Breve historia de Cleopatra

Breve historia de Cleopatra


6. LA RUPTURA DEFINITIVA CON ROMA » Lucha de libelos

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LUCHA DE LIBELOS

Roma resultó muy ofendida con la celebración de las «Donaciones de Alejandría», al comprobar que Marco Antonio ya no pretendía conquistar nuevos territorios para la ciudad y su dominio, sino que, por el contrario, lo que realmente buscaba era constituir un gran imperio para sí y contar con Cleopatra como socia, es decir, fundar una nueva monarquía helenística cuya capital fuese Alejandría. Además, los detractores de Marco Antonio vieron en las concesiones una prueba irrefutable de la sumisión del dirigente romano a la reina, como había sucedido pocos años antes con Julio César. No obstante, conviene señalar que Marco Antonio había actuado en su potestad de oficial para administrar el territorio que gobernaba, y si concedió los territorios a Cleopatra fue porque le interesaba fundamentalmente el apoyo financiero que Egipto podía proporcionarle para llevar a buen término sus empresas militares.

Existiera o no un proyecto ideológico tras las «Donaciones de Alejandría», estas difícilmente podrían ser aceptadas en Roma. Tanto los partidarios de Marco Antonio como el mismo Octavio, cuyo principal temor era que la victoria de su adversario sobre los armenios eclipsara sus éxitos en Iliria, evitaron en un primer momento dar demasiada publicidad a la cuestión de las iniciativas del primero. Fue el intercambio de mensajes oficiales y de correspondencia lo que acabó por enfrentar aún más a ambas causas. Así pues, los dos triunviros se lanzaron mutuamente multitud de reproches, siendo la promiscuidad sexual una de las acusaciones más frecuentes entre los dos contendientes.

Mientras Cleopatra consolidaba su alianza con el rey de los medos, quien cedió al ejército egipcio un cuerpo de caballería, Marco Antonio y Octavio se entregaron en cuerpo y alma a una guerra propagandística que llegaría a su punto máximo en el año 32 a. C. En este sentido, Octavio dirigió ataques muy duros contra la reina de Egipto —es en este preciso momento cuando se potencia la imagen de Cleopatra como la reina ramera— y contra su pueblo, al que consideraba una comunidad decadente que permitía ser gobernada por una mujer.

Los dos adversarios rivalizaron en un legalismo superficial y en una fingida moderación, cada uno de ellos con el fin de conseguir la voluntad del mayor número posible de senadores. Marco Antonio propuso así renunciar a sus poderes de triunviro si Octavio aceptaba hacer lo mismo, pues estaba convencido de que este se negaría a hacerlo ganándose de esta manera, al mismo tiempo, la reprobación de la opinión pública romana.

Octavio supo aprovechar todos los errores de su antiguo colega para acrecentar aún más el desprestigio de este. Varias acusaciones fueron bastante artificiales, como las referidas al asesinato de Sexto Pompeyo y al trato supuestamente indigno que había recibido el rey armenio, Artavasdes. Marco Antonio, por su parte, reprochaba a Octavio el que no le hubiera enviado más que unos escasísimos refuerzos para la guerra contra los partos, que se hubiera adueñado de los territorios y de las tropas de Sexto Pompeyo y de Lépido sin concederle nada a él y, finalmente, que hubiera repartido todas las tierras disponibles únicamente entre sus veteranos, en detrimento de los del ejército de Oriente. A todo ello se sumaban recriminaciones puramente privadas recogidas en numerosas cartas, como una en la que, según Suetonio, Marco Antonio reconocía que se acostaba con la reina egipcia y acto seguido hacía una muy instructiva enumeración de las amantes de Octavio: «¿Qué te ha enojado? ¿Que me acueste con la reina? Es mi mujer. ¿Acaso no dura ya nueve años? ¿Es que tú sólo te acuestas con Livia?». Por otro lado, al rumor de que siempre estaba ebrio, respondió con «Sobre la ebriedad», un discurso que lamentablemente no se ha conservado.

En realidad, Octavio se sentía profundamente ofendido por el reconocimiento de Cesarión como hijo legítimo de Julio César, lo que evidenciaba que él no era el único heredero del dictador.

Con apenas treinta y cinco años, y con el apoyo incondicional de Marco Antonio, los poderes de Cleopatra jamás habían sido tan grandes. Paralelamente, en Roma, Octavio no podía tolerar bajo ningún concepto la expansión egipcia. El enfrentamiento era más que inevitable.

Marco Vipsanio Agripa, la mano derecha de Octavio, expulsó de la ciudad a todos los sospechosos de espiar en beneficio de la reina, incluyendo a todos los magos y astrólogos extranjeros. En Roma, el propio Octavio había comenzado a establecer los elementos de un culto en su honor, levantando en sus propiedades del Palatino un templo dedicado a Apolo, como respuesta a la mística de Marco Antonio-Dionisos-Osiris presente en Alejandría.

Igualmente, los seguidores de Marco Antonio y de Octavio se enfrentaron por medio de libelos y discursos en los que era válido cualquier argumento. De esta manera, corrieron, entre otros, los rumores de que Cesarión no era hijo de Julio César, que Marco Antonio participaba asiduamente en orgías en compañía de Cleopatra, y que se había convertido en un monarca puramente oriental hechizado por las artes de una maga.

LA DECLARACIÓN DE GUERRA

Marco Antonio quería evitar el conflicto armado por todos los medios posibles. Prefería permanecer en la legalidad y deseaba que el Senado reconociese su autoridad sobre Oriente. Con dicho propósito, a fines del año 33 a. C. envió sus acta o informes a Roma. Dos de sus seguidores, Sosio y Ahenobarbo, cónsules para el año 32 a. C., los leyeron ante los senadores en febrero de ese mismo año. Octavio, que estaba prudentemente rodeado de un grupo de amigos y soldados, replicó con violencia intimidando al Senado. Poco más tarde, en el curso de una nueva sesión denunció oficialmente las «Donaciones de Alejandría». Los partidarios de Marco Antonio, unos doscientos senadores, decidieron entonces, ante la creciente hostilidad de los romanos, abandonar la península itálica para reunirse con su líder en Éfeso. La ruptura se había consumado totalmente. El enfrentamiento entre los dos colegas se había convertido de esta manera en una escisión dentro del Senado.

Octavio logró definitivamente persuadir al Senado para que de manera formal despojase de sus poderes a Marco Antonio, declarando la guerra no a este sino a la reina de Egipto, a la que acusaba de querer ser la reina de Oriente y dominar el Imperio romano, puesto que ella conservaba las provincias cedidas por Marco Antonio. A partir de este momento, Octavio realizó una espectacular declaración de guerra contra Cleopatra. La guerra fue oficialmente declarada en octubre del 32 a. C., pero no a Marco Antonio, sino a la reina de Egipto, de la que Dion Casio afirmaba que «cada vez que pronunciaba un juramento, su mayor voto era que algún día administraría justicia en el Capitolio».

No obstante, ninguno de los dos bandos quería ser el primero en tomar las armas. Octavio pretendió incluso que la marcha de los cónsules y de una parte del Senado se había producido con su consentimiento, negándose a ver en ello la causa del conflicto.

Desde comienzos de marzo del 32 a. C., Cleopatra se instaló con Marco Antonio en Éfeso, donde fueron capaces de concentrar un ejército y una flota poderosos. La reina de Egipto había suministrado doscientas naves —tal vez ciento cuarenta de transporte y sesenta de guerra— así como veinte mil talentos y gran cantidad de víveres para alimentar a todo el ejército durante el conflicto. Cleopatra desempeñaba el papel de soberana, escoltada por una guardia de soldados romanos en cuyos escudos estaba presente su monograma. Acompañada por Marco Antonio, administraba justicia y presidía las reuniones. Según el círculo de eruditos que rodeó a Octavio, se la podía ver cruzando la ciudad a caballo o en litera, mientras que el general romano la seguía a pie. Cleopatra se apoderó de las riquezas de la región y las envió a Alejandría, desde los doscientos mil volúmenes de Pérgamo hasta todo tipo de estatuas y piezas de arte.

En época de Cleopatra no era insólito que los magistrados romanos de las provincias se apoderasen de las obras de arte local. El gran error de Marco Antonio consistió en apropiarse de estas piezas no en su nombre sino en el de Cleopatra. Entre estas figuraron bellas estatuas de Apolo, Zeus, Atenea, Heracles o Áyax.

Según la tradición, Octavio declaró la guerra a Cleopatra en el templo de Belona, la diosa de la guerra. Vestido con el traje de fecial, lanzó una jabalina de madera dirigida simbólicamente contra el enemigo exterior. En la imagen, estatua de Belona.

Los poderes de la faraona sorprenderían incluso a los seguidores de Marco Antonio, que solicitaron que regresase a Egipto. Tan sólo Canidio la defendió incondicionalmente al comprender que la presencia de Cleopatra se explicaba tanto por el deseo que manifestaba la reina de velar por sus propios intereses como por la necesidad que tenía Marco Antonio de las riquezas y del ejército egipcio para conservar Oriente.

En el mes de abril, Marco Antonio y Cleopatra abandonaron Éfeso, convertida entonces en una sólida base militar, en dirección a la isla de Samos, donde celebraron numerosas y suntuosas fiestas a la vez que planificaban la nueva estrategia que habrían de seguir. Al mes siguiente se encontraban en Atenas, cuyos habitantes debieron de recibirlos efusivamente, pues sus estatuas divinizadas fueron colocadas en la Acrópolis. Al principio del verano, Cleopatra obtuvo un gran triunfo personal ya que Marco Antonio repudió a Octavia, quien en consecuencia se vio obligada a abandonar su casa de Roma. El hecho de que Marco Antonio repudiara oficialmente a Octavia al expulsarla de su casa de Roma, en la que ella había seguido residiendo hasta entonces, no fue tampoco pretexto suficiente para declarar la guerra. Para Cleopatra, aquel divorcio mucho tiempo aplazado era una victoria que encadenaba definitivamente al suyo el destino de Marco Antonio, aunque no se modificara la condición no oficial de su unión.

Según Plutarco, mientras los senadores de Roma se mostraban indecisos, Marco Antonio y Cleopatra organizaron en Oriente un formidable ejército en las ciudades aliadas de Éfeso, Samos y Atenas. En la imagen, ruinas de la biblioteca de Éfeso, cuyos fondos compitieron con los de Alejandría.

Ante tal gesto, algunos partidarios de la causa de Marco Antonio desertaron y se pasaron al enemigo. Entre estos figuraron Planco y Ticio, quienes estaban al corriente de todos sus secretos y revelaron a Octavio la existencia de un testamento redactado por Marco Antonio y custodiado por las vestales. Sin temer ni lo más mínimo el comportamiento sacrílego de sus actos, Octavio se apoderó sin problema del documento y leyó su contenido ante el Senado: «En el testamento, Marco Antonio recoge bajo juramento —según Dion Casio— que Cesarión era realmente hijo de Julio César, legaba ingentes sumas a los hijos de la reina de Egipto que él había educado, y pedía ser enterrado en Alejandría junto a Cleopatra». Esta última voluntad fue interpretada como el deseo de Marco Antonio de trasladar la capital a Alejandría y fundar allí una nueva dinastía, lo que acabó originando la definitiva hostilidad de la opinión pública hacia Marco Antonio y Cleopatra.

A la reina de Egipto se la identificaba con Ónfale, la mítica reina de los lidios que había reducido a Heracles a la esclavitud, obligándolo a vestirse y a comportarse como una mujer. Y era precisamente a Heracles a quien Marco Antonio reivindicaba como ancestro y como modelo. Con tales insinuaciones, Octavio pudo ganar la voluntad de toda Roma y reunir de esta manera unos extraordinarios efectivos militares. Paralelamente, para financiar a sus tropas, Marco Antonio emitió una moneda de inusitada magnitud que inundó todo el Oriente, haciendo circular por todas partes la imagen de sus águilas y de sus naves, así como los nombres de sus diversos cuerpos del ejército.

Octavio se colocó bajo la protección de Marte, el dios romano de la guerra al que levantó un templo y a quien, antes de cada campaña, había que ofrecer un sacrificio. En la imagen, estatua etrusca del Marte de Todi, siglo V a. C.

Octavio recibió los juramentos de fidelidad de Italia, Galia, África, Sicilia y Cerdeña. Reforzado con este reconocimiento para presentarse como defensor de la libertad contra la monarquía, de Occidente contra Oriente, de la romanidad contra la barbarie, se embarcó rumbo al este para enfrentarse contra Marco Antonio y Cleopatra, que se encontraban en Patrás, en el noroeste del Peloponeso. La elección de esta ciudad indicaba que el teatro de operaciones iba a ser una vez más Grecia.

La estrategia puramente defensiva que finalmente adoptó Marco Antonio fue un error decisivo, pues se limitó a ocupar una línea de plazas fortificadas en la costa occidental de Grecia, desde Corfú hasta el cabo Taínaron, en un dispositivo destinado a proteger la ruta marítima hacia Egipto pero cuya fragilidad no tardaría en ponerse de manifiesto.

Octavio, en condiciones de emprender el choque definitivo, se decidió a tomar la iniciativa. El momento fue propicio, pues el régimen del triunvirato, previsto para cinco años en el 37 a. C., expiraba oficialmente en el 32 a. C. Con estas condiciones, pudo privar así a Marco Antonio de todos sus poderes sin dar la impresión de violar la legalidad.

Sin la menor intención de que se le declarase responsable de una nueva guerra civil, trató de plantear la cuestión como un conflicto con una potencia extranjera. Para ello respetó todos los ritos ancestrales que debían acompañar a toda declaración de guerra. El enemigo designado era únicamente Cleopatra. El pretexto, la intención que se le atribuía de reducir a Roma a la esclavitud, como ya había realizado con Marco Antonio. Al nombrar de esta manera a Cleopatra como única culpable, daba la impresión de que Octavio le ofrecía a Marco Antonio una solución: le bastaba con romper con la causa de la egipcia para recuperar su puesto en la vida política romana. Sus partidarios podían en cualquier caso beneficiarse de esa misma inmunidad, cosa que por otra parte hicieron muchos de ellos en cuanto se cambiaron las tornas.

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