Bondage
Prólogo
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Prólogo
El sonido de la cafetera me saca de mis cavilaciones. ¡Joder! Necesito dormir. La noche pasada fue apoteósica, y me he despedido de la dulce Catherine una hora antes de entrar a trabajar. Mi polla cobra vida con tan solo con recordarla: atada, amordazada y tan deliciosamente a mi merced. Follamos toda la noche como conejos, y tuve que ayudarla a llegar a su casa porque no podía mantenerse en pie.
Una llamada entrante en mi móvil me hace elevar los ojos al cielo. Ese tono de llamada solo puede presagiar serios problemas.
—Buenos días, Livy —contesto a mi hermana con tono cansado.
—Hermano, necesito que me hagas un favor. ¿Puedes quedarte con los niños un par de horas esta tarde? Tengo una entrevista de trabajo y creo que esta vez lo conseguiré.
—Nena, anoche no pegué ojo, ¿no puedes llamar a la niñera?
—¿Crees que no lo he hecho ya? Kimberley está ocupada esta tarde, ya sabes que hay que avisarla con antelación. No te lo pediría si tuviese otra opción, pero…
El discurso de mi hermana se pierde en la cadencia del movimiento de unas caderas de mujer que acaban de entrar en mi campo de visión. Bajo la tela del minúsculo vestido púrpura su culo se contonea simulando el ondear de las olas. No puedo evitar morderme el labio cuando la veo agacharse a recoger su bolígrafo y la falda amenaza con dejar al descubierto sus bragas… o su falta de ellas.
—¡Nathan, ¿me estás escuchando?!
—Eh sí, cariño. Te escucho perfectamente —miento volviendo a la realidad—. No te preocupes, en cuanto salga de trabajar estaré ahí para quedarme con los niños. Te quiero.
—Yo también te quiero, hermanito. Y gracias por todo.
Cuelgo el teléfono y me vuelvo con mi taza de café en la mano para encontrarme de bruces con unos ojos grises que arden como el mismísimo infierno y unos labios carnosos que me hacen desear morderlos con lujuria.
—Disculpe —dice la deliciosa mujer al dirigirse al sofá.
—Tranquila —es lo único que puedo decir, mi cerebro está ocupado en cosas más… sexuales ahora mismo.
—¿Su esposa?
—¿Perdón? —¿Qué cojones quería decir con eso?
—Que si hablaba con su esposa.
—¿Livy? ¡No! ¡Por supuesto que no! Es mi hermana.
—Lo siento, escuché algo sobre unos niños y pensé…
—Mis sobrinos. Acaba de divorciarse y yo la ayudo en todo lo que puedo —¿Pero por qué cojones estoy dándole explicaciones a una desconocida?
—Tiene suerte entonces de tenerle en su vida. Keyra Martin —dice tendiéndome la mano—. Asuntos internos.
¡Mierda! ¡Estoy jodido! Aquella estúpida mujer ha cumplido su amenaza y me ha denunciado al jefe del hospital. Cojonudo, el mejor neurocirujano del país va a ser despedido por una perra en celo despechada.
Serena Robinson es la jefa de del departamento de pediatría, una mujer dominante, cruel y despiadada. Su ética respecto a la forma de dar las malas noticias dista mucho de ser la correcta, y ya he tenido varios encontronazos con ella cuando compartíamos algún paciente. La última vez que coincidí con ella fue en la sala de descanso. Llevaba dos días sin dormir, y aproveché que tenía un par de horas libres para hacerlo. Ella entró, se desnudó… y se abalanzó sobre mí. Mi negativa a acostarme con ella me costó la amenaza de hundir mi carrera y un sonoro bofetón.
—Nathan O’Connor —le devuelvo el apretón—. ¿Y qué pinta una preciosidad de asuntos internos en este lado del edificio?
Sí, lo admito, estoy dispuesto a desplegar todo mi encanto varonil con tal de no acabar de patitas en la calle y sin licencia. Mi trabajo es lo más importante en mi vida después de mi familia, y haré todo lo que esté en mi mano para conservarlo. Sin embargo, con esta mujer no surte efecto alguno. Ella arquea una ceja y sigue con su discurso, tan seria como cuando entró.
—Investigo a varios empleados del hospital. Se han cometido cuatro negligencias en lo que va de año y nadie nos ha informado de ello, así que necesitamos saber qué está pasando aquí.
Respiro aliviado al comprobar que mi culo sigue fuera de peligro. Es la primera noticia que tengo de esas negligencias, así que el asunto no va conmigo.
—Si necesita alguna cosa, señorita Martin, no dude en pedírmela.
—Usted será mi primer objetivo, señor O’Connor.
—¿Yo? —mi cara de sorpresa debe ser un poema.
—Ha llegado a mis oídos que tiene usted cierta facilidad para… seducir al sexo opuesto en horas de trabajo, y eso, la mayoría de las veces, les lleva a cometer errores… por estar pensando en meterla en caliente.
Vale, realmente sí estoy jodido. Definitivamente Serena ha abierto la boca, y es su palabra contra la mía. No me preocuparía de no ser porque es la sobrina del jefe, por desgracia para mí. Compongo mi sonrisa más seductora antes de contestarle.
—No niego que me he acostado con alguna que otra compañera de trabajo, pero siempre fuera del recinto del hospital, valoro mucho mi puesto de trabajo. En cuanto a esas negligencias de las que habla, ninguna ha sido obra mía. De hecho, es la primera noticia que tengo sobre ellas.
—Bien, de ser así no tiene nada que temer, ¿no es así? No entiendo por qué se ha puesto nervioso entonces.
—¿Yo, nervioso, señorita Martin? Le aseguro que hace falta mucho más que una acusación sin fundamento para ponerme nervioso.
—En ese caso, me marcho. Tengo muchas cosas que hacer y el tiempo se me echa encima.
—Espero que encuentren al culpable antes de que cometa otra estupidez.
Lo digo de corazón. Me fastidia que alguien ponga la vida de un ser humano en peligro por estar pensando en gilipolleces. La señorita Martin no dice nada, simplemente saluda con la cabeza.
—Nos veremos muy pronto, señor O’Connor.
—Será un auténtico placer.
Observo el contoneo de sus caderas al alejarse, y no puedo evitar sonreír lleno de satisfacción. Keyra Martin es una mujer fuerte, dominante, segura de sí misma… a quien será un auténtico placer convertir en mi sumisa.