Butterfly

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Marzo » Capítulo 26

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Él rodó encima suyo como si cambiara de posición para tomar mejor el sol…, cinco minutos de cara, cinco minutos de espaldas. Levantó el trasero unas cuantas veces y después se desplomó sobre su cuerpo.

Apartándose de él y extendiendo la mano para alcanzar la cajetilla de Virginia Slims, Trudie le dirigió al tipo una mirada como diciendo: «¿Eso es todo?».

Pero él no la vio porque ya estaba roncando.

Sacando un cigarrillo e inhalando profundamente el humo, Trudie se levantó de la cama y cruzó la estancia para acercarse a la ventana desde la cual podía ver las luces de la universidad de California en Los Ángeles. El campus parecía una pequeña ciudad y, al otro lado de la calle, en la sede de una asociación estudiantil, se estaba celebrando una alocada fiesta. Por Dios, muchacha, se dijo en silencio, contemplando su imagen reflejada en el cristal, pero ¿qué demonios crees que estás haciendo aquí?

Sabía muy bien lo que estaba haciendo allí, en el apartamento de un tipo cuyo nombre apenas conocía, que solo tenía veinticuatro años, tal como ella había averiguado al subir al apartamento con él, y cuyo cerebro se albergaba entre sus piernas. Era un sábado por la noche. Por eso estaba allí.

Trudie opinaba que había tres ocasiones en la vida de una persona que exigían ser compartidas, dos de las cuales eran el sábado por la noche y el domingo por la mañana. Por eso se había vestido con sus mejores prendas de tejido grueso de algodón y encaje y se había ido con su prima Alexis al Pikme-Up donde ambas bebieron mai tais en vasos de plástico Pic’n Save. Había la habitual concurrencia de gentes alegres vestidas con ropa de segunda mano y vistosas joyas de bisutería y sentadas en sillas de cocina en la terraza de la acera. Trudie y Alexis estaban comentando la adivinación del futuro por medio de los caracteres rúnicos cuando se les acercó un sonriente joven veraniegamente vestido de blanco y con una corbata de cuero.

Le gustó de inmediato. Trudie siempre había tenido debilidad por los hombres con el cabello largo. Y, además, tenía un brillo inteligente en la mirada. Sin embargo, lo que la acabó de convencer fue su comentario.

—¡Caracteres rúnicos! —exclamó el muchacho—. El poder de Odín y Thor.

Abandonaron el café juntos, despidiéndose de Alexis, que tenía un programa de intervenciones quirúrgicas a primera hora de la mañana, y se dirigieron a Westwood en dos automóviles, Trudie siguiendo con su Corvette al Volkswagen de Miles. Una vez en el desordenado apartamento que compartía con otros dos chicos que se habían ido a pasar el fin de semana fuera, Miles le ofreció un vaso de vino tinto de una botella con tapón de rosca y puso un número de Springsteen en el estéreo. Cinco minutos después, Trudie comprendió que había cometido un error.

—¿Podríamos simplemente hablar? —preguntó al ver que el joven empezaba a insinuársele.

—¿Sobre qué?

—Bueno, pues… —Se le acababa de ocurrir el nombre de alguien que le gustaba especialmente— ¿qué opinas de Carl Sagan?

—¿Carl Sagan? Ah, el de Cosmos. He visto el programa. Una música fantástica.

Fue entonces cuando Trudie comprendió que le habían tomado el pelo.

No obstante, un cuerpo joven y viril era un cuerpo joven y viril, y Miles había demostrado poseer un gran potencial en la cama. Al principio. Después, eso también resultó ser un error de apreciación, y ahora allí estaba ella, en un apartamento desconocido, sexualmente decepcionada y solitaria, preguntándose qué razón la impulsaba a comportarse de aquella forma.

Encontró el cuarto de baño al primer intento (algunos apartamentos eran muy complicados, sobre todo cuando ella estaba borracha) y se miró al espejo. La mujer del erizado cabello rubio y el maquillaje corrido le estaba diciendo: Eso se tiene que acabar.

Lo malo era que no sabía cómo. Por lo menos, hasta que encontrara al hombre que andaba buscando. ¿Dónde demonios, se preguntó Trudie mientras se lavaba la cara, iba a encontrar a un hombre que fuera guapo e inteligente, supiera hacer el amor y tratara a una mujer como a una igual? Acudió a su mente Bill, el fontanero. Últimamente pensaba a menudo en él. Para su gran disgusto, puesto que decididamente no le gustaba. Bueno, su figura llenaba muy bien los pantalones vaqueros y sabía colocar muy bien el acero y las tuberías en una piscina, pero mantenía una actitud tremendamente machista, la llamaba «cariño» y le hablaba como si fuera una idiota.

Después pensó en «Thomas». ¿Qué tenían de particular los momentos que pasaba con él y que no podía recrear fuera de las paredes de Butterfly? ¿Qué ingrediente le faltaba?

Se acercó a la puerta del dormitorio y permaneció apoyada en el marco, fumando tranquilamente. Miles debía de haber quedado satisfecho porque ahora estaba durmiendo como un niño. Trudie estaba pensando en despertarle, excitarle de nuevo y enseñarle realmente lo que era hacer el amor cuando él se dio la vuelta y soltó un pedo.

Trudie contempló el reloj digital de la mesilla de noche. Eran algo más de las diez. La noche todavía era joven.

Se dirigió a la cocina, encontró el teléfono, marcó un número y, cuando le contestaron, preguntó:

—¿Butterfly? Aquí Trudie Stein. ¿Está disponible mi amigo? —Escuchó la respuesta con una sonrisa en los labios—. Guárdamelo. ¡Estoy ahí en diez minutos!

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