Breve historia de Cleopatra

Breve historia de Cleopatra


8. MORDIDA POR UN ÁSPID: LA MUERTE DE LA ÚLTIMA REINA DE EGIPTO » Los últimos días de Cleopatra y Marco antonio

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Tras conseguir una rotunda victoria en la batalla naval de Accio, el principal propósito de Octavio fue tomar a Cleopatra como prisionera y exhibirla en Roma durante la celebración del triunfo, simbolizando con ello la superioridad y el éxito sobre la derrotada enemiga como años antes hiciera Julio César con su hermana Arsínoe en agosto del 46 a. C.

Después de entrevistarse con Octavio, un hombre al que bajo ningún concepto podría seducir o sugestionar, Cleopatra comenzó a ser consciente a partir de ese momento de su propio destino. Viendo y rechazando, pues, su futuro como esclava de Roma, prefirió morir y recurrió para ello al suicidio.

Como ya hicieran los autores clásicos, el pintor Raphael Mengs (1728-1779) también planteó la duda de si Cleopatra suplicó o no a Octavio que le perdonase la vida. En la imagen, Octavio y Cleopatra, de Raphael Mengs.

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE CLEOPATRA Y MARCO ANTONIO

A comienzos del año 30 a. C., Octavio llegaba a la frontera oriental egipcia a la vez que las legiones de Cornelio Galo se estacionaban en la frontera occidental. Egipto estaba contra las cuerdas. La pareja intentó entonces negociar con Octavio: Marco Antonio estaba dispuesto a renunciar a todos sus poderes y convertirse en un simple ciudadano en Egipto o en Grecia; de hecho, como señala Dion Casio, incluso estaba dispuesto a ofrecer su propia vida si con ello lograba salvar la de Cleopatra. Octavio no dio ninguna respuesta, pero, por el contrario, planteó una propuesta a la reina, que ya le había enviado su cetro y su diadema en señal de alianza. Le pidió que abdicase oficialmente la corona e hiciese ejecutar a su amado. La reina, como era de esperar, se negó a hacerlo, si bien es cierto que en ese preciso momento podría haber surgido la incertidumbre.

Según Plutarco, Cleopatra reunió diferentes venenos mortales y, al igual que sus predecesores en el trono, preparó su propia sepultura: una alta torre cuadrangular iluminada tan sólo por dos ventanas. Fue en este lugar donde la reina metió su preciado tesoro acompañado de una gran cantidad de material inflamable para quemarlo todo en caso de que cualquier enemigo intentase apoderarse de la torre. En este sentido, Tiros, el nuevo mensajero que Octavio envió para convencer a la reina de que aceptase una sumisión a Roma, fue golpeado y expulsado violentamente por Marco Antonio, que temía una alianza entre Octavio y Cleopatra.

Entrada la primavera del 30 a. C., las tropas octavianas se apoderaron fácilmente de Pelusio y a comienzos del verano de ese mismo año se encontraban a las puertas de Alejandría. Marco Antonio realizó entonces una salida afortunada con su caballería, si bien esta escaramuza estaba muy lejos de ser una victoria decisiva.

El 31 de julio del 30 a. C., Marco Antonio lanzó a su ejército contra Octavio. Sin embargo, se trataba de un ejército bastante debilitado ya que sólo se batió la infantería —la caballería y la flota ya se habían rendido al enemigo—. La noche anterior había corrido el rumor de que el dios Dionisio, su protector, había abandonado Alejandría en medio de un gran cortejo y al ritmo de varios instrumentos musicales. Como indicó Plutarco, «el dios a quien Marco Antonio quería imitar y parecerse, y con el que deseaba ser confundido, lo abandonaba definitivamente». Era la derrota final. Las legiones octavianas continuaron a las puertas de la ciudad, y Marco Antonio no tuvo más remedio que dejar el campo de batalla.

Fue entonces cuando Marco Antonio fue informado por medio de sus generales de que Cleopatra, encerrada en su mausoleo y presionada por la circunstancia que estaba viviendo, acababa de quitarse la vida. Angustiado por tal noticia, cogió su espada y la tendió a su esclavo Eros, suplicándole que le atravesase con ella. Sin embargo, el joven esclavo la utilizó para matarse a sí mismo. Estimulado al presenciar tal acto, Marco Antonio se clavó la espada en el vientre en el momento en que Diomedes, el secretario personal de Cleopatra, aparecía para anunciar que la reina todavía seguía viva. Marco Antonio moría así víctima de un malentendido.

Afectado por los acontecimientos y las noticias de la supuesta muerte de Cleopatra, Marco Antonio decidió quitarse la vida hundiéndose la espada en el vientre. En la imagen, busto marmóreo de Marco Antonio, Museos Vaticanos, Roma.

Moribundo, Marco Antonio fue llevado al mausoleo donde se encontraba Cleopatra para ver por última vez a su amada. Sin embargo, Cleopatra se había aislado de tal manera para protegerse de los soldados de Octavio, que fue necesario izar el cuerpo sangrante por una de las dos ventanas. Tras recogerlo de esta manera y recostarlo en el lecho, puso sobre él sus propias vestiduras rasgadas para cubrirlo, y empezó a golpearse y arañarse el pecho con sus manos, y secándole la sangre con su rostro, le llamaba su señor, su marido y su emperador, y casi se olvidaba de sus propios males, compadeciendo los de Marco Antonio. Este murió finalmente en sus brazos, no sin antes aconsejarle que intentase salvar la vida.

Octavio temía que Cleopatra, encerrada en su mausoleo, acabase con su propia vida y destruyese el tesoro. Por eso la quería viva. Ante todo deseaba que desfilase encadenada durante la celebración del triunfo ante la mirada y las burlas del pueblo romano. De esta manera, ordenó a Proculeyo, uno de sus hombres de confianza, que hiciera todo lo posible para apoderarse de ella. Pero la reina solamente aceptó parlamentar a través de la puerta cerrada. Únicamente le preocupaba una cosa: que sus hijos siguiesen con vida y heredasen el reino de Egipto.

Según las fuentes, Cleopatra sintió un tremendo dolor cuando sostuvo en sus brazos a un Marco Antonio moribundo. Con su muerte, sabía que el final de sus días era inminente. En la imagen, La muerte de Marco Antonio y Cleopatra de A. Turchi. Museo del Louvre, París.

A continuación, también intervino Galo, y mientras distraía la atención de la reina, Proculeyo entró por una de sus ventanas, sorprendió a Cleopatra y le arrancó el puñal con el que tenía intención de quitarse la vida. A partir de ese momento Cleopatra quedaba prisionera y vigilada de cerca por Epafrodito, un liberto de Octavio.

El 1 de agosto del 30 a. C., Octavio entró finalmente en Alejandría por la puerta Canópica. Para tranquilizar a la población, explicó en un extenso discurso pronunciado en griego las razones del comportamiento clemente que iba a seguir: la riqueza y la belleza de la ciudad, la admiración por su fundador Alejandro Magno y la amistad que tenía con el filósofo alejandrino Areio. Después hizo registrar la urbe para encontrar a Antilo, el hijo de Marco Antonio y Fulvia, y a Cesarión. El primero, denunciado por su mentor, fue decapitado en el mismo lugar donde había encontrado refugio, es decir, en el templo que Cleopatra había dedicado a los manes de Julio César. Por el contrario, los hombres de Octavio no lograron localizar tan fácilmente a Cesarión, a quien Cleopatra había ordenado huir hacia la India por la ruta de Etiopía con una gran suma de dinero. Sin embargo, el primogénito de la reina de Egipto no iba a permanecer a salvo durante mucho tiempo.

Cleopatra, que había recibido la venia de Octavio para rendir las debidas honras fúnebres a Marco Antonio, cumplió con esta última obligación. Había decidido suicidarse para ahorrarse así la humillación de desfilar en el triunfo de Octavio. Sin armas, y vigilada en todo momento por los hombres del nuevo señor de Roma, empezó a dejar de comer y a autolesionarse. Se estaba consumiendo, sin duda ayudada por su médico. Al tener noticia del comportamiento de la reina, Octavio la amenazó: si continuaba comportándose de esa manera, acabaría vilmente con Cesarión. Entonces consintió que la curasen y volvió a alimentarse.

Octavio acudió finalmente a visitar a la reina a su mausoleo. En este sentido, Dion Casio acusa a la reina de haber intentado seducir al romano en el curso de esta última entrevista, de haberse entregado a dulces miradas y palabras. Octavio habría resistido a la tentación. Por su parte, Plutarco recoge la escena con una mirada diferente: pálida, delgada y consumida por la fiebre, la reina no estaba en condiciones de seducir a nadie. No obstante, ofreció a Octavio parte de su tesoro a la vez que recurría a su clemencia. Octavio se cercioró de que Cleopatra todavía tenía intenciones de vivir.

Sin embargo, la reina estaba decidida a morir. El 12 de agosto del 30 a. C., antes de quitarse la vida, visitó por última vez la tumba de Marco Antonio. A continuación, se dedicó a los últimos preparativos: se hizo bañar, maquillar y vestir como una verdadera reina por dos de sus esclavas, Iras y Carmión. Luego envió una misiva a Octavio en la que le solicitaba que su cuerpo fuera sepultado cerca del de su amado. Los hombres de Octavio, para evitar su suicidio, marcharon rápidamente a donde se encontraba la reina. Pero ya era demasiado tarde. Cleopatra, con las insignias de sus ancestros, tanto faraónicos como macedonios, yacía sobre un lecho con sus dos sirvientas a su lado, moribundas. Se hizo venir a médicos y sanadores para evitar la muerte de la reina. Empero, todos los intentos fueron inútiles.

Así moría Cleopatra, la última faraona de Egipto, la gran reina oriental y mujer todopoderosa que había sido capaz de seducir y enfrentarse a Roma.

Como señalan los autores clásicos, Cleopatra murió de la misma manera que vivió: con un gran gesto dramático, pues la teatralidad siempre caracterizó su personalidad. En la imagen, La muerte de Cleopatra, óleo de Jean André Rixens, (1874). Musée des Augustins, Toulouse.

Llegados a este punto, hemos de preguntarnos si Cleopatra se suicidó con una aguja impregnada en un veneno que mantenía oculto en una de sus joyas o si por el contrario se hizo morder por un áspid. Conocido en toda Alejandría el hecho de que Cleopatra se había suicidado el 12 de agosto del 30 a. C., a los pocos días comenzó a correr la noticia de que un campesino había traído una cesta de higos en la que habría podido disimular una serpiente.

Con treinta y nueve años Cleopatra había elegido la única libertad que le quedaba: la muerte. Su última estratagema había consistido en burlar la confianza de Octavio.

A pesar de su cólera, Octavio ordenó que su cuerpo fuese sepultado cerca del de Marco Antonio. Asimismo, mandó derribar las estatuas erigidas a la gloria de su enemigo, pero a cambio de una gran suma de dinero que le remitió un fiel amigo de Cleopatra, Arquibio, dejó intactas las estatuas de la reina, si bien es cierto que su destrucción hubiera sido un acto totalmente intolerable.

Las circunstancias en que se produjo el suicidio de la última reina de Egipto siguen siendo todavía un gran misterio, tanto por la aparente facilidad con la que encontró la ocasión para cometerlo como por la naturaleza misma del instrumento. La propaganda octaviana transformó dicho suicidio, que solía considerarse en la época un acto noble y valeroso, en una falacia por parte de Cleopatra que le privaba así de la facultad de ejercer con ella su clemencia.

Muerte de Cleopatra, Claude Vignon (1593-1670). Museo de Bellas Artes de Rennes, Francia.

Estrabón, pese a ser coetáneo a los acontecimientos, evitó elegir entre dos versiones contemporáneas: la que atribuía a su muerte un veneno y la que se basaba en la intervención de una serpiente. Encontramos el mismo tratamiento en los relatos de Plutarco y de Dion Casio. Empero, y pese a su evidente falta de verosimilitud, prevaleció la tesis de la serpiente. De esta manera, los poetas de la época augustea, es decir, Virgilio, Horacio y Propercio, se refirieron a mortíferos reptiles en el momento de tratar la muerte de la última reina de Egipto. Por sus múltiples implicaciones simbólicas y religiosas, aquella forma de morir podía llegar a la imaginación de cualquier individuo. El rumor fue alimentado a su vez por la presencia en el desfile triunfal celebrado por Octavio en Roma de una estatua que representaba a la reina con un áspid enrollado en el brazo. Pero, en realidad, esta estatua no representaba sino a Isis en calidad de Gran Maga. Con ese apoyo iconográfico, se entiende que la leyenda del áspid prevaleciese hasta convertirse en un hecho indiscutible. Los autores modernos tomaron el relevo de los clásicos y encontraron en la víbora —que, en realidad, sería más bien una cobra egipcia, el símbolo del Egipto faraónico— múltiples significaciones, unas relacionadas con las creencias helenísticas y otras extraídas de los antiguos cultos faraónicos.

A fecha de hoy, los monumentos funerarios de Marco Antonio y de Cleopatra no han sido localizados, pero la memoria de ambos personajes ha causado tal impacto que veintiún siglos más tarde siguen siendo objeto de apasionadas versiones históricas y literarias. Su memoria fue honrada durante siglos por los egipcios —al menos hasta el siglo IV, pues ellos lograron entender las actitudes y los comportamientos de una mujer que ante todo quiso reinar pero haciéndolo en un estado libre de la presencia romana.

El mausoleo de Cleopatra aún no ha sido localizado. Plutarco afirma que se encontraba cerca del templo de Isis. En 2003 se planteó que podría encontrarse en el barrio este de Alejandría. Lamentablemente, sobre dicho emplazamiento existen numerosos edificios, por lo que la excavación arqueológica resulta muy compleja. En 2006, el director del Consejo Superior de Antigüedades Egipcias, Zahi Hawass, sugirió otra localización, Taposiris Magna, a unos cincuenta kilómetros de Alejandría, donde al parecer se localizaron algunos indicios que prometían una rápida resolución del enigma. No obstante, las obras se paralizaron tras las revueltas populares de febrero de 2011 y no se disponen de resultados positivos y determinantes hasta la fecha. En la imagen, recreación del mausoleo de Cleopatra, grabado del siglo XVII, Biblioteca Nacional de París.

Pocos días después de la muerte de Cleopatra, los alejandrinos recibieron asombrados la noticia de que Cesarión retornaba a la capital del reino para suceder a su madre con el título de Ptolomeo XV —en realidad, se trata de un dato ideado por los cronistas egipcios para poder llenar el vacío histórico existente entre la muerte de la madre y el paso a estar bajo el poder oficial de Roma—. Su preceptor, Rhodon, le convenció de que no debía temer en ningún sentido a Octavio. Sin embargo, jamás llegó a Alejandría, pues fue asesinado en el camino de regreso. Ahora Octavio era el único que se podía presentar como heredero de Julio César.

Otra víctima menos famosa pero bastante significativa fue Petubastis IV, sacerdote de Ptah y primo de Cleopatra. Su asesinato eliminó al pretendiente más importante al trono de Egipto.

Por lo que respecta a los hijos de Marco Antonio y Cleopatra, fueron enviados a Roma, donde los acogió Octavia. Únicamente sobreviviría Cleopatra Selene, pues Alejandro Helios y Ptolomeo Filadelfo desaparecerían rápidamente en misteriosas circunstancias.

Octavio logró apoderarse del tesoro de Cleopatra sin problemas. Saqueó el palacio real, confiscó las propiedades de los alejandrinos sospechosos de complicidad con la reina, se adueñó de dos tercios de los bienes de los ciudadanos adinerados e impuso a la ciudadanía gravosos tributos. Estas medidas le permitieron recompensar generosamente a sus soldados, incluidos aquellos que habían combatido a las órdenes de Marco Antonio, y enviar a Roma una cuantiosa suma de metales preciosos —el tesoro egipcio representó una parte considerable de las dieciséis libras de oro y los cincuenta millones de sestercios en piedras preciosas y perlas que Octavio hizo llegar al templo de Júpiter Capitolino.

La hija de Cleopatra y Marco Antonio, Cleopatra Selene, casada con Juba de Mauritania, se convirtió en reina de la provincia de África, es decir, Numidia y Mauritania, y fundó con su esposo una próspera capital, Cesarea, la actual ciudad argelina de Cherchell. Las monedas acuñadas con su efigie contaban con la marca de su ascendencia egipcia. Tras su muerte y el asesinato en el año 40 de su hijo Ptolomeo por el emperador Calígula (37-40), la dinastía lágida se extinguió. En la imagen, denario acuñado en Cesarea con las efigies de Juba II y Cleopatra Selene.

Tras haber visitado el reino de Egipto hasta la ciudad de Menfis, solucionado los problemas de Oriente y recibido el homenaje de Siria, Judea, Fenicia y de los griegos de Asia, Octavio regresó a Roma a comienzos de agosto del 29 a. C. Se le concedieron numerosos honores, entre ellos tres días de triunfo: el 13 de agosto celebró su victoria sobre los dálmatas; el 14, sobre los bárbaros asiáticos derrotados en Accio, y el 15, sobre Egipto.

En el espectacular desfile que atravesó la ciudad hasta llegar al Capitolio figuraban, además de las alegorías del Nilo y de Egipto, los hijos de Cleopatra y una estatua de su madre, acostada en un lecho fúnebre en la postura que tenía en el momento de su muerte, con una serpiente enrollada en el brazo.

EGIPTO: PROVINCIA ROMANA

Por razones obvias las virtudes de Cleopatra no fueron reconocidas por Roma en ningún momento, si bien es cierto que el ideal de la monarquía helenística contribuyó durante siglos a definir las bases de la política romana.

Tras la caída de Alejandría, Egipto quedó bajo el dominio de Roma pero, a diferencia de las demás provincias, y en buena medida gracias a su importancia económica y estratégica, disfrutaría de una categoría especial. Propiedad personal de Octavio, dependería directamente del emperador, conservando sus rasgos específicos esenciales.

Octavio se adaptó fácilmente al modelo faraónico que había imperado en Egipto durante siglos. De esta manera, se convirtió en el rey del Alto y del Bajo Egipto, hijo del Sol, César eternamente vivo, amado de Ptah y de Isis. En su honor se erigieron estatuas de Octavio-Osiris, Octavio-Thot y Octavio-Faraón. Igualmente, se consagraron varios templos al nuevo faraón como el templo de File en el año 13 a. C.

Al igual que Octavio, los emperadores romanos que le sucedieron fueron representados como faraones. En la imagen, Octavio como faraón, Museo de El Cairo, Egipto.

Octavio inauguró de esta manera la larga lista de los emperadores romanos que serían faraones de Egipto hasta fines del siglo IV.

De regreso a Roma, prohibió la construcción de capillas privadas de divinidades egipcias dentro del recinto sagrado o pomerium, y embelleció la ciudad con el dinero y los gustos egipcios. Parafraseando a Horacio, «el Egipto conquistado conquistó a Roma».

Octavio estaría más interesado en explotar los recursos del país y de asegurar su dominio sobre el territorio que en respetar las tradiciones locales y las aspiraciones indígenas. Se intensificó sobremanera la explotación agrícola y se mejoró la red de canales de regadío. Paralelamente, se flexibilizaron los monopolios en beneficio de la burguesía helenizada y se intensificaron los intercambios comerciales exteriores. La economía egipcia se mantendría hasta bien entrado el siglo III y el país sería uno de los más prestigiosos graneros de Roma —en realidad, la política administrativa romana únicamente estaba dirigida a obtener riquezas para Roma y no para Egipto.

Para tranquilizar al mismo tiempo a los pueblos y a los dioses de los países conquistados, el sincretismo romano adaptaba sus propias divinidades a las de sus antiguos enemigos. En la imagen, Anubis como legionario romano, siglo II d. C., catacumba de Kom el Shukafa, Alejandría.

Octavio delegaría la gestión de Egipto a un prefecto de rango ecuestre, Cornelio Galo. Fueron respetadas las estructuras administrativas, pero a la enorme masa de funcionarios pagados por el poder central se sumaron los sacerdotes que, privados de sus tierras, recibieron a partir de entonces un salario y fueron cubiertos de honores, puesto que el nuevo faraón no podía permitirse el lujo de ganarse la hostilidad de un clero todopoderoso.

Ningún senador podría pisar suelo egipcio sin la autorización de Octavio, y ningún egipcio, salvo si era alejandrino, podría obtener la ciudadanía romana. La actitud de Octavio respecto a Alejandría sería ambigua: debía tener en consideración a los elementos griegos y judíos de la población sobre los que se apoyaba, pero al mismo tiempo desconfiaba de ellos. La ciudad no tendría ni magistrados, ni comicios ni asambleas elegidas.

Finalmente, Egipto perdería su régimen especial con la reorganización administrativa del año 395 cuando quedó incorporado al Imperio romano de Oriente y dividido en provincias.

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