Cap. 1 De su hijo a su mujer

Cap. 1 De su hijo a su mujer

Benjamin Ljubetic


Desde que era pequeño mi papá siempre me daba las buenas noches en mi dormitorio y se quedaba conmigo para leerme un cuento o hacerme dormir, aunque en realidad él siempre se dormía primero. Yo debo haber tenido entre seis y siete años, no lo recuerdo exactamente, pero ahora sí tengo claro que, desde hacía mucho tiempo ya, los hombres mayores me llamaban especialmente la atención. Sentía cosas que entonces no podía explicar bien, pero ahora que lo recuerdo, me doy cuenta que era una suerte de placentera excitación. Esto me ocurría siempre que estaba cerca de los hombres mayores y lo mismo no me ocurría con niños de mi edad.


Me gustaba estar cerca de los hombres mayores como mi papá, mi abuelo, mis tíos o mis primos mayores. Siempre fui pequeño y delgado, lo que de alguna manera me hacía sentir indefenso. Por eso, la sensación de sentirme protegido era algo que me hacía sentir bien. Además, era un niño muy cariñoso y siempre me gustaba dar y recibir caricias. Mi abuelo era muy querendón y cada vez que me veía me abrazaba y tomaba en sus brazos. Mis primos mayores me cuidaban mucho y mi papá estaba siempre pendiente de mí. Me encantaba salir con cualquiera de ellos y tomarles la mano, para sentir esas manos grandes, tibias, firmes que, al cerrarse, podían cubrir por completo mis manos pequeñas.


De todos los hombres mayores con los que me relacionaba a esa edad, el contacto más cercano y estrecho siempre fue con mi papá. Me encantaba estar con él, lo miraba y lo encontraba lindo. Él era mi ídolo. En mi mente de niño solo quería estar y jugar con él. Pero ahora, con mis ojos de adulto, entiendo lo especial que me sentía cuando jugábamos a luchar y con mi cuerpo pequeño me aferraba a sus piernas, a su cintura, a su cuerpo. Cuando nos recostábamos en el sillón a ver una película y apoyaba mi cabeza en su pecho, no sabía en ese momento, que ese bulto blando que sobresalía de su entrepierna y donde pasaba sentado tantas tardes, escondía un tesoro portentoso que luego descubriría.


Esa sensación maravillosa que sentía con papá ocurría todo el tiempo, pues con él pasaba la mayor parte del día posible y le exigía que así fuera. Incluso nos bañábamos juntos en la tina o nos acostábamos en slips para capear las tardes de calor veraniego. En cada una de esas ocasiones, sentir su piel tersa, su pecho firme, sus manos en mi espalda o en mis piernas pequeñas, me provocaba una sensación de placer que me embriagaba. Cuando estaba a su lado, lo miraba y le tocaba la cara, le acariciaba el pelo, lo besaba, como cualquier hijo lo hace con su padre, pero en mi interior deseaba más, deseaba que su piel no se separara de la mía, que mis besos no solo fueran para sus mejillas o su cuello, si no que fueran en sus labios, como lo hacían "los grandes".


Por eso, cuando me daba las buenas noches, mientras me leía un cuento o inventaba una historia, acariciándome el cabello, yo también hacía lo mismo. Buscaba su piel para sentir la tibieza que irradiaba su cuerpo. Buscaba su olor que me hacía sentir feliz y protegido. En esas sesiones de placenteras caricias inocentes, él casi siempre se quedaba dormido junto a mí, aunque en ocasiones yo no me podía dormir, pues mi excitación era mucha.


Entonces, una de esas veces, de manera impulsiva sentí la necesidad de tocar ese bulto que sobresalía en su entrepierna. A veces él estaba con pijama, otras con su ropa de trabajo, pero en esa ocasión, la primera que me atreví a tocarlo de otra manera, ya estaba con su pijama y sin slip. Lo recuerdo porque fue fácil hacerlo, ya que el pijama le quedaba suelto y al ser de tela delgada, pude palpar sobre ella la piel y la carne suave del paquete que formaban su pene y sus testículos.


Desde aquella primera vez, en que solo palpé suavemente, sobre la tela del pijama, el contorno de su paquete, cada siguiente noche en que llegaba a hacerme dormir, fueron una experiencia nueva para mí. Aunque en las ocasiones que vestía pantalones se me hacía más difícil sentir su paquete, por el cierre o los botones del marrueco y el slip que llevaba debajo. Parecía que el corazón se me salía de la emoción, del miedo, de la excitación. Cada noche me atrevía a más y mientras más lo hacía comencé a darme cuenta que bajo mis caricias su pene se endurecía, crecía… y también se mojaba.


Poco a poco, me fui atreviendo a meter mi mano por la abertura que su pijama tenía adelante. Empecé a tocarlo directamente, sintiendo primero sus vellos, luego el contorno de su pene y después la esponjosidad de su glande caliente, que a veces sentía húmedo. Era una sensación de satisfacción que me volvía loco, porque nunca había visto el pene de papá de la forma como lo sentía esas noches, pues siempre había estado flácido cuando nos bañábamos o jugábamos o veíamos televisión. Sentía mucha curiosidad de verlo... pues su forma, grosor y dureza ya la dimensionaba al tocarlo con mis pequeñas manos.


Un día decidí bajar mi cabeza a su entrepierna para verlo con mis ojos. Me atreví a acercar mi cara y sentir su olor, sentir su calor e incluso a besarlo por sobre la tela del pijama. Ese primer beso fue el primer gran paso para atreverme una noche a sacarle el pene por la abertura del pijama. Aún recuerdo el miedo que sentía mientras metía mi mano por la abertura de su pijama, pero pude sacar su pene con facilidad porque ya estaba erecto. Con su pene entre mis manos pude besarlo directamente, sentir la suavidad de su vello, el calor de sus testículos y la humedad del líquido transparente que mojaba su glande.


Cuando mis labios tocaron el calor húmedo de su glande, sentí que un ardor me inundaba por completo. Estaba tan feliz y tan nervioso... temía que mi papá se despertara, pero, aun así, después del beso seguí mirándolo. Quería saber más, intrigado por eso que tenía entre las piernas, que ya había visto tantas veces, blando y suave, ahora a la tenue luz que entraba por la ventana, se me presentaba ahora grande, firme y duro. Luego de eso, ya no hubo vuelta atrás.


Aunque no era todas las noches, cada noche en que mi papá se acostaba conmigo para hacerme dormir, yo esperaba a que se durmiera. Pasaba el día entero esperando ese momento, donde mis manos llegaran a tocar su pene, a sentirlo y amarlo en la clandestinidad. Él roncaba en ocasiones o respiraba profundamente en otras… así que finalmente me decidí a más y no solo le besé el pene, sino que también lo lamí y probé su líquido viscoso, casi dulce que me hizo querer mucho más.


El glande de mi padre humedecía bastante y aunque no sabía lo que era, no podía ser malo si venía de él. Eso me hizo disfrutarlo aún más, pensando que estaba obteniendo algo que seguramente no era fácil de conseguir. Mi mano lo tomaba firme y mi lengua inquieta lamía en la fuente misma de su néctar... pero mi deseo no sólo era saborear con mi lengua ese néctar, sino también tener entre mis labios su glande. Así que poco a poco lo fui rodeando con mis labios y aunque no creo que haya entrado completamente en mi pequeña boca, si podía sentir como mis labios se ensanchaban para disfrutar más de él. El calor de mi boca y el de su glande eran solo uno cuando lo tenía dentro de mí.


Mamar el glande del pene a mi papá se volvió mi rutina cada vez que me hacía dormir. Lo primero que buscaba era sentir su calor y luego beber su liquido preseminal. Era tan grande que me costaba tenerlo completo en la boca. Se volvió un desafío para mí que cada noche pudiese tenerlo más adentro de mi boca. Instintivamente separaba mis labios abriéndole espacio al glande de mi papá e iba jugando con mi lengua palpando sus contornos. Aprovechaba de jugar el mayor tiempo posible con su pene en mi boca, sentirlo duro, caliente, saber que era mío... saber que a pesar de que él dormía sin enterarse de lo que pasaba, yo debía ser siempre cauto y precavido, pues, aunque tenía seis o siete años, sabía que lo que hacía no era correcto, que estaba mal… pero no me importaba porque lo disfrutaba tremendamente y no quería que se acabara...


Así es como todo se inició.


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