Breve historia de Cleopatra

Breve historia de Cleopatra


4. JULIO CÉSAR Y CLEOPATRA » El encuentro

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EL ENCUENTRO

Desde los inicios de su ambiciosa carrera, Julio César buscó en todo momento fuentes de financiación, pues en realidad el dinero era un instrumento indispensable con el que poder asegurar tanto la lealtad de las legiones como el favor de los aliados y de los apoyos políticos. Así pues, y tras obtener la victoria en la batalla naval de Farsalia en agosto del 48 a. C., marchó a Alejandría no sólo con el propósito de capturar a su máximo enemigo durante la guerra civil, sino también para reclamar el reembolso de los créditos que el banquero Rabirio Póstumo había concedido a Ptolomeo XII durante su exilio en Roma, créditos que superaban ya la cuantiosa cifra de diecisiete talentos. En este sentido, Egipto era un reino tan rico, y tan grandes eran las posibilidades de poder que se le ofrecían a quien lo controlara, que Julio César veía necesario convertirse en dueño y señor del país por todos los medios.

Como se indicó en el capítulo anterior, Julio César llegó a Alejandría el 2 de octubre del 48 a. C. Acompañado por dos legiones, el general se instaló en el palacio real, lugar en el que recibió la cabeza y el anillo de Pompeyo. No está muy claro si Julio César heredó del picentino las obligaciones hacia la dinastía ptolemaica, pero lo que sí es cierto es que estaba implicado desde hacía tiempo en las cuestiones egipcias, pues, de hecho, había sido uno de los máximos responsables en el reconocimiento de Ptolomeo XII como rey amigo y aliado de Roma.

La entrada de Cleopatra en el palacio real de Alejandría ha servido de pretexto para espectaculares y distorsionadas escenificaciones cinematográficas. Sin embargo, el encuentro no ha de ser interpretado como la unión del anciano con la reina del sexo como Hollywood ha querido transmitir. En la imagen, fotograma de la película Cleopatra de Joseph L. Mankiewicz (1963).

El alto número de herederos existentes a la muerte de Ptolomeo XII impidieron a Julio César convertir Egipto en una provincia romana como años antes había hecho Pompeyo con el reino seleúcida. Fue este uno de los motivos principales por los que consideró oportuno que Ptolomeo XIII y Cleopatra, quien en esos momentos se encontraba exiliada en Siria, pusieran fin en su presencia a sus respectivas divergencias. Por consiguiente, decidió imponer su arbitraje entre las dos partes en conflicto convocándolas en el palacio real de Alejandría el 7 de octubre del 48 a. C.

En esos momentos, Cleopatra se sentía incapaz de acudir a la capital del reino por el peligro que representaba el ejército de Aquilas en Pelusio y por las estrictas medidas de seguridad que había tomado Potino para mantener bajo su control los accesos a Alejandría tanto por tierra como por mar.

Cleopatra vio en Julio César el medio idóneo para recuperar y consolidar su poder en Egipto. Según la célebre narración de Plutarco, relato que ha servido de inspiración a numerosas recreaciones literarias, pictóricas y cinematográficas posteriores, Cleopatra, conociendo la debilidad del general romano por las mujeres, se hizo introducir clandestinamente en el palacio real de Alejandría envuelta en una alfombra o fardo de ropa que sería dejado a los pies de aquel a modo de regalo. Cleopatra, en aquel momento una joven de veintiún años, era una mujer experimentada en el arte de amar, en la seducción, y en el arte de la palabra, y aunque Julio César, entonces un hombre de cincuenta y dos años, se sintiese profundamente fascinado por ella, es más que probable que detrás de esta atracción existieran unos intereses políticos con los que poder ejercer una mayor influencia en Egipto. Y es que una alianza con esa mujer le podría garantizar el control del reino sin necesidad de tener que entablar un conflicto armado con los gastos económicos y personales que ello implicaba. No obstante, en esta relación el interés primordial de Cleopatra consistió en evitar por todos los medios que su reino cayese en manos de Roma, defendiendo la amistad existente como la única fórmula de preservar el control sobre el mismo.

Según los textos clásicos, Cleopatra permaneció toda la noche en el palacio real junto a Julio César, momento que aprovechó la joven para seducirlo. Una vez que Ptolomeo XIII hizo su entrada en el palacio real a la mañana siguiente y observó a su odiada hermana al lado del romano, el adolescente sufrió una violenta crisis nerviosa, tiró al suelo la diadema real que le ceñía la frente y salió del complejo real gritando repetidamente «traición». Aunque rápidamente cogieron a aquel muchacho furioso y lo devolvieron al recinto del palacio, la agitación de una multitud ya calentada por la propaganda que había impulsado Potino se convirtió entonces en un amotinamiento.

Únicamente la locuacidad de Julio César logró evitar lo peor al precio de unas vagas promesas que apaciguaron provisionalmente los exaltados ánimos. Ante la asamblea del pueblo y en presencia de los dos hermanos, Julio César leyó el testamento de Ptolomeo XII, insistiendo reiteradamente en el hecho de que este les había confiado a los romanos su buen cumplimiento.

Potino, que temía ser la primera víctima de la reconciliación entre los dos hermanos, puso en marcha unas medidas de guerra psicológica ordenando que entregaran a los soldados romanos trigo que se había echado a perder con el pretexto de que los graneros estaban vacíos, con lo que trataba de excitar por todos los medios el odio hacia los romanos. Cuando Ptolomeo XIII y el resto de la corte llegaron finalmente a palacio, tuvieron que conformarse con ser servidos, de manera ostensible, en vajillas de barro cocido, manera que tuvo Potino de insinuar que Julio César se había apoderado de todas las piezas elaboradas con metales preciosos. En la imagen, cuencos de bronce de época ptolemaica. Museo Egipcio de El Cairo.

Además de instituir la reconciliación entre Ptolomeo XIII y Cleopatra, por su autoridad personal devolvió la isla de Chipre estableciendo como soberanos de la misma a los hijos menores del difunto rey: Ptolomeo XIV y Arsínoe IV. Con la devolución de dicho territorio oficialmente anexionado diez años antes, Julio César pretendía acabar con el odio que desde entonces sentían hacia Roma. Sin embargo, fue este uno de los varios errores que cometió el general romano durante su estancia en Egipto, pues la concesión de la isla de Chipre fue interpretada en realidad como un acto de debilidad.

LA GUERRA DE ALEJANDRÍA

Cuando Julio César llegó a Alejandría el 2 de octubre del 48 a. C., en calidad de cónsul y no de general, en ningún momento imaginó verse inmerso en una guerra tan compleja hasta finales de marzo del 47 a. C. El propio general romano, relevado por uno de sus lugartenientes, nos dejaría un célebre y detallado relato del conflicto, el Bellum Alexandrinum.

Durante el transcurso del conflicto, Cleopatra se mantuvo prácticamente al margen del mismo y es muy probable que no abandonase el palacio real en ningún momento.

Fue una partida reñida entre el romano, atrincherado junto a la familia real en el barrio del palacio, y un enemigo que era muy superior en número y que además contaba con el apoyo activo de toda la población.

Como soberana legítima, los propósitos de Cleopatra pretendían continuar la línea política de su progenitor, contraria a los fines de los consejeros de su hermano-esposo. Julio César quería evitar que Egipto quedase en un plano de sumisión total respecto a Roma y para ello Cleopatra debía situarse como la responsable máxima del poder. Sin embargo, Potino se negó a cumplir estas disposiciones testamentarias al comprender que la posición de Ptolomeo XIII quedaba muy afectada en beneficio de su hermana mayor. De este modo, Potino ordenó entonces al ejército egipcio acaudillado por Aquilas que tomara cartas en el asunto. Así pues, con la ayuda de los alejandrinos, Aquilas logró que Julio César permaneciese cercado en la ciudad palatina de Alejandría, es decir, en el Bruquion.

En esta ocasión, los refuerzos de Julio César sólo podían proceder del exterior, para lo que resultaba de vital importancia mantener despejados los accesos al mar. Para ello, el 11 de noviembre tomó la decisión de incendiar todas las naves egipcias fondeadas en el puerto y en los astilleros, lo que afectó considerablemente a los edificios próximos como los depósitos de trigo y una parte importante de los archivos del puerto, confundidos siglos más tarde por Plutarco con la célebre Gran Biblioteca de Alejandría —es poco probable que todo el recinto bibliotecario ardiera en llamas ya que en época augustea fue frecuentado por importantes eruditos.

Julio César logró finalmente mantener custodiados en el palacio a Ptolomeo XIII y a su consejero Potino para utilizarlos como rehenes. Pero el eunuco, que seguía manteniendo contactos con Aquilas, intentó en varias ocasiones envenenar al dictador durante las fiestas que Cleopatra daba en su honor. Julio César, informado de las intenciones de Potino, mandó ejecutarlo por intento de asesinato, lo que despertó una gran indignación entre los alejandrinos. Asimismo, la huida del palacio de Arsínoe y de su preceptor Ganímedes, quien provocó la sequía en Alejandría, levantó nuevos desórdenes. Paralelamente, comenzaron a salir a la luz diferencias internas y a surgir maquinaciones al sustituir Ganímedes a Aquilas tras su ejecución en el mando del ejército de la rebelión egipcia. Ante tales circunstancias, Julio César procedió a liberar a Ptolomeo XIII, lo que redujo considerablemente la influencia de Arsínoe y de Ganímedes.

Julio César logró finalmente sofocar la rebelión egipcia y levantar el bloqueo gracias al apoyo de Mitrídates Pergameno, un aventurero aliado de Roma, y del destacamento de mil quinientos judíos al mando de Antípatro, ministro del sumo sacerdote de Jerusalén y padre del futuro rey Herodes. Estas tropas, tras conquistar Pelusio, soslayaron el delta del Nilo y se dirigieron a Alejandría.

Los enfrentamientos decisivos entre los dos bandos tendrían lugar en el brazo Canópico del Nilo, en enero del 47 a. C. En sus inicios, Julio César sufrió graves pérdidas, pero finalmente acabó imponiéndose al ejército egipcio gracias a la efectividad del contingente judío en la conocida como batalla del «Campo de los judíos», librada el 15 de marzo de aquel año.

Julio César recordó en varias ocasiones cómo el contingente judío logró salvarle la vida en la batalla del Campo de los judíos el 15 de marzo del 47 a. C. Tal fue la gratitud que demostró a la comunidad judía, tan gravemente afectada por Pompeyo, que ordenó la mejora de su condición sociojurídica y la reconstrucción de las murallas de Jerusalén. El templo de Jerusalén, en la imagen, fue el lugar elegido para custodiar el Senatusconsultum por el que el Senado de Roma otorgó a Antípatro el control político y religioso de Judea, convirtiendo a la comunidad judía en amiga y aliada de Roma.

Durante la derrota de los suyos, Ptolomeo XIII, viendo que nada podía hacer ante la inutilidad de sus ejércitos, murió ahogado al verse entorpecido por su armadura mientras intentaba atravesar el río en una embarcación demasiado pesada. Julio César ordenó que buscaran el cadáver para evitar cualquier rumor de que había sobrevivido. Pero su cuerpo jamás apareció, y lo único que se encontró fue la armadura dorada que Ptolomeo llevaba durante la batalla y que se exhibió a modo de trofeo ante el pueblo de Alejandría. Conocida la noticia, Alejandría terminó por capitular el 27 de marzo del 47 a. C.

Para Cleopatra, la consecuencia más inmediata de la guerra alejandrina fue la eliminación de la mayor parte de los aspirantes al trono.

Con la victoria en sus manos, Julio César podría haber proclamado entonces la anexión de Egipto, pero tal medida habría traído consigo más inconvenientes que ventajas ya que el general romano era consciente de que un gobernador provincial belicoso podría hacer de Egipto la base de su poder. Así pues, organizó de nuevo el país respetando, no obstante, las disposiciones del testamento de Ptolomeo XII. De esta manera, entregó la corona de Egipto a Cleopatra y a su hermano menor Ptolomeo XIV, un niño de apenas doce años —esta asociación era puramente formal, pues Cleopatra, al gozar completamente del apoyo de Julio César, ejercía el poder efectivo en solitario, lo que en adelante quedaría reflejado en el protocolo de la monarquía, en el que ella quedaba situada por delante de su hermano—, desterró a Arsínoe a Roma, donde sería mostrada como prisionera en la celebración de sus cuatro triunfos, y estacionó tres legiones en Egipto con el propósito de garantizar de esta manera el buen gobierno de los nuevos reyes.

En esta pintura, Pietro da Cortona (1596-1669) representó a Julio César según el modelo tradicional, con la cabeza ceñida por una corona de laurel, vistiendo el manto púrpura de general y conduciendo al trono a Cleopatra ante la indignación de su hermana Arsínoe. Museo de Bellas Artes, Lyon.

La cercana relación personal entre el dictador y la faraona permitieron a Roma gobernar de facto el reino de Egipto. Al mismo tiempo, se concedió a Antípatro la dirección del reino de Judea, decisión que quedó ratificada mediante un senadoconsulto que convertía al pueblo judío en amigo y aliado del pueblo romano. Paralelamente, la comunidad judía de Alejandría fue recompensada por la nueva reina con la ciudadanía alejandrina en justo pago por sus servicios a favor de la causa que ahora era oficialmente la de Egipto.

La situación política interna y externa vigente en Roma obligó a Julio César a tener que abandonar Egipto, pues nuevos problemas exigían su atención: al amenazador reagrupamiento de los partidarios de la causa pompeyana en África se sumaban, además, en Asia Menor las empresas de conquista de Farnaces, rey del Bósforo, que resucitaban la pasada gloria de su padre Mitrídates. Por consiguiente, ¿tuvo Julio César el tiempo suficiente como para poder disfrutar de un crucero por el Nilo acompañado de Cleopatra y escoltado por sus legiones, como pretenden casi dos siglos después Apiano y Suetonio? Lo que sí parece muy probable es que tanto el general romano como la reina de Egipto emprendieron una excursión triunfal hasta Menfis, la antigua capital del Egipto faraónico, con el propósito de que Julio César conociese en primera persona todo el reino y de que el país entero contemplara a la nueva soberana sostenida por el poderío de Roma. Una alianza con la reina legítima de Egipto le podría garantizar el control de dichas tierras sin tener que entablar un conflicto armado con el gasto económico que ello implicaba. Gracias a Cleopatra, Julio César recorrió Egipto y tomó conciencia de las enormes riquezas del país, de su cultura y de sus costumbres. No obstante, en esta relación el interés primordial de Cleopatra consistió en impedir que su reino se convirtiese en propiedad de Roma defendiendo la amistad existente como única manera de conservar el control del reino de Egipto.

Concluida la guerra de Alejandría, Julio César y Cleopatra recorrieron el Nilo acompañados por un cortejo formado por más de cuarenta naves. El viaje, objeto de discusión entre los historiadores del momento, no fue mencionado por la mayoría de las fuentes contemporáneas. Más que una escapada de enamorados, hay que interpretarlo como una gira en la que Julio César satisfizo sus intereses geográficos y Cleopatra sus intereses políticos. En la imagen, Warren William y Claudette Colbert en los papeles de Julio César y de Cleopatra en la Cleopatra dirigida por Cecil B. DeMille en 1934.

CLEOPATRA EN ROMA

Julio César consiguió sendas victoria en la batalla de Zela sobre Farnaces en agosto del 47 a. C. y sobre los pompeyanos en la batalla de Thapsos en abril del 46 a. C. En cuanto le fue posible llegar a Roma, en mayo del 46 a. C., y tras haberse librado de casi todos sus enemigos, llamó a la ciudad a los soberanos egipcios muy probablemente con el único fin de mantenerlos bajo su control.

Es muy posible que Cleopatra llegara a tiempo para asistir a la celebración de los cuatro triunfos que Julio César celebró en el verano del 46 a. C., ceremonia en la que con toda seguridad se sentiría confundida al presenciar a su hermana Arsínoe encadenada como una prisionera y expuesta a la curiosidad de la plebe romana. No obstante, Julio César, preocupado por su imagen personal, terminaría por poner en libertad a Arsínoe, que, al igual que su padre diez años antes, encontraría refugio en el templo de Artemisa en Éfeso, dentro de lo que hoy es Turquía. Teodoto, el tercer miembro del grupo de consejeros de Ptolomeo XIII, sería localizado años más tarde en Asia por Marco Bruto, quien acabaría con su vida tras someterlo a tortura.

En realidad, contamos con una información relativamente escasa sobre la estancia de Cleopatra en Roma. La reina de Egipto se alojaría en una amplia finca situada en la orilla derecha del Tíber, en las señoriales afueras de la ciudad, actualmente en las inmediaciones de la Villa Farnesina.

Cleopatra no salió de Roma en la ausencia del general romano durante las campañas militares que este protagonizó, razón por la que se sospecha que quedó afincada en Roma con el único fin de permanecer controlada y retenida. De este modo, se le impedía cualquier ofensiva imprevista. Por tanto, aunque la reina contase con la protección de Julio César, en realidad estaba supeditada a él.

El regreso de la autoridad egipcia a la isla de Chipre fue celebrado con una emisión de monedas de bronce en las que la reina fue representada, muy oportunamente, con su hijo en brazos.

El hijo que Cleopatra pudo tener con Julio César ha sido objeto de polémica desde la Antigüedad. El niño que esperaba la reina de Egipto durante el desarrollo de la guerra de Alejandría nació finalmente el 23 de junio del 47 a. C., por lo que la concepción habría tenido lugar, con toda probabilidad, poco después de que Julio César llegase a tierras egipcias. El niño recibió el nombre de Ptolomeo César, al que el pueblo de Alejandría pronto apodó «Cesarión», o lo que es lo mismo, ‘el pequeño César’. No obstante, en ningún momento Julio César reconoció oficialmente la paternidad del niño.

Paralelamente, se afirmó incluso que Julio César había preparado un decreto oficial que lo autorizaba a ser polígamo y, en consecuencia, a contraer matrimonio con Cleopatra, pero jamás se hizo público ningún texto similar. De hecho, todos esos rumores no estaban corroborados más que por un único gesto, si bien es cierto que bastante confuso: Julio César colocó una estatua dorada de Cleopatra representada como Isis en el templo de Venus Genetrix —todavía visible en el siglo III—, la divinidad antecesora de su propio linaje, que había fundado en el centro del nuevo foro, ofrecido de su propia fortuna personal al pueblo romano. Dedicar una estatua en un templo a un soberano o a un alto personaje era una práctica habitual en el Oriente helenístico, donde esa forma de homenaje estaba especialmente valorada. Sin embargo cabe suponer que, en Roma, rendir tal distinción a una reina extranjera no agradó a todos, pues era obvio que no podía ser más que un simple motivo de descontento al lado de las múltiples innovaciones que rompían con la tradición republicana y tendían cada vez más a asimilar el Estado romano a una monarquía de tipo helenístico, lo que traería consigo funestas consecuencias para Julio César.

Cleopatra ordenó acuñar monedas en las que aparecía como Isis-Afrodita sosteniendo en brazos a un Horus-Eros y, asimismo, mandó decorar los muros de los templos de Hermontis y de Dendera con escenas que celebrasen la llegada de Cesarión al mundo.

Por otro lado, hay que tener en consideración que son varios los investigadores que han querido mostrar la influencia de la reina de Egipto en las grandes reformas que inició Julio César durante los dos años en que este ejerció el poder en solitario. Tal es así, que en el tiempo que Cleopatra estuvo presente en Roma, el dictador proyectó la construcción de un Caesareum, o lo que es lo mismo, un templo en honor de sí mismo y de su familia.

EL RETORNO A ALEJANDRÍA

A fines del 46 a. C., Cleopatra se encontraba de nuevo en Alejandría con el propósito de consolidar aún más su poder. A partir de ese momento, no fue más que una espectadora impotente de los sucesivos acontecimientos.

Si bien es cierto que la situación de Cleopatra en Roma era incierta y peligrosa tras la muerte de Julio César en los idus de marzo del 44 a. C., la faraona esperó varias semanas antes de abandonar la ciudad a pesar de que nunca fue aceptada por un pueblo romano que la miraba con desconfianza —Cicerón fue muy crítico con ella afirmando que todos los males que padecía Roma procedían de Alejandría—. Tuvo que decidirse a ello para evitar convertirse en rehén de uno u otro de los partidos que se precipitaban fatalmente hacia una nueva guerra civil.

El crítico panorama imperante en Roma en la primavera del 44 a. C. ofrecía a Cleopatra una ocasión perfecta para establecer definitivamente su autoridad en Chipre, si bien es cierto que tenía que prevenir las intrigas de su hermana menor Arsínoe, quien trataba de apoderarse de la isla que el propio Julio César le había adjudicado inicialmente en octubre del 48 a. C.

Según el historiador judío Flavio Josefo (38-101), Cleopatra comprobaba la efectividad de los venenos con los reos e incluso con sus propios sirvientes. En la imagen, Cleopatra probando venenos en los condenados a muerte, de Alexandre Cabanel (1887). Museo Real de Bellas Artes, Amberes.

La ley romana prohibía designar como heredero a un extranjero, por lo que Cesarión no tenía ninguna opción de convertirse en el principal beneficiario de Julio César. De hecho, no existía ninguna mención directa a Cesarión en el testamento. No obstante, Suetonio indica que Julio César había señalado en la redacción de su testamento unos tutores para el «hijo que pudiera nacerle». ¿De qué mujer, entonces, podía estar esperando un hijo cuando redactó su testamento el 13 de septiembre del 45 a. C.? Es seguro que no de Calpurnia, su esposa legítima desde el 59 a. C., que por otra parte era estéril. Por consiguiente, es muy probable que esa cláusula concreta se refiriera, de hecho, sin nombrarla a Cleopatra —el único que defendió en el Senado el reconocimiento oficial de Cesarión como hijo legítimo de Julio César fue Marco Antonio, su lugarteniente, con el propósito de oponerse así a las ambiciones que su joven adversario Octavio, el sobrino-nieto de Julio César, basaba únicamente en su adopción póstuma.

Tan pronto como llegó a Alejandría, Cleopatra, ansiosa por la supervivencia política, recurrió al envenenamiento para acabar con el hermano-esposo que tres años antes le impusiera el dictador de Roma como corregente. Eliminado Ptolomeo XIV, Cleopatra se encontró durante un brevísimo periodo como la única soberana de Egipto hasta que nombrase corregente a su hijo. No obstante, el reino no atravesaba sus mejores momentos.

CLEOPATRA Y LOS CESARICIDAS

Con el asesinato de Julio César en los idus de marzo del 44 a. C. el mundo perfecto con el que había soñado Cleopatra comenzaba a derrumbarse a su alrededor.

La confusión que caracterizó los acontecimientos de los años 44-43 a. C. se debió esencialmente a las desavenencias entre los varios pretendientes a la herencia cesariana, lo que permitió a los cesaricidas organizarse y reforzarse. Los dos cabecillas del cesaricidio se establecieron en Oriente: Marco Junio Bruto en Macedonia; Cayo Casio Longino en Siria. Pero esta última provincia se encontraba bajo la influencia de Publio Cornelio Dolabela, uno de los líderes de la causa cesariana. Escaso de efectivos militares, Dolabela envió a su legado Alieno a Egipto para que trajera las cuatro legiones que ocupaban el país desde el 47 a. C. Cleopatra no puso ningún inconveniente a su partida, pero, en contra de lo esperado, al volver Alieno fue interceptado por Casio, quien pudo entonces sumar esas cuatro legiones a su propio ejército, que era ya bastante considerable. Como, pese a todo, Dolabela cobró ventaja en el primer encuentro naval, Casio tuvo que exigir naves a todas las potencias marítimas orientales. Cleopatra, finalmente, adoptó una actitud ambigua afirmando que el estado de su país, asolado por el hambre y la peste, no le permitía enviar la flota solicitada. En este sentido, pretendió hacer creer que había preparado una flota para ayudar a Dolabela y que únicamente las inclemencias meteorológicas le habían impedido hacerlo.

Aun cuando sus antecedentes la alejaban del partido que había acabado con la vida de Julio César, Cleopatra no decidía su conducta más que en función de los intereses de su reino. Como la coyuntura parecía favorable a los republicanos, no podía correr el riesgo de proclamarse públicamente su enemiga, si bien tampoco era el momento de ayudarlos directamente. En esta tesitura la primera víctima fue Serapión, el gobernador egipcio en Chipre. Al apoyar a Casio, le ofrecía a Cleopatra plena libertad para aprobarlo o desautorizarlo ulteriormente según el desenlace del conflicto.

Gracias a los diversos refuerzos con los que pudo contar, Casio logró imponerse sobre Dolabela, quien terminó por suicidarse en julio del 43 a. C. Dueño del Oriente, Casio dirigió su atención hacia Egipto. Mientras se preparaba la invasión, Casio fue convocado por Bruto en Esmirna para una reunión de emergencia, pues Octavio, entonces un joven astuto de diecinueve años, y Marco Antonio dejaron de lado sus diferencias personales e intereses políticos formando con Lépido un nuevo triunvirato el 11 de noviembre del 43 a. C. Los triunviros reconocieron entonces por decreto el título de rey a Cesarión con el pretexto de recompensar a su madre la ayuda, o al menos la intención, que había prestado a Dolabela. Naturalmente, tal concesión no tenía otra finalidad que la de obtener a buen precio la alianza de Egipto. Cleopatra, comprendiendo que no podía defraudar las esperanzas de los triunviros, formó apresuradamente una expedición para unirse a los cesarianos en el Adriático. Casio procuró impedir esa confluencia enviando una flota al cabo Taínaron, en el Peloponeso, con el propósito de interceptar las naves de Cleopatra. Sin embargo, no sirvió de nada la precaución, pues una tormenta derrotó a la armada egipcia frente a las costas de Libia y obligó a la reina a retornar a Alejandría. Cleopatra no tuvo ocasión para otro intento, pues Antonio y Octavio acabaron simultáneamente con los ejércitos de Casio y de Bruto en las dos batallas libradas en Filipos, al norte del mar Egeo, en octubre del 42 a. C.

En principio, la victoria del partido cesariano liderado por los triunviros tendría que haber sido un motivo de satisfacción para Cleopatra, pero la reina de Egipto no veía en la situación más que motivos para inquietarse. Asimismo, era consciente de que el reconocimiento de su hijo como rey respondía simplemente a disposiciones tácticas por parte de Roma.

Tras la victoria sobre los cesaricidas, o sobre los «libertadores», los triunviros se repartieron el pastel provincial dejando a Lépido prácticamente al margen. En todo reparto hay quien se queda con partes importantes, quien recibe los restos y quien apenas llega a probar nada. Esto es lo que le sucedió a los veteranos de las guerras civiles, a quienes Octavio asentó en tierras expropiadas en Italia. Las protestas de unos y otros por estas expropiaciones provocaron otro episodio bélico de esta larga contienda civil: la guerra de Perusia (hoy Perugia) entre los años 41-40 a. C. Octavio salió beneficiado de su victoria en esta guerra, pues, en el nuevo reparto del poder que solía suceder a las matanzas civiles, ya claramente recibía el Occidente, mientras que Antonio recibía el Oriente, quedando Lépido en la frontera entre ambos, en África.

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