Cap. 6 De su hijo a su mujer
Benjamin LjubeticNo tardó mucho en regresar, aunque mientras esperaba escuché toda la conversación que tuvo con mi mamá. Me llamó la atención que le dijera que yo ya estaba dormido, porque claramente era una mentira y yo quería saber porque había hecho eso. Cuando entró al dormitorio yo seguía recostado sobre la cama, tapado con la sábana, pero desnudo como él me había dejado. Mientras entraba me di cuenta de que su pene colgaba blando entre sus piernas y aunque el glande estaba cubierto se podía ver que una gota salía tímida por su punta.
Se acostó junto a mí abrazándome y me dijo que ya era hora de dormir. Yo me moví un poco para hacerle espacio y él apegó más su cuerpo al mío. Pude sentir su pelvis contra mis nalgas, su estómago en mi espalda y su respiración sobre mi cabeza.
- Buenas noches, papi – le dije girando mi cabeza y acercando mis labios a los suyos.
Lo que debió ser un beso corto y cariñoso se volvió un beso largo e intenso, porque mantuve mis labios pegados a los suyos y acordándome lo que habíamos hecho antes, metí mi pequeña y húmeda lengua entre sus carnosos labios viriles. No se resistió a lo que hice, sino que dejó que yo siguiera. Yo abrí mis labios invitándolo a que metiera de nuevo su lengua en mi boca y sin dejar de besarlo me di vuelta para quedar frente a frente. Entonces, con un movimiento rápido me monté sobre él.
Como si estuviese montando un caballo, apreté con mis muslos y rodillas los costados de sus caderas, mientras mi pequeño culito rozaba los vellos de su pubis. Recosté mi estómago y pecho sobre su tórax para seguir besándolo y en segundos ya sus manos estaban recorriendo mi espalda. Nuestro beso de buenas noches se volvió en el beso más apasionado que he dado en mi vida. Era un niño de siete años recién cumplidos que se sentía seduciendo a su también recién treintañero padre o eso era, al menos, lo que yo creía hasta ese momento.
Las manos de papá bajaron suavemente por mi espalda y mi cintura hasta que me tomó las nalgas. Era la primera vez que sus grandes manos masculinas se posaban de esa forma en mi pequeño trasero. Aunque una sola mano le hubiese bastado para tomarlas, usó las dos para sostener en cada una de sus palmas mis blancas y redondas nalguitas, las que fue apretando, suavemente con sus dedos, hasta hacerme sentir como mi piel se estiraba con la presión de las yemas de sus dedos.
Sus dedos amasaban los músculos de mis glúteos bien formados, recorriéndolos por todos sus contornos de una forma que nunca nadie lo había hecho, provocándome sensaciones que me hicieron suspirar tan profundamente como si el aire me faltara, como si me estuviese ahogando. Entonces mi papá dejó de besarme y me preguntó:
- ¿Estás bien, bebé? – con una evidente preocupación en su rostro, aunque sin soltar mis nalgas, cada una de ellas bien agarrada entre sus manos.
- Sí, papi – le respondí sonriéndole, porque de verdad lo que me hacía sentir era delicioso.
- Ya, vamos a dormir, bebé – me dijo soltando una de mis nalgas y dándome una pequeña palmadita que también se sintió muy rica.
- Bueno, pero primero quiero que me digas qué es lo que hacen los papás con las mamás – le pregunté.
- Pero si ya te dije. Es lo que hemos estado haciendo, como los besitos que nos dimos, como cuando te toqué las tetitas igual que a la mamá.
- ¿Sólo eso? – le pregunté incrédulo.
- Hay otras cosas nene, pero como te dije son cosas que hacen los grandes, que se hacen entre hombres y mujeres – me respondió serio, apretándome la nalguita que aún mantenía en su mano.
Fue en ese momento que aproveché para decirle que me estaba mintiendo. Él se rio y me dijo que no me mentía, que las demás cosas eran solo entre hombres y mujeres. Yo le seguí diciendo que me mentía y él insistió en que no lo estaba haciendo.
- Recién le dijiste a la mamá que yo estaba durmiendo y no era verdad – le reproché.
Me miró serio, puso sus manos en mis pequeños hombros, mientras yo seguía sobre él como si montara a un caballo y me dijo:
- Nene ¿Te acuerdas de que en el colegio te explicaron de dónde vienen los bebés?
- Sí, papi, de la panza de la mamá.
- Exacto ¿Te acuerdas aquella noche en la playa, cuando me desperté porque estabas jugando con mi pene y salió un juguito que te asustó?
Me puse a reír por los nervios y la vergüenza de recordar ese momento.
- Sí, me acuerdo papi.
- Ok, cuando yo estoy con la mamá, o cuando cualquier hombre está con una mujer, se dan besitos y se hacen cariños. Las mamás juegan con el pene y le dan besitos. Los papás les tocan las tetitas y también la vagina. Cuando los juegos se acaban ese juguito que me sacaste se lo dejamos dentro de la vagina.
Yo intentaba procesar todo lo que me decía. Estaba entendiendo casi todo lo que me decía. Lo del juguito que salía de su pene lo sabía pues era lo que había hecho, pero había algo que no lograba entender bien.
- ¿Y cómo es la vagina de mamá? ¿Cómo es que le dejas el juguito adentro?
Titubeando un poco, complicado al parecer por la pregunta, intentó explicarme que la vagina era un hoyito que tenían las mamás en el lugar donde los hombres teníamos el pene. Pero yo no lograba entender porque no podía imaginar que las mujeres tuvieran un hoyo por delante.
- Mira bebé, así como tenemos hoyos en las narices para respirar, en los oídos para escuchar, las mujeres tienen ese hoyo en la vagina para que los hombres les dejen su juguito.
En mi cabeza no lograba entender cómo era que los hombres le dejaban el juguito dentro de la vagina a las mujeres. No sé qué cara tendría que mi papá se vio obligado a continuar.
- Cuando el pene del papá está duro lo pone dentro de la vagina de la mamá hasta que sale el juguito.
Me quedé pensando, mientras sus manos acariciaban mis muslos pequeños y mis manos jugaban los pezones gruesos de sus tetillas, que al tacto de mis dedos se habían puesto duras y puntiagudas.
- ¿Entonces, como no tengo vagina, solo puedo jugar con tu pene hasta hacerlo que se ponga duro?
- Exactamente, mi amor, y recuerda que es un secreto entre tú y yo – me dijo mientras me tomaba de las axilas para levantarme y acostarme a su lado.
- Ahora a dormir – finalizó.
Pero en mi cabeza rondaba la idea de que aún podía seguir aprendiendo más cosas de las que ya sabía y de las que ya habíamos hecho, ahora que mi papá y yo teníamos este secreto íntimo.
- ¿Puedo sacarte juguito papi? – le pregunté.
- Ya es tarde, bebé, y ya me mostraste como jugabas.
- Sí, pero no terminamos de jugar – le dije mientras con mis pequeñas manos ya había alcanzado a su dormido pene y que al tacto de mis deditos comenzaba a reaccionar poniéndose duro.
Papá no dijo nada, solo se acomodó de espaldas y me acarició la cabeza, los hombros y la espalda, en una clara invitación a seguir con el juego que habíamos iniciado antes de que mamá nos interrumpiera con su llamado.
Mi cabeza estaba a la altura de su pecho y tal como él había hecho antes acerqué mi boca a su tetilla izquierda que seguía dura por mis caricias y la succioné despacio, como si fuera un bebé, mientras me aferraba a su pene con mi mano. Mi papá dejó escapar un gemido y su mano seguía recorriendo desde mi nuca hasta la espalda, Era fácil para él acariciarme pues su mano la sentía como si fuese la de un gigante en comparación con cada una de las partes de mi menudo cuerpo que recorría y que esperaba recorriera siempre.
Sin soltar su pene abandoné las tetillas que ahora brillaban con mi saliva infantil para bajar hábilmente por su vientre hasta la pelvis y abrir mis labios, hinchados de tanta succión, para atrapar el glande rosado y semicubierto de mi papá. Lo besé, lo lamí, lo metí en mi boca y su suavidad junto con la de mi boca ya no tan inocente se hicieron una. Ya era casi un experto, pues habían sido muchas las noches que había disfrutado de la masculinidad de mi padre mientras él dormía.
En ese momento su mano dejó de acariciar mi cabeza y me llevó otra vez arriba. Besándome hizo que mi cuerpecito se recostara sobre el suyo. Sus pectorales eran mi colchón y en su ombligo se encajó mi pequeño pene que estaba muy erecto, mientras mis pequeños coquitos descansaban sobre su abdomen. Yo abrí mis piernas para apretar con mis muslos los costados de su caderas y pude sentir su pene duro y húmedo rozando entre mis nalgas.
Ese roce hizo que mi papá agarrara de nuevo mis nalgas con sus manos, amasándolas intensamente con las palmas de sus manos, mientras metía toda su lengua moviéndola con fuerza dentro de mi boca y sus labios cubrían completamente los míos como si quisiera devorarme, todo un poco más brusco que antes, pero me gustaba.
- ¿Te gusta mi amor? – me pregunto sin despegar del todo sus labios de los míos.
- Si, papi – le dije gimiendo más que hablando.
- Pues así es como lo hacemos con mami.
- Me encantaría tener vagina para que me hagas lo mismo que a ella – se escapó sin querer este pensamiento de mi boca e instantáneamente sus manos, que en ningún momento dejaron de masajear mis nalgas, fueron separándolas hasta que sus dedos rozaron mi ano.
Sentir la yema de uno de sus dedos tocando mi ano fue como un golpe eléctrico que me hizo gemir y contraer sus bordes en espasmos, atrapándolo entre sus pliegues por un instante. Sin saberlo él ni yo, fue ahí donde todo dio un vuelco que nos llevaría a descubrir cosas que nunca pensamos que pudieran suceder.
- Pero tienes esto – me dijo mientras movía en pequeños círculos la yema tibia de su dedo grande en el pequeño botón rugoso de mi rosado ano virgen.
Sin permitirme hacer o decir nada, me arrastró por sobre su abdomen y pecho haciendo que mi pequeño pene y bolas recorrieran su exquisito y masculino cuerpo, hasta que mi entrepierna quedó a la altura de su boca y sorpresivamente su lengua invadió mi culo. El calor de sus labios, la humedad de su saliva y el tacto de su lengua que se movía habilidosa, me hizo soltar un gemido y como si yo fuera un liviano juguete, me levantó un poco más, abrió un poco más mis glúteos y me sentó en su boca para comer de mi culo como si fuese el dulce más delicioso.
Mi pequeño cuerpo no podía resistir tanto placer, mi diminuto pene rozaba su nariz, yo intentaba afirmarme de su cabello, de la cama o de donde fuera, aunque, era tal la fuerza de sus manos y tal la maestría de sus brazos que me sostenía sin problemas.
- ¿Te gusta que te coma el culito? – preguntó ahogado por mis nalgas sobre su cara.
- Si, papi, me gusta mucho. No me dijiste que le hacías esto a mami.
- Claro que se lo hago. Le como la vagina para poder mojarla con mi lengua y también lamerle su clítoris siempre antes de meterle mi pene y llenarla de juguito.
Todo eso lo decía con la respiración entrecortada y con un poco de esfuerzo pues su lengua seguía moviéndose entre los pliegues de mi ano. En ese momento me levantó unos centímetros, pensé que era para respirar, pero fue para gritar y gemir ahogadamente mientras mi espalda recibía cinco intensos chorros del caliente semen que eyaculó sin siquiera tocarse.
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