Breve historia de Cleopatra

Breve historia de Cleopatra


INTRODUCCIÓN » Las mil caras de Cleopatra

Página 5 de 27

LAS MIL CARAS DE CLEOPATRA

En la historia del mundo occidental pocas figuras femeninas han sido tan relevantes y significativas como la última reina del Egipto ptolemaico, Cleopatra VII Nea Thea Philopator (‘la que ama a su patria’). Vivió hace más de dos mil años y aún hoy sigue siendo tremendamente popular. Fue odiada como paradigma de la irrupción de lo oriental y como corruptora de los varones más ilustres de Roma y, sin embargo, nunca dejó de provocar fascinación. Desde el momento de su muerte el 12 de agosto del 30 a. C., se convirtió en el símbolo del poder femenino y de la pasión amorosa. Personificó la riqueza de Egipto, del Nilo y de Alejandría, y en todo momento su persona estuvo vinculada a los hombres más celebres de su tiempo. Las relaciones personales que mantuvo con Julio César y con Marco Antonio respondieron, en realidad, a razones de índole política con el único fin de preservar la independencia del reino que ella gobernaba. Identificada con la seducción, la pasión, el placer, la frivolidad y la manipulación, estas cualidades han dejado en un segundo plano otras importantes facetas como la posesión de una amplia y rica cultura —se afirma que hablaba hasta ocho lenguas, entre ellas el griego, el egipcio (la primera de los lágidas en aprenderlo), el arameo y el latín; leyó y estudió las epopeyas de Homero, las obras de Hesíodo y de Píndaro, las tragedias de Eurípides, las comedias de Menandro, las historias de Heródoto y de Tucídides, y los discursos de Demóstenes; estudió aritmética, geometría, medicina, música y canto—, sus dotes como soberana y estadista y su notable capacidad como madre.

Cleopatra, dibujo de Giulio Clovio (1498-1578) tomado de Rafael, Museo del Louvre, París.

Pero más allá de las historias que la han convertido en un mito, ¿quién fue en realidad Cleopatra y cuál fue la razón de su éxito?

Mujer extraordinaria, poderosa y extravagante en la que se conjugaron la belleza, la inteligencia y el poder, y que alcanzó la inmortalidad no como diosa sino como mujer, la leyenda de Cleopatra sirvió de inspiración a varios historiadores, exploradores, poetas, dramaturgos, músicos, cineastas y pintores. Multitud de dramas, tragedias, comedias y musicales están basados en su vida. Su historia de amor fue adaptada a la ópera —estrenada en Londres en 1724, sería la ópera de Haendel Julio César en Egipto la pieza que tuvo mayor repercusión— y también ha sido la protagonista de numerosas novelas y producciones cinematográficas. Asimismo, diversos pintores de todos los tiempos se han inspirado en dos momentos decisivos de su vida: el encuentro con Marco Antonio en Tarso, sobre todo a partir del siglo XIX, y su suicidio. De todas las mujeres de la Historia, Cleopatra es la que más se ha prestado a una intensa erotización en la representación de su muerte.

Son múltiples los obstáculos que el historiador ha de superar para reconstruir fidedignamente la vida y obra de una mujer tan singular como Cleopatra. Tanto ella como su contexto ofrecen dificultades abrumadoras para cualquiera que quiera adentrarse en su conocimiento, y son innumerables los estudios y las investigaciones existentes: hay muchas más fuentes de información que las puramente literarias, pues no sólo son las fuentes escritas las que nos aportan información sobre Cleopatra, y es que para poder alcanzar la reconstrucción más completa y veraz sobre su persona se hace necesario recurrir a fuentes de índole arqueológica, epigráfica, paleográfica, numismática, topográfica y prosopográfica. Tal volumen de títulos permitiría suponer que ya está dicho todo sobre ella y su época, pero sin embargo tan sólo existe una multiplicidad de visiones históricas que han configurado diversas interpretaciones de un mismo personaje, hasta el punto de que puede afirmarse que cada época ha contado con su propia Cleopatra.

Varios artistas reflejaron en sus pinturas la vida de dispendios y excesos, así como la conducta extravagante y frívola de Cleopatra. En la imagen, El banquete de Cleopatra, Jacob Jordaens, 1653. Museo del Hermitage, Rusia.

Las fuentes rigurosamente contemporáneas al reinado de Cleopatra son escasas y muy sucintas, pues Julio César (100-44 a. C.) y Cicerón (106-43 a. C.) no aportan ningún detalle de los acontecimientos —únicamente se conserva una carta en la que Cicerón se refiere a la primera estancia de Cleopatra en Roma en el otoño del 46 a. C.—. Además, hay que tener presente que Cicerón, defensor a ultranza del orden establecido, marcó el inicio de una campaña difamatoria contra Cleopatra al no tolerar la concepción del poder dinástico del Egipto ptolemaico.

Habría que esperar a la conclusión del conflicto entre Marco Antonio y Octavio y a la consolidación del principado de este para encontrar fuentes de información más amplias aunque, no obstante, profundamente propagandísticas y literarias, como las de Virgilio (70-19 a. C.), Horacio (65-8 a. C.), Propercio (47-15 a. C.), Plinio el Viejo (23-79), Lucano (39-65) o Flavio Josefo (38-101), quienes se encargaron de que Cleopatra pasara a la historia como «la reina de las meretrices» —Lucano dijo de ella que era «la vergüenza del Nilo, la fatal Erinia del Lacio, impúdica para desgracia de Roma»; Flavio Josefo nunca le perdonó que, en un momento crítico de escasez de trigo en Egipto, ordenara el reparto entre la población excluyendo específicamente a la colonia judía de Alejandría—. Esta misma actitud se detecta igualmente en autores posteriores como Suetonio (70-126), Apiano (95-165) o Aulo Gelio (170), claros defensores del orden establecido. Por consiguiente, la imagen y el papel de Cleopatra como reina de Egipto desaparecen de las fuentes de época augustea para dar lugar al nacimiento del estereotipo de fémina ambiciosa y calculadora. Sólo Estrabón (64 a. C.-24 d. C.) escapó ligeramente de esta corriente y puso de manifiesto la sofisticación y el centralismo cultural de Alejandría.

Las Vidas paralelas de Plutarco (46-120), autor que en el momento de abordar a Cleopatra se sirvió de Olimpo, el médico personal de la reina, constituyen una amplia fuente que, si bien continuó en parte la tradición peyorativa imperante en el siglo I, otorgó algunos rasgos positivos al carácter de nuestro personaje. Además, con Plutarco se comenzó a configurar el mito amoroso de Cleopatra, por lo que es posible afirmar que la Cleopatra que pasó a William Shakespeare (1564-1616) y a la cultura occidental estaba ya muy desarrollada en los escritos plutarqueos. El siglo II marcó, por ende, la «romantización» en la Antigüedad de la figura de Cleopatra. Es decir, la imagen de Cleopatra como gobernante se fue difuminando cada vez más a medida que triunfaba el aspecto personal de sus apasionadas relaciones amorosas.

Con respecto a las fuentes más tardías, la Historia Augusta sugiere claramente una gran mitificación de Cleopatra, y las fuentes de finales del siglo III y del siglo IV son muy poco conocidas y nulamente utilizadas en el desarrollo del mito.

Tan sólo Plutarco y Dion Casio (155-229) prescindieron de los prejuicios sobre la reina egipcia, si bien es cierto que continuaron recreándose en sus relaciones amorosas y en su origen extranjero. Curiosamente es Plutarco, a través de las Vidas de Julio César y, sobre todo, de Marco Antonio, el autor que más información nos ha legado sobre Cleopatra. En este sentido, el autor de Queronea dejó la única descripción física de la reina que se conserva, descripción que no puede ser cotejada plenamente con las imágenes, ya que existen muy pocas esculturas con veracidad atribuidas a ella —el probable mestizaje greco-egipcio de Cleopatra llevó a los artistas de la época a realizar dos representaciones suyas, de idéntica simbología, en versión helenizante y en versión egiptizante—. Las imágenes más seguras que podemos atribuir a Cleopatra son tres bustos: el que se encuentra en el Antikenmuseum de Berlín, el presente en el Museo Gregoriano Profano del Vaticano y el que se encuentra en una colección particular de Londres, comúnmente conocido como Cleopatra Nahman.

Como paradigma de la mujer cautivadora, se supuso que era perfecta hasta que los últimos descubrimientos numismáticos y, en parte, escultóricos han permitido demostrar que su rostro no se ajustaba ni a los cánones de la belleza clásicos ni tampoco a los egipcios. Pese a todo, Dion Casio afirmó que Cleopatra era de una excelente belleza, lo que la convertía en una irresistible seductora: «era espléndida de ver y de escuchar, tenía el poder de conquistar los corazones más reacios al amor e incluso aquellos a los que la edad había enfriado». Plutarco, por su parte, matizó más: «su belleza no era tanta que deslumbrase o que dejase suspensos a los que la veían; sin embargo, su trato poseía un atractivo irresistible y sus palabras eran tan amables que era imposible no quedar prendado».

Al parecer, Cleopatra cuidó mucho su imagen y otorgó gran importancia a sus apariciones públicas. Los autores grecorromanos no nos ofrecen una información específica y detallada sobre su aspecto físico y, en todo caso, las efigies de la reina que aparecen en las monedas nos sugieren un tipo mediterráneo oriental, por lo cual es más que razonable deducir que Cleopatra era morena y tenía la tez de la piel de color oliváceo claro.

Una moneda de cobre descubierta en 2007, en Alejandría, muestra a una Cleopatra en su juventud, luciendo la diadema de la monarquía, y con el cabello recogido en un moño. Sin duda, era de estatura pequeña. El aspecto general de sus facciones denota pulcritud y delicadeza, y sus ojos son grandes. La famosa nariz de la faraona no es tan larga, pero desde luego puede considerarse más semítica que griega clásica. Su boca es bastante amplia con labios bien dibujados. Su barbilla resulta prominente, pero no en exceso. En conclusión, la impresión de conjunto que se extrae de esta moneda es la de la mujer, si no hermosa, por lo menos de buen ver que tan famosa la hizo: a pesar de la leyenda, la belleza de Cleopatra no debió ser tan espectacular, pues al mismo tiempo se resaltó la superioridad de la belleza de Octavia, esposa de Marco Antonio.

En las monedas no parece apreciarse su supuesta belleza, sino el excesivo tamaño de su nariz, e incluso su forma ganchuda. En la imagen, moneda de ochenta dracmas emitida por Cleopatra en la ceca de Alejandría, entre los años 51-31 a. C.

A pesar de haber sido objeto de numerosas recreaciones literarias y artísticas, su vida y obra han sufrido constantes tergiversaciones que, como señala Rosa María Cid López, profesora titular de Historia Antigua en la Universidad de Oviedo y prologuista de este libro, se detectan igualmente en varias investigaciones históricas, teóricamente más rigurosas en la interpretación de los hechos. En este sentido, y como puso de manifiesto el clasicista y numismático inglés Michael Grant en su obra Cleopatra, no sobra decir que tal vez sea el personaje más adulterado de la Antigüedad, pues relatar su vida comportó el riesgo de hablar más de otros personajes de su tiempo que de ella misma.

Tras los autores de época clásica, entre la Edad Media y el siglo XIX se pasó de la mujer de mala vida, codiciosa, cruel y lasciva al arquetipo mismo de la mujer ideal. Dante Alighieri (1265-1321) y Giovanni Boccaccio (1313-1375) presentaron a una reina de Egipto muy sensual que sentó las bases del futuro tratamiento que Cleopatra tuvo ente los siglos XIV y XVI con autores como Leonardo Bruni (1370-1444), Isabel de Villena (1430-1490) o Juan Luis Vives (1492-1540). En De mulieribus claris, Boccacio es uno de los primeros autores en presentarla como una mujer segura de sí misma y como una gran reina y estadista. Poco después, Geoffrey Chaucer (1342-1400) inició en Inglaterra con La leyenda de la buena mujer una corriente de simpatía hacia Cleopatra despojándola de ese carácter malévolo que transmitían las fuentes posteriores a Augusto, lo que harán igualmente siglos más tarde dramaturgos como Pierre de Bourdeille (1540-1614), Pierre Corneille (1606-1684), Alexander Pushkin (1799-1837) o José Zorrilla (1817-1893).

En época moderna, la producción historiográfica se caracteriza por el empleo de manera acrítica de la información aportada por los autores grecorromanos a la hora de reconstruir la época y la vida de Cleopatra. Probablemente, el punto de partida de la leyenda de Cleopatra ha de situarse en William Shakespeare y su célebre tragedia Marco Antonio y Cleopatra, estrenada en 1607, en la que el autor inglés se sirvió para su elaboración de las biografías que sobre Julio César y Marco Antonio escribiera muchos siglos antes Plutarco, quien, como hemos señalado, parecía describir más a una prostituta que a una reina. La obra de Shakespeare, que convirtió a Cleopatra en una de las grandes figuras post-románticas de Occidente, inspiró a autores de la talla de John Dryden (1631-1700), Victorien Sardou (1831-1908), George Bernard Shaw (1856-1950) o a varios autores alemanes del movimiento literario del Sturm und Drang.

En el siglo XIX, aparecieron las primeras biografías propiamente históricas sobre Cleopatra. En esta línea, si en 1838 la obra de Théophile Gauthier Una noche de Cleopatra presentaba a la reina del Egipto ptolemaico como una mujer promiscua, ya en el siglo XX César y Cleopatra (1901), de Georges Bernard Shaw, o No digas que fue un sueño (1986), de Terenci Moix, recrean a una joven caracterizada por una amplia y rica cultura, la inocencia y la pasión. Asimismo, desde finales del siglo XIX Cleopatra también ha sido protagonista de la novela de aventuras, como queda patente en el libro de Henry Rider Haggard Cleopatra (1889), en la que la figura de la reina de Egipto cede ante el halo fatídico de «mujer fatal». Finalmente, el conjunto de publicaciones se completa con los numerosos trabajos de los últimos años que, como indica Rosa María Cid López, son más próximas a la novela histórica que a los trabajos de investigación, en las que se aborda fundamentalmente la psicología del personaje.

Por otro lado, y como hemos apuntado anteriormente, es necesario señalar que Cleopatra representa el personaje femenino de la Antigüedad que ha inspirado mayor número de producciones cinematográficas, las cuales, de hecho, han ido creando y transformando la imagen y la leyenda de la reina del Nilo. Como apunta la escritora británica Lucy Hughes-Hallet, el libro de Shakespeare sirvió de base a numerosas recreaciones cinematográficas, un número muy significativo pertenecientes al cine mudo, como la realizada en 1899 por Georges Méliès: Cleopatra. Sin duda, entre las películas más significativas que han permitido a muchos tener una primera imagen, real o ficticia, de cómo fue la reina del Nilo y el mundo que la rodeó, destaca la realizada por Joseph L. Mankiewicz, Cleopatra, estrenada en 1963 y protagonizada por Elizabeth Taylor, mujer cuya vida guardó ciertos paralelismos con la de la reina de Egipto.

Director

Título

Año

G. Méliès

Cleopatra

1899

Vitagraph Company

Antonio y Cleopatra

1908

Ch. Gaskil

Cleopatra

1912

E. Guazzoni

Marco Antonio y Cleopatra

1913

J. Gordon Edward

Cleopatra

1917

C. B. DeMille

Cleopatra

1934

G. Pascula

César y Cleopatra

1945

R. Gavaldón

La vida íntima de Marco Antonio y Cleopatra

1946

W. Castle

La serpiente del Nilo

1953

M. Mattoli

Las noches de Cleopatra

1953

K. Browning

César y Cleopatra

1956

V. Cottafavi

Las legiones de Cleopatra

1960

P. Pierotti y V. Tourjanski

Una reina para César

1962

J. L. Mankiewicz

Cleopatra

1963

F. Cerchio

Cleopatra

1963

G. Thomas

Cuidado con Cleopatra

1964

F. Baldi

La batalla de Roma

1964

R. Goscinny y A. Uderzo

Cleopatra

1968

Ch. Heston

Marco Antonio y Cleopatra

1972

A. Chabat

Astérix y Obélix: misión Cleopatra

2002

Ir a la siguiente página

Report Page