Cap. 3 De su hijo a su mujer

Cap. 3 De su hijo a su mujer

Benjamin Ljubetic


Hubo un largo silencio en la habitación. Solo escuchaba a la distancia las risas de los demás que subían desde el primer piso y cerré mis ojos como si así pudiera desaparecer. Bajo las sábanas seguía el calor y aún podía sentir en mi lengua el sabor de lo que había salido del pene de mi papá. Tenía tantas ganas de saborearlo aún más, pero no quería ni moverme, solo quería desaparecer por el miedo y la vergüenza. De pronto escuché la voz de mi papá, grave, masculina e intensa, pero con un tono cariñoso.


–         Nene ¿Qué estabas haciendo?


Abrí los ojos y lo miré lleno de temor, mi cuerpo temblaba, mi corazón parecía que se saldría de mi pecho y el arrepentimiento me hizo desear que el tiempo retrocediera y que ninguna de las noches de placer que había vivido junto a mi papá hubiesen existido. Aunque en el fondo de mi ser deseaba que siguieran pasando. Volví a oír su voz, dándome cuenta que ahora me preguntaba casi en un susurro.

 

–         Nene ¿Me escuchas?


Sin poder decir nada, bajé la cabeza. Después de unos segundos sin que le respondiera, sentí su mano tomándome el mentón y levantándome la cara para que mis ojos se encontraran con los suyos. Con la yema de sus dedos palpó el líquido que aún tenía en la comisura de los labios y en la mejilla. Lo sentí ahora un poco más frío que cuando había saltado desde la cabeza de su pene para chorrear sobre mis labios. De pronto, en la penumbra de la habitación, vi su boca iluminarse por sus hermosos dientes blancos, dejando ver su sonrisa, lo que me sacó de mi estado de pánico.


Pero, comencé a sollozar, por lo que mi papá se sentó en la cama y con sus manos me llevó hacia él tomándome de las axilas. Mis lágrimas caían, a pesar del alivio que me había provocado ver su sonrisa unos segundos atrás, por temor al castigo y por la incertidumbre de no saber qué pasaría de ahora en adelante. Puso mi cabeza en su pecho y mi instinto me hizo abrazarlo, pasando mis brazos por detrás de su cabeza y sintiendo el calor de su cuerpo a través de nuestra ropa. Apoyé mi mejilla en su cuello y mi llanto se hizo un poco más intenso, pero sin hacer mucho ruido. Mi padre me acariciaba el cabello tratando de calmarme. De pronto se abrió la puerta y se encendió la luz.


–         ¿Qué pasó? – Era la voz de mi mamá.


–         Parece que tuvo una pesadilla. Estaba durmiendo cuando comenzó a moverse y llorar – mintió mi papá, estrechándome más contra su cuerpo.


Mi mamá se acercó y me vio llorar. La miré y lloré más fuerte porque tenía más miedo, sin saber qué iba a pasar. Aunque seguía temiendo el castigo, a la vez me sentía seguro entre los brazos fuertes, masculinos y musculosos de mi papá protegiéndome.


–         Ya mi niño, tranquilo, ¿Quiere que lo haga dormir yo? – Preguntó mi mamá con voz amorosa.


Antes de poder dar alguna respuesta, se escuchó la voz de una mis tías pidiéndole que bajara para continuar con el juego. Mi mamá se acercó a besar mi frente y vio mi cara llena de lágrimas. Pensé en ese momento que era una suerte que mi papá hubiera esparcido el líquido que había salido de su pene, cuando pasó sus dedos por mis labios y mi mejilla, que otra parte de su rastro, seguramente hubiera quedado pegado en su polera cuando puso mi cabeza sobre su pecho y que cualquier resto se hubiera diluido con mis lágrimas.


–         Baja tranquila. Yo lo vuelvo a hacer dormir. Creo que me acostaré y me quedaré con él – dijo mi papá.


–         Bueno. Acuéstense en la cama grande y yo duermo en la pequeña cuando suba. Nos queda juego para rato aún – respondió mi mamá saliendo de la habitación, después de apagar la luz y dejar la puerta levemente entreabierta.


Mis lágrimas ya habían cesado cuando mi papá me apartó un poco de su cuerpo buscando mis ojos en la penumbra.


–         ¿Estás bien nene?


Sólo asentí con la cabeza y bajé la mirada.


–         Mírame – me dijo con voz firme pero aún cariñosa.


Levanté los ojos lentamente.


–         No te voy a regañar ¿está bien?


Volví a asentir con mi cabeza y limpié mi cara con el puño de mi pijama.


–         Pero tienes que decirme qué fue lo que hiciste – inquirió mi papá, con su voz cálida y su tono cariñoso.


–         Quería ver lo que tenías ahí – le dije, indicando con mi mirada su entrepierna.


–         Pero si ya lo habías visto antes, nene – me respondió sorprendido.


–         Pero nunca lo había visto tan grande ni tan duro – musité avergonzado.


Después de un breve silencio, mi papá me preguntó aún sorprendido.


–         ¿Estaba duro cuando lo viste?


–         No papá, yo lo puse así – le respondí bajando la cabeza otra vez y quedándome en silencio, como esperando su regaño.


–         ¿Cómo lo hiciste? – me preguntó con un tono ahora curioso.


–         Solo quería verlo. No sé porque lo toqué… era para hacerle cariño...­ – le respondí tratando de justificarme.


Mi padre hizo otro silencio, como queriendo ordenar las ideas en su cabeza, sin saber qué preguntar, qué afirmar, qué decir.


–         Pero... no solo hiciste eso ¿verdad?


–         Después lo olí… le di besitos, papá… y comenzó a ponerse duro – y con mi confesión, la culpa se apoderó de mí, volviendo a brotar mis lágrimas por el miedo y la vergüenza.


Mi papá me volvió estrechar contra su pecho, besándome en la mejilla donde momentos antes había chorreado el líquido que saltó de la cabeza de su pene.


–         Tranquilo nene… solo te estoy preguntando, tranquilo – y acarició mi cabeza de la misma forma como lo hizo mientras dormía y yo tenía mi pequeña boca en la cabeza de su pene para mamarla y saborearla como lo hacía con los dulces.


–         No lo haré nunca más papito, lo prometo – dije entre sollozos sabiendo que esa promesa no la podría cumplir, pues en ese mismo momento deseaba que se acostara, que se durmiera y que me dejara el camino libre para probar nuevamente lo que tenía entre sus piernas y saborear el líquido que salía de su glande.


–         Ya conversaremos de eso en otro momento nene – me tranquilizó.


–         ¿Le vas a contar a mi mamá? – le pregunté lleno de miedo.


Se quedó callado un momento, pero de pronto me hizo levantar la cabeza para que lo mirara de nuevo. La luz que entraba por la ventana iluminaba mi cara y yo podía ver el blanco de sus ojos y de sus dientes a contraluz.


–         ¿Quieres que le cuente a la mamá? – me preguntó.


Levanté los hombros, aunque sabía que algo no estaba bien, pero no me atrevía a decirle que no lo hiciera.


–         Si quieres que no le cuente, tú tampoco debes hacerlo… nunca… esto debe ser un secreto entre los dos, de papá a hijo – y me sonrió.


Mi pecho se infló de una alegría y de una paz que me devolvió al momento en el que estaba, disfrutando de los brazos de mi papá ciñendo mi menudo cuerpo.


Después de unos minutos se separó de mí, encendió la luz del velador y comenzó a desvestirse. Su cuerpo era lindo, de piel clara y lampiña, con algo de vello en las piernas, de contextura delgada pero musculosa. Lo miraba y me parecía hermoso, porque realmente lo era. Se ejercitaba bastante y por eso tenía un cuerpo tan atlético. Se puso su pijama y me invitó a la cama grande para dormir con él, como mi mamá había dicho.


Sin apagar la luz, me empezó a acariciar la cara y el cabello. Me quedé tranquilo disfrutando del momento y pensando que me había salvado de tener que contarle que esto había sido un terrible accidente, después de tantas noches de escabullidas bajo las sábanas. Justo antes de dormir, lo miré, lo besé en la comisura de sus labios, casi tan cerca, como queriendo sentir otra vez el beso que le había robado mientras dormía y le pregunté.


–         ¿Estuvo mal lo que hice papá?



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