacó algo del bolsillo.

Era un cheque. Therese leyó la cantidad, doscientos dólares, y estaba extendido a su nombre.

—¿Para qué es esto?

—Para el viaje. No quiero que te gastes el dinero que necesitas para lo del sindicato. —Carol cogió un cigarrillo—. Seguramente no necesitarás tanto, pero quería que lo tuvieras por si acaso.

—No lo necesito —dijo Therese—. Gracias. No me importa gastar lo del sindicato.

—Basta de charla —la interrumpió Carol—. Me hace ilusión, ¿no te acuerdas?

—Pero yo no lo aceptaré. —Sonó un poco brusco, así que sonrió levemente mientras dejaba el cheque en la mesa junto a la botella de licor. Pero dejó el cheque con firmeza. Le hubiera gustado explicárselo a Carol. El dinero no importaba, pero como a Carol le hacía ilusión, a ella le horrorizaba no aceptarlo—. No me gusta la idea —dijo—. Piensa en otra cosa. —Miró a Carol. Carol la estaba observando, no iba a discutir con ella y a Therese le alegró verlo.

—¿Que me haga ilusión? —preguntó Carol.

—Sí —dijo Therese, sonriendo aún más abiertamente, y cogió el vasito.

—De acuerdo —dijo Carol—. Lo pensaré. Buenas noches. —Carol se había detenido junto a la puerta.

Era una graciosa manera de darse las buenas noches, pensó Therese, en una noche tan importante.

—Buenas noches —contestó.

Se volvió hacia la mesita y vio el cheque otra vez. Pero era Carol quien tenía que romperlo. Lo deslizó bajo el borde del tapete de lino azul marino de la mesilla de noche, fuera de la vista.

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