Breve historia de Cleopatra

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EPÍLOGO » Cleopatra: una reina de leyenda

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CLEOPATRA: UNA REINA DE LEYENDA

«Si la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta, toda la faz de la Tierra habría cambiado».

Con esta afirmación el filósofo y teólogo francés Blaise Pascal (1623-1662) remite al episodio en el que la reina del Nilo intentó persuadir sin éxito a Octavio, quien, sin dudar lo más mínimo, la rechazó con tono firme alegando que su nariz era demasiado grande para su gusto. Tomando como base la conocida como teoría del «efecto mariposa», Pascal quiso dar a entender con este episodio histórico que por un pequeño instante la toma de una simple decisión podría haber cambiado el devenir de la historia.

Tras la batalla naval de Accio, Octavio se había convertido en el hombre más importante de Roma, y de haber caído bajo los influjos y encantos de Cleopatra, como anteriormente ya hicieran Julio César o Marco Antonio, muy probablemente lo hoy conocido como occidental estaría influido por los usos orientales de la reina del Nilo, o incluso Egipto formaría parte de lo que hoy conocemos como Occidente.

Desde el principio, Cleopatra no se enfrentó a Roma como egipcia, sino como una civilizada griega que consideraba bárbara la civilización romana. De haber logrado con éxito todas sus metas, se habría instaurado una monarquía grecorromana, la influencia del helenismo se habría extendido por todo el mundo conocido y Alejandría podría haberse convertido en la capital de un nuevo imperio.

Ningún personaje femenino de la historia ha sido tantas veces recreado en las distintas artes como Cleopatra. De hecho, incluso podríamos afirmar que la última reina de Egipto aún sigue viva entre nosotros tras más de veinte siglos de historia. Después de su muerte, Cleopatra fue adquiriendo un halo de grandeza hasta el extremo de convertirse en el símbolo de los grandes peligros que amenazaban a la cultura y a la tradición romanas.

Busto marmóreo de Cleopatra. Altes Museum, Berlín.

El 12 de agosto del 30 a. C. Cleopatra ponía fin a su vida. La elección del suicidio y los propios avatares de su existencia la convirtieron en un mito que se ha mantenido latente hasta el día de hoy. Si bien es cierto que Cleopatra ha suscitado un gran interés entre los historiadores, han sido fundamentalmente poetas, dramaturgos, novelistas, pintores, músicos y cineastas quienes han rememorado en mayor número de ocasiones su figura elaborando en la mayoría de los casos un modelo femenino bastante alejado del personaje histórico —su biografía ha sido víctima de constantes deformaciones que se detectan también en las investigaciones históricas.

A diferencia de otras mujeres de la historia, Cleopatra ha sido objeto de una fascinación constante en la cultura visual y literaria de Occidente prácticamente desde el momento de su muerte. No obstante, la mayoría de las representaciones suelen estar bastante lejos de lo que fue su propia realidad histórica. Realmente, la imagen de Cleopatra que ha imperado a lo largo de los siglos tan sólo se inspira parcialmente en la vida real de la última reina de Egipto; de ahí la afirmación de que fue uno de los personajes históricos más adulterados de la Antigüedad.

A la figura de Cleopatra se la ha privado de relevancia histórica y se la ha fijado directamente en el ámbito de la leyenda o el mito, ocultando determinados aspectos o primando otros. De esta manera, su figura es conocida a través de un retrato particularmente hostil que se ha mantenido hasta época contemporánea.

Cualquiera que revise los episodios decisivos de su vida podrá contemplar a una reina que reflexionaba y que calculaba detenidamente y en cada momento la toma de sus decisiones, teniendo en cuenta siempre el interés de su reino y el de sus hijos.

Las interpretaciones, tanto antiguas como modernas, de la reina del Nilo han permitido la aparición de diversas y discordantes Cleopatras a lo largo de la historia. Durante siglos, los artistas las han tomado y en ocasiones transformado, y hasta puede afirmarse que cada época ha creado a su propia Cleopatra.

Cuando Cleopatra optó por el suicidio como única salvación era ya una figura famosa gracias, en gran medida, a una imagen literaria creada por los autores contemporáneos como propaganda contra Marco Antonio —poner fin a su vida fue una decisión destinada a reforzar su propia posición de poder—. Reina, extranjera, mujer, frívola, lujuriosa, Cleopatra reunía en su persona todos los vicios y las debilidades que un ciudadano romano despreciaba y temía, pues ante todo era una mujer exótica capaz de cualquier cosa con tal de conseguir sus propósitos, y, al igual que todos los egipcios, capaz de llevar a cabo las más horribles traiciones.

Se hace más que necesario apuntar los diferentes rasgos que sobre Cleopatra se han ido elaborando a lo largo de la historia para poder comprender cómo han ido surgiendo los diversos tópicos sobre el personaje y entender de esta manera los rasgos que han influido en las distintas versiones que sobre la última reina de Egipto se han realizado.

Con la propaganda ideada por Octavio antes y después de la muerte de Cleopatra se comenzó a elaborar el mito de la mujer fatal perpetuado en todas las artes. Las fuentes egipcias y griegas nos permiten conocer mejor a Cleopatra en sus facetas de reina y de madre. Como hemos comprobado, el principal interés de la reina fue mantener la independencia de su país, yendo incluso más allá que sus predecesores —esta política quedó claramente manifiesta en sus acuñaciones monetarias, en las que encontramos a una mujer que reina en solitario y que emite monedas en su propio nombre sin la presencia de ningún compañero masculino.

Apoyándose en la religión oficial y en el culto al soberano, las representaciones realizadas por Cleopatra de sí misma a lo largo de su reinado son, además de una muestra propagandística de su persona y de sus acciones políticas, una forma de legitimar su poder con el único propósito de justificar su posición al frente del país.

En Roma, y ya como Augusto, a Octavio tampoco le interesaba que se perdiera el recuerdo de su enemiga, pues toda la ideología augustea se fundamentaba en la victoria naval de Accio, oficialmente lograda sólo sobre la reina de Egipto.

La figura y obra de Cleopatra acabaron por obsesionar a la imaginación del mundo grecorromano: su magnificencia, su orgullo, su supuesto lujo, las circunstancias de su muerte, pero también su cultura, su ciencia, sus dotes para la magia y, por supuesto, el elemento novelesco de sus apasionados amores, se convirtieron en temas literarios habituales que siguieron desarrollándose mucho más allá del reinado de Augusto —escritores como Virgilio (70 a. C.-19 a. C.), Horacio (65 a. C.-8 a. C.), Lucano (39-65), Plinio el Viejo (23-79), Flavio Josefo (38-101), Apiano (95-165) o Dion Casio (155-235) transmitieron una imagen negativa de la reina de Egipto.

Cada época, incluso cada autor, ha contado con su propia Cleopatra. Entre la Edad Media y el siglo XIX se pasó desde la mujer de mala vida, codiciosa, lujuriosa y psicópata hasta el arquetipo mismo de la mujer ideal. Es decir, unas veces se difamaba en ella a la prostituta diabólica, otras se celebraba su sabiduría y castidad. Tras todas estas interpretaciones se oculta la verdadera Cleopatra y, como los relatos de los propios historiadores de la Antigüedad no son realmente objetivos, los únicos testimonios que están fuera de toda sospecha son los documentos contemporáneos que nos ofrecen la imagen que Cleopatra quiso dar de sí misma a sus coetáneos y a la posteridad. Pero, no obstante, se hace necesario interpretar dichas fuentes con cautela.

Lo mítico y lo puramente histórico se entremezclaron en la vida de la última reina de Egipto, biografía adulterada por los tópicos y los convencionalismos que desde la Antigüedad están presentes en todas las artes.

En suma, aunque se hayan vertido ríos de tinta con la intención de definir de la manera más detallada y completa posible su vida y obra, todavía existen numerosas cuestiones que siguen siendo un misterio y que es bastante improbable que lleguemos a resolver. Podremos realizar diferentes hipótesis sobre ellas, pero no conocerlas, por lo que cada uno de nosotros, ineludiblemente, será el directo responsable de construir a su propia Cleopatra.

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