Brasil

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El capitalismo no se adapta y no funciona bien en países que no están ya desarrollados previamente, al menos mediante un mercantilismo aceptable. En realidad, el capitalismo sólo ha funcionado bien en los países anglosajones y en el norte de Europa. El resto de países van a remolque y de problema en problema, con deudas, monedas devaluadas, rescates y crisis que nunca acaban. Es un sarcasmo decir que vas a ser la segunda economía más avanzada implantando un sistema capitalista sobre kilombos y favelas. No respetan la vida ajena y van a cumplir los contratos. Antes matan que se ponen a trabajar. Y Lula, no es que quería poner el capitalismo, sino que quería ir directamente a la socialdemocracia de raíz keynesiana: dar dinero a los pobres para que consuman con ese dinero.

A Brasil lo salvarán sus recursos naturales, que es el músculo que siempre soluciona los problemas en Latinoamérica. Por más que se equivoquen, el petróleo, el gas, el carbón, la madera, la carne y las frutas seguirán saliendo cada día por los puertos hacia el norte.

La perdición de Brasil puede ser la bonhomía, el mirar para otro lado. Es una paradoja que allí donde las personas son más amables se produzca la delincuencia más desbocada. Si yo tuviese que arreglar Brasil, lo primero, antes que dar dinero a nadie, sería forzar el cumplimiento de la ley. Esto tendría que hacerse entrando con el ejército hasta el último rincón, selva incluida, y pasando por el garrote a toda la turba de maleantes. Si hay cada año más de 50.000 homicidios intencionados, esa misma cifra pero de ejecuciones de criminales acabaría produciendo menos muertes en total, y sobre todo menos muertes de los inocentes. Pero en Brasil echan tierra y miran para otro lado.

En España en las primeras dos décadas del siglo XX había también una plaga de bandoleros y asaltadores de caminos. La gente no se atrevía a salir de su pueblo. Cuando entró Miguel Primo de Rivera en 1923 hizo una limpieza y desinfección. Una de las veces, cargó un ferry en dirección a Mahón, con la excusa de meterlos en la cárcel, y a mitad de camino abrió las compuertas y fueron todos a dar de comer a los peces. Esto es lo que Trump ha dicho recientemente en la campaña electoral: “tenemos un país o no tenemos un país”. En Brasil no tenemos un país.

Una vez pacificado el territorio y con latifundios e industrias en plena producción, se puede hacer un aumento de impuestos para financiar una educación obligatoria en condiciones. La alfabetización y sobre todo la aculturación de esos millones de personas los iría introduciendo en la rueda del trabajo y el consumo. Aunque parezca mentira, aunque sea el caso contrario de España, el problema de Brasil no es el paro (técnicamente no lo tiene) sino el convencer a la gente para que trabaje.

Y cuando ya estuviesen trabajando y en producción, luego se podría ir hablando de sanidad universal, jubilaciones y otros lujos que sólo se pueden permitir quienes producen el dinero suficiente. El aumento de la prosperidad simplemente por el gasto público es una falacia. Paul Krugman ha hecho mucho daño.

El modelo brasileño de integración de la población negra ha sido básicamente reservarles un territorio para ellos y no hacerles mucho caso. Yo esto no sé si es mejor o peor que el modelo estadounidense de aculturación que he descrito arriba. Es posible que los negros norteamericanos, a pesar de estar más alfabetizados y tener más dinero de media en los bolsillos, sean menos felices. En principio, se les ha dicho que tienen menos dinero por el racismo y la discriminación, cosa que puede ser cierta pero sólo en parte. Pienso que hay racismo, pero también unas limitaciones genéticas que no les van a permitir rendir nunca al mismo nivel que los blancos. Hay muchos tipos de inteligencia, pero en la inteligencia técnica y racional el blanco se desenvuelve mejor. Esto, unido a un entorno competitivo, da el resultado que ya conocemos. El negro norteamericano cada vez está más amargado y vive a la defensiva, como una feminista. El negro brasileño es más feliz.

Cabría también preguntarse si tenía razón Hitler cuando escribió en el Mein Kampf contra el mestizaje. Hitler pensaba que, al aparecer un individuo con mezcla de dos razas, éste tomaba las características peores de cada una. Sinceramente, no creo que esto sea así de modo general, pero sí creo que en algunos individuos se junta lo mejor de cada raza y en otros lo peor. También pienso que el mestizo, por su inevitable desarraigo cultural, tiene más posibilidades de ser problemático. Era muy clara la mala leche de algunos mulatos, cosa que en el negro puro nunca llegué a percibir. Parecía que se sintiesen blancos al estar con negros y negros al estar con blancos, lo cual no debe de ser nada agradable.

Comentario aparte merecen las mujeres. Su promiscuidad e infidelidad eran evidentes. Las negras descienden de esclavas que eran violadas a voluntad. Las blancas entienden el matrimonio como medio de mejora social, dándose demasiados casos de relaciones desiguales en cuanto a edad y posición económica. Esto estaba en España ya mal visto a principios del XIX, cuando Leandro Fernández de Moratín trató la cuestión en El sí de las niñas. La brasileña es una mujer que te “regala” una sonrisa. Y la regala porque la puede producir a voluntad, con motivo o sin él. La infidelidad es en Brasil una lacra de la que se queja todo el mundo, aunque nadie reconoce practicarla. Hay a veces fiestas de viejos ricos, que bajan en avión desde EEUU o Alemania, a las que acuden las muchachas jóvenes del pueblo a modo de ganado vacuno. Esto los padres no sólo lo consienten sino que lo incentivan.

Sería interesante comentar también la pervivencia del matriarcado negro. Durante décadas he estado escuchando aquí a las maestras y profesoras contar las glorias del matriarcado y la gran felicidad que aportaría. El matriarcado no parece entender el concepto de progreso, es un tipo de sociedad que vive estancada y siguiendo la misma tradición eternamente. Los kilombos son el Neolítico. En todo caso, sí que reconozco que el matriarcado es una sociedad feliz, con sexo libre y unas jerarquías muy suaves. El problema viene cuando los patriarcados deciden ponerle fin. Ahí se revela como una sociedad débil e indefensa. El matriarcado es lo que llevó a los negros, no sólo a ser esclavizados sino a aceptar su esclavitud y su inferioridad durante siglos. Es muy llamativo el hecho de que sólo los negros hayan sido esclavizados masivamente durante tantos siglos. Esa docilidad de los varones es la marca del matriarcado. Hay que tener en cuenta las características de aquellos primeros latifundios brasileños, con una población blanca muy minoritaria y una población negra esclava que se defendió realmente poco. Si aquella gente esclavizada, en lugar de negros hubiesen sido magrebíes, por poner un ejemplo, hubiese corrido mucho más la sangre.

Otra cosa que me hizo reflexionar fue el llamado “sincretismo”. Yo me pregunto: ¿en qué sentido Ogum y San Jorge son la misma persona? Es posible que esa figura mítica, la del dios guerrero, sea anterior a cualquier civilización, incluso anterior al Neolítico. Hace tiempo que leí que hace 70.000 años el ser humano estuvo al borde de la extinción y sólo quedaban dos mil individuos. Estas dos mil personas eran negras y es fácil suponer que ya tenían sus creencias religiosas, sus dioses y sus viejas historias, que transmitirían oralmente. La historia de Ogum y su invención de las armas de metal aparece también en Chi You, figura mítica china, por poner un ejemplo.

El tema de los “países emergentes”, de los que tanto se hablaba hace unos años, merece ahora para mí una reconsideración. No pienso que Brasil llegue, en este siglo, al nivel de vida del primer mundo. Es posible que la globalización vaya calando lentamente, que internet ayude a difundir el conocimiento y que haya una masa proletaria algo más numerosa, pero será a cambio de una nueva esclavitud al estilo de China. Es posible incluso que la robotización, por un lado, y la negativa de los países ricos a permitir las deslocalizaciones haga que Brasil, más que emerger, se sumerja otra vez. El único patrimonio que tiene el ser humano es el conocimiento. El dinero de un país es la suma del conocimiento de sus ciudadanos dividida por las bocas que alimentar. No creo que la interpretación marxista, basada en la suma de “fuerzas de trabajo”, pueda ser válida actualmente. En ese contexto, Brasil se encuentra en un lugar muy subalterno.

 

Aterrizamos en Madrid ya bien entrado el día. Cuando fui a ponerme los zapatos, tenía los pies hinchados como dos botas de vino. Estuvimos caminando y caminando por el aeropuerto, con las legañas y los ojos rojos. En el control de pasaportes, me volví a tener que quitar los zapatos. El operario luego me indicó que mis zapatos llevan unas planchas de hierro en las suelas. Estuvimos esperando otra vez el pequeño avioncito. Nos montamos y esta vez el viaje a Alicante fue más plácido. Bajamos del avioncito en medio de la pista y nos subieron a un autobús. Yo tenía una señora pequeña y arrugadita delante de mí. Tenía una voz que me resultaba familiar, era Concha Velasco. Algunas mujeres la saludaban y ella respondía con mucha simpatía. El autobús daba vueltas y vueltas, y la pobre Concha, agarrada a la barra por los bandazos, decía “es que ya no sé si he venido en avión o en autobús”.

Luego estuvimos una hora esperando las maletas en la cinta vacía, hasta que nos informaron de que estaban en otra sala de la aduana. Creo que les habían hecho un escaneo más a fondo.

 

En los días siguientes nos llegó la noticia de otro asesinato en Feira de Santana, en este caso un periodista que había publicado cosas que habían incomodado a alguien. Pregunté si era un empleado del periodista que yo había conocido, pero parece que era del periódico de la competencia. Lo habían degollado con un cuchillo de cocina mientras estaba tomando algo en el bar que había junto a la oficina de la UEFS, donde habíamos solicitado el certificado académico. Había sido, según testigos, un negro de mediana estatura, de edad indefinida, sin camiseta, con unas bermudas y unas chanclas. Estas cosas estaban pasando más de una vez al día de media en una ciudad tan pequeña como aquella. Ahora de este periodista creo que ya no se acuerda nadie.

Unas semanas más tarde nos llegó también la noticia de la muerte de la madre de nuestra amiga, la que regentaba la posada.

Yo estuve durante algunos días pensando en algún producto brasileño para importar a España. Estuve pensando en la carne, que se puede comprar en cortes grandes en el sur, cerca de Uruguay. Había que pedir un certificado de importador y comprar la mercancía a empresas que estuviesen previamente registradas para exportar a Europa (con medidas higiénicas mucho mayores). Estuve buscando en Google y encontré un par de esas empresas, aunque luego no hice nada.

También estuve considerando los zumos. Pregunté a un experto español y me dijo que el 80% del zumo que consume Europa viene de Brasil, concentrado en grandes cubas y luego tratado en fábricas de aquí. A mí ese sistema no me gusta mucho, porque en la concentración se elimina todo el oxígeno y luego el sabor nunca es el mismo. Contacté con una empresa de Río de Janeiro llamada Do Bem, que exportaba los zumos naturales exprimidos, envasados al vacío sin ningún tratamiento. Tenían una imagen muy cuidada y unos productos innovadores, con mezclas originales. Me dijeron que El Corte Inglés ya les había hecho algunos pedidos y que había algunos importadores interesados. Les pregunté si tenían pensado ceder la exclusividad y dijeron que no. Compré tres tetra brik suyos en El Corte Inglés y no me gustaron. Uno era agua de coco, que yo detesto. El otro era una limonada dulzona y floja. El otro era una mezcla de mandarina, remolacha y zanahoria, y me gustó un poco más. Estuve echando cuentas y vi que los zumos importados de esa manera salían demasiado caros. Tal vez podrían ser interesantes para locales de moda que quieren ofrecer algo diferente en su carta.

Estuve también mirando el açaí, la fruta milagrosa que da ocho veces más energía que el ginko biloba o el ginseng. Había, allá cerca de Manaos, unas empresas que la recolectaban en la selva y la envasaban triturada en unos cubos de diez litros. Estuve viendo qué competencia podría yo tener en España al importar la fruta y vi que había un par de empresas dedicadas íntegramente a ello, con tiendas on line ya en marcha. Se me ocurrió pedir sus informes en el registro mercantil y vi que venían perdiendo dinero desde hacía años. Uno, a pesar de las glorias que contaba en su web, llevaba unos 75.000€ perdidos y llevaba ya años con el tema. Decidí que yo no quería seguir aquel camino.

A mí los negocios siempre se me han ido en búsquedas en Google.

Luego estuve pensando en exportar vino allí. Se hablaba del Rioja y el Ribera de Duero, sobre todo en el área metropolitana de São Paulo. Las cifras no me acababan de convencer tampoco. Contacté con una bodega alicantina, bastante grande, que se llama Bocopa. Mostraron muy buena predisposición y me enseñaron un catálogo de vinos a muy buen precio. Son vinos de Alicante, que no tienen las características del Rioja. Algunos usan la uva Monastrell, que estaba ya casi abandonada. Compré un par de botellas de la marca y se las di a probar a un experto conocido mío. Dijo que se parecía mucho al vino de Chile, que allí sale a mucho mejor precio. En el vino, Brasil impone unos aranceles bastante gravosos a Europa. Lo dejé también estar.

El próximo negocio que yo haga en Brasil será construir una barraquinha en una playa perdida, obtener una nueva identidad falsa o contratar un sicario.

Meses más tarde conocí a un brasileño aquí en España, que vivía con su mujer, también brasileña y mucho más joven que él, en una urbanización de Santa Pola. Hacía más de una década que vivía en España. Había trabajado como comercial de una empresa de Alicante y había sido despedido con la crisis. Quería crear una empresa de exportación bajo la demanda de sus contactos brasileños. Pensaba en tiendas o supermercados de allí que estuviesen interesados en productos españoles y esta empresa se los enviase realizando todos los trámites y contratando una parte de un contenedor mediante lo que se llama “grupaje”. Yo no estaba en desacuerdo con el negocio, pero en Google había varios que se referían a esa actividad como algo en extinción, porque todo se está haciendo ya por internet.

Luego ya me olvidé de Brasil.

OTROS LIBROS DEL AUTOR:

2016 en Denia (2017).

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