Bob Dylan y el punto G

Bob Dylan y el punto G

Alex García, 3 de mayo de 2011

El próximo 24 de mayo Bob Dylan cumplirá 70 años. Muchos amigos me siguen preguntando por la enorme fascinación que siento por él. Es un momento oportuno para intentar explicarme. Aunque es más complicado escribir sobre lo que amas que arremeter contra lo que detestas.

Bueno, digamos que Dylan es como el punto G, todo el mundo sabe lo que es pero nadie lo conoce a fondo. Esa es una de las mil razones para no olvidarle.

Primer contacto en vivo. 24 de julio. 1995. Primer curso de carrera (a la nada). Poble Espanyol, Barcelona. Directo al estómago. Porque sí. Sin explicación aparente. Un leve gesto al horizonte por todo saludo, andares de borrachín, burdos rasgueos de guitarra, espalda más curvada que el arco del Triunfo, suspenso en clase de canto. Y, sin embargo, derechazo y KO técnico. El primer tema (Drifter’s Escape) me levantó a tres metros del suelo, todavía no he pisado tierra firme.

Sólo me he comprado un disco por su portada una vez. Fue mi primer disco del “maestro” pagado con mi sueldo: World Gone Wrong (1993. Columbia). Para algunos eruditos en la materia este no sería el comienzo más recomendable. Guitarra de palo y voz cazallesca. Temas tradicionales rescatados del más allá, de un lugar que ya no existe habitado por tipos como Blind Willie Mc Tell y Tom Paley. Mi padre dijo que en ese disco Dylan canta como si se hubiera tragado una lija. A mí no me importaba. Como no tenía ni idea de qué escoger empecé por este trabajo. Me encanta esa foto de Dylan sentado tras la mesa de un bar con el sombrero de copa, los guantes y el bastón. La primera vez que escuché ese trabajo no sabía en el fenomenal lío en el que me metía. Fue el primer trago de una larga noche.

Acéptalo tal y como es. Puede ser un primer paso para reconocer una adicción. Suele tratarse, en el caso del Dylanismo, de una prolongada e irreversible politoxicomanía.

Se empieza con Dylan y nunca sabes donde puedes acabar. Los oídos se desentumecen, descubres la belleza de las canciones de tres acordes, empiezas a valorar más el contenido que la forma, quieres saber más. Consigues traducciones de las letras que no entendías o haces el esfuerzo de traducirlas tu mismo. Y compras otro disco del susodicho, otro, y otro, porque ya has adquirido la fe, has visto la luz y sabes que siempre encontrarás algo que no esperabas. Viene la visión absoluta. Descubres que este hombre ha tocado todos los palos: folk, rock, blues, country… y quieres saber siempre más. Tus amigos te empiezan a mirar como un bicho raro cuando observan que en tu colección de música tienes 14, 32, 60 discos del mismo tío. A tu novia o pareja cada vez le resulta menos gracioso todo esto. Aunque sabes que no necesitas el álbum Selfportrait te lo acabarás comprando. Y todos los del período de la conversión cristiana.

No tendrás tampoco suficiente con los “bootlegs” oficiales. Tú ya sabes muy bien en esta fase de perdición total que en la discográfica Columbia no tienen ni la más remota idea de qué tomas alternativas, temas inéditos y grabaciones en directo son las que deberían ver la luz. Pero te empeñarás en conseguir todo ese material. No estarás solo.

A estas alturas ya estás suscrito a varios grupos de correo y noticias en la red, y cuentas con un apabullante surtido de enlaces en tu navegador. Tu pareja no cree necesario volar a Londres o Zurich para ir a un concierto de Dylan por quinta vez. Pero, con un poco de suerte, puede que la convenzas si te la llevas a París o Praga. Porque a estas alturas ya conoces todas las fechas europeas de “la gira interminable” con meses de anterioridad. Y tienes pruebas irrefutables de que vale la pena, consigues a menudo grabaciones de los conciertos días y hasta horas después de que se celebren. Y te apuntas a las competiciones que existen para acertar los temas que a Mr Zimmerman le apetece cantar cada noche (en 2010 interpretó 77 temas diferentes en 102 conciertos).

Mientras sigues gastando media fortuna en comprar de nuevo lo que ya tenías (nuevos formatos y ediciones remasterizadas), te gastas la otra mitad en otros artistas que se encontraban en universos paralelos. Llegaste hace mucho también a Neil Young, eso como mínimo. Y a Robert JohnsonLeadbelly, The BandCohenCashWilcoJoe HenryJim White y todo lo bueno que se te ponga por delante. Si acabas así lo tienes crudo. No aceptarás cualquier cosa y nunca estarás satisfecho, todo tiene un precio.

Lo que me gusta de Dylan, y de otros que vinieron después, es que no necesitamos leer sus crónicas para saber que ya está de vuelta tres veces. Pero claro, una vez más es de recibo que lo inesperado es lo esperado con el bardo americano. Chronicles (2005, GLOBALrythm) no es exactamente una autobiografía cronológica, ni un libro de memorias al uso. Estamos ante un electrizante y vigoroso recorrido por la vida y la memoria selectiva de un Dylan fascinante y pletórico. El autor se aplica en el tono del texto con ironía, perspicacia y pasmosas metáforas. Redactado con brillantez y solvencia Crónicas es, sobretodo, una celebración de la vida y la música. Una prueba de amor y un homenaje a las ciudades y los héroes de un hombre apasionado. Hay aplausos para Hank Williams, Joao Gilberto, Joe Tex, Robert Johnson, Kurt Weill y Bertolt Brech, Roy Orbison, Johnny Cash, Charlie Parker y Gillespie, Woody Guthrie, Frank Sinatra y Harry Belafonte entre otros. Incluso hay menciones para el hip hop de Ice TPublic Enemy y Run D.M.C. Pero esto no debería sorprenderte.

“Las canciones son mi religión, ya no tengo otra”, declaró Dylan en 1997. Bien, si todavía no has probado la fe puedes empezar cuando y como quieras. Tienes donde elegir: centenares de canciones repartidas en 61 discos oficiales (34 de estudio).

Se han escrito innumerables libros sobre Dylan y si buscas su nombre en Google obtendrás más de cuarenta millones de referencias. A pesar de todo esto Bob Dylan ha vendido casi 70 millones de discos desde los años 60. Una minucia si tenemos en cuenta los mil millones de copias de los Beatles o las ventas millonarias de algunos pelagatos contemporáneos.

No importa, ya decía Schiller que la mayoría es un absurdo: la inteligencia ha sido siempre de los pocos.

Disfrutadlo.


(Artículo recuperado por Antonio Tausiet de gladyspalmera.com/blogtheinsider, que ya no está disponible en esa dirección)


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