Breve historia de Cleopatra

Breve historia de Cleopatra


5. MARCO ANTONIO Y CLEOPATRA » El encuentro de Tarso

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Desde el principio, Cleopatra se definió como una mujer políticamente ambiciosa. Su principal inquietud consistió en su propia supervivencia política, y en este sentido la vida de su hermano menor, Ptolomeo XIV, era prescindible, pues temía que actuase del mismo modo a como lo hizo poco antes Ptolomeo XIII. El hecho de que Cleopatra acabara asesinando a un familiar tan cercano fue una clara prueba de un comportamiento psicopático, pues asesinaba sin dar ninguna muestra de sentimiento de culpa o remordimiento.

Cleopatra acabó fácilmente con la vida de su hermano menor, pero sin Julio César a su lado era aún una mujer políticamente vulnerable a pesar de haber recuperado con grandes esfuerzos la economía del reino. Para conservar su puesto en el trono de Egipto, necesitaba una sólida y estrecha relación con Roma. Cleopatra, entonces una madura y experimentada mujer de veintiocho años, se fijó en Marco Antonio, un hombre de cuarenta y dos años y uno de los más ilustres generales del difunto dictador. Asociarse con Marco Antonio le ofrecería la posibilidad de revivir el Imperio alejandrino, pues su mayor prioridad consistía en dotar al reino de la máxima expansión territorial. Pocos años antes, el sexo y la seducción le habían funcionado con Julio César. ¿Por qué buscar ahora otra fórmula con su general?

Tradicionalmente, se ha descrito la relación entre Cleopatra y Marco Antonio como una unión motivada por una pasión amorosa y desbordada en la que la seducción femenina fue suficiente para doblegar la voluntad de un ilustre político y militar degradado hasta el límite de convertirse en un mero títere de la reina —en realidad, no abundan los estudios biográficos dedicados a Marco Antonio y las valoraciones sobre su vida y obra están demasiado ceñidas a las versiones legadas por el círculo de intelectuales de Octavio.

A la muerte de Julio César en los idus de marzo del 44 a. C., dos hombres se enfrentaron por el poder de Roma: Marco Antonio, el cónsul designado, y Octavio, a quien Julio César había nombrado su heredero legal. Estalló así una breve pero intensa guerra civil en la que Marco Antonio fue finalmente derrotado en Módena el 21 de abril del 43 a. C.

Poco más tarde, el 23 de noviembre del 43 a. C., la lex Titia oficializaba un pacto por un periodo de cinco años entre Marco Antonio, Octavio y Lépido. Se constituía de esta manera el ya mencionado triunvirato, en el que estos tres hombres se repartirían todo el poder. En el nuevo reparto de las provincias, Marco Antonio recibió como ya se ha dicho la responsabilidad sobre Oriente con la vigilancia de los estados y los reinos aliados, entre los cuales figuraba Egipto. Antes de servir a las órdenes de Julio César, Marco Antonio había destacado como comandante de la caballería con el procónsul de Siria, Aulo Gabinio, y en esa función había desempeñado un papel importante en la expedición que restableció en el poder al padre de Cleopatra, Ptolomeo XII.

EL ENCUENTRO DE TARSO

Marco Antonio pasó el invierno del 42-41 a. C. en Grecia, donde acrecentó su popularidad demostrando su gusto por lo griego, aunque, no obstante, también impuso numerosas exacciones destinadas a financiar las gratificaciones que les había prometido a sus soldados. Poco después, se trasladó a Asia Menor, donde aumentaron tanto sus exigencias financieras como sus propósitos de ser identificado con el dios Dioniso, de quien se consideraba descendiente.

La expedición que Julio César había preparado contra los partos poco antes de morir, podía emprenderla Marco Antonio ahora que había dado por concluida la guerra civil y estaban sus enemigos sumidos en el más rotundo desconcierto. Para llevar a cabo esta empresa, no le era suficiente identificarse con Dioniso partiendo a la conquista de la India, sino que era necesario movilizar a todos los efectivos de Oriente. Por consiguiente, la cooperación de Egipto en esta empresa resultaba más que indispensable.

Establecido en la ciudad de Tarso, Marco Antonio convocó allí a Cleopatra a través de su legado Quinto Delio, quien informó a la reina del carácter y las dotes del general. En principio, la reina debía acudir a esta ciudad para justificar su comportamiento en los recientes conflictos y, en todo caso, sufrir las consecuencias.

La aparición de Cleopatra ante Marco Antonio en Tarso fue tremendamente espectacular. Nos cuenta Plutarco en la biografía que escribió del general romano que Cleopatra había pasado de la inexperiencia de la juventud a «aquella edad en la que la belleza de las mujeres está en todo su esplendor y la penetración en su mayor fuerza». La subida por el río Cidno hasta Tarso fue un espectáculo extraordinario e insolente. En una nave con velas de color púrpura que se deslizaba por las tranquilas aguas rodeadas por suaves perfumes que invadían el aire, Cleopatra dominaba la situación sentada en un trono dorado situado en lo alto de la popa, bajo un dosel bordado también en oro. A su alrededor iban niños maquillados como amores, y su tripulación, que manejaba remos de plata, estaba formada únicamente por mujeres de gran belleza vestidas como nereidas y gracias. Se trataba claramente de la epifanía de la diosa Afrodita lo que presenciaron las poblaciones ribereñas y los habitantes de Tarso. Mientras tanto, Marco Antonio, expectante, recibiría a la reina sentado en el estrado en el que daba audiencia.

Con Cleopatra y Marco Antonio todo fue desmesurado y según las fuentes clásicas ambos mantuvieron una fuerte competitividad entre sí. Cuenta la leyenda que con el propósito de dejar perplejo al general romano con su riqueza, la reina ingirió una perla valorada en más de tres millones de sestercios disuelta en una copa llena de vinagre. No obstante, hay que tomar este relato como uno de los grandes mitos que utilizaron los autores romanos en su deseo de demonizar a Cleopatra ilustrando lo decadente que podía llegar a ser. En la imagen, El encuentro de Marco Antonio y Cleopatra, fresco de Giovanni Battista Tiepolo, Palazzo Labia, Venecia (1746-1747).

La fastuosa llegada sirvió de introducción a un gran banquete cuyo recuerdo estaría ya para siempre unido al nombre de Cleopatra. La exhibición de lujos que la reina desplegó en esta ocasión no fue más que un adelanto de lo que le esperaba a Marco Antonio en Alejandría.

Fue este el inicio de una aventura legendaria alimentada por la peligrosa combinación del amor y del poder. El lujo desmesurado de la barca con la que hizo su entrada en la ciudad de Tarso desveló a Marco Antonio la riqueza y el potencial de Egipto, que parecía ponerse a disposición de Roma. De esta manera, el general romano se percató de las grandes ventajas que podía suponer contar con su ayuda económica y militar, sin olvidar ni mucho menos su posición estratégica en Oriente.

Cleopatra había calculado todos los detalles para impresionar a Marco Antonio. Lejos de dejarlo fascinado, todo aquel espectáculo halagó, por el contrario, su orgullo. Al presentarse ante él como una diosa y no como una simple vasalla, Cleopatra reafirmaba al triunviro en la convicción de su propia esencia divina, que le había revelado la entusiasta acogida. Se trataba, por ende, de un encuentro místico entre Dioniso y Afrodita y lo que estaba ahora en juego era la prosperidad de Oriente.

Mientras Arsínoe siguiera viva, la posición de Cleopatra en el poder no estaba totalmente asegurada. Su asesinato en el templo de Artemisa en Éfeso fue todo un escándalo en Roma. En la imagen, restos del templo de Artemisa en Éfeso.

Con este panorama, los malentendidos sobre la actitud de la reina durante la guerra civil se olvidaron inmediatamente, si bien Marco Antonio impuso algunas restricciones a la dominación de Cleopatra sobre Chipre. Por lo demás, la reina pidió y obtuvo del general la eliminación de su hermana menor Arsínoe, que seguía estando refugiada en el templo de Artemisa en Éfeso, así como la ejecución de un falso Ptolomeo XIII que había intentado hacerse con el poder.

LA «VIDA INIMITABLE»

Reafirmada su posición, Cleopatra regresó a su reino con la promesa de que Marco Antonio debía reunirse con ella en Alejandría en cuanto hubiera terminado de solucionar los asuntos de Oriente. El más importante de estos asuntos, la proyectada expedición contra los partos, se aplazó hasta el año siguiente, a pesar de la inminente amenaza de estos, empujados a la acción por el general republicano Labieno, el cual traicionando a su patria había encontrado refugio junto al rey Orodes II.

La vida de Cleopatra era sinónimo de fiesta y de placer. Junto con un reducido grupo de amigos, Cleopatra y Marco Antonio formaron una especie de fraternidad que se entregó a la «vida inimitable», que perseguía una alegría, una libertad y una ebriedad de vivir permanentes. En la imagen, Banquete de Marco Antonio y Cleopatra, fresco de Giovanni Battista Tiepolo, Palazzo Labia, Venecia. (1746-1747).

Antonio dejó en un segundo plano los intereses de Roma cuando a fines del 41 a. C. se apresuró a acudir a Alejandría. Permanecería en la capital egipcia durante un año frecuentando centros culturales y salas de conferencias y visitando monumentos y santuarios. Curiosamente, durante su estancia en la capital egipcia vivió como un ciudadano particular al reemplazar la toga romana por la clámide griega.

UN NUEVO PANORAMA

Entre la partida de Marco Antonio, en la primavera del 40 a. C., y finales de aquel mismo año, Cleopatra dio a luz a dos gemelos: Alejandro Helios, el Sol; y Cleopatra Selene, la Luna. El nacimiento de dos gemelos era una buena señal y los nombres que se eligieron evidenciaron a todas luces la condición divina de la relación de la que eran fruto.

De nuevo en Roma, en la primavera del 40 a. C., Marco Antonio tuvo que hacer frente a las críticas de sus enemigos, aunque también de sus partidarios, quienes le reprochaban su relación con la reina de Egipto y el abandono de sus competencias. El comportamiento mostrado por Marco Antonio fue aprovechado por Octavio para desacreditarlo en el triunvirato —había sucumbido al imperio de los sentidos hasta el extremo de desatender su misión y sus obligaciones, dejando Oriente insuficientemente organizada y no prestando la debida atención a los graves acontecimientos que se estaban dando en Occidente—. De esta manera, se le instó a que demostrara su defensa de los intereses de Roma.

La base de la relación entre Cleopatra y Marco Antonio fue el ansia de poder. En este sentido, Cleopatra se aseguró desde un primer momento de que ella debía ser la única soberana de Egipto, realidad que quedó manifiesta en el relieve del templo de Dendera donde se representó a Cleopatra como dueña absoluta del poder egipcio.

Por otro lado, a comienzos del 40 a. C. el panorama vigente en Alejandría era sumamente peligroso, pues los ejércitos partos, dirigidos por Pacoro y por el desertor romano Labieno, avanzaban rápidamente por Siria y Asia Menor, provincias donde Marco Antonio había estacionado escasos efectivos militares. Apamea y Antioquía caerían en manos del ejército parto; en el norte, tras haber ocupado Cilicia, Labieno avanzó hasta Caria, llegando a orillas del mar Egeo; en el sur, Pacoro había expulsado al sumo sacerdote judío Hircano II, cuyo poder acababa de ser confirmado por Marco Antonio, para poner en su lugar a su protegido Antígono. Con tales acontecimientos daba la impresión de que todo el Oriente estaba cayendo poco a poco en manos de los partos.

Sin dudarlo Marco Antonio se dirigió a Tiro, donde le llegaron alarmantes noticias procedentes de Italia. Incitado por su segunda esposa, Fulvia, mujer posesiva y de la alta aristocracia que participó en primera persona en las operaciones políticas y militares del triunviro, el hermano de Marco Antonio, Lucio Antonio, se había enfrentado a Octavio. El origen del conflicto radicó en el problema de la reinserción de los veteranos de las últimas guerras, cuestión que Octavio había resuelto en su propio beneficio. Con ese propósito había confiscado las tierras de pequeños y grandes propietarios para instalar en las mismas a sus propios soldados desmovilizados sin atender a los veteranos de Marco Antonio, todavía muy numerosos en Occidente. A Fulvia le pareció apropiado aprovecharse de las frustraciones de los terratenientes desposeídos y de los veteranos que no habían recibido nada para prestarle un servicio a Marco Antonio desembarazándose de Octavio.

Este nuevo conflicto civil se saldó rápidamente con la derrota de los efectivos de Lucio Antonio. Asediado en Perusium (Perugia), no le quedó más remedio que rendirse mientras Fulvia huía a Grecia.

Marco Antonio comprendió entonces que era más importante ocuparse en primera instancia de los asuntos de Occidente. Desde Tiro se dirigió a Atenas, donde se encontró con Fulvia. Después desembarcó en Italia preparado para enfrentarse contra Octavio. Este prefirió llegar a un acuerdo pacífico e inició unas largas negociaciones que culminaron en el acuerdo firmado en Brundisium (Brindisi) en octubre del 40 a. C. De esta manera, el triunvirato quedaba reconstruido sobre los mismos cimientos que antes. Además, como Fulvia acababa de morir en Sición, en el Peloponeso, Marco Antonio contrajo matrimonio con Octavia, la hermana de Octavio, como muestra de paz y de alianza con su antiguo adversario.

Fulvia, la segunda mujer de Marco Antonio, le dio al general romano dos hijos, Marco Antonio Antilo y Julio Antonio Crético, que se criaron junto con la hija que Marco Antonio había tenido en un primer matrimonio. Fulvia fue la primera mujer en la historia de Roma en aparecer representada en las monedas. En la imagen, moneda acuñada en la ciudad frigia de Humea con el busto de Fulvia en el anverso.

La paz parecía consolidarse finalmente en Italia, y en el 39 a. C. los triunviros celebraron el acuerdo de Miseno con su último gran oponente, Sexto Pompeyo, que ocupaba Sicilia.

Por su parte, Cleopatra tenía motivos más que suficientes para estar alarmada cuando Roma reforzó sus posiciones en las fronteras de Egipto nombrando a Herodes, enemigo de la reina pero aliado de Marco Antonio desde hacía tiempo, rey de Judea, Idumea y Samaria —el triunviro vio en él una pieza fundamental para lograr la reconquista de Oriente.

Cuando Marco Antonio optó por volver a Oriente en el otoño del 39 a. C., se instaló en Atenas acompañado por Octavia y la hija que esta acababa de darle, Antonia. Desde Atenas, Marco Antonio preparó la liberación de las provincias romanas y de los territorios aliados de Asia ocupados por los partos. Sin embargo, no fue él quien dirigió las operaciones sino que se las encomendó a su legado Publio Ventidio. Fue su legado quien desafió a Labieno en Asia Menor, y poco después, en las proximidades de Antioquía, al príncipe heredero Pacoro, que encontró la muerte en el combate del 38 a. C.

Por primera vez Roma lograba imponerse a los partos. Marco Antonio no intervino personalmente más que para reducir a Antíoco de Comagene, uno de los reyes que había abandonado la alianza con Roma, quien se vio obligado a entregar su capital, Samosata, en las orillas del río Éufrates. No obstante, los logros de Marco Antonio fueron bastante precarios pues no logró acabar del todo con los partos. Asimismo, numerosos territorios orientales, cuya población y cuyos jefes locales sufrían la rapacidad de los representantes de Roma, estaban siempre dispuestos a rebelarse. Por eso, Marco Antonio tuvo que pensar en una nueva campaña que garantizara el orden en el Mediterráneo oriental. Para ello era necesario contar con el apoyo de Occidente, es decir, de Octavio, quien acababa de sufrir un importante imprevisto en su lucha contra Sexto Pompeyo, que todavía seguía controlando Sicilia y que ponía en serio peligro el abastecimiento a Roma del trigo egipcio.

Mediante el Tratado de Tarento del 37 a. C., Marco Antonio cambió ciento veinte naves que necesitaba Octavio para eliminar a Sexto Pompeyo por veinte mil legionarios, además de prolongar por cinco años más el triunvirato, cuyo plazo acababa de expirar oficialmente a finales del 38 a. C.

LA CAMPAÑA DE ORIENTE

A mediados del 37 a. C., Marco Antonio dejó por última vez Italia rumbo a Antioquía. Su mujer Octavia lo acompañó hasta la isla de Corfú, si bien allí la instó a que regresara a Roma, donde daría a luz a su segunda hija, Antonia Minor.

En Antioquía, una de sus primeras medidas fue invitar a Cleopatra a que fuera a verlo. Cualquiera que fuera la razón que empleó Marco Antonio para enviar a su esposa de regreso a Italia, pasaba inevitablemente por un alejamiento de la esposa legítima con objeto de retomar la relación con la reina de Egipto, como si la prolongada ausencia no hubiera hecho más que acentuar todavía más la pasión que sentía por ella.

Para el nuevo enfrentamiento contra los partos era más que necesaria la colaboración de Egipto. En este sentido, se necesitaba la presencia de Cleopatra para la redistribución de los territorios de los que Marco Antonio hacía una condición previa indispensable para la nueva política que pretendía llevar a cabo en Oriente en nombre de Roma.

Cleopatra tuvo que asistir a Marco Antonio como soberana de un país amigo de Roma. No obstante, a consecuencia de las humillaciones anteriores, la reina, antes de prestar la ayuda solicitada, impuso a Marco Antonio una serie de condiciones que este cumplió en su práctica totalidad: la reina reclamaba que Cesarión fuese reconocido como hijo legítimo y heredero de Julio César, la entrega de territorios orientales y africanos a Egipto, la cesión de la biblioteca de Pérgamo, la aceptación de la paternidad de los gemelos Alejandro Helios y Cleopatra Selene y la celebración de un matrimonio que oficializase formalmente su relación —este enlace nunca sería aceptado en Roma al no estar reconocida la poligamia—. Fruto de este encuentro nacería su tercer hijo, Ptolomeo Filadelfo. Los acuerdos no quedaron registrados por escrito, aunque, sin embargo, fueron suficientes para que Cleopatra comprometiera la ayuda de su reino en la campaña contra los partos.

Tras los diversos fracasos sufridos por sus predecesores, Marco Antonio optó por reducir al mínimo la administración directa de los representantes romanos y reforzar el papel de los estados aliados, siempre que se confiaran estos a hombres leales. Fue de esta manera como gran parte de Asia Menor se repartió entre tres grandes reyes que, sin pertenecer a ninguna dinastía establecida, debieron su ascenso al general romano. Pero donde más se puso de manifiesto la originalidad del sistema ideado por el triunviro fue en las concesiones territoriales que le hizo a Cleopatra: se le confirmó el dominio de Chipre y de otras muchas ciudades y territorios en la costa sirio-palestina y cilicia. Entre esas nuevas posesiones había incluso un estado entero, el reino árabe de Calcis, cuyo soberano había colaborado con los partos. De esta manera, y sin necesidad de tener que recurrir a las armas, Cleopatra había logrado reconstruir en gran parte el imperio existente a comienzos del siglo III a. C.

La situación era realmente confusa en la corte real de los partos: Orodes II, quien años antes había derrotado a Craso, acababa de ser asesinado por su hijo menor, Fraates IV. Como reacción contra este, un grupo de altos dignatarios dirigidos por Moneses se había pasado al bando romano.

Tras reunir un ejército formado por ciento veinte mil hombres, Marco Antonio dirigió un ataque consistente en la invasión del territorio parto internándose en Armenia con el propósito de someterla y contar de esta manera con la ayuda del rey armenio Artavasdes. Sin embargo, el triunviro cometió el error de no dejar estacionadas tropas en el territorio armenio, lo que llevó a Artavasdes a cambiar de bando cuando Marco Antonio se dirigió a la capital de la Media Atropatene, Fraaspa.

La mala fortuna, los errores tácticos y las traiciones transformaron el avance triunfal romano en una rotunda catástrofe. El ejército parto hostigó las líneas de abastecimiento de Marco Antonio dejándolo sin recursos. Ante tal tesitura, Marco Antonio decidió regresar a Siria a través de Armenia, maniobra que le costó la vida de más de treinta mil hombres.

Desde Leucecome solicitó la ayuda de Cleopatra, que había retornado a Alejandría al partir la expedición. La respuesta de la reina se hizo esperar, sin duda más por las dificultades de reunir los refuerzos que Marco Antonio solicitaba que por la renuncia que le reprocharon sus enemigos. En la espera, el triunviro se entregó a la bebida. Cuando finalmente apareció Cleopatra, pudo conocer a su último hijo.

Al mismo tiempo, Octavio lograba en Occidente varios éxitos que le permitieron proclamar el fin de las guerras civiles. Marco Vipsanio Agripa, el más brillante de sus generales, lograba poner fin a la resistencia ejercida por Sexto Pompeyo en la batalla naval de Nauloco el 3 de septiembre del 36 a. C.

Por otro lado, Lépido, el tercer triunviro, creyó que podría aprovechar la ocasión para añadir Sicilia a sus dominios africanos. Sin embargo, fue una maniobra presuntuosa, pues Octavio, mejor posicionado, vio en ello el argumento necesario para destituirlo del poder. El triunvirato, prorrogado en Tarento en el 37 a. C. por un período de cinco años, se convertía así en un duunvirato, lo que preocupaba mucho a Marco Antonio. Además, Octavio se ocupó de poner a la aristocracia romana de su lado después de contraer matrimonio con Livia.

Contando con los recursos egipcios, Marco Antonio pudo invadir Armenia en represalia por la deslealtad de Artavasdes, siendo esta vez una campaña victoriosa al capturar al rey armenio y anexionarse parte de su reino.

Ante la petición de Marco Antonio para que le suministrara veteranos de las legiones asentadas en Galia tras las importantes bajas sufridas en la campaña parta, Octavio encontró la ocasión ideal para dejar a Marco Antonio en una complicada tesitura: accedió a devolver la mitad de la flota que había precisado para vencer a los piratas de Sexto Pompeyo y le envió únicamente dos mil veteranos, junto con Octavia —sólo una décima parte del contingente acordado en los acuerdos de Tarento del 37 a. C.—. Al comprobar los exiguos recursos militares enviados por Octavio, Marco Antonio comprendió que sus propósitos consistían en iniciar un nuevo conflicto civil, por lo que acabó aceptando las escasas tropas recibidas y repudiando a Octavia, quien continuó viviendo en el hogar de su adúltero marido criando tanto a los hijos que este había tenido con Fulvia como a los suyos propios. Con ello, Octavio logró el argumento necesario para empezar a acusar a Marco Antonio y alejarlo cada vez más del poder político, argumentando que era un hombre sin moral que había abandonado a su fiel esposa y a sus hijos para pasar el resto de sus días junto a Cleopatra. Entre todas estas acusaciones, quizás la más evidente a los ojos de Roma fue la de que Marco Antonio se alejaba de las costumbres romanas adoptando los gustos orientales.

Mientras Marco Antonio, instalado en Alejandría, se recuperaba de su fracaso y se preparaba para la revancha contra los partos, Octavio dirigía con éxito una guerra contra las tribus ilirias que representaban una seria amenaza para las posiciones romanas en la costa del Adriático. A su regreso, en vez de celebrar un triunfo, rindió excepcionales honores a su hermana Octavia y a su esposa Livia, oponiendo de esta manera las virtudes de estas dos mujeres a los supuestos vicios de la reina de Egipto.

Paralelamente, Marco Antonio resolvió los problemas ocasionados por Sexto Pompeyo, quien se había trasladado a Asia Menor, donde logró reunir un pequeño ejército. Pompeyo, tras el fracaso de Marco Antonio en Media, trató de entenderse con los partos. Fue esta traición la que llevó al general a mandar contra Pompeyo un ejército que finalmente lo capturó y ejecutó.

Durante el invierno del 35-34 a. C., Cleopatra mantuvo una intensa actividad diplomática con los estados vecinos. Comenzó sellando una alianza con el rey de Armenia mediante el enlace matrimonial de Alejandro Helios con la hija del rey, matrimonio que no llegó a celebrarse. Acto seguido, tomó una firme postura en el conflicto que en Judea enfrentaba a Herodes con la población asmonea y, finalmente, negoció un tratado con el rey de los medos contra los partos.

En la primavera del 34 a. C., instalado en Siria, Marco Antonio, pese a los reproches de Cleopatra, celebró un nuevo acuerdo con Herodes. A continuación, ocupó completamente Armenia y se alió con el país de los medos.

Poco después obligó al rey Artavasdes a negociar. Aunque el hijo de este se apoderó entonces del trono con la ayuda de la nobleza, las legiones romanas no tardaron mucho tiempo en desbloquear la resistencia armenia forzando al usurpador a huir y refugiarse con los partos. Impresionado por esta demostración de fuerza, el rey medo no tuvo más remedio que acabar aceptando el compromiso matrimonial de su única hija con Alejandro Helios.

LAS DONACIONES DE ALEJANDRÍA

En lugar de celebrar el triunfo en Roma, Marco Antonio prefirió hacerlo en Alejandría. De esta manera, hizo que sus tropas desfilaran por la capital egipcia precedidas por los cautivos y por el rey Artavasdes. Cleopatra asistió al acto y, sentada en un trono de oro, recibió su homenaje. En esta ocasión, no se trataba de un triunfo a la romana: Marco Antonio, coronado con hiedra en vez de laurel, blandiendo el tirso en lugar del cetro de los generales victoriosos, se consideraba de nuevo la encarnación del dios Dioniso. No obstante, la propaganda de Octavio sabrá insinuar que, bajo la influencia de Cleopatra, Marco Antonio había preferido dedicar los bienes logrados al dios greco-egipcio Serapis en vez de a Júpiter capitolino, privando así a la plebe romana, en beneficio del pueblo alejandrino, de los festejos que por derecho le correspondían.

La ceremonia fue realmente asombrosa. Marco Antonio pronunció un discurso, muy probablemente en griego, distribuyendo los territorios de Egipto y los que él mismo había conquistado —incluso varios territorios que todavía no habían caído bajo su poder—. Rodeado de Cleopatra y de los cuatro hijos de esta, comparecía ante el pueblo de Alejandría que se había congregado para presenciar el evento. Proclamó solemnemente a Cleopatra como «reina de reyes». Cesarión, con apenas trece años recién cumplidos, fue reconocido oficialmente como hijo legítimo de Julio César recibiendo el título de «rey de reyes». Ya prometido a la hija del rey medo, Alejandro Helios, de seis años, vestido a la manera persa y tocado con la tiara, recibió el poder real sobre Armenia y sobre todos los países situados más allá del Éufrates hasta el Indo, es decir, el Imperio parto y sus territorios satélites, que Marco Antonio tenía el propósito de conquistar en breve. Ptolomeo Filadelfo, con tan sólo dos años de edad, se convirtió en el soberano de Siria, Fenicia y la mayor parte de Asia Menor hasta el Helesponto. Por último, Cleopatra Selene debía contentarse con reinar sobre la Cirenaica y tal vez sobre una parte de Creta.

El pueblo alejandrino estaba acostumbrado a presenciar suntuosas procesiones, las Ptolemaia, organizadas por los soberanos egipcios con fines propagandísticos. Las victorias militares eran un motivo perfectamente idóneo para estas fastuosas fiestas. En la imagen, fotograma de la película Cleopatra de Joseph L. Mankiewicz (1963).

De los territorios bajo la jurisdicción de Marco Antonio no se le dejaban al pueblo romano más que las provincias de Aquea, Macedonia y Asia. El resto de territorios orientales se anexionaban así a un imperio heterogéneo dirigido en última instancia por Cleopatra. De esta manera, estas proclamaciones, conocidas en la historiografía clásica y moderna como las «Donaciones de Alejandría», intentaban restablecer, al menos en teoría, el antiguo Imperio ptolemaico.

Sin embargo, el nuevo Estado monárquico dirigido por Cleopatra quedaba bajo el dominio de Roma en calidad de estado vasallo. Por otro lado, la propaganda octaviana explotaría una interpretación negativa de esta ceremonia afirmando que Marco Antonio buscaba poner en manos de la reina de Egipto un vasto reino rival de Italia.

Por consiguiente, estas proclamaciones no fueron sino la causa de la ruptura definitiva en las relaciones de Marco Antonio con Roma. Lo que más inquietaba a Octavio era el hecho de que Cesarión hubiera sido proclamado como el hijo legítimo de Julio César y su heredero. Fue a partir de este momento cuando Octavio consolidó la reputación de Cleopatra como la reina fulana para dar validez a su guerra: cuanto peor fuera la imagen de aquella, más justificado estaría el conflicto.

Tras contraer matrimonio con Marco Antonio, Cleopatra decidió comenzar una nueva numeración de los años de su reinado. En las monedas de la época, excelente reflejo de la solvencia económica del reino, se distingue el sentido de la nueva política que se definió en Alejandría. En los denarios de acuñación romana el retrato y el nombre de Marco Antonio están acompañados por la leyenda «ARMENIA DEVICTA», que proclama la victoria sobre Armenia en el 34 a. C., mientras que en el reverso se representa a Cleopatra como «Reina de reyes cuyos hijos son reyes». Se recoge, por tanto, la concepción de un Oriente que ha de ser gobernado por reyes.

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