Butterfly

Butterfly


Mayo » Capítulo 43

Página 51 de 63

43

Jamie tuvo que rodear seis veces la manzana antes de encontrar un sitio donde aparcar. Y después tuvo que adelantarse a una hija de puta a bordo de un Lincoln Continental blanco que a punto estuvo de rayarle el Volkswagen con su llamativo y reluciente guardabarros. Introduciendo unas monedas en el parquímetro, Jamie se detuvo para contemplar al otro lado de la calle la tienda de ropa de hombre con el logotipo de la mariposa sobre la puerta.

Conocía a algunos individuos que compraban allí.

Más aún, conocía a unos cuantos cuyas amantes ricas compraban para ellos allí.

Eran los afortunados que, entre trabajo y trabajo de actor, conseguían encontrar a alguna señora rica que cuidaba de ellos. Jamie no había tenido tanta suerte.

Curiosamente, sus exhibiciones semanales de natación en la piscina de Beverly Highland habían constituido un rotundo fracaso. Ella había dejado incluso de mirarle. ¿Qué habría fallado?

—Hubieras tenido que hacerle una insinuación —le dijo Gary, su compañero de habitación—. Tiene que proteger su reputación, ¿comprendes? Es la partidaria número uno del reverendo Danny. No puede acercarse sin más al chico de su piscina.

—Insinuarme, ¿cómo? —preguntó Jamie sinceramente interesado en saberlo.

—No lo sé. El seductor eres tú.

Pero Jamie tenía demasiado sentido común como para hacerle una clara insinuación sexual a una mujer como Beverly Highland y, como consecuencia de ello, había perdido la oportunidad.

En cualquier caso, parecía que la oportunidad llamaba de nuevo a su puerta. Y de una forma inesperada.

Unos días antes había recibido una llamada telefónica de la directora de aquella tienda. ¿Le interesaría ser entrevistado para trabajar como modelo en el establecimiento? El trabajo era fácil y agradable y el sueldo excelente. ¿Cómo había sabido de él?, le preguntó Jamie. ¿Cómo había conseguido su nombre y su número de teléfono? Sin embargo, ella se limitó a revelarle que alguien se lo había recomendado.

Cruzó la calle corriendo y sorteando el tráfico y se detuvo ante el escaparate para comprobar por última vez su aspecto.

Jamie sabía que era un tipo muy apuesto y trabajaba duro para conservar aquella imagen. Ejercicio habitual, dieta adecuada, mucho sol y un aire a lo Jeff Bridges corregido y mejorado: arrugada camisa de seda hawaiana desabrochada hasta el ombligo, pantalones caqui con pinzas sin cinturón, y botón de cinturilla incitantemente desabrochado.

Entró con cierta timidez en aquel establecimiento tan por encima de sus posibilidades y se dirigió hacia la parte de atrás donde la directora le había dicho que le esperaría. Vio a unas clientas, mujeres elegantemente vestidas y oliendo a dinero, sentadas en sillas de brocado y bebiendo té mientras unos hombres exhibían los mejores modelos de Ralph Lauren y Hugo Boss. Mirando a los maniquíes, Jamie llegó a la conclusión de que podía competir con cualquiera de ellos; estaba casi seguro de que conseguiría el empleo.

Una joven luciendo una falda negra y una blusa blanca con una mariposa bordada en oro sobre el bolsillo se acercó a él y le rogó que la acompañara. Entraron a un pequeño ascensor y subieron un piso. Una vez arriba, la joven lo acompañó hasta la primera puerta a la derecha; mientras entraban, Jamie miró hacia el pasillo y vio dos hileras de puertas cerradas. Despachos, pensó.

Una mujer muy bien vestida y de aspecto corriente se levantó para saludarle. Le tendió la mano y le invitó a sentarse. Una vez los dos solos, se presentó como la directora sin dar su nombre e inmediatamente empezó a hablarle con toda familiaridad, llamándole Jamie.

—¿Qué te parece nuestra tienda? —le preguntó.

—Un sitio de lujo.

—¿Has visto a nuestros modelos? ¿Crees que te gustaría hacer este tipo de trabajo?

—Pues claro —contestó Jamie, encogiéndose de hombros—. Pero ¿quién le indicó mi nombre? Es que me gustaría darle las gracias.

—Déjame que te hable un poco del trabajo.

Jamie escuchó con interés, asintió con cara de palo cuando ella le mencionó el increíble sueldo y dijo al final:

—Sí… si, creo que podría trabajar aquí.

La directora esbozó una sonrisa.

—Tengo el deber de decirte que entrevistaré a otros hombres para este puesto. Solo tenemos una vacante y he recibido varias recomendaciones. Hoy no podré comunicarte mi decisión.

Jamie estuvo a punto de gritar «¡cómo!» pero se contuvo.

—Sí, lo comprendo —dijo en su lugar—. Por supuesto.

—Ahora, ¿podría ver cómo caminas, por favor?

—¿Caminar?

—El porte es esencial para realzar nuestras prendas.

¿Caminar? Jamie se levantó y avanzó con paso envarado por la estancia.

—Por favor, procura relajarte, Jamie. No te fuerces.

Jamie esbozó una sonrisa exasperada.

—Jamás había pensado en mi manera de caminar. Ahora que me fijo en ella, ¡no puedo hacerlo!

—Lo comprendo. Te diré una cosa. ¿Por qué no te imaginas que acabas de entrar en un…, digamos en un bar, por ejemplo? Y que me ves sentada a esta mesa. Y quieres acercarte a mí. Empieza desde allí y acércate a mí.

Jamie se dirigió hacia la puerta, se volvió, miró largamente a la directora y se acercó a ella con sus mejores andares de Don Johnson.

La directora parecía complacida.

—¿Te importa quitarte la camisa?

Jamie arqueó las cejas.

—Presentarás modelos de trajes de baño.

—Ah, claro.

Jamie se quitó la camisa y contrajo algunos músculos de aquí y de allá.

La directora frunció el ceño.

—¿Ocurre algo?

—Ah… nada. Nada en absoluto. Puedes volver a ponerte la camisa.

Eso le molestó un poco. Ninguna mujer le había dicho jamás que se pusiera la camisa.

La directora se levantó del sofá y le tendió la mano.

—Te llamaré dentro de unos días.

—¿Eso es todo? ¿Quiere decir que la entrevista ya ha terminado? ¿No tengo que llenar un formulario ni nada de todo eso?

—No creo que sea necesario.

Pero ¿qué demonios?

Jamie trató de sonreír mientras estrechaba la mano de la directora, pero estaba excesivamente perplejo. ¿Qué era lo que no le gustaba de él? Jamie había sido entrevistado las suficientes veces como para saber cuándo había fracasado.

—Mire —dijo, quiero que sepa que me interesa mucho este trabajo. Quiero decir que tendría una actuación de primera clase. Los clientes comprarían las prendas como locos.

—No me cabe la menor duda, Jamie…

—¿Pero?

—Tal como ya te he dicho, tengo que entrevistar a otros hombres.

—Quiero preguntarle con toda sinceridad —dijo Jamie, esbozando su más cautivadora sonrisa—: ¿qué pueden tener ellos que yo no tenga?

—Bueno…

Jamie sopesó la situación en una décima de segundo. El sueldo era superior a cualquier cosa que hubiera podido ganar en otro sitio, el trabajo era cómodo y él se pasaría el día exhibiéndose delante de mujeres ricas, solitarias y ávidas de sexo. Decidió arriesgarse.

—Oiga —dijo, acercándose a la directora. Le calculaba unos cincuenta y tantos años, una edad muy sensible a las palabritas almibaradas—. Quiero que me dé este trabajo.

La directora levantó los ojos hacia él.

—Quiero decir —añadió Jamie en voz baja esbozando una insinuante sonrisa— que estaría dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguirlo.

—¿De veras?

Dios bendito, ¡cómo le latía el corazón!, pensó Jamie. Bueno, ¿qué era lo peor que podía ocurrirle? Como ya estaba seguro de que no conseguiría el trabajo, no tenía nada que perder.

—¿Y qué harías? —preguntó la directora en un susurro.

¡Estaba picando el anzuelo!

—Lo que usted quisiera.

—¿Me estás ofreciendo un soborno, Jamie? —dijo la directora con fingida timidez.

—Lo único que puedo decirle es que, una vez me haya contratado, se alegrará de haberlo hecho. Brillaré más que todos estos niños bonitos de aquí abajo. Haré felices a sus clientas.

—Y yo, ¿qué?

Jamie no perdió la ocasión.

—A usted también podría hacerla feliz.

—¿Cómo?

Jamie vaciló tan solo una décima de segundo. Después, inclinó la cabeza y besó a la directora en los labios.

Cuando se apartó, comprobó con alivio y desbordante alegría que la directora estaba sonriendo.

—Ha sido agradable —murmuró la directora.

—¿Me dará el empleo?

—Aún no has terminado de sobornarme.

Entonces Jamie la rodeó con sus brazos y la besó hasta dejarla sin resuello.

—Pero, bueno —dijo la directora, apartándose de él entre risas—. ¿A qué vienen tantas prisas? Tenemos todo el día.

Jamie extendió la mano hacia ella.

—Solo quiero demostrarle lo agradecido que puedo ser.

—Eso no se demuestra en cinco minutos —la directora le tomó la mano y lo acompañó al sofá—. Bueno —añadió, rodeándole el cuello con sus brazos—. Ahora demuéstrame lo que sabes hacer.

Jamie lo hizo con vigor y sin pausa mientras pensaba: ¡Que barbaridad! ¡Es la manera más fácil del mundo de conseguir un trabajo!

Cuando ella le interrumpió por primera vez y sacó como por arte de magia un preservativo, Jamie se sorprendió, pero se lo puso tal como ella le exigía. Cuando le interrumpió por segunda vez, insistiendo en que fuera más despacio, estaba deseando soltárselo y darle, tal como él hubiera dicho, «la mejor follada de su vida». Cuando pasaron a la siguiente fase y rodaron al suelo y él le bajó las bragas y ya se encontraba entre sus piernas, ella le interrumpió de nuevo y le dijo con cierta impaciencia:

—Te he dicho que más despacio. ¿Qué ocurre? ¿Acaso tienes prisa por tomar un avión?

Jamie se incorporó levemente y la miró, indignado.

—Nunca había tenido ninguna queja.

—No me cabe la menor duda, Jamie. Las mujeres raras veces critican a los hombres por su manera de hacer el amor. Tienen miedo de lastimar su delicado orgullo. Pero yo no tengo miedo de decírtelo, Jamie. Te digo con toda sinceridad que no lo haces muy bien.

El miembro de Jamie se aflojó.

Cuando estaba a punto de levantarse, ella lo atrajo de nuevo hacia sí y le dijo:

—No te ofendas tanto. Si lo haces bien, el trabajo es tuyo. ¿Qué te parece?

—¡Si lo hago bien! Mire, señora, he jodido…

La directora le cubrió la boca con la mano.

—Por favor, no uses esa palabra.

—¿Qué quiere usted de mí? ¿Quiere que yo la j…, le haga el amor o qué?

—Sí, lo quiero. Pero de una manera que me guste a mí, no a ti.

Jamie frunció el ceño, sinceramente perplejo. ¿Acaso el acto de joder no resultaba satisfactorio para ambas partes?

—Mira, Jamie —dijo dulcemente la directora, acariciándole el precioso cabello dorado—, estoy segura de que lo harías muy bien, pero corres demasiado y parece como si estuvieras haciendo un esfuerzo. A ninguna mujer le gusta tener encima una bestia babosa y jadeante. En primer lugar, mientras estabas dentro de mí, no me has mirado ni una sola vez. Como si ni siquiera te percataras de mi presencia.

—¿Cómo puede decir eso? Pero si tenía la polla metida en su…

—Y otra cosa, Jamie. El lenguaje. Antes de hacerle el amor a una mujer, cerciórate de que le apetece oír estas palabras. De otro modo, provocarás una reacción de desagrado.

Jamie lanzó un suspiro de exasperación.

—Jamie —murmuró la directora—, vamos a probarlo otra vez.

Deslizó una mano hacia abajo para provocarle una erección. Jamie le asió la muñeca, diciendo:

—No será necesario: lo conseguiré en un par de segundos.

Fue entonces cuando ella comprendió cuál era uno de los problemas de Jamie. Tenía un miembro muy pequeño. Se lo comentó y él la miró, visiblemente contrariado.

—¡Bueno, ya sabes lo que dicen! No es el tamaño lo que importa sino lo que se hace con él.

—Y es cierto. No a todas las mujeres les gusta un miembro de gran tamaño, Jamie. A muchas ni siquiera les importa el tamaño con tal de que un hombre sepa proporcionarles placer.

La directora descubrió lo siguiente sobre Jamie: que, para compensar su presunta deficiencia, hacía el amor con excesivo ardor y esfuerzo físico. Sin embargo, el resultado no la compensaba sino que complicaba el problema.

—Cuando quieras hacerle el amor a una mujer en el futuro —dijo suavemente la directora mientras lo acariciaba y le provocaba una nueva erección—, no le separes las piernas al máximo, tal como has hecho conmigo. Júntaselas hasta que casi se toquen. Así, ¿lo ves? De esta manera, me puedes penetrar igual y yo lo noto. De esta manera, es muy agradable, Jamie.

Jamie empezó a relajarse. Olvidando su orgullo herido, dejó que ella lo guiara, comprobando que experimentaba más placer con lo que ella le estaba enseñando que con sus habituales actuaciones sexuales. La sentía mejor, era una unión más estrecha… y percibía una especie de calor e intimidad que jamás había conocido antes.

—Despacio —murmuró la directora mientras sus caderas ondulaban al mismo ritmo que las de Jamie—. Despacio y con suavidad. Una mujer es más sensible al principio. Sácalo casi todo, déjame sentirlo, y después vuélvelo a introducir. Oh… —dijo entre jadeos—. Así. Sí… Sí…

Tardó mucho más de lo que jamás hubiera tardado en su vida, y disfrutó más de lo que nunca hubiera disfrutado. Cuando terminaron, se incorporaron y se alisaron la ropa, Jamie preguntó con una tímida sonrisa:

—¿Y bien? ¿He conseguido el puesto?

La directora le estudió largo rato.

—No sé —dijo como si se le acabara de ocurrir una nueva idea—. ¿Te gustaría trabajar arriba?

¿Arriba? ¿En la dirección? Santo cielo, si hubiera sabido antes que por acostarse con una señora podía…

Ahora venía lo más difícil, la revelación del verdadero propósito de la entrevista, la naturaleza de lo que se ocultaba tras el logotipo de la mariposa.

—Tengo que contar con tu absoluta confianza, Jamie. Hablo en serio. Ni una sola palabra puede trascender fuera de este despacho.

—Puede confiar en mí.

Sí, estaba segura de que sí. Sobre todo, tras haberle dicho lo que se cobraba por el trabajo de arriba. Nunca fallaba…, el aspirante a «compañero» ambicionaba tanto aquel empleo que no les comentaba nada a sus amigos. Hubiera sido absurdo correr el riesgo de matar la gallina de los huevos de oro, pensaban invariablemente; hubiera sido absurdo suscitar rivalidades por aquel empleo.

Al principio, el joven la miró y escuchó con asombro. Después, en cuanto lo comprendió y empezó a asimilar la idea, los bellos ojos azules de Jamie brillaron con toda suerte de luces.

—¿Dice usted que cobraré este sueldo más generosas propinas (no tenía la menor duda de que las propinas serían generosas)… y toda las tías que yo quiera?

—Nuestras socias son mujeres de categoría. Si desean oír un lenguaje de esta clase, te lo dirán. De lo contrario, los pechos son pechos y no tetas, y así sucesivamente.

—Ya, entendido.

—Bueno, pues. Solo yo y mi ayudante conoceremos tu verdadera identidad. No hay ningún registro escrito, cobrarás en efectivo.

—¿Acaso esto pertenece a la Mafia o qué?

La directora esbozó una tolerante sonrisa.

—Nunca verás a nadie más. Solo estarás en contacto conmigo o con mi ayudante. Y confío en tu discreción cuando estés con los demás compañeros. Nada de comparaciones vulgares, por favor.

—De acuerdo. Mantendré la boca herméticamente cerrada. Qué demonios, a cambio de tanto dinero…

—Hay ciertas cosas que debo puntualizar por adelantado. Ante todo, utilizarás siempre un preservativo. Siempre. ¿Tienes algún reparo en que te hagan un análisis de sangre?

—Supongo que no.

—Bien. Nuestro servicio funciona de un modo ligeramente distinto a como funcionan los servicios que atienden a clientes varones. Por ejemplo, nuestras horas punta son de día y no de noche, por obvias razones. Muchas de nuestras socias están casadas. Solo pueden escabullirse durante el día. Nunca deberás preguntarle a una socia su nombre o dónde vive ni nada de carácter personal. Lo que las hace sentirse seguras es precisamente el anonimato de Butterfly. Las mujeres vienen aquí en busca de algo que sería imposible encontrar o demasiado peligroso buscar en otro sitio. Debo subrayar una vez más la discreción con respecto a todo lo que se hace aquí. Si trascendiera la verdad, podríamos recibir la visita de ciertos fisgones cuya presencia no nos interesa, ¿comprendes?

¡Fisgones!, pensó Jamie con una sonrisa. Una redada de la policía en aquel lugar sería algo así como el Quién es quién de la alta sociedad.

—Nada de droga, Jamie. Es la norma número uno. Y reduce la ingestión de alcohol al mínimo. No bebas con una socia en la medida de lo posible. Si usas habitualmente una colonia o un after-shave, hazlo con moderación. Nuestras socias no pueden permitirse el lujo de regresar junto a sus maridos oliendo a Brut de Fabergé, por ejemplo. Deberás comportarte como un caballero en todo momento. Nuestras socias son unas señoras, no lo olvides jamás. Tus primeras asignaciones serán con socias veteranas cuyas preferencias sexuales sean normales y corrientes. En cuanto al sexo propiamente dicho, recuerda siempre que deberás hacer lo que le apetezca a una mujer, no lo que te apetezca a ti o lo que tú creas que a ella le apetece. Busca las señales. Ya sabrás seguramente que algunas mujeres son mujeres de cintura para arriba y otras lo son de cintura para abajo. Averigua a qué categoría pertenece tu dama y actúa en consecuencia. Y, por lo que más quieras, Jamie, hazlo todo muy despacio. Estas mujeres pagan mucho dinero a cambio de tu amor. Procura que sea satisfactorio. Y aprende a ponerte el preservativo con rapidez. Que no se note. Durante el acto sexual, mira a la mujer con quien estés. El contacto visual durante el sexo resulta muy excitante. De esta manera, la mujer comprenderá que le estás haciendo el amor a ella y no estás pensando en otra. ¿Tienes alguna otra pregunta? —añadió la directora con una sonrisa.

—Solo una. ¿Cómo se maneja la cuestión del dinero?

—Con mucho tacto y discreción. Que la cosa no resulte demasiado evidente. Y, si ella te da una propina, no dejes de demostrarle tu gratitud. Hay muchas posibilidades de que la próxima vez sea más generosa. ¿Más preguntas?

—Sí. ¿Cuándo empiezo?

Así reclutaba Ann Hastings a los compañeros de Butterfly.

Ir a la siguiente página

Report Page