Cap. 4 De su hijo a su mujer

Cap. 4 De su hijo a su mujer

Benjamin Ljubetic


No sé cuantas semanas habían transcurrido desde que habíamos regresado de nuestras vacaciones, pero desde aquella ocasión en que mi padre me había descubierto jugando entre las sábanas, no había querido hacerlo otra vez. No sólo tenía una mezcla de miedo y vergüenza, sino también un gran desconcierto ante la reacción de mi papá. Aunque yo creía que había hecho algo terrible, su reacción no había sido como la esperaba. Siguió siendo tan cariñoso como siempre y nada entre nosotros había cambiado, pero aun así había decidido no volver a hacerlo. Ahora cada noche que mi papá me hacía dormir, me deleitaba con sus manos fuertes y masculinas acariciando mi cabello hasta quedarme dormido.


Una tarde mi mamá me trajo de regalo unos cuentos. Como yo ya sabía leer, comencé a revisarlos para elegir con cuál de ellos comenzar.  El gato con botas llamó mi atención por dos razones. La primera, porque no lo había escuchado nunca antes y, la segunda, porque sus dibujos eran muy lindos. Esa misma noche, cuando estaba solo en mi habitación y ya me había puesto el pijama para dormir, tomé mi nuevo cuento para comenzar a leerlo.


Estaba leyendo la parte del cuento donde el gato, que era muy astuto, detiene a un carruaje en medio del bosque, del cual se baja un niño, que en realidad era un príncipe, y al que el gato ataca, obligándolo a entregarle sus ropajes, que es cuando en realidad se convierte en El gato con botas, pues se viste con la ropa de este niño, incluyendo sus botas. Pero, al voltear la página para continuar la lectura, aparece un dibujo donde se veía al gato perfectamente vestido, despidiéndose del príncipe mientras escapaba por el camino, alejándose del carruaje detenido y del cochero atado de manos y pies junto a un árbol… aunque lo que me llenó de deseos y ganas de ser parte de ese dibujo en aquel momento, entre otras mil cosas que me provocó, fue la imagen del príncipe desnudo dentro de una pequeña laguna, su rostro con lágrimas, cubriéndose la pelvis con las manos, que ya estaba media sumergida en el agua.


Seguramente en muchas otras ocasiones había visto imágenes de hombres o niños desnudos, pero no recuerdo ninguna que me haya provocado lo que ésta. Además, trajo a mi cabeza la curiosidad de ver cómo era lo que este príncipe escondía bajo sus manos y bajo el agua. Con esta duda también llegaron los recuerdos de todas aquellas noches cuando mis manos y mi boca traviesa incursionaban bajo las sábanas para jugar con el pene de mi papá mientras dormía. Mi pequeño pene comenzó a endurecerse, erectándose, y con el libro aún abierto bajé mis manos para tocarlo y poder sentirlo, A mis siete años no había mucho tamaño que ostentar, pero las veces que había ocurrido lo que ahora me estaba pasando, al tocarlo siempre había sentido una sensación exquisita.


De pronto me doy cuenta que mi papá está en la puerta de la habitación. No sé realmente si había visto lo que estaba haciendo o si recién había aparecido. Mientras se acercaba a mi cama, yo saqué mis manos rápidamente de entre mi pijama, con mi corazón acelerado y sintiendo el mismo miedo que aquella última vez cuando mi boca quedó llena del líquido que el pene de mi papá expulsó.


–         ¿Qué estás haciendo? – me preguntó curioso y sonriendo.


–         Estaba leyendo papi – le respondí queriendo parecer distraído.


–         Sí, pero dime ¿Dónde tenías tus manos? – insistió.


Lo miré a los ojos, nervioso, y antes de que dijera alguna otra cosa mis ojos se llenaron de lágrimas. No sabía que pasaba, sólo sabía que tenía miedo, porque no podía saber si todo aquello me gustaba estaba bien o mal, Eran cosas que nunca había escuchado hablar a los grandes y si no lo hacían, quizás, era algo que no debía pasar y como me gustaban tal vez yo era un niño malo.


Mi papá, evidentemente preocupado, se sentó en la cama, tomó el libro sacándolo de mi regazo y tomándome la mano entre las suyas, me besó en la frente y luego me abrazó. Mi cuerpo se pegó al suyo, lo abracé con fuerza y me cayeron unas lágrimas. Otra vez había sido descubierto ¿Por qué me pasaba esto a mí? Los nervios no habían sido capaces de doblegar a mi pequeño pene, que no sólo seguía erecto, sino que la cercanía y el aroma de mi papá, lo mantenían duro. Podía sentir como mi pene tocaba su pierna a través de mi pijama y el cobertor de la cama. Mi padre me soltó suavemente de sus brazos y se sonrió como burlándose.


–         ¿Qué pasó acá? - preguntó riendo mientras se separaba un poco de mí y abría el cobertor como buscando algo que estuviera ocultando.


Me faltó el aire por un momento, no sabía si seguir llorando o reírme con él, bajé mis manos para cubrir la diminuta erección que se dibujaba en mi pijama, aunque más bien parecía un pliegue. Mi padre ahora se rio un poco más fuerte, casi como burlándose.


–         ¿Qué estabas haciendo que estás así? – preguntó otra vez, con la misma voz que cuando hacíamos travesuras.


Me reí e intenté ocultar aún más mi erección con uno de mis peluches, pero él se abalanzó sobre mí para quitármelo. Empezamos a luchar en la cama, mientras él trataba de abrir mi pijama para ver mi pequeño pene y yo intentaba escabullirme de sus manos. Claramente mi pequeño cuerpo no se podía comparar con el tamaño del suyo, por lo que en unos segundos yo estaba de espaldas mirando el techo, con mi padre sentado sobre mí, con las rodillas rodeando mis caderas, y sus grandes manos afirmando las mías por sobre mi cabeza. Ambos reíamos y si mi mamá hubiese estado en casa ya habría aparecido por la puerta para retarnos por el ruido, pero desde esa tarde andaba afuera trabajando, así que nadie interrumpió nuestra jugarreta.


–         Cuéntame ¿Por qué está así? ¿Qué pasó? – me interrogó divertido.


Yo solo le sonreí y cerré los ojos. Seguía con mis manos prisioneras y sintiendo la presión de sus rodillas afirmando mis caderas. Me soltó una mano llevándola a mi cara y me volvió a preguntar lo mismo. Ya no estaba nervioso, pues si papá estaba así de juguetón no podía ser algo tan malo. Cuando sentí la piel de sus dedos sobre mis mejillas abrí los ojos. Tenía tantas ganas de contarle lo que había ocurrido, pero aún no estaba seguro de que estuviera bien lo que pasaba y por eso no quería arruinar el momento.


–         Nene, cuéntame – me dijo como si me estuviese suplicando.


Yo bajé la miraba, pero con su mano sujetando mi mentón levantó mi cara para que lo volviera a mirar. Tenía vergüenza, pero sentía que no tenía salida, que debía contarle lo que aquel príncipe me hizo pensar y las cosas que me hizo recordar.


–         ¿Te había pasado antes? – me preguntó, mientras me liberaba, saliendo de encima mío y recostándose junto a mí.


Solo atiné a mover la cabeza para asentir y él sonrío.


–         ¿Y por qué se puso así? – me preguntó con curiosidad.


Yo apunté al libro, cerré los ojos y los tapé con mi mano. Sentí que papá se sentaba en la cama y tomó el libro del velador y comenzó a hojearlo. Abrí los ojos para ver lo que hacía y claramente por su cara, parecía que no era capaz de deducir lo que había pasado, que no lograba entender, así que cerró el libro y volvió a recostarse junto a mí.


–         Nene, no te asustes si se pone así de duro. A los hombres nos pasa muchas veces y a los niños también, así que no hay nada malo con que te pase. Y si te pregunto, es porque eres mi hijo y quiero saber te pasa, pero no te voy a regañar ni a castigar.


Mientras me hablaba, sus manos acariciaban mi pelo y sus ojos no se apartaban de los míos. Yo a veces apartaba los míos para mirarle los labios rojos y gruesos.


–         Además – continuó – no tienes que tener miedo, Acuérdate que me contaste que habías puesto así el mío cuando estábamos en la playa.


Mi corazón y mi respiración se detuvieron. No pensé nunca que mi papá volvería hablar de eso y me volví a sentir culpable por los momentos en que con mis manos y mi boca hacía que el pene de papá se pusiera duro. Notando mi nerviosismo, me dio un beso en la mejilla y me abrazó.


–         No pasa nada nene, no me molesta ni te estoy retando – me dijo susurrando en mi oído.


Yo seguía mudo sin atreverme a decir nada y sin saber tampoco que poder decirle. De pronto sentí su mano por sobre el pantalón de mi pijama, tocando con sus gruesos dedos mi pequeño pene que ya no estaba erecto, pero sentir sus dedos acariciándolo fue algo delicioso.


–         Si yo te hago esto – me susurró al oído mientras continuaba tocando mi pene, abriendo y cerrando los dedos que lo atrapaban con mucha suavidad – y lo hago por mucho rato, tu pene se pondrá como estaba hace un rato.


Y de pronto mi pene comenzó a endurecerse entre los dedos de mi papá que, cuando lo sintió erectarse, lentamente comenzó a levantar su mano. Bajé la vista y pude ver como el pliegue en mi pijama iba creciendo y como sentía algo extraño en la parte baja de mi estómago, parecido a las ganas de orinar.


–         ¿Algo así fue lo que le hiciste esa vez a papá? – me preguntó muy tranquilo y sólo me miró esperando mi respuesta.


–         Sí – respondí tímido y me tapé la cara con las manos.


–         ¿Y cómo lo hiciste? – me preguntó mientras con sus manos sacaba las mías de mi cara para que lo mirara.


–         Lo toqué – dije y sonreí nervioso.


Su cara seguía en calma, mirándome como siempre y eso me dio paz, confianza y me sentí tranquilo, De pronto se incorporó un poco sobre la cama apoyándose en los codos.


–         Y cuéntame ¿Lo habías hecho antes? – me preguntó con cara de curiosidad y con voz divertida.


Volví a cerrar los ojos y me di vuelta dándole la espalda.


–         Cuéntame nene, es que quiero saber – me dijo como suplicándome – si no tiene nada de malo. Sólo quiero saber porque quizás sabes cosas que yo no sé y quiero aprender y tú me puedes enseñar.


Yo seguía dándole la espalda y él se volvió a recostar en la cama, pegando su pecho a mi pequeña espalda, acomodando su pelvis contra mis nalgas y recogiendo las piernas hasta tocar mis pies. Sentí todo su cuerpo unido al mío, su respiración pausada entibiando mi nuca y sus manos abrazándome por completo.


–         ¿Le cuentas a papá? – me susurró pegándose aún más a mi cuerpo.


–         Me da vergüenza – me atreví a decir.


Sin decir nada, esperó que continuara estrechándome aún más fuerte entre sus brazos.


–         Cuando me hacías dormir lo hacía. Lo tocaba y se ponía duro, pero no siempre. En la playa fue la única vez que pasó eso que te salió como pipí.


Yo me di vuelta para quedar casi frente a frente con él, nos acomodamos un poco y me sonrió dándome un beso en la nariz.


–         Está bien nene. ¿Y por qué lo tenías durito ahora? Me preguntó en un susurro.


Hice un silencio no muy largo, y le conté que había sido sin querer, que estaba leyendo el cuento que me trajo mi mamá. Que el dibujo que había en el cuento, cuando el gato con botas había hecho desnudarse al príncipe, había hecho que mi pene se pusiera así. Mi papá sonrió y me abrazó.


–         Si me quedo a dormir acá contigo ¿Lo volverás a hacer? – me preguntó de pronto.


Mi corazón casi se desbordó al escucharlo. ¿Qué clase de pregunta era esa? Una trampa seguramente, pensé.


–         No papi – respondí en voz muy baja.


–         Y yo que quería que me mostraras lo que hacías para que se pusiera dura – me dijo con una voz casi rasposa mientras me miraba sin separar sus ojos de los míos.



Telegram: https://www.t.me/sgwsgw

Twitter: www.twitter.com/macholingerie



Report Page