Breve historia de Cleopatra

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2. ALEJANDRÍA: UNA POLIS GRIEGA EN EL EGIPTO PTOLEMAICO

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ALEJANDRÍA: UNA POLIS GRIEGA EN EL EGIPTO PTOLEMAICO

Según la tradición, Alejandría, la futura capital del Egipto ptolemaico, situada en un área muy productiva en el cruce entre Europa, Asia y África, fue fundada por el rey macedonio Alejandro Magno el 7 de abril del 331 a. C. En esta ocasión, y como a las otras setenta ciudades que fundó con anterioridad, el rey macedonio le asignó el nombre de «Alejandría». En Vida de Alejandro, Plutarco relata que la elección del emplazamiento en el que se iba a fundar Alejandría le llegó a Alejandro a través de un sueño en el que le visitó un venerable y anciano profeta que, citando un pasaje de Homero, poeta griego del siglo VIII a. C., señaló el lugar idóneo donde crear la nueva urbe. La ciudad se diseñó siguiendo el patrón urbanístico que se venía utilizando en Grecia desde el siglo V a. C., es decir, siguiendo la planta hipodámica. Dinócrates de Rodas, el arquitecto más importante a finales del siglo IV a. C., fue el encargado de realizar los planos. Como el resto de ciudades griegas, Alejandría contaría con una gran plaza central, es decir, el agora, y con una calle principal de treinta metros de anchura y seis kilómetros de largo que atravesaba la ciudad, con calles paralelas y perpendiculares, cruzándose siempre en ángulo recto. El geógrafo Estrabón, que visitó Alejandría entre los años 25 y 24 a. C., describe en su Geografía cómo fue realmente la ciudad. Gracias a sus estudios, es posible afirmar que en el área norte se encontraban el museo, los palacios reales, varios jardines, la tumba de Alejandro Magno y las de los primeros Ptolomeos, y que en el área sur se situaban algunos templos y edificios públicos.

Estrabón nos informa de que el Palacio Real, situado en el norte de Alejandría, concretamente en el promontorio de Lochias, ocupaba una tercera o cuarta parte de toda la ciudad. Se trataba de un palacio de tradición griega completamente decorado con mármol blanco y con un amplio jardín en el que existían numerosas y hermosas fuentes y estatuas. En la imagen, reconstrucción del Palacio Real de Alejandría.

El lugar exacto sobre el que el rey macedonio fundó Alejandría se llamaba Rhakotis, un pequeño poblado habitado por pescadores que con el tiempo se convertiría en uno de los barrios de la ciudad donde residiría mayoritariamente la comunidad egipcia.

La fundación del puerto de Alejandría hizo posible que Egipto pudiese contar con el puerto marítimo del que hasta entonces había carecido, pues a través de él los productos egipcios tendrían una fácil salida. Fundado por Alejandro Magno, el puerto se encontraba dispuesto a lo largo de una estrecha extensión de tierra entre el mar, al norte, y el lago Mareotis (hoy, lago Maryut), al sur, mirando a la isla de Faros, que estaba situada a poco más de un kilómetro y medio de distancia. La isla de Faros estaba unida a la costa por medio de un largo dique de mil quinientos metros de largo, llamado el Heptastadion (‘siete estadios’), que funcionaba también como un rompeolas creando de esta manera dos puertos separados: el Gran Puerto en el este y el Puerto del Buen Regreso en el oeste, que es el que continúa empleándose en la actualidad.

Plano de Alejandría en la Antigüedad, según Jean Victor Duruy.

En tiempos de Cleopatra VII, Alejandría era la mayor ciudad del mundo antiguo, con una población muy densa y cosmopolita que, según el historiador griego del siglo I a. C. Diodoro Sículo, superó los trescientos mil residentes libres, a los que habría que sumar además más de setecientas mil personas que vivían en los suburbios. La gran mayoría de la población de Alejandría era griega o helenizada y residía en el centro de la ciudad. Por su parte, la población egipcia, que nunca llegó a concebir Alejandría como su auténtica capital al estar demasiado alejada de los venerables centros indígenas, se concentró fundamentalmente en la parte occidental, donde se encontraba el pequeño poblado de Rhakotis. Por otro lado, el área oriental de la ciudad estuvo ocupada durante el periodo de dominación romana por la importante y numerosa comunidad judía, que gozó de todos los derechos civiles pero mantuvo todas las prerrogativas concedidas anteriormente por los reyes persas constituyendo una comunidad políticamente independiente y autónoma, limitada únicamente por la subordinación a la administración ptolemaica y a la romana. Además, desde el principio del periodo ptolemaico, un gran número de emigrantes procedentes de diversas partes del Mediterráneo también llegaron a Alejandría atraídos por la riqueza y las oportunidades comerciales que proporcionaba la ciudad.

Alejandría funcionó como un gran mercado en el que se podían encontrar todo tipo de productos y en el que convivieron un importante número de marinos, comerciantes y artesanos. Las estatuillas de terracota fabricadas en Alejandría expresaban el gusto alejandrino por el realismo exagerado, lo grotesco e incluso lo deforme. En la imagen, estatuilla de terracota procedente de Alejandría. Museo de Alejandría, Egipto.

EL FARO

Una de las construcciones más relevantes de Alejandría fue sin lugar a dudas el faro, considerado una de las siete Maravillas del Mundo. Ubicado en el lado oriental de la isla de Faros, las obras comenzaron durante el reinado de Ptolomeo I y no fue inaugurado hasta el de su hijo Ptolomeo II, entre los años 280-279 a. C. Contaba con una compleja estructura formada por tres niveles distintos: el primero cuadrangular, el segundo octogonal y el tercero cilíndrico. La estructura alcanzaba los ciento veinte metros de altura y su cúspide estaba coronada por una estatua de Poseidón, el dios griego del mar. Dentro del faro había un fuego cuya luz podía ser proyectada fuera mediante enormes espejos, lo que hacía posible que pudiera ser vista a más de treinta kilómetros de distancia.

En la actualidad, es relativamente poco lo que se conoce del faro en los siglos que siguieron al periodo de dominación romana. No obstante, se sabe a ciencia cierta que fue víctima de varios terremotos y que, en el año 1477, sus restos fueron transformados en una fortaleza por orden del sultán Qait Bey. Asimismo, hemos de tener en consideración que la reducción de la costa provocó que más de una construcción desapareciera bajo el nivel del mar.

La influencia del faro de Alejandría continuó incluso después de su destrucción y, de hecho, el término «faro» fue adoptado por numerosos idiomas. Más aún, su forma se convirtió muy probablemente en el patrón de otros faros, minaretes y campanarios de todas las épocas. En la imagen, reverso de una moneda romana con la imagen del faro de Alejandría.

EL SERAPEION

Como se indicó en el capítulo anterior, los Ptolomeos establecieron un culto nacional hermanando creencias griegas y egipcias y levantaron en el suroeste de la ciudad un templo a Serapis, la divinidad oficial. Las excavaciones arqueológicas efectuadas en 1945 sacaron a la luz unas placas de mármol con el nombre de Ptolomeo III, lo que permite poder barajar la hipótesis de que dicho rey levantó, sobre el templo construido en tiempos de Ptolomeo I, uno mayor. Lo que sí es posible afirmar es que Ptolomeo III fue el responsable de construir en el Serapeion una biblioteca que funcionó como auxiliar de la gran biblioteca de Alejandría. Sobre el templo que construyó Ptolomeo III, en tiempos del emperador Claudio (41-54) se erigió uno fastuoso al que Amiano Marcelino (330-400) consideró una de las Maravillas del Mundo.

Entre los muchos templos que existieron en Alejandría, uno de los más significativos fue el Serapeion, un espléndido santuario construido sobre una colina y cubierto con un tejado dorado. En la imagen, reverso de una moneda egipcia del siglo I a. C. con la imagen del Serapeion de Alejandría.

El templo mantuvo su actividad durante siglos y fue muy frecuentado por todo tipo de peregrinos, hasta que en el año 391 el patriarca cristiano de Alejandría, Teófilo, arrasó el edificio en su deseo de acabar con los cultos paganos.

EL CAESAREION

Dedicado al emperador Augusto (27 a. C.-14 d. C.), el primer emperador de Roma, la construcción del templo comenzó realmente en tiempos de Cleopatra VII. Su entrada estaba flanqueada por dos grandes obeliscos que fueron transportados desde Heliópolis y desmontados a fines del siglo XIX —en la actualidad, el primero puede encontrarse a orillas del río Támesis en Londres, y el segundo en Central Park, Nueva York.

Con el emperador Constantino (306-337) el Caesareion se transformó en una iglesia dedicada a la figura de san Miguel, y desde mediados del siglo IV se convirtió en la sede oficial del patriarca de Alejandría.

LA TUMBA DE ALEJANDRO MAGNO

La información disponible sobre la tumba de Alejandro Magno es realmente escasa —Estrabón nos informa de que los restos del rey macedonio se guardaron originariamente en un sarcófago de oro que Ptolomeo XI sustituyó por uno de alabastro—. Conocida también como «Sema», en la actualidad no se conservan los restos de la tumba, complejo que fue visitado por los emperadores romanos Augusto, Calígula, Septimio Severo y Caracalla, y que les sirvió como modelo a partir del cual construyeron sus propios mausoleos. Al igual que otras muchas construcciones del Egipto ptolemaico, la tumba de Alejandro Magno estuvo sujeta a múltiples saqueos hasta que finalmente acabó por desaparecer a fines del siglo IV.

EL MUSEO Y LA BIBLIOTECA

El reinado de Alejandro Magno y la fundación de Alejandría no sólo trajeron consigo la profunda transformación del mundo griego sino también la de toda la civilización mediterránea, que asumió la impronta helenística. Fueron tres las circunstancias que concurrieron a la grandeza y fama de Alejandría: se convirtió en la nueva capital de un próspero reino, contó con el complejo portuario más importante de la época y fue el centro intelectual del mundo griego, a lo que contribuyeron indiscutiblemente su museo y su biblioteca.

La creación del museo y de la biblioteca se fundamentó no sólo en motivos puramente idealistas, sino también en la conveniencia política: era uno de los instrumentos más poderosos para la helenización, lo que justificaba el hecho de que la literatura egipcia no estuviese presente. La práctica totalidad de sus fondos estaban escritos en griego y la mayoría de los autores en ella representados eran igualmente griegos —los autores que escribían en otras lenguas se traducían al griego.

En la actualidad, los restos más significativos de la Alejandría ptolemaica se pueden encontrar en el complejo de Kom ed-Dik, una pequeña colina en el centro de la ciudad donde se pensaba erróneamente que se encontraba la tumba de Alejandro Magno. En la imagen, la colina de Kom ed-Dik.

El museo, templo consagrado a las Musas, las diosas de las artes y de las ciencias, fue en realidad un centro de investigaciones científicas que sirvió de lugar de encuentro a los más importantes filósofos, científicos, poetas y estudiosos del momento —los sabios recibían subsidios del soberano para poder dedicarse enteramente a las investigaciones—. No existe ninguna fuente que permita asegurar si el fundador del museo fue Ptolomeo I o su hijo, Ptolomeo II, pero todos los indicios permiten afirmar que el primero fue el creador y el segundo el que culminó la obra. Según la descripción de Estrabón, el museo contaba, entre otras dependencias, con un pórtico para pasear, un comedor y una exedra, es decir, una construcción descubierta de planta semicircular rodeada de bancos adosados a las paredes donde se realizaban las lecturas públicas.

Entre los sabios que frecuentaron el Museo destacaron personajes tan ilustres como el filósofo Herófilo de Calcedonia (340-300 a. C.), el matemático y físico Arquímedes (287-212 a. C.), Aristarco de Samos (310-230 a. C.), defensor de la visión heliocéntrica del Universo, Hiparco de Nicea (190-120 a. C.), defensor de la visión geocéntrica del Universo, Eratóstenes (276-194 a. C.), que calculó la circunferencia terrestre con un margen de error inferior al 1 %, el matemático Apolonio de Pérgamo (262-190 a. C.), el ingeniero Herón de Alejandría (10-70), el geógrafo y matemático Claudio Ptolomeo (100-170), o el médico Galeno (130-200).

Con respecto a la biblioteca, los textos clásicos establecen su fundación alrededor del año 295 a. C., si bien el testimonio más antiguo es del siglo II a. C. y está recogido en la «Carta de Aristeas a Filócrates», escrita por un judío, en la que ofrece una explicación de la primera traducción de la Torá.

Manetón, un sacerdote egipcio encargado de la administración del museo y que vivió durante los reinados de Ptolomeo I y de Ptolomeo II, es una figura cuyo trabajo es de vital importancia para los egiptólogos, ya que, basándose en los archivos secretos de los sacerdotes egipcios, compuso una obra en tres volúmenes sobre la historia del Egipto faraónico. Agrupó a los antiguos soberanos egipcios en treinta dinastías, e incluso recogió una XXXI dinastía que incluía a los últimos reyes persas y al propio Alejandro Magno.

La biblioteca de Alejandría presentó una amplísima colección bibliográfica. El autor de la «Carta de Aristeas a Filócrates» indica que a comienzos del siglo III a. C. contaba con más de doscientos mil volúmenes. Por su parte, Tzetzes, erudito bizantino del siglo XII, afirma que albergaba más de medio millón de rollos. Aulo Gelio, autor del siglo II, en su obra Noches áticas da la cifra de setecientos mil volúmenes en el momento de la ocupación de Alejandría por Julio César —es probable que estas cifras sean exageradas—.

Hay que tener presente que cuando los textos clásicos hablan de volúmenes no se refieren a una obra completa sino al rollo en sí, pues una obra podía ocupar un número bastante considerable de rollos.

En lo que se refiere a la adquisición de las obras, estas se solían conseguir por medio de la donación o de la compra. No obstante, Galeno nos informa de la confiscación que en el puerto de Alejandría se hacía sobre los libros que había en los barcos que atracaban en él. Asimismo, fue tanta la demanda de libros y tan altos sus precios, sobre todo a partir del siglo I a. C., que fueron muy comunes las falsificaciones de las obras difíciles de conseguir.

La biblioteca de Alejandría estuvo dirigida en todo momento por hombres insignes que al mismo tiempo ejercieron como profesores de los hijos de la nobleza.

En la biblioteca surgió la idea de la selección bibliográfica como consecuencia del aumento considerable de sus fondos. Los autores que figuraban en los repertorios bibliográficos fueron llamados en griego eklektoi y en latín classici. En este sentido, Calímaco de Cirene fue el responsable en el siglo III a. C. de la más importante innovación bibliotecaria con el perfeccionamiento de un sistema para clasificar todos los documentos. La organización de los fondos se fundamentaba en la división de los autores griegos y latinos entre las categorías de prosa y poesía: dentro de la poesía se incluía a los poetas dramáticos, los de comedia, los líricos y los épicos; en la prosa se encontrarían los filósofos, los oradores e historiadores. Las tablas de autores se organizaban por orden alfabético y contaban con una pequeña biografía y la lista de las obras igualmente alfabética. Los volúmenes se colocaban en estanterías o armarios de madera en posición horizontal y con un tejuelo que permitiese conocer al autor y la obra. Cada armario tendría designado un número y ese número situado en el catálogo junto a cada título indicaba su exacta localización.

Julio César y Marco Antonio estuvieron muy ligados al destino de la biblioteca de Alejandría. A Julio César se le atribuye el incendio de la biblioteca y la desaparición de la mayoría de sus fondos durante la Guerra de Alejandría de los años 48-47 a. C. Durante el ataque egipcio del general Aquilas, Julio César ordenó quemar unos barcos que había en el puerto para evitar que cayeran en manos de los egipcios. El incendio pudo alcanzar algunas instalaciones de tierra quemando una gran cantidad de rollos depositados en el puerto e incluso haberse extendido a la biblioteca. En su Guerra Civil, Julio César informa del incendio de los barcos sin mencionar la biblioteca. Cicerón, contemporáneo a los hechos, no hace ningún comentario al incendio de la biblioteca, hecho que de ser cierto le hubiese impresionado lo suficiente como para dejar testimonio escrito. Por su parte, Estrabón no hace tampoco ninguna referencia a ello y Lucano, en la Farsalia, realiza una detallada descripción del incendio que saltó de los barcos a los edificios colindantes sin decir nada de la biblioteca.

La primera noticia del incendio de la biblioteca de Alejandría aparece en la obra de Plutarco Vida de Julio César: «el fuego se propagó de las naves a la célebre biblioteca y la consumió»; Séneca recoge en De tranquillitate animi una cita sobre el incendio de los libros como consecuencia de la acción militar del ejército cesariano: «cuarenta mil libros ardieron en Alejandría»; Dion Casio (155-229), en Historia de Roma, describe la contienda entre el general egipcio Aquilas y Julio César confirmando el incendio de los almacenes de grano y multitud de libros; Amiano Marcelino, en Historia romana, informa de que setenta mil volúmenes almacenados en el Serapeion se quemaron en tiempos de Julio César; Orosio, por su parte, afirma en Historia adversus paganos que ardieron más de cuarenta mil libros.

En lo que afecta a Marco Antonio, en Vida de Marco Antonio Plutarco afirma que el general romano regaló a Cleopatra más de doscientos mil volúmenes procedentes de la biblioteca de Pérgamo para compensarla por la pérdida de las obras que había sufrido la biblioteca de Alejandría en tiempos de Julio César.

El nacimiento de Constantinopla en el 330 como capital del Imperio romano de Oriente colocó a Alejandría en un segundo plano dentro del mundo helenístico, y el reconocimiento del cristianismo por Constantino trajo consigo la progresiva decadencia del museo y de la biblioteca.

En 1974 se gestó la idea de crear una gran biblioteca que funcionase como centro aglutinador y difusor de la cultura de los países mediterráneos y del Próximo Oriente. El proyecto tuvo una formidable acogida y en 1986 fue expuesto al director general de la UNESCO, Amadou-Mahtar M’Bow, al que se le solicitó ayuda internacional. Finalmente, la nueva biblioteca de Alejandría fue inaugurada a finales del 2002 en el emplazamiento donde supuestamente se encontraba la original. En la imagen, complejo de la nueva biblioteca de Alejandría.

El cierre del museo y de la biblioteca se produjo muy probablemente durante el reinado de Teodosio. La destrucción total se ha atribuido a los árabes pero ello no deja de tener mucho de leyenda, pues un gran volumen de obras clásicas nos ha llegado a través de ellos.

Por consiguiente, las verdaderas razones de la desaparición tanto del museo como de la biblioteca fueron varias: las guerras, las invasiones, los saqueos, el fanatismo religioso, la degradación del papiro, la dispersión de los fondos y, sobre todo, la inactividad y la desidia.

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