Cap. 2 De su hijo a su mujer

Cap. 2 De su hijo a su mujer

Benjamin Ljubetic


Mi papá siempre fue muy cariñoso y se preocupaba todo el tiempo de mí. Nuestra relación era perfecta, pues me ayudaba a vestir, me bañaba, me hacía reír, me defendía de los retos de mi mamá y, como ya saben, me hacía dormir por las noches. A veces cuando mi mamá no estaba dormíamos juntos, en mi cama o en la de ellos, pero mis incursiones y prácticas con mi papá fueron siempre en mi cama, sobre las sábanas que compartíamos por momentos en las noches.


Esas incursiones y prácticas siguieron pasando por mucho tiempo y si bien no puedo precisar cuántos meses exactamente fueron, sé que fueron bastantes, por lo menos los que van desde el invierno al verano. Recuerdo que ya era verano, porque estaba cerca de mi cumpleaños, cuando una noche me llevé uno de los sustos más grandes que he tenido en la vida.


Para mi cumpleaños siempre estábamos de vacaciones en la casa de la playa que tenía mi abuelo cerca de Constitución, en el sur de mi país, donde también estaban mi abuela, mi mamá y mi papá y algunos de mis tíos y primos. La rutina veraniega era que después del almuerzo íbamos a la playa y al volver debía darme la ducha de costumbre, para cenar con la familia.


Esa noche del susto, después de la cena, mi mamá comenzó a jugar cartas y a conversar con mis tías. Como ya era tarde, me despedí de todos para irme a la cama y obviamente le pedí a mi papá que me hiciera dormir, así que subimos al segundo piso. La casa era lo suficientemente grande para recibirnos a todos y en el dormitorio que ocupábamos había dos camas, una pequeña para mí y otra grande donde dormían mi papá y mi mamá.


Nos acostamos y me empezó a contar sus historias de cuando venía a esta casa desde que era un niño pequeño. Como siempre, apoyé mi cabeza en su pecho mientras su brazo sostenía mi espalda, Con mi mano acariciaba su cuello y su pecho, disfrutando oír su voz y el calor que emanaba de su cuerpo. Ya sabía que yo, en algún momento, debía empezar a respirar más profundamente, simulando que ya me estaba durmiendo. Entonces mi papá comenzaría a bajar el volumen de su voz hasta hacerla un susurro, por lo que esa noche, a la distancia, pude escuchar las voces y risas de las jugadoras de cartas.


También sabía que cuando comenzara a escuchar su respiración más pausada, en pocos minutos ya estaría durmiendo. Para asegurarme, aplicaba la técnica que había aprendido noche tras noche de práctica. Le tiraba un poco el cabello o lo molestaba, poniendo uno de mis pequeños dedos en su nariz o en su oreja. Hacer esto aceleraba tanto mi corazón, que parecía que se iba a escapar de mi pecho, por esa sensación de temor de que despertara y no pudiera hacer mi juego.


Pero, si a cada una de estas pruebas él no respondía, me emocionaba muchísimo más, pues mientras siguiera durmiendo, yo estaría más cerca de conseguir mi objetivo, que era disfrutar de su pene como hacía casi todas las noches, aunque ahora me doy cuenta que el peligro latente de que me sorprendiera jugando con su pene me excitaba tanto que lo hacía aún más placentero.


Esa noche, luego de tirarle el cabello, se movió un poco, entreabrió sus labios, tomó aire y siguió durmiendo. Yo solo podía verlo por la luz de los focos del jardín que entraba por la ventana. Me moví un poco para comprobar que no despertaría y ante su pesado sueño moví mi cabeza para acercar mi boca a su cara. Le besé su mejilla y aunque tenía un poco de barba no separé mis labios de ahí. Estirando un poco más mi cuello llegué a la comisura de sus labios y lo besé, rápido, para que no despertara. Después de un momento, más decidido, puse mis labios sobre los suyos.


Muchas veces nos besábamos en la boca, muchas veces sentí sus labios gruesos y varoniles sobre los míos, pequeños, rosados y suaves. Pero no eran los besos que buscaba y deseaba esa noche. Yo quería convertirme en la heroína de las películas. Yo quería sentir esos besos que los actores le daban a las actrices e imaginaba, al pegar mis pequeños labios a los suyos, que él me tragara con pasión, como Han Solo lo hizo con la princesa Leia.


Yo deseaba con todas mis fuerzas ser esa princesa y entregarme a mi hombre amado… quizás para sellar esta unión de padre e hijo… pero, aunque era un niño que sabía que dos hombres no podían estar juntos, deseaba en lo más profundo de mi ser que esa unión fuese como la de un hombre y una mujer… deseaba convertirme en mujer por un momento para que mi padre me tomara y me hiciera suya, al menos con sus labios en los míos, mientras sus brazos me protegían completamente.


Mi boca sobre la suya me permitía sentir su aliento, su respiración que tanto amaba, el calor que emanaba de su cuerpo y que me provocaba una sensación de placer que pocas veces he vuelto a sentir con tanto candor como entonces. Mientras mi boca ya actuaba por iniciativa propia, mi mano que desde hace un rato acariciaba su pecho por sobre la polera, comenzó a bajar por su abdomen hasta llegar a su pantalón. La tarea no era fácil porque había un cierre y un cinturón de por medio, pero mis manos ya habilidosas en ese afán, después de meses de práctica, no tardaron mucho en superar el desafío y tuve ante mí el pene de mi papá, escondido tan solo debajo de un slip que me dejaba sentir el calor y los pequeños saltos que daba como reacción a mis roces furtivos.


Dejé de besarlo y me escabullí cuidadosamente bajo las sábanas con la respiración entrecortada y mi corazón palpitando de miedo. Mis piernas pudieron sentir el vello de sus piernas mientras me deslizaba hacia abajo y mis manos palpando sus caderas llegaron hasta el bulto que se formaba bajo el slip en su entrepierna. Su pene bajo mis manos comenzó a erectarse hasta que parte de su piel se asomó por el borde del slip. Acerqué mis labios para besarle como me gustaba hacerlo… sintiendo la humedad del líquido que mojaba la tela.


Yo ya sabía que cada noche que tocara el pene de papá brotaría ese líquido. Yo ya conocía el aroma suave, el sabor dulce, la textura viscosa de ese líquido que salía desde el pene de papá. Lenta pero constantemente yo lo iba lamiendo con mi lengua, llenando cada espacio de mi boca pequeña, paladeándolo como cuando probaba algún dulce que me encantaba.


Cómo tantas otras veces, logré liberar su pene del slip para admirarlo a la luz que entraba de fuera y agarrarlo firmemente, intentando encerrarlo entre mis dedos sin poder lograrlo por su grosor. También, como tantas otras veces, llevé mis labios para besarlo, para sentir ese líquido que sentía como un regalo que me daba mi padre y que con mi lengua iba recogiendo y saboreando. Luego de eso, era de costumbre, abrir mis pequeños labios rosados y tibios, para encerrar entre ellos esa cabeza grande y esponjosa que entraba en mi boca. En mi inocencia de niño, no podía saber, que procurándome ese placer increíble al saborear su glande esponjoso y beber su líquido, le estaba dando un placer a mi padre que no podía evitar mientras dormía.


Por eso, teniendo todo su glande completamente dentro de mi boca mientras recorría suavemente con mi lengua sus contornos, sentí de pronto que el tronco de su pene temblaba de un modo que nunca había sentido. Lo acaricié con mis manos como para calmarlo, pero el temblor empeoraba, pues el tronco se contraía y se expandía en espasmos. No sabía lo que pasaba, porque de todas las noches de placer oculto que me había regalado, metiéndome en la boca el pene de mi papá, nunca algo así había ocurrido. Saqué la cabeza de su glande de mi boca y agarrando el tronco firmemente con mis manos intenté contener los espasmos, imaginando que algo terrible pasaba.


No sabía qué, pero quizás mi papá hasta podría morir. Más me asustó aún sentir que su cuerpo temblaba y que su respiración se aceleraba. No podía ver mucho todo lo que estaba pasando. Más bien eran sensaciones que percibía, como el calor intenso bajo las sábanas, que me hacía sudar y sentir enrojecida mi cara. Mi padre también estaba sudado, porque podía sentir la humedad en sus muslos y en su entrepierna, mientras mis manos seguían aferradas al tronco de su pene. Con mi cara a tan solo centímetros de su glande, mi lengua instintivamente quiso lamer de su líquido, pero en ese momento mi padre dio un gemido sordo y sentí en mis labios la descarga de un líquido caliente, espeso y muy perfumado que chorro tras chorro inundó mi lengua sin poder contenerlo.


Pero mi corazón se paralizó cuando sentí la mano grande y cálida de mi papá sobre mi cabeza, como palpando que es lo que había entre sus piernas. Pensé que me había descubierto y sólo atiné, con mis labios y con mi lengua, a tratar de sorber y beber ese líquido que aún seguía tibio sobre su vientre, para esconder la evidencia antes de que se despertara completamente


Pero unos segundos después él se intentó incorporar y, aún adormilado, levantó las sábanas. Ahora la luz del jardín entraba directa e iluminaba mi cara, pegada a su pene que seguía erecto. Por primera vez pude ver ese líquido mucho más blanco y más espeso de lo que creía. También pude ver a contraluz la cara de mi papá. No podía saber si era rabia o miedo, pero sus ojos estaban desencajados.


Tampoco sabía si sacar o no mi lengua para recoger un resto de su líquido que estaba a punto de caer desde la comisura de mis labios. Pero si sabía que había sido descubierto y también sabía, sin saber por qué, que todo esto que estaba pasando no era correcto. Quería llorar, quería no estar ahí porque tenía miedo, porque no sabía qué iba a pasar, porque no sabía cómo podría explicarle sin tener que contarle de mis aventuras bajo las sábanas, porque tampoco sabía si lo que le había pasado a mi papá era grave.


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