Breve historia de Cleopatra

Breve historia de Cleopatra


3. CLEOPATRA VII » Ptolomeo XII Auletes

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A mediados del siglo I a. C., el Egipto en el que vivió Cleopatra se encontraba lejos de ser el poderoso y culto reino fundado en el 305 a. C. por Ptolomeo I, pues el país regado por el Nilo habría de convertirse en un simple estado satélite de Roma.

PTOLOMEO XII AULETES

Bruscamente elevado al trono con motivo de una tragedia palaciega, Ptolomeo XII (112-51 a. C.) no era más que un bastardo que carecía de la formación necesaria para poder afrontar el poder. Frente a las dificultades que poco a poco destrozaban el país, Ptolomeo XII mostraba una gran despreocupación y tan sólo ofrecía como solución la práctica intensa de medidas corruptas. Si algo caracterizó a este rey por encima de sus antecesores, fue que llevó más lejos que ningún otro su culto personal proclamándose «dios Neo-Dioniso», lo que le valió el ridículo apodo de «Auletes», es decir, ‘flautista’, pues, según relatan los autores clásicos, el padre de Cleopatra era muy conocido por su afición a las fiestas y los banquetes en los que con frecuencia se emborrachaba y exhibía rodeado de bailarinas representando el papel de músico.

Estrabón, geógrafo e historiador griego de los siglos I a. C.—I d. C., apuntó que además de sus otros excesos, Ptolomeo XII añadía el de profesar por la flauta una verdadera pasión, mostrándose tan orgulloso de su talento de virtuoso musical que no sentía vergüenza en celebrar en su palacio concursos de música y participar en ellos para disputar los premios a los otros concursantes. En la imagen, reconstrucción de un aulós u oboe doble.

Dado que no debía el poder más que a la voluntad de la plebe urbana de Alejandría, Ptolomeo XII buscó interesadamente un apoyo exterior con el propósito de fundamentar su legitimidad en el mismo. Este soporte sólo lo encontraría en el poderío de Roma. En el año 88 a. C., su tío Ptolomeo Alejandro, en una última intentona de cerrarle el camino de regreso a su hermano Ptolomeo IX, había legado el reino de Egipto a Roma. Nadie pensó en aquel momento en la posibilidad de que dicho testamento se cumpliera, pues Roma estaba obsesionada con los conflictos internos y la amenaza representada por Mitrídates VI el Grande, rey del Ponto. Ocho años más tarde, esta se había disipado considerablemente y Lucio Cornelio Sila gobernaba Roma en solitario en calidad de dictador. Se daban, por consiguiente, todas las condiciones necesarias para que la llegada de un nuevo rey a Alejandría suscitara un repentino interés por el testamento de Ptolomeo Alejandro.

Durante años, Ptolomeo XII colmó de cuantiosas recompensas a todo aquel que pudiera contribuir a su reconocimiento oficial. En este sentido, sus costosos esfuerzos no se vieron finalmente recompensados hasta el año 59 a. C., cuando los cónsules en ejercicio, Cneo Pompeyo y Julio César, lograron convencer, previo soborno por parte de Ptolomeo XII, a los senadores de que se le concediera el título de «amigo y aliado de Roma». Pese a todo, para compensar los deseos de los partidarios de la adhesión, Roma decidió aprobar la anexión de la isla de Chipre. En este sentido, la pasividad y la desidia con la que Ptolomeo XII aceptó el expolio territorial de su hermano, indignó sobremanera al pueblo de Alejandría, que terminó por sublevarse en el 58 a. C.

Hasta que Cneo Pompeyo y Julio César mostrasen al mundo sus facultades, Aulo Gabinio fue una de las más importantes personalidades de la República romana. En la imagen, tetradracma de Aulo Gabinio.

Como consecuencia de la sublevación, Ptolomeo XII salió precipitadamente de la ciudad y los alejandrinos colocaron en el poder a su primogénita, Berenice IV (76-55 a. C.), y enviaron a Roma una delegación para que el Senado arbitrase en el conflicto que enfrentaba a padre e hija. Ptolomeo XII, desesperado, buscó refugio en Éfeso, en Asia Menor. Cleopatra, que por entonces tenía diez años —las fuentes clásicas señalan que nació en Alejandría en el 69 a. C.—, se encontraba en la capital del reino donde gobernaba su hermanastra.

Con este panorama, Roma decidió intervenir militarmente en el asunto. Un ayudante de Cneo Pompeyo, Aulo Gabinio, gobernador de Siria, marchó sobre Egipto al frente de un poderoso ejército.

Tras diversos intentos fallidos, a comienzos del 55 a. C. Ptolomeo XII logró comprar la voluntad de Aulo Gabinio para que le restableciera en el trono por la fuerza de las armas. De este modo, Aulo Gabinio marchó sobre Egipto al frente de un poderoso ejército con el que logró tomar las ciudades de Pelusio y de Alejandría y dar muerte a Arquelao, el marido de Berenice IV. De esta manera, Ptolomeo XII logró entrar victorioso en la capital egipcia ordenando asesinar a su hija mayor.

Restablecido Ptolomeo XII en el trono, Aulo Gabinio abandonó Egipto, si bien tomó la precaución de dejar en Alejandría una guarnición militar integrada fundamentalmente por mercenarios romanos y galos. Además, Rabirio, uno de los más importantes acreedores del rey, pasaría a ejercer el título de dioicetes de Egipto, es decir, ministro de Hacienda, con el propósito de que pudiera cobrarse las deudas de Ptolomeo XII acudiendo directamente a la fuente de los ingresos reales, o lo que es lo mismo, a costa del pueblo egipcio.

Con apenas dieciocho años recién cumplidos, Cleopatra VII fue testigo de todas las atrocidades que acompañaron a la restauración de su padre en el poder: el asesinato de su hermana mayor, los excesos y los abusos de las legiones de Aulo Gabinio o las represalias que se tomaron sobre todos aquellos que no se mostraban lo suficientemente entusiasmados por el regreso de Ptolomeo XII.

Durante el reinado de Auletes imperó el descontento del pueblo egipcio como consecuencia del aumento desproporcionado de los impuestos, muchos de los cuales se habían fijado para garantizar al rey el dinero necesario para mantenerlo en el trono.

En el Egipto ptolemaico los funcionarios administraban el reino siguiendo una estructura piramidal. En la cúspide de esta jerarquía se encontraba el dioicetes, supervisor de la recaudación de los impuestos que afluían a las arcas o a los graneros reales. En la imagen, estatua de Panemerit, gobernador de Tanis, época ptolemaica tardía. Museo del Louvre, París.

Una de las últimas medidas que adoptó Ptolomeo XII fue eliminar a Rabirio. El 22 de marzo del 51 a. C., Ptolomeo XII murió a consecuencia de una grave enfermedad, lo que agudizó considerablemente la cuestión sucesoria. La noticia de su muerte no llegaría a Roma hasta el verano de ese mismo año.

LA FORMACIÓN DE CLEOPATRA VII

Como norma general, los niños encuentran poco espacio en la documentación histórica y por tanto son muy pocos los datos que manejamos con claridad acerca de la niñez y adolescencia de Cleopatra VII y la relación que esta mantuvo con su padre. Criada junto a los demás infantes en la biblioteca y en el museo de Alejandría, tuvo a su disposición una serie de cultivados maestros que se encargaron de su formación.

El sexismo de la tradición helénica en la enseñanza condenaba a las niñas a la ignorancia, pues tan sólo los varones tenían acceso al gimnasio y por ende a la formación.

El programa pedagógico era muy amplio y los Ptolomeos favorecieron la creación de una red de escuelas primarias y secundarias en las que se instruía a la élite griega destinada a ejercer el poder sobre las masas indígenas. En tiempos de Cleopatra, la enseñanza que se impartía en estas escuelas concedía una gran importancia a las disciplinas literarias. Por lo tanto, Cleopatra leyó, copió y estudió con toda seguridad las epopeyas de Homero, las obras de Hesíodo y de Píndaro, las tragedias de Eurípides, las comedias de Menandro y las Historias de Heródoto y de Tucídides. Asimismo, la reina aprendería el arte de la retórica en los discursos de Demóstenes, al igual que seguiría varios cursos de aritmética, geometría, astronomía y medicina.

Los soberanos eruditos eran la norma en los tiempos helenísticos. En este sentido, un importante modelo político y cultural para Cleopatra VII fue Mitrídates VI el Grande (132-63 a. C.), rey del Ponto, con quien compartió su propósito de frenar el expansionismo romano. En la imagen, busto marmóreo del siglo I a. C. de Mitrídates VI. Museo del Louvre, París.

El gran potencial intelectual de Cleopatra quedó manifiesto a lo largo de toda su vida. Como se ha señalado ya, fue una mujer particularmente dotada para las lenguas extranjeras cuando el aprendizaje de estas apenas figuraba en el programa de la educación helénica; dominaba el etíope, el troglodita, el hebreo, el árabe, el sirio, el medo, el parto, el egipcio y el griego, y tenía conocimientos notables del latín. Es sumamente significativo el hecho de que ningún Ptolomeo se dignara a aprender la lengua autóctona de la mayoría de sus súbditos, el egipcio demótico, por lo que Cleopatra se nos presenta como un caso realmente excepcional en el seno de su dinastía —se ha considerado incluso que su conocimiento del egipcio podría deberse al supuesto origen de su madre, que si no fue Cleopatra Trifene, habría podido pertenecer a la familia de los sumos sacerdotes de Menfis—. A muy temprana edad, predispuso a su alrededor a los mejores eruditos del momento, como Estrabón de Amasia o Nicolás de Damasco, y su curiosidad mental, su gusto por la reflexión y su inteligencia estuvieron siempre acompañados de un gran sentido del humor, que en ocasiones rompía los límites de la insolencia.

En tiempos de Cleopatra VII, Alejandría era un importante centro de estudios médicos y farmacológicos. A la reina se le atribuye la autoría de un tratado con ocho prescripciones para curar la alopecia y otros remedios contra la caída del cabello y la caspa. En la imagen, pintura egipcia en la que se representa el nenúfar, uno de los ingredientes favoritos en los baños de Cleopatra VII que, además, y junto con el coriandro, se utilizaba para bajar la fiebre..

Es necesario señalar, asimismo, otro aspecto importante de su formación que hizo de ella una reina sin parangón: la experiencia directa que pudo adquirir mediante la observación de las costumbres de la corte y de las intrigas políticas que marcaron el final del reinado de su padre.

LOS PRIMEROS AÑOS DE CLEOPATRA VII EN EL PODER

En realidad, el principal peligro para el mantenimiento de la paz y la concordia del país estaba representado por los desacuerdos entre los herederos. Ptolomeo XII, una vez eliminada Berenice IV, tenía todavía cuatro hijos, dos de ellos mujeres. Antes de morir tuvo la necesidad de diseñar una monarquía colegiada que garantizara la unidad y el orden, modelo que ya contaba con precedentes, pero cuya aplicación práctica había demostrado ser una fórmula quebrantable.

En el testamento que Ptolomeo XII decidió depositar en el Senado de Roma para confirmar su buen cumplimiento se determinaba finalmente que compartieran el trono el mayor de sus hijos, Ptolomeo XIII, un niño de apenas diez años, y la mayor de sus hijas, Cleopatra VII, de dieciocho. El Senado de Roma le confió el testamento a Cneo Pompeyo, quien en esos años dominaba Roma prácticamente en solitario y estaba considerado el protector oficioso de la dinastía; pero, ¿garantizaba ello suficientemente su cumplimiento?

El matrimonio que, según la tradición, Cleopatra contrajo con su hermano Ptolomeo XIII, le dejó entera libertad para poder gobernar el país a su modo dejando fuera de todas las decisiones a su hermano. Se convirtió, entonces, en Cleopatra VII Filopátor (‘la que ama a su padre’), «señora de las dos tierras», reina del Alto y del Bajo Egipto.

En agosto del 51 a. C., recurriendo a una serie de maniobras autoritarias pero a la vez inteligentes, Cleopatra se libró de la corregencia de su hermano, hecho que quedó constatado en la datación de los documentos en los que a partir de entonces sólo aparecía el nombre de la reina y no el de Ptolomeo XIII. Los inmensos poderes del faraón se concentraban ahora en sus manos: ella era la ley viviente, responsable del orden y de la prosperidad, propietaria de sus súbditos y de su territorio, auténtica divinidad coronada a la que rendían un culto real tanto los sacerdotes egipcios como el clero griego.

Como sus antecesores, Cleopatra iba a gobernar mediante edictos, decretos e instrucciones, ayudada por un personal especializado compuesto de cortesanos, amigos y parientes. Asistida por el dioicetes, supervisaba la actuación de los funcionarios y los estrategas griegos que se encontraban al frente de las circunscripciones territoriales. Pero al igual que todo faraón, tenía que ser accesible al pueblo, recibir directamente las súplicas y las peticiones o administrar justicia personalmente. Cleopatra dio muy pronto claras muestras de su genio político adoptando rápidamente las medidas que consideró más oportunas. Así pues, devaluó la moneda en un tercio con el propósito de facilitar las exportaciones, lanzó un programa de empréstitos obligatorios e inauguró una nueva política religiosa con el objeto de ganar la voluntad de la casta sacerdotal poseedora de buena parte de las tierras.

Pero las competencias que tenía que asumir Cleopatra se hicieron progresivamente más complicadas: la burocracia paralizaba el país, los campesinos, castigados por las graves hambrunas de los años 50-49 a. C., se rebelaban y pasaban a engrosar las bandas de forajidos que asolaban los campos y la moneda egipcia estaba considerablemente debilitada. Por ende, el país dependía cada vez más de Roma.

El 15 de marzo del 49 a. C., en dos contratos privados se seguía reconociendo como soberanos al «rey Ptolomeo y a la reina Cleopatra, los dioses que aman a su padre». Unos meses más tarde, hacia finales de octubre, el Senado de Roma, que se había posicionado a favor de Cneo Pompeyo, otorgaba oficialmente a Ptolomeo XIII el título de «amigo y aliado de Roma». Además, se le confiaba a Pompeyo la tutela del joven monarca. Ni la más mínima alusión a Cleopatra. ¿Qué había sido de ella?

Las tensas relaciones entre Cleopatra y Ptolomeo XIII, alentadas por la enemistad de los consejeros del joven rey con la reina, además de las aspiraciones al trono de su hermana menor Arsínoe, concluyeron en varios enfrentamientos armados —los consejeros de Ptolomeo XIII no tenían intención de permitir a Pompeyo convertir Egipto en base de sus operaciones durante la guerra que enfrentaría a pompeyanos y cesarianos (49-45 a. C.)—. A comienzos del año 48 a. C., las convulsiones imperantes en Alejandría obligaron a Cleopatra a tener que huir de la capital y refugiarse entre las tribus árabes, en la frontera oriental del reino, en las proximidades de Siria. De esta manera, y sin buscar apoyos exteriores, emprendería la conquista de su reino. Al frente de un ejército de mercenarios, marchó rápidamente sobre Alejandría, pero fue detenida en el promontorio de Casio, cerca de Pelusio, por las tropas de Ptolomeo XIII, que eran comandadas por sus tres regentes: el eunuco Potino, el soldado Aquilas y el retórico Teodoto. Los dos ejércitos se habrían enfrentado encarnizadamente si no hubiese tenido lugar un imprevisto: la llegada el 28 de septiembre del 48 a. C. de Cneo Pompeyo, a quien las tropas de Julio César acababan de infligir en el mes de agosto una derrota brutal en la ciudad tesalia de Farsalia, en Grecia.

El primer evento documentado del reinado de Cleopatra VII se remonta al 22 de marzo del 51 a. C., cuando la reina se trasladó a Hermontis, una localidad situada al sur de Tebas, para consagrar un nuevo toro Buchis, el intermediario terrestre del dios Montu. En la imagen, estela de Ptolomeo V realizada en honor del toro Buchis. Museo de El Cairo, Egipto.

El derrotado Cneo Pompeyo, que erraba desde hacía cuarenta días por el Mediterráneo, decidió finalmente solicitar la hospitalidad de los hijos de Auletes al haber ayudado antaño a Ptolomeo XII a ocupar el trono de Egipto. Empero, cometió un error irreversible, pues no tuvo en consideración los planes de Ptolomeo XIII y de sus consejeros. Tras haber sopesado las ventajas y los inconvenientes con que tendrían que enfrentarse, los consejeros del rey dedujeron que Julio César llegaría tras él acompañado de varias legiones. Por consiguiente, juzgaron que lo más oportuno era acabar con la vida de Pompeyo con el propósito de evitar una guerra civil si lo acogían.

El escenario fundamental de contacto directo entre Cneo Pompeyo y Julio César fue, como muestra el mapa, el Mediterráneo oriental, pues en realidad en occidente el dictador tuvo que lidiar contra los legados y los hijos del primero.

Al llegar a Pelusio, inmediatamente después de desembarcar de la pequeña nave que lo transportaba, Pompeyo murió asesinado por Lucio Septimio, un centurión romano que había luchado a sus órdenes años atrás contra los piratas cilicios. Su cuerpo decapitado fue entregado a Filipo, uno de sus libertos, al que se le sumó también Servilio Codro. Ambos lo incineraron entregando las cenizas a la esposa del difunto, Cornelia, quien las hizo sepultar en Egipto, donde posteriormente se levantaría en el lugar de su muerte un pequeño monumento.

Pocos días después, el 2 de octubre, Julio César llegó a las proximidades de Alejandría. Todavía ignoraba cuál había sido la suerte de Pompeyo. Fue en este lugar adonde Teodoto le trajo, a modo de homenaje, la cabeza de Cneo Pompeyo y su anillo. Las fuentes afirman que Julio César lloró a la vista de tan fúnebres testimonios. Poco después, entró oficialmente en Alejandría. El destino de Cleopatra se encontraba a partir de ese momento en sus manos.

Una de las pocas huellas romanas conservadas en Alejandría es el pilar granítico de veinticinco metros de altura que Julio César ordenó levantar para homenajear a su adversario. Situada en las proximidades del antiguo Serapeo, la columna de Pompeyo, en la imagen, debe su nombre a los caballeros cruzados que consideraron que esta indicaba el lugar donde habían sido enterradas las cenizas de Cneo Pompeyo.

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