Cama

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Era de madrugada, pocas horas antes de que la luna se ocultase. Ella estaba observándome de una manera diferente a la habitual; distinta en cada detalle de su rostro. Se inclinó sobre mí con una mano sobre mi rodilla y los labios ligeramente separados, el pelo cayéndole sobre la cara, los ojos cerrados como si durmiese. Me besó. Nos quedamos así unidos por un momento. Aturdido, no pude moverme. Reposé sobre mi espalda y absorbí el apogeo de un inmenso y extenuante colocón. Me quedé dormido casi de inmediato.

Aquella mañana me despertó el ruido de las garras del perro tamborileando por el pasillo. Solo entonces fui consciente de que Lou se había metido en mi cama en algún momento de la noche. Esta ínfima constatación terminó de despertarme y la descubrí a mi lado, su brazo rodeando mi cintura y una mejilla enterrada en mi hombro. De repente era mía, y mi única preocupación era mantenerme inmóvil, que aquello durase para siempre.

La besé en la frente y cerré los ojos de nuevo; fingí que seguía durmiendo hasta que ella se despertó y me devolvió el beso.

En aquella casita de madera no se volvió a hablar de Mal. Continuamos con nuestras vidas como si no hubiese representado más que el sabor amargo en la boca después de que a uno le sirvan una bebida que no ha pedido. A partir de ese momento, en un esfuerzo consciente por no acabar como el pobre Brian Bee, Lou y yo dejamos de comernos la mayoría de los segundos, terceros y cuartos platos. Durante las horas que pasaba fuera del trabajo, me concentraba en cuerpo y alma en reconstruir los tabiques que tuvo que tirar Norma Bee cuando se trasladó a vivir a la caravana; incluso construimos un anexo a la casa que se extendía por el patio con la ayuda de un grupo de vecinos. Me empleé a fondo para ensanchar algunas de las puertas, teniendo en cuenta que su propietaria seguía engordando. Continuaba siendo una gallina ponedora. La misma situación que habría motivado que mi madre aletease aterrorizada como un polluelo, ponía a Norma Bee en la disposición de cacarear, recolocar y cuidar de sus huevos.

Echaba de menos a mis padres, pero no habría cambiado nada por aquello. Lou. Era fabuloso. Podría haberme pasado la vida entera deleitándome en aquel pensamiento.

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