Carnaval

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Quería morirse; ya no podía tapar el sol con un dedo. Hubiera querido explicarle, razonar con él, hacerle comprender…, pero era demasiado tarde. Lo había descubierto de la peor manera posible. Ya no había vuelta atrás; debía enfrentarlo y hacerlo con orgullo. Ella no se arrepentía de nada ni tenía de qué avergonzarse…, sólo que hubiera preferido que las cosas se resolvieran de otro modo.

—Cuando las ganas de joder aprietan, ni las tumbas de los muertos se respetan —citó Raúl con parsimonia, y añadió en el mismo tono burlón—: No os molestéis por mí, por favor, seguid follando. ¿Cuánto tiempo lleváis así?

—No es lo que crees —se excusó Graciela débilmente—, de veras; te digo que no es lo que parece —insistió.

—¿Y qué es lo que parece? —Replicó Raúl con la voz cargada de cinismo y menosprecio—. Yo no sé qué es lo que parece.    

—Ocurrió este verano. Te lo juro, Raúl, estamos juntos desde hace poco. ¿Y tú qué haces aquí?

Graciela estaba asombrada. Raúl no le había dicho que vendría, y no imaginaba a qué había vuelto al pueblo después de todas sus protestas.

—No estoy de vacaciones, si es eso lo que quieres saber; esta noche regreso a Barcelona. Quería pedirte un último favor, pero ya me ha dicho un pajarito que ahora andas muy ocupada.

Raúl echó una ojeada a la cama deshecha; conque ésos eran los «otros asuntos» de su abuela: Gorka. Rio por no llorar.

—Mi rey, ya sabes que yo siempre tengo tiempo para ti. ¿De qué se trata esta vez? —preguntó ella en tanto se echaba por encima una bata ligera y se levantaba, dejando a su acompañante confuso y aturdido.

—Quiero que cuides a Ainhoa durante una semana, hasta Navidad más o menos. Necesito resolver unos asuntos antes de llevármela conmigo.

—¿Llevarte a Ainhoa? —Graciela no salía de su asombro—. Pero ¿por qué? —No entendía nada de lo que estaba pasando. Miró a su nieto con ojos inquisitivos, exigiéndole una explicación—. ¿Dónde está Izaskun?

—Izaskun ha muerto, abuela —anunció brevemente en un tono seco y sin inflexiones—. Se ha matado en un accidente de coche; no quiero hablar ahora del tema. Solamente quiero saber si puedes ocuparte de Ainhoa —le reiteró la petición, pero no estaba muy seguro de que fuera lo más conveniente. Había descubierto una nueva faceta de su abuela y no le gustaba ni pizca.

—P-po-por su-su-supuesto —tartamudeó Graciela, boquiabierta. Apenas podía creérselo, al igual que Gorka, quien tampoco entendía ni jota—. ¡Dios mío! ¡Fernando…, India! —exclamó ahora, comprendiendo cuánto debían de estar sufriendo.

—India también ha muerto.

El tono de Raúl era frío y punzante como el hielo.

—¿Qué has dicho? —corearon ellos a dúo.

—Ya lo habéis oído. Su marido la ha matado —aclaró—. Ella quería matarme a mí.

—¡Virgen del santísimo cielo! —Gimoteó Graciela—. No puede ser. ¿Es que nunca vas a dejar de darme disgustos?

—¡Epa! Ni que a mí me entusiasmara lo que ha sucedido.

—Sé que no, pero lo dices de una forma tan desapasionada que…

—No voy a hacer un melodrama barato de esto, ni voy a llorar a moco tendido tampoco. No es lo que tú me enseñaste.

—¿Me lo estás echando en cara?

—Pues sí. Entre todos me habéis convertido en un disfraz de mí mismo. Ya no sé quién soy, ni adónde voy. Izaskun era mi único norte, y también la he perdido.

—¿Por qué no te quedas aquí un tiempo? —le sugirió Graciela. Ya era la segunda vez que se lo proponían.

—¿Y echar a perder el único trabajo que tengo? Te recuerdo que a partir de hoy Ainhoa sólo me tiene a mí.

—Está bien, está bien…, la cuidaré. ¿Qué vas a hacer tú?

—No lo sé. Sencillamente, no sé por dónde empezar.

 

 

 

 

 

 

 

 

CONTINUARÁ…

 

 

 

 

 

 

© Julia Siles Ortega, 2013, 2017

© Del diseño de portada, Olalla Pons, 2013

 

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CITA

DEDICATORIA

PRÓLOGO

ABANDONO

UNO

DOS

TRES

CUATRO

CINCO

SEIS

SIETE

OCHO

NUEVE

DIEZ

DESEO

ONCE

DOCE

TRECE

CATORCE

QUINCE

DIECISÉIS

DIECISIETE

DIECIOCHO

DIECINUEVE

VEINTE

SOSPECHAS

VEINTIUNO

VEINTIDÓS

VEINTITRÉS

VEINTICUATRO

VEINTICINCO

VEINTISÉIS

VEINTISIETE

VEINTIOCHO

VEINTINUEVE

TREINTA

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