Breve historia de Cleopatra

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LA BATALLA

La propaganda oficial de Octavio, unida a las incorrectas actuaciones de Marco Antonio y a la deserción y huida de los cónsules y de trescientos senadores partidarios de este último a comienzos del año 31 a. C., acentuó sobremanera las hostilidades entre ambos triunviros.

Si bien es cierto que Octavio buscó desde el principio el enfrentamiento directo con Marco Antonio, la guerra, como decíamos, se declaró oficialmente contra Cleopatra, a la que se acusó de querer ser la reina de Oriente y dominar todo el Imperio romano. Así se evitaba el estallido de una nueva guerra civil.

Para evitar que el conflicto se desenvolviera en Italia, Octavio y Agripa decidieron trasladar a sus tropas al otro lado del mar Adriático. Las diferencias entre Octavio y Marco Antonio se resolverían finalmente en la batalla naval de Accio, en la costa occidental de Grecia, el 2 de septiembre del 31 a. C. En esta ocasión, las fuerzas de ambos bandos eran notablemente dispares: Octavio tenía preparadas cuatrocientas trirremes o naves ligeras con tres o, como mucho, seis filas de remos, dirigidas por Agripa, quien en todo momento sabría sacar el mayor provecho de las indecisiones y los errores de Marco Antonio. Asimismo, disponía de setenta mil soldados de infantería y doce mil jinetes experimentados reclutados en Italia y en las provincias occidentales. Por otro lado, Marco Antonio contaba solamente con doscientas embarcaciones de guerra, aunque con un calado muy superior. Dichas naves presentaban seis o nueve filas de remos dispuestas en tres niveles y, además, estaban dotadas de una torre de varios pisos en la popa. A los setenta y cinco mil legionarios habría que añadir también veinticinco mil auxiliares —muy probablemente simples mercantes sin adiestramiento militar— y doce mil jinetes. Cleopatra, a bordo del Antonia —una de las pocas embarcaciones del periodo helenístico cuyo nombre se conoce—, su nave insignia con velas de color púrpura, dirigía su personal escuadra de guerra formada por sesenta navíos. Paralelamente, Marco Antonio y Cleopatra contarían con el apoyo de los estados clientes de Libia, Cilicia, Capadocia, Paflagonia, Comagene, Tracia, Ponto, Arabia, Judea y Galacia.

El rostrum o espolón de proa estaba destinado a romper el casco de las naves enemigas. En la imagen, reverso de un sextante de cobre de época tardorrepublicana con la proa de una nave de guerra, Museo Británico, Londres.

A pesar de las ventajas iniciales conseguidas por las tropas de Marco Antonio, fueron varios los errores estratégicos que cometió el general a lo largo de todo el conflicto. En este sentido, había dado la orden de atacar con las velas a bordo, aparentemente para poder perseguir al enemigo, pero tal vez para preparar la retirada.

La toma de Metona en la primavera del 31 a. C. amenazó el conjunto de las posiciones antoninianas y la ruta del abastecimiento egipcio. Tras apoderarse con cierta facilidad de la isla de Corfú, Octavio pudo desembarcar a sus tropas sin ningún impedimento e ir ocupando metódicamente la costa y las islas hacia el golfo de Ambracia, al sur del Epiro, donde estaba fondeando la mayor parte de la flota de Marco Antonio. Este, acompañado por la reina de Egipto, salió precipitadamente de Patrás e instaló seguidamente su campamento en la orilla sur del estrecho que daba acceso al golfo, en las proximidades del templo de Apolo en Accio.

En poco tiempo, los dos ejércitos llegaron finalmente al golfo de Ambracia. Tanto Marco Antonio como Octavio habían instalado sus campamentos sobre el promontorio de Accio, en Acarnania, donde permanecieron frente a frente durante varias semanas. Las primeras escaramuzas no se producirían hasta bien entrada la primavera. En estas refriegas, Agripa pudo tomar la mayoría de las bases de su retaguardia, la isla de Leúcade y sobre todo Patrás, lo que hizo absolutamente insostenible la situación de las tropas antoninianas.

El arpax o arpón, diseñado, según Apiano, por Marco Vipsanio Agripa, consistía en un listón de madera de dos metros y medio de longitud reforzado con hierro y un garfio en uno de sus dos extremos para poder asaltar las naves enemigas y luchar cuerpo a cuerpo.

En lugar de abandonar las naves y de forzar al enemigo a librar una batalla terrestre, Marco Antonio, siguiendo ciegamente el consejo de una Cleopatra incapaz de decidirse a hundir la totalidad de la flota, optó por forzar el bloqueo. El ejército de Marco Antonio, rodeado, presentaba serias dificultades para el abastecimiento. Sus fuerzas disminuían precipitadamente, pues los reyes de Tracia y de Paflagonia, conscientes de que la pareja estaba condenada al fracaso, se unieron sin ninguna vacilación a Octavio buscando con ello la confirmación de sólidos lazos de fidelidad con Roma. Asimismo, el legado Quinto Delio también abandonó la causa de Marco Antonio, llevándose consigo los nuevos planes de batalla.

La flota antoniniana se encontraba dividida en cuatro escuadras listas para el combate. Paralelamente, la pequeña escuadra de Cleopatra, que incluía el conjunto de las naves mercantes junto con el cofre del tesoro, permanecía en la retaguardia.

Agripa embarcó a cuarenta mil soldados y tentó a Marco Antonio para que saliera a luchar a mar abierto. Sin embargo, este intentó llevar a cabo un combate cerca de la costa, donde no era posible que sus naves fueran rodeadas por el enemigo. Se produjo, por consiguiente, una situación de estancamiento.

Marco Vipsanio Agripa (63-12 a. C.), uno de los estrategas más ilustres de la Antigüedad, encargado de los asuntos militares de Octavio, fue el verdadero responsable de la derrota de Marco Antonio y Cleopatra en la batalla naval de Accio. En la imagen, busto marmóreo de Marco Vipsanio Agripa, (siglo I a. C.). Museo del Louvre, París.

Finalmente, al mediodía del 2 de septiembre del 31 a. C., debió empezar a soplar una ligera brisa que permitiría a las naves de Marco Antonio poder escapar del alcance de las tropas de Agripa, que había dejado las velas en la costa. De esta manera, Marco Antonio avanzó rápidamente mar adentro para aprovechar el viento. En primer lugar tomó posición el ala izquierda de su flota, y ambos efectivos navales se encontraron frente a frente. Agripa comenzó a extender las líneas para desbordar a Marco Antonio por el flanco. El ala derecha de la flota antoniniana debía desplazarse al norte para evitar esta maniobra, y empezó a separarse del centro. Las naves de Marco Antonio, grandes y lentas, dirigidas por el entonces cónsul Cayo Sosio, fueron finalmente derrotadas por las naves más pequeñas y maniobrables de Agripa y su superior armamento. El pequeño contingente naval de Cleopatra, en vez de luchar, huyó por el centro de la línea de Agripa a través de las naves combatientes.

La única solución para poder escapar con vida era romper el bloqueo de Agripa con una flota reducida al mínimo. El tesoro fue colocado en el Antonia. Las velas de las naves antoninianas no fueron retiradas, como se solía hacer para el combate, sino que se llevaron a bordo listas para ser izadas y agilizar la huida. En este sentido, en la historiografía tanto clásica como moderna existen claras diferencias a la hora de valorar el enfrentamiento, pues por un lado se encuentran aquellos que postulan que Marco Antonio buscaba una retirada completa y por otro lado se alzan aquellos que sugieren que lo que buscaba era un enfrentamiento con una parte del ejército que encubriese lo que en realidad era una huida.

Disposición de los efectivos antoninianos y octavianos en la batalla naval de Accio.

Únicamente quedaron en pie doscientas cuarenta naves frente a las cuatrocientas de Octavio. Todo estaba preparado para huir por mar, mientras que el ejército de tierra era confiado a Publio Canidio Craso, quien debía llevar las tropas por Macedonia y Tracia hasta Asia Menor, donde Marco Antonio tenía la intención de continuar el combate. Sin embargo, por desgracia para él, unos emisarios de Octavio lograron convencer a la tropa y a los suboficiales, cuya moral estaba a un nivel muy bajo después de lo sucedido, de que abandonaran la causa de un jefe que parecía haberlos dejado solos. Todavía más que el desastre naval, esta defección masiva de su ejército sellaba el destino de Marco Antonio, que a partir de ese momento carecía de cualquier medio para invertir la situación.

La propaganda octaviana y la tradición historiográfica clásica presentaron la victoria de Octavio como un triunfo total, pues los dioses y la propia naturaleza así lo habían decidido. Esta guerra sería presentada como una guerra justa y no como una guerra civil, puesto que, como había aclamado Octavio antes de la batalla, Marco Antonio ya ni siquiera era romano. Se trataba, por tanto, de la victoria aplastante de Occidente sobre Oriente, de la virtud sobre la lujuria, de la República romana sobre la monarquía oriental.

Tras la batalla naval de Accio, Octavio, consciente de la importancia del poder marítimo, reorganizó la marina con la creación de flotas permanentes para la protección de las expediciones civiles y mercantes. En este bajorrelieve la popa de la nave está decorada con un cocodrilo, símbolo tradicional de Egipto. El animal, encadenado y puesto a los pies de los marineros, es el emblema de una victoria que Octavio presentó como incuestionable. Relieve de Preneste, fines del siglo I a. C. Museo Pío-Clementino, Vaticano.

LOS COMPAÑEROS DE LA MUERTE

Según el relato de Plutarco, Marco Antonio logró alcanzar finalmente la nave de Cleopatra.

Pese a la huida de Marco Antonio y de Cleopatra, sus tropas siguieron combatiendo a sabiendas de que no conseguirían derrotar al rival. Fue entonces cuando Octavio dio la orden de incendiar las naves enemigas.

Tal vez la reina, presa del nerviosismo, deseaba conservar sus fuerzas intactas frente al posible desembarco de las tropas octavianas en Egipto. Aunque semivencidos, Marco Antonio y Cleopatra habían logrado escapar de la trampa de Octavio. Sin saberlo, estaban navegando rumbo a la muerte.

Tras la batalla naval de Accio, Roma contaba con un señor único e indiscutible: Octavio. Para Marco Antonio y Cleopatra, Accio significó la pérdida de una parte importante de su ejército y la defección de numerosos aliados. La derrota de Accio sepultó los sueños de grandeza de la reina: poco después, Egipto se convertiría en una provincia romana y fracasaría su sueño de inaugurar una nueva dinastía que uniera Roma y Egipto.

La reina no tenía la más mínima intención de regresar a Egipto como una derrotada. Así pues, las naves de su pequeña escuadra, copiosamente adornadas con guirnaldas, entraron en el puerto de Alejandría al ritmo de himnos triunfales. En el cabo Ténaro, al sur del Peloponeso, fue informada de que el ejército de tierra que había dejado en el promontorio de Accio se había rendido a Octavio a cambio de su clemencia, lo que venía siendo una práctica bastante habitual desde tiempos de Julio César.

Los intereses de Cleopatra se fundamentaban en la salvaguarda del futuro de sus hijos y de la independencia de su reino, razón por la que solicitó ayuda a los jefes orientales medos y nabateos.

Una vez en Alejandría, volvió a tomar las riendas del poder y ordenó ejecutar a todos los individuos sospechosos de traición confiscando sus bienes. Asimismo, saqueó los templos con el propósito de acumular la mayor cantidad de fondos posibles (hay quienes han interpretado estas medidas como el resultado de una situación de bancarrota total).

Por su parte, Marco Antonio, consciente de su debilidad, licenció a unos cuantos compañeros que todavía le eran fieles y los recompensó con generosidad. Aún contaba con cuatro legiones estacionadas en la Cirenaica. Se detuvo en Libia para ponerse al frente de ellas, mientras Cleopatra llegaba a Alejandría. Cuando el general romano conoció la defección de las legiones de la Cirenaica, sus hombres más cercanos a duras penas lograron impedir que se suicidara.

De regreso a Alejandría, Marco Antonio cayó una vez más en la más rotunda apatía. Se hizo construir en la isla de Faro, en las proximidades del puerto, una casa pequeña a modo de refugio en la que viviría como un ermitaño, apartado de la corte, y a la que dio el nombre de Timoneion, en recuerdo del misántropo Timón de Atenas. Cleopatra, por su parte, alimentaba los proyectos más quiméricos para conjurar la suerte que la esperaba, intentando reconstruir un ejército y una flota y soñando momentáneamente con establecerse en la península ibérica o en la India. Y es que, históricamente, Hispania era una tierra muy rica en recursos naturales y que acogía sin problemas a los romanos que estaban en desacuerdo con el gobierno central.

Paralelamente, Cleopatra, consciente de que Octavio no se quedaría de brazos cruzados, intentó negociar por la vía diplomática con el romano, quien en aquellos momentos se encontraba en Rodas. Solicitaba que el reino fuese asignado a sus hijos y que a Marco Antonio le fuese concedido el derecho de vivir en Egipto o en Atenas como un simple ciudadano romano.

Fue necesaria toda la energía de la reina para sacar a Marco Antonio de su profundo retiro. De esta manera, Cleopatra organizó numerosas fiestas: en honor de la imposición de la toga viril a Antilo, el hijo de Marco Antonio y Fulvia; en honor del ingreso de Cesarión en la lista efebia, lo que tranquilizó considerablemente a la población alejandrina, y, finalmente, en honor del cincuenta y tres aniversario de su esposo. Marco Antonio consintió entonces en volver con sus amigos, que ya no eran los adeptos de la vida inimitable, sino «los compañeros de la muerte» (synapothanoumenoi). Habían acordado morir juntos, pero a la espera de la última hora tenían el propósito de compartir los últimos placeres. Una leyenda negra afirma que fue en este preciso momento cuando la reina empezó a probar la eficacia de numerosos venenos en los esclavos y en los prisioneros. Dion Casio afirma también que la reina egipcia había reunido todas sus riquezas en su tumba, amenazando con prenderles fuego si se veía en peligro.

A fines del 31 a. C., antes de marchar a Alejandría, Octavio se vio obligado a regresar a Italia para resolver diversas crisis, entre ellas la revuelta de sus propios veteranos, que estaban descontentos con su suerte. Sobre todo tenía que hacer frente a la nueva crisis económica, y la manera más sencilla de remediar la situación consistía en apoderarse del tesoro lágida. En este sentido, Octavio le encargó a Cornelio Galo, quien había sustituido al antiguo antoniniano Escarpo en Cirene, que invadiera Egipto a través de tierra libias. Marco Antonio se presentó ante él en Paretonion, pero no pudo impedir que tomara la plaza y siguiera avanzando hacia el este. Octavio, por su parte, se aproximaba rápidamente por la costa siria, alcanzando Ptolemaida, la futura San Juan de Acre, donde fue recibido efusivamente por Herodes, quien no había temido en ningún momento salir a su encuentro en Rodas para convencerlo de la sinceridad de su adhesión. Se confirmaban de este modo las previsiones de Cleopatra respecto al rey que Marco Antonio les había dado a los judíos. Herodes adoptó esta posición al ser consciente de que después de Cleopatra era el aliado más fuerte con el que contaba Marco Antonio.

Paralelamente, Amintas de Galacia y Deyotaro de Paflagonia abandonaron también la causa de la pareja a sabiendas de que nada tenían que hacer si seguían apoyándolos.

Desde el primer momento Cleopatra preparó a Cesarión para la sucesión, realidad que viene constatada en la estela de Copto datada el 21 de septiembre del 31 a. C. Museo Británico, Londres.

Plutarco y Dion Casio insinúan que Cleopatra practicó un doble juego tratando de negociar a espaldas en perjuicio del propio Marco Antonio. Pese a todo, es muy probable que la reina tratara de conseguir de Octavio la salvación de sus hijos, y tal vez incluso que le permitiera a Cesarión reinar sobre un Egipto nuevamente vasallo de Roma. La única contrapartida que todavía podía ofrecerle era el libre acceso a Egipto y a su capital. En esas circunstancias cabría plantearse la siguiente pregunta: ¿consintió ella en entregar sin llegar a las armas la plaza de Pelusio a cambio de algunas vagas promesas? De todas maneras, el rumor se propagó rápidamente, pero también en esta ocasión la ingenuidad de tal actitud es difícilmente contrastable con lo que conocemos de su carácter.

Cleopatra no tenía ninguna razón para creer en la sinceridad de los tranquilizadores mensajes que le enviaba Octavio. De hecho, creyó tan poco en ellos que mucho antes de que se produjera la llegada de las legiones enemigas dispuso la huida de Cesarión al reino de Sudán. Ella, por su parte, se encerró con su tesoro y algunos criados en la tumba que se había construido, prueba irrefutable de que bajo ningún concepto quería caer con vida en manos del vencedor, mientras que Marco Antonio, por su parte, trataba de movilizar lo que quedaba de sus fuerzas terrestres y navales para oponer una última resistencia a la desesperada.

Ya no había nada que hacer salvo esperar la llegada de Octavio.

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