Cap. 5 De su hijo a su mujer

Cap. 5 De su hijo a su mujer

Benjamin Ljubetic


Luego de pedirme que le mostrara cómo hacía para ponérsela dura, se me quedó viendo, esperando mi reacción. Yo no hice nada y ambos nos quedamos inmóviles por unos segundos. De pronto, sin pensarlo, estiré mi boca y junté mis labios con los suyo solo por un instante, separándome rápido para volver a mirarlo y decirle: 

  • Cuando te duermes te doy besitos así. 

Mientras él se sonreía, miré sus labios, su nariz, sus ojos y me di cuenta lo atractivo que era su rostro masculino. Supe entonces que no solo quería y admiraba a mi papá, sino que también lo amaba profundamente. 

  • Ese besito está rico - me dijo - pero para que se me ponga dura más rápido debes hacerlo así. 

En ese momento acercó su boca a la mía y cuando nuestros labios se juntaron, sentí su lengua, grande, húmeda y suave separando lentamente mis labios hasta invadir completamente mi boca con ella. Con sus grandes labios masculinos cubriendo los míos su lengua comenzó a moverse suavemente dentro de mi boca, provocándome sensaciones placenteras que nunca había experimentado antes, como si fuera un rayo que desde mi paladar llegara a mi nuca y bajara por mi espalda, provocándome escalofríos.  

  • Este es un beso de verdad, nene – me dijo con una voz rasposa, casi sin separar sus labios de los míos, para después pedirme que metiera mi lengua en su boca. 

Volví a pegar mis labios a los suyos y él los entreabrió para que mi pequeña lengua infantil traspasara sus cálidos labios carnosos. Así recostados de lado sobre la cama seguimos besándonos y mientras yo acariciaba su cara, sus brazos firmes y su pecho ancho, la mano de papá me acariciaba la nuca para después bajarla por mi espalda, aumentando aún más las sensaciones que me provocaban nuestros primeros besos de verdad. 

En un momento que con mi mano tocaba su pecho, sin dejar de besarme, me la tomó con la suya para bajarla lentamente por su vientre hasta la entrepierna y presionándola contra su miembro pude sentir su rígida dureza, la misma que tenía aquella vez que explotó en mi boca. En la palma de mi mano no sólo sentía los duros contornos de su miembro erecto, sino también su calor que traspasaba la tela del pijama que traía puesto. De pronto, dejándome de besar mi papá me miró y dijo: 

  • Bueno, ahora enséñame como lo hacías que yo quiero aprender. 

Lo miré un poco sorprendido, quedándome en silencio. Él sonrió, me dio un beso en la boca y cerró los ojos. 

  • Ahora estoy durmiendo, así que muéstrame lo que me hacías mientras yo dormía –como tardaba en reaccionar abrió un ojo para mirarme y dirigiendo después la mirada hasta su entrepierna me motivó a hacerlo otra vez.  

Me incorporé y acercándome a su boca le di un piquito. Luego con la punta de mi lengua fui abriendo sus labios mientras permanecía inmóvil. Su respiración se hizo más lenta y pausada, como si de verdad estuviese durmiendo. Levanté la camiseta de su pijama tocando su estómago y con mis manitos subí hasta llegar a las tetillas para recostarme otra vez a su lado. Bajé de nuevo mi mano hasta su estómago, levantando despacio con los dedos el elástico del pantalón de su pijama y lo primero que sentí fueron los vellos del pubis. Después mis dedos rozaron el bulbo del glande que ya estaba húmedo y seguí tocando suavemente, para no “despertarlo” el resto de su miembro erecto, palpando su dureza y sintiendo su calor. 

Me fui deslizando en la cama hasta que mi cara quedó a la altura de su entrepierna y cuando ya lo tenía frente a mi cara, bajé más el elástico hasta liberar por completo su miembro sintiendo en mis narices ese olor viril que se me había quedado en la memoria y que tanto me excitaba. Sentí palpitar el tronco cuando, agarrándolo suavemente con la mano, lo acerqué a mi boca para besarlo con mis pequeños labios rosados. Lo hice muy suavecito primero y luego puse mi boquita en la punta del glande y estiré los labios para succionar el líquido cristalino que rezumaba. Después de succionarlo fui abriendo la boca para meter poco a poco el bulbo del glande, como aquella noche en la playa. 

Cuando mi papá comenzó a gemir muy bajo, puso su mano encima de mi cabeza presionándola un poco hacia abajo, entrando el glande más profundo dentro mi boquita hasta estirar la comisura de los labios. Acomodé mi pequeña lengua bajo el glande para alojarlo mejor y el sabor del líquido preseminal, que de nuevo emanaba de su punta, inundó mi paladar de una sensación que me hizo sentir un hormigueo que bajó desde mi nuca por mi espalda hasta mi culito, haciéndome sentir también un cosquilleo en mi guatita. 

Estuve mamando su glande por unos minutos, sintiendo el calor del pene de mi papá, con su mano que cariñosamente seguía haciendo presión sobre mi cabeza y con sus gemidos que me hacían saber que lo estaba haciendo muy bien. En un momento saqué su glande de mi boca, me levanté y me acerqué a su cara. Él me agarró con las dos manos y me besó con firmeza. 

  • ¿Te gustó así, papi? ­– le pregunté al separar mis labios de los suyos. 
  • Me encantó bebé ­– me dijo susurrando, mientras con su mano suavemente presionó de nuevo mi cabeza para que siguiera lo que le había estado haciendo. 

Sonreí mientras bajaba nuevamente hasta su pene grande, mojado por mi saliva y que rígido se movía en espasmos, esperando que nuevamente lo metiera dentro de mi boca, pero en vez de hacerlo, después de besarle el glande, le dije: 

  • Mira papi, esto también se hacer – y rozando con mis labios el contorno de su palo duro bajé hasta llegar a sus bolas, que colgaban sueltas en su entrepierna, sintiendo en mis narices su aroma delicioso y en los labios el calor de su piel y el cosquilleo de sus pelitos. Comencé a pasar mi lengua por ellas y en cada lengüetada sentía que se contraían. 
  • ¡Qué rico, bebé! – me dijo mi papá entre los gemidos de placer que le hacía sentir mi lengua lamiendo sus bolas, mientras que con mis manos agarraba firmemente su palo duro y grande. 

En eso estaba cuando sentí que mi papá se sentaba en la cama y tomándome de las axilas me arrastró sobre su cuerpo hasta que mi cara quedó frente a la suya. Con cara seria me preguntó si había hecho esto con alguien más. Yo negué con la cabeza y entonces me dijo algo que confirmó mi sospecha que quizás no estaba bien lo que estábamos haciendo. 

  • Bebé, esto no lo tienes que hacer con otras personas, ni tampoco se lo debes contar a nadie - me dijo sin despegar sus ojos de los míos. 

Siempre fui muy despierto pues escuchaba las conversaciones de adultos sin que se dieran cuenta, fingiendo que jugaba o que no ponía atención a las películas que a veces veían mientras estaba con ellos. Yo intuía que lo que estaba haciendo con papá no era lo único que hacían los grandes y que, por la voz baja en sus conversaciones o por las reacciones que a veces tenían, imaginaba que no eran cosas que pudieran hacer los niños. 

  • ¿Por qué no puedo contarle a nadie, papi? – pregunté intentando parecer lo más inocente posible. 
  • Bueno, porque son cosas de grande, bebé. Por eso la otra vez te dije que no debías hacerlo. Sólo las hacemos las personas grandes. 
  • ¿Y ahora yo soy grande? – le pregunté. 

Se quedó en silencio por un rato, como si lo incomodara tener que responderme, así que antes que lo hiciera le hice otra pregunta. 

  • ¿Tú haces esas cosas con alguien? 

Sonriendo más relajado me respondió: 

  • Pues claro, bebé, con la mamá lo hacemos. 
  • ¿O sea la mamá te toca y te besa el pene? ¿Y también se te pone duro como cuando yo lo hago? 
  • Sí bebé, hace cosas parecidas. Eso es lo que hacemos los hombres y las mujeres – me dijo y me dio un breve beso en los labios. 

Mi mente quedó por un momento en blanco, pero de pronto me di cuenta de algo que no había pensado. 

  • Pero yo soy hombre y tú también, papá – hice un silencio porque se me ocurrían más cosas – ¿O tú lo haces con hombres también? ¿Con el tío Andrés o con mi primo Felipe? 

Su cara se desencajó por un momento, pero rápidamente me respondió sonriendo: 

  • Noooo, tontito. Solo contigo. 
  • Pero yo no soy mujer, papá – le afirmé con el énfasis de lo que es obvio. 
  • Lo sé. No lo eres, pero las cosas que me has hecho son cosas que hacen las mamás a los papás. Por eso no tienen que decirlo nunca ni debes hacerlo con nadie más. 
  • Bueno, papi – le dije sonriendo porque en mi cabeza ya había otra pregunta cuya respuesta tenía mucha curiosidad de averiguar – ¿Y eso que te hago es todo lo que les hacen las mamás a los papás? 

Me miró sonriendo y besándome rápido otra vez en los labios. me respondió: 

  • Hay varias cosas más, bebé, pero tú no puedes hacerlas. 
  • ¿Por qué no? – cuestioné sin siquiera pensarlo. 
  • Porque, por ejemplo, la mamá tiene tetas y tú no tienes. Los hombres solo tenemos tetillas. 
  • ¿Y qué haces con las tetas, papi? – pregunté con más curiosidad. 

Sin responderme y sin decir ninguna palabra, mi papá me levantó la camiseta del pijama para sacármela. Sentí el roce tibio de sus dedos en mis costillas cuando me la quitaba y, luego, en mis muslos mientras me bajaba el pantalón del pijama. 

Hasta hoy sigo recordando el placer inexplicable que esa vez sentí por estar completamente desnudo ante él. Lo recuerdo, porque habiendo sido desnudado tantas veces antes por mi papá o de estar desnudo frente a él, esta era la primera vez que me hacía sentir ese placer que parecía me hacía arder por dentro y por fuera. Para mi sorpresa él también se desnudó completamente y recostándome sobre la cama se puso sobre mí. Sentí el roce de su pecho sobre mi vientre cuando sentí sus labios sobre los míos, los que después recorrieron suavemente toda mi cara, bajaron lentamente por mi cuello hasta llegar a mis tetillas. 

Sentí un placer aún más ardiente cuando sus labios apretaron suavemente el pezón de una de mis tetillas, como si fuera un niño pequeño mamando de su mamá. Pensé que ese placer es el que debía sentir mi papá cuando yo chupaba su pene. El placer se hacía cada vez más grande porque mientras con su boca succionaba una tetilla y después la otra, sus varoniles manos grandes me acariciaban los hombros, los brazos, la cintura, el vientre. 

En algún momento, mientras lamía y lengüeteaba una de mis tetillas, con su mano cubrió completamente la otra, amasando con su palma el pequeño pectoral, haciéndome sentir una deliciosa sensación cada vez que lo presionaba, tanto que no pude evitar dar un gemido. Entonces, incorporándose, puso sus dos manos sobre mis pectorales de niño de siete años, ahuecando las palmas para amasar en círculos las dos pequeñas masas de músculo y piel. 

El calor de las palmas de su mano y la presión que hacían sobre mi pequeño tórax me provocaban sensaciones que eran nuevas para mí y que por alguna razón aceleraban la respiración de mi papá, hasta el punto de que de nuevo volvió a succionar y lamer mis pezones, ahora entre gemidos. 

El timbre del teléfono nos asustó a ambos. Mi papá se levantó de la cama y después de taparme, salió de la habitación. Cuando contestó escuché que decía: 

  • Hola, amor ¿Cómo estás? 



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