Breve historia de Roma

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Epílogo. La Desintegración del Imperio Romano de Occidente

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EpílogoLa desintegración del Imperio Romano de Occidente

INTRODUCCIÓN

Si bien es cierto que la tradicional unidad política del mundo mediterráneo iniciada en época augustea se vio en peligro en numerosas ocasiones, el proceso de desintegración no se consolidó de forma plena hasta la muerte de Teodosio en el año 395. Generalmente, la tradición historiográfica ha situado el final del Imperio romano de Occidente en el 476, cuando el bárbaro Odoacro ocupó el trono del último emperador, Rómulo Augústulo, y envió las insignias imperiales al emperador de Constantinopla, Zenón, aunque hacía ya muchos años, concretamente desde la batalla de Adrianópolis del 378, que los emperadores de Occidente habían visto cómo sus dominios se habían reducido progresivamente a consecuencia del acecho de los distintos reinos bárbaros —se han planteado motivos climáticos, demográficos, sociológicos y hasta presiones de los pueblos de las estepas euroasiáticas como las causas fundamentales de las periódicas migraciones de los pueblos bárbaros—. Desde entonces, los emperadores de Oriente iniciarían una serie de intervenciones directas en Occidente con el único objetivo de recuperar su autoridad sobre algunos territorios próximos a las costas mediterráneas.

EL FIN DEL IMPERIO DE OCCIDENTE (395-476)

Si bien es cierto que desde el 395 el vándalo Estilicón fue el máximo responsable de la defensa militar de ambos imperios, en realidad sólo ejerció una tutela directa sobre el Imperio de Occidente, que había quedado en manos de Honorio, entonces un niño de diez años.

Desde fines del siglo IV, las capas populares, que debían correr con los gastos para mantener a la burocracia imperial y al Ejército, y que además debían soportar la explotación de los grandes terratenientes, comenzaron a ver a los pueblos bárbaros como los posibles libertadores de sus precarias condiciones de vida. De esta manera, se aprobó la barbarización en el plano militar. La razón de ello radicaba en que así los terratenientes encontraban menos masivas las inclusiones de sus colonos en las continuas levas militares. Por otro lado, en el plano religioso, la Iglesia mostraba más interés por resolver sus querellas internas que por defender el sistema político vigente.

Estilicón, que siguió estrictamente la voluntad de Teodosio, ejerció en un primer momento su tutela sobre el Imperio de Oriente. Sin embargo, la situación fue muy distinta a la que mantuvo en Occidente al vivir una situación muy tensa con Rufino, el asesor de máxima confianza de Arcadio (395-408), lo que provocó una falta de colaboración entre ambos imperios. En este sentido, Rufino no cesó en sus intentos de hacerse con Dacia y Macedonia, territorios que en virtud del testamento de Teodosio habían quedado asignados al Imperio de Occidente y, además, animó a los visigodos a que se instalaran en Macedonia, buscando con ello provocar un conflicto de intereses en el que saliera ganando.

Con el único propósito de mantener las estructuras políticas, económicas e ideológicas del Imperio de Occidente, Estilicón se mostró dispuesto a acabar con el acecho de los pueblos bárbaros, pues el principal problema consistía en adoptar una política coherente con los visigodos. No obstante, las tentativas de Estilicón por someter el Ilírico a la autoridad de Honorio no hicieron más que provocar a Alarico, el rey de los visigodos, que protagonizó ataques periódicos en el norte de Italia en los años 401 y 403.

A fines del 406, Estilicón tuvo que aceptar como hecho consumado que varios pueblos bárbaros, entre ellos vándalos, suevos, alanos —que no eran germanos, sino de origen iranio—, cuados y burgundios, se distribuyeran por las Galias. Asimismo, en el 407 tuvo que aceptar que el ejército de Britania proclamase emperador al usurpador Constantino. Por otro lado, los hunos habían constituido ya un reino autónomo en Panonia y los burgundios habían hecho lo mismo en territorios cercanos a la frontera renana.

Para mantener la seguridad, Estilicón trasladó la capital de Milán a Rávena. Además, creía que el Imperio de Occidente sólo podría salvarse si se pactaba correctamente con aquellos pueblos bárbaros a los que paulatinamente se pudiera asimilar a la cultura romana, pues la vía militar no resultaba nada ventajosa. Las discrepancias entre Estilicón y el Senado sobre el modo de frenar el avance visigodo fueron la causa de la decapitación de aquel el 22 de agosto del 408. Sus asesinos pudieron comprobar su propio desacierto cuando Alarico llegó a las puertas de Roma a fines del 408 y, más aún, cuando al año siguiente exigió el pago de un gran rescate para retirarse. Finalmente, el 24 de agosto del 410 tuvo lugar un acontecimiento que conmocionó a todo el Imperio: alguien abrió una puerta de la ciudad por donde pudieron penetrar las tropas de Alarico y Roma sufrió durante tres días un saqueo del que sólo se libraron las iglesias cristianas. Desde el saqueo de Roma por los galos, a comienzos del siglo IV a. C., la ciudad no había sido invadida ni saqueada. Para los paganos, el saqueo era el presagio del fin de la civilización romana, mientras que para los cristianos supuso un castigo divino.

Para consolar a los cristianos que se sentían abandonados en medio de tanta desgracia, san Agustín (354-430), profesor de retórica en Cartago y obispo de Hipona desde el 396, escribió los veintidós libros de su De civitate Dei. San Agustín de Pinturicchio, 1454-1513. Pinacoteca de Perugia, Italia.

Alarico murió poco después de que se produjese el saqueo de Roma. Fue sucedido por Ataúlfo, que contrajo matrimonio con la entonces prisionera Gala Placidia, hermana de Honorio. A partir de entonces, se produjo un viraje político en las relaciones de los visigodos con el Imperio romano de Occidente: los godos, que amparaban el proyecto de constituir un renovado Imperio romano-germánico, fueron finalmente estabilizados en virtud del pacto de alianza firmado entre el rey godo Valia y el general romano Flavio Constancio, nuevo hombre fuerte del Gobierno occidental, en el 418. En virtud de dicho pacto, los visigodos, que recibían la jurisdicción de Aquitania, es decir, el territorio comprendido entre las actuales ciudades de Poitiers y Toulouse (habitualmente transcrita como Tolosa), se comprometían a servir como tropas federadas al Imperio de Occidente.

En el 421, Flavio Constancio contrajo matrimonio con Gala Placidia, ya libre de Ataúlfo, y vinculado de esta manera a la familia imperial se hizo proclamar emperador. Honorio se negó a aceptar tal proclamación y el entonces emperador del Imperio de Oriente, Teodosio II (408-450), se negó igualmente a aceptarlo. Con este panorama Honorio intentó abusar sexualmente de su hermana, lo que provocó un gran escándalo público. En este sentido, las acusaciones de que Gala Placidia había conspirado contra él contando con los visigodos como cómplices llevaron a que esta se refugiara en Constantinopla hasta la muerte de Honorio en el 423.

Tras el breve paréntesis del emperador filopagano Juan, Teodosio II resolvió la cuestión sucesoria en el Imperio de Occidente proclamando emperador al hijo de Flavio Constancio y de Gala Placidia, Valentiniano III (425-455). La elección como emperador de este no sirvió sino para hacer al Imperio de Occidente presa de ambiciones e intrigas: a pesar de ejercer aquel un control directo sobre Italia y sus islas, así como sobre parte de la Galia, Hispania y África, los visigodos de Tolosa bajo la dirección del rey Teodorico I (418-451) trataron de extender su dominio hasta la estratégica Provenza; los vándalos y los alanos que se habían establecido en Hispania, dirigidos por su rey Genserico (428-477) —quien volvió a saquear la ciudad de Roma en el 455—, se desplazaron al norte de África logrando un efectivo dominio sobre Mauritania y Numidia —lo que significó un quebranto añadido a la precaria economía imperial—; la península ibérica había quedado repartida entre los suevos, los hispanorromanos y los visigodos, y en el 442 se tuvo que aceptar el abandono de Britania en manos de los sajones.

Pero el peligro más importante al que tuvo que hacer frente Valentiniano III vino representado por los ataques de los hunos dirigidos por Atila. Este, ansioso de conseguir unas mejores tierras para su pueblo, había intentado sin éxito, desde el 434, abrirse camino hacia el Imperio de Oriente. En el 444, exigió a Valentiniano III tierras para asentar a su pueblo en la Galia, pero el rechazo del emperador a tal petición provocó un primer enfrentamiento en territorio galo en el que el Ejército romano, liderado por el general Aecio, resultó vencedor en la batalla de los Campos Cataláunicos en el 451. Muerto Atila en el 453, los hunos dejaron de ser un pueblo unido, así como una amenaza. Poco después, el asesinato del general Aecio ordenado por Valentiniano III en el 454 fue seguido por el del emperador al año siguiente. Fue de esta manera como se puso término a la dinastía teodosiana en Occidente.

Una excelente manifestación cultural de este período fue la ingente labor de codificación legislativa promovida por Teodosio II, el Código teodosiano, una compilación de leyes que entró en vigor en el 439. En el Imperio de Oriente tuvo vigencia hasta que el emperador Justiniano aprobó el Codex Vetus en el 529, mientras que en el Imperio de Occidente duró mucho más como base de los códigos legislativos de los pueblos bárbaros. Busto marmóreo de Teodosio II, 408-450. Museo del Louvre, París.

A partir de entonces, la situación tomó un rumbo muy distinto con la consolidación definitiva de los reinos romano-germánicos y la desaparición del poder central. Tras la muerte de Valentiniano III, y luego de un breve paréntesis en el que la política del Imperio quedó regulada por Petronio Máximo (455-456), la política imperial fue gestionada por un suevo, Ricimero, el cual, hasta su muerte en el 472, puso y depuso a varios emperadores. El primero fue un noble galorromano, Avito (456-457), pero la protección que le prestaba el rey visigodo Teodorico II le hizo sospechoso, y fue reemplazado por el romano Mayoriano, que ansioso de devolver al Imperio el control sobre las Galias e Hispania, con la consiguiente ruptura del equilibrio con los bárbaros, también se volvió molesto para la política de Ricimero, el cual le mandó asesinar en el 461. Tras el gobierno de Severo, en el 465 Ricimero, en su propósito de fortalecer las relaciones con el Imperio de Oriente, aceptó como emperador de Occidente a Antemio. Sin embargo, este tampoco secundó su política por lo que también mandó asesinarlo en el 472. Finalmente, el burgundio Gondebalo, sustituto de Ricimero, proclamó emperador a Glicerio en el 473. Era una estrambótica situación política que empeoró en el 475 con la proclamación como emperador del niño Rómulo Augústulo —que, irónicamente, llevaba el mismo nombre que el legendario fundador de Roma—. Ante tal tesitura, el ejército de Milán tomó la radical decisión de proclamar emperador por vez primera a un bárbaro, el hérulo Odoacro, en el 476. Odoacro dio forma definitiva a lo que ya era una realidad: renunció al título de emperador y se hizo llamar rex gentium, es decir, rey de pueblos; envió las insignias imperiales de Occidente (máximo emblema del Imperio) al emperador de Oriente, Zenón (425-491), y creó una nueva monarquía militar con centro en Italia. Por otro lado, los dominios del Imperio de Occidente se redistribuyeron entre los pueblos ya asentados: Italia, que era el último territorio de este Imperio, quedaba así también en manos de los bárbaros. Sólo entonces, los emperadores del Imperio oriental, o lo que era lo mismo, el Imperio bizantino, que se mantuvo en pie hasta 1453, iniciaron una intervención más directa en Occidente con el propósito de salvar y mantener bajo sus dominios algunos territorios próximos a las costas mediterráneas.

Con estos sucesos, y tras más de mil trescientos años de historia romana, se ponía fin al Imperio de Occidente y se abría paso a una nueva etapa histórica: la Edad Media. Un variado conjunto de factores políticos, económicos, sociales e ideológicos disolvieron el consenso mínimo que cualquier sistema político necesitaba para mantenerse firme. No obstante, la caída del Imperio de Occidente no estuvo acompañada de la pérdida absoluta de su recuerdo, pues su legado político, económico, social y cultural ha llegado hasta nuestros días como la base fundamental de nuestra propia cultura.

A fines del siglo XVIII, Edward Gibbon, en su obra Historia del declive y la caída del Imperio romano, uniendo bajo una misma perspectiva la progresiva crisis del mundo romano y la victoria del cristianismo, puso especial énfasis en demostrar que la difusión del cristianismo desde el siglo II era el motivo principal del declive político, militar, económico y sociocultural del Imperio. Henry Walton, retrato de Edward Gibbon, 1813. National Portrait Gallery, Londres.

Las invasiones bárbaras que se sucedieron a lo largo de los siglos IV y V pusieron fin a un Imperio con más de mil años de historia.

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