Blockchain

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Introducción

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En 2008, Swartz creó sin permiso una herramienta para permitir el acceso libre de documentos electrónicos de los casos gestionados por la Justicia federal de Estados Unidos. El ataque judicial y posterior ostracismo de Shawn Fanning contrastó con el acoso encarnizado a Aaron Swartz, quien había soñado con una Internet al servicio de democracias más vibrantes y participativas, en las que la ciudadanía tuviera acceso libre a servicios administrativos y nadie tratara de poner coto a avances transversales bajo la excusa de la seguridad nacional o la propiedad intelectual. El FBI siguió de cerca las acciones de Swartz y, con el beneplácito de la Administración de Barack Obama, decidió detener al activista en 2011, después de que Swartz hubiera facilitado acceso a documentos científicos del archivo de publicaciones científicas JSTOR (protegidos con derechos de autor). Amenazado con pena de cárcel, Swartz se quitó la vida el 11 de enero de 2013, a la edad de 26 años. A modo de despedida, Tim Berners-Lee escribía208 en una lista de correo del consorcio de W3C:

«Aaron ha muerto.

Nómadas de este loco mundo,

hemos perdido a un mentor, un viejo sabio.

Hackers en busca de lo correcto, hoy somos uno menos,

hemos perdido a uno de los nuestros.

Criadores, educadores, confidentes, alimentadores,

padres todos,

hemos perdido un hijo.

Lloremos todos.

timbl».

En perspectiva, la persecución de Shawn Fanning constituye una anécdota en el desarrollo de servicios P2P. La persecución, anulación y pérdida de Aaron Swartz difícilmente bloqueará la evolución de servicios de intercambio de información descentralizados, seguros, anónimos y resistentes a intentos de control. El propio Swartz había contribuido decisivamente —como voluntario, sin remuneración ni más crédito que sus mensajes y confirmaciones de código, o commits— en el desarrollo del estándar abierto de sindicación de contenido RSS, el formato de publicación Markdown y la licencia de difusión de contenido Creative Commons.

Quizá blockchain dé pie a servicios como los soñados por Fanning y Swartz. Quizá esta vez sea más difícil atacar y derribar, tanto a la persona como a los servidores. Nakamoto y los nodos de una cadena de bloques son tan etéreos como la moneda que rige el funcionamiento de la plataforma Ethereum.

REVANCHA P2P

En cuanto a blockchain, primero llegó la explicación. En ocasiones, las declaraciones de principios en la Red no son meros brindis al sol y se benefician del espíritu comunitarista209 que explica fenómenos como el movimiento del software libre y la colaboración en encuentros abiertos al público, desde hackatones más o menos improvisados a la colaboración telemática en torno a repositorios de software alojados en plataformas de desarrollo web como GitHub.

Todo empezó, pues, con un texto frío, preciso y descriptivo que seguía la metodología canónica propia de artículos científicos y «libros blancos». En este documento no había concesión alguna que se apartara de las características técnicas esenciales del «ecosistema» de dinero digital allí descrito por primera vez210. Los conceptos integrantes eran ya familiares. Estaban presentes: la arquitectura distribuida de una base de datos entre participantes, peer-to-peer; la doble clave usada por estos para garantizar la seguridad del sistema y el anonimato de emisores y receptores de transacciones; y el esfuerzo de crear un estándar electrónico —un protocolo— para transmitir unidades de una moneda intangible exclusivamente digital (tras los intentos fallidos de los años noventa a cargo del informático David Chaum, con su empresa y moneda DigiCash; y de Nick Szabo, Wai Dai y Hal Finney, con el concepto de moneda digital descentralizada, b-money, concepto precursor de la criptomoneda). La combinación de estos elementos, sin embargo, crearía un entorno único, capaz -explicaba el artículo— de evitar intermediarios y solventar el fraude (desde el doble gasto a la falsificación contable) con una arquitectura ingeniosa que tomaba la revancha de Napster.

Figura 10.2. Un escueto mensaje del creador del protocolo WWW, Tim Berners-Lee, despedía a Swartz tras su muerte: «Criadores, educadores, confidentes, alimentadores, padres todos, hemos perdido un hijo. Lloremos todos».

El protocolo Bitcoin se reforzaba allí donde el sistema de intercambio musical había fallado estrepitosamente: el proyecto de intercambio musical había fallado por, según la RIAA, fomentar la piratería a gran escala; los denunciantes jurídicos habían aprovechado la existencia de un registro compartido de canciones y transacciones en el sistema de intercambio para reivindicar sus derechos de distribución sobre los títulos. Al evitar el error de base de servicios P2P pretéritos como Napster (cuya arquitectura cliente-servidor obligaba al tenedor de la infraestructura a validar todas las transacciones, y a responsabilizarse técnicamente de esta), el nuevo «ecosistema» para el intercambio seguro de valor a través de unidades de moneda garantizaría la integridad de monedas y transacciones a través de un fichero histórico compartido y validado entre participantes. Serían los propios participantes, además, quienes consensuaran la validez del valor intercambiado. La figura del intermediario caía al vacío; las sagas de Internet estrenaban su abismo de Helm211 particular.

En el nuevo esquema, el fichero compartido de transacciones se actualizaría con la ayuda de los usuarios o «nodos» activos gracias a la instauración de un concurso público abierto a todos (una «prueba de trabajo», PoW, por sus siglas en inglés) para validar por consenso los últimos registros de transacciones de la base de datos, a cambio del pago en moneda digital segura (pronto se popularizaría el hasta entonces oscuro término «criptomoneda») como contraprestación por contribuir al avance consensuado del registro. Este concurso para actualizar la «cadena de bloques» (el registro compartido) con la versión más reciente posible de transacciones legítimas —definidas como la versión de transacciones sin actualizar con mayor número de copias idénticas entre los participantes activos—, combatía el fraude y, a la vez, evitaba la necesidad de intermediarios. Nacía, rodeado de misterio, el servicio Bitcoin, aunque lo hacía con una definición clara y técnicamente viable bajo el brazo, Bitcoin: un sistema de dinero en efectivo y electrónico peer-to-peer.

Bajo el título del escueto y conciso artículo, con apenas nueve páginas desde el encabezado al listado de referencias bibliográficas, aparecía el nombre del autor, Satoshi Nakamoto, seguido de su dirección de correo electrónico, satoshin@gmx.com, y una nueva dirección web, www.bitcoin.org, usando un dominio registrado de manera anónima el 18 de agosto de 2008. El artículo, publicado el 18 de agosto de 2008, precedía en poco más de cuatro meses al lanzamiento del ecosistema descrito a inicios de 2009, y condensaba en su escueto resumen (201 palabras en la traducción al castellano del artículo) y en su conclusión (196 palabras en la misma traducción) la declaración de principios de una nueva economía. Sus postulados describían un funcionamiento y posibilidades capaces de contentar a entusiastas del cooperativismo y de las tesis de Pierre-Joseph Proudhon. Las nueve páginas esbozaban, a la vez, una nueva era de florecimiento empresarial en Internet más justa y menos dependiente de repositorios centralizados de información.

¿LA TRANSUBSTANCIACIÓN DE LA «CONFIANZA» EN CÓDIGO FUENTE?

En el resumen del libro blanco de Bitcoin, leemos que una forma de dinero electrónico puramente entre usuarios, debería servir para enviar pagos entre las partes sin necesidad de una institución financiera; Nakamoto no excluye por completo el papel de intermediarios digitales, siempre y cuando se trate de prestadores de servicios sin voluntad de erigirse en mediador imprescindible entre el emisor y el receptor de una transacción. Será la propia infraestructura la que permitirá a los participantes garantizar que no existe el doble gasto, sirviéndose de técnicas de protocolos de solvencia informática, comprobada gracias a una novedad: un histórico compartido entre participantes con todas sus transacciones ordenadas cronológicamente (timestamp) en una cadena continua comprobada (proof-of-work) y con referencias a cada transacción ordenadas de manera cronológica (encabezados o función hash en una estructura de datos en árbol212). El resumen destaca también la voluntad de que la infraestructura mantenga una cierta frugalidad (prioridad a las transmisiones más directas para ahorrar cálculo) y flexibilidad (los participantes pueden entrar y salir de la red activa a voluntad).

Quizá no estemos ante un resumen ejecutivo equiparable a los que incluían los tres artículos científicos presentados por Albert Einstein en la revista Annalen der Physik en 1905, su Annus Mirabilis, y que transformaron para siempre nuestra percepción de la realidad y del universo, y de paso los conceptos físicos de espacio, tiempo, masa y energía. El texto tampoco destacará por su calidad literaria y, en cuanto a su impacto y utilidad, comprobaremos en los próximos años si estamos ante una gran promesa incapaz de materializarse, o ante una descripción técnica que mejoró nuestra manera de comunicarnos y transmitir valor de manera segura.

La conclusión del libro blanco de Bitcoin deja la puerta abierta al uso extensivo de la arquitectura, al sugerir al lector que ha asistido a la explicación de un ecosistema con inventario compartido que, debido a la ausencia de instituciones de «confianza», garantiza su funcionamiento sin recurrir a este concepto, tan unido a la gobernanza de sistemas complejos. Pero esta gran cadena permite asegurarse de las cosas y, confiando en la arquitectura del sistema —como lo haría el residente de un edificio panóptico al creer que existe un ojo sobre él en la torre central de observación—, convierte a la «confianza» en parte del contexto, y no en un mecanismo concreto que refuerce un funcionamiento diseñado para su uso anónimo y sin necesidad de conocer o creer en la buena fe del interlocutor: poco importa la ética del transmisor o el receptor, pues cualquier acción entre ambos será registrada en la cadena de bloques.

La nota final del artículo de Satoshi recuerda que el mecanismo de consenso hace inviable cualquier ataque, pues ninguna actualización ilegítima puede imponerse si el autor del ataque no controla más del 50 % de todos los nodos activos de la infraestructura; a diferencia de los sistemas humanos, dependientes de la costumbre y de la habilidad de acceso incluso cuando se declaran puramente meritocráticos, el rango de influencia de los nodos en una cadena de bloques depende únicamente de su capacidad de proceso en la infraestructura, y su comportamiento se define en su intención de trabajar en extender los bloques válidos, así como descartar los inválidos (que cuentan con menos apoyo en la red de nodos activos). Poco importa si estos nodos procesan la información en un sótano del Pentágono estadounidense, en la habitación poco ventilada de un estudiante de tesis que supera la cuarentena en un apartamento del centro de Madrid, o en una granja que ha sustituido la cría de gallinas y la extracción de leche por la extracción de criptomonedas.

LA FIEBRE DEL ORO DEL KLONDIKE Y BLOCKCHAIN

Muchos interpretaron este libro blanco como la llamada a un nuevo eldorado especulativo: crear valor en una moneda fiduciaria sin versión física y cuyo valor está garantizado no ya por un Estado (dólar, yen, yuán) o una entidad supranacional (euro), sino por los mineros que participan en el nuevo «ecosistema» de Bitcoin o de cualquier criptomoneda alternativa. Los entusiastas sostienen que este nuevo dinero fíat es el único diseñado para evitar injerencias forzosas y, con él, Internet podría volver a sus orígenes. Para otros, la volatilidad y especulación en torno a criptomonedas y a las operaciones de financiación de proyectos usando criptomonedas (ICO), se parece demasiado a las viejas fiebres especulativas213, lo más parecido en nuestro tiempo a una nueva tulipomanía214 o una nueva fiebre del oro en la Frontera.

En esta ocasión, la fiebre no estaría originada por el golpe de fortuna de alguien junto a un riachuelo, como en la explotación minera en el Oeste, aquellos eldorados de mediados del siglo XIX en San Francisco y finales del mismo siglo más al norte, en Alaska y el Yukón canadiense. La extracción no sería física ni dañaría el territorio, sino que el nuevo «minado» prometía limitarse al territorio cibernético inexplorado. A falta de más Oeste imaginario, la Frontera se había movido —como las colonias libertarias en alta mar imaginadas por el utopismo tecnológico—, más allá de la jurisdicción de un país concreto, con su moneda y su banco central. El minado de criptomonedas pretendía eludir intermediarios y crear una nueva capa de prosperidad cibernética con extensiones en el mundo real.

Eso sí, el nuevo esquema no pretendía sustituir la autoridad y jurisdicción de los Estados y sus instituciones por un equivalente surgido de una misma tradición jurídica. Asimismo, los nuevos buscavidas y esbirros interesados en el mercado de las criptomonedas no se moverían con la impunidad de los pícaros y sinvergüenzas descritos por Jack London en la fiebre del oro del Klondike (Yukón, noroeste de Canadá) adonde él mismo había acudido en 1897 en busca de fortuna material —oro contante y sonante—, y de donde volvió poco después desilusionado y con deudas215. Gracias a su sistema criptográfico y a su historial compartido, blockchain impedía, por diseño, fechorías como la suplantación de identidad, la falsificación de transacciones o el doble gasto. En la prospección de oro de finales del siglo XIX, habría sido necesario conocer el oro total que minar en el Klondike, registrar a todos los prospectores por cuenta propia y a cargo de terceros, y anotar tanto los hallazgos como su conversión pecuniaria, para lograr un resultado equiparable en seguridad contable al minado de Bitcoin.

Figura 10.3. Un grupo de buscadores de oro posa en un campamento del territorio del Yukón, en la frontera de Canadá con Alaska, durante la fiebre del oro de Klondike (1897). El joven algo avanzado entre el grupo de la derecha de la imagen (segundo empezando por la izquierda) es un buscavidas llamado Jack London. Sobre la imagen, un compañero de London en el campamento, Fred Thompson, escribiría: «Sheep Camp es un agujero muy duro».

Jack London no volvió rico de su aventura en el Yukón, pero retornó a Oakland, localidad de la bahía de San Francisco donde habitaba, con lo más parecido a la clave criptográfica privada de una fortuna todavía intangible, pronto convertida en riqueza real: su experiencia, recuerdos y notas inspirarían las novelas y relatos que le catapultarían a la fama.

LA LLAMADA DEL DINERO CONTANTE (Y NO SONANTE)

Abandonamos La llamada de lo salvaje y Colmillo Blanco y volvemos a los orígenes de blockchain, que son los de Bitcoin: el nuevo sitio www.bitcoin.org ponía el software de Bitcoin (escrito en C++, el lenguaje de programación orientada a objetos más usado del mundo, por delante de Python, C#, Visual Basic, PHP o Ruby), con licencia de código abierto, a disposición de cualquiera interesado en crear su propio protocolo y criptomoneda basado en la tecnología descrita. El primer día de existencia de Bitcoin, se gestaba el primer eslabón de un nuevo tipo de estructura de datos en árbol, cuando el enigmático creador, Satoshi Nakamoto, minó el primer bloque, o «bloque de génesis», de la primera blockchain, mediante la primera operación de consenso o «prueba de trabajo», PoW. Este primer bloque, asociado con la recompensa de 50 bitcoin por la prueba de trabajo adjudicada al creador del ecosistema, incluía un enigmático texto asociado a los encabezados hash216.

Sabedor de que tomaba una insípida efeméride económica y consciente de que lo peor estaba por llegar si se confirmaban los signos de estrés procedentes de los mercados inmobiliario y financiero de Estados Unidos, Nakamoto sugería que había llegado el momento de probar algo nuevo.

Algo radical. Algo ajeno a las instituciones que, fabricando derivados de derivados, habían incurrido en todas las fechorías imaginables en un ecosistema pecuniario: alteración contable y de las reglas del juego, doble gasto (y, a través de los productos financieros derivados, gasto triple, y cuádruple...), falsificación, acceso a información privilegiada, bloqueo de cualquier intento de crear un histórico creíble y compartido de transacciones, uso ilegítimo de la identidad de los participantes en transacciones, apropiación ilegal de fondos, creación de mecanismos de inversión basados en esquemas Ponzi como el tristemente célebre pelotazo de Bernard Madoff217... La criptografía y la ciencia computacional, sugería Satoshi Nakamoto, podían crear ecosistemas en los cuales los participantes no dependieran de los mismos intermediarios que habían permitido la opacidad de la política monetaria y del sistema financiero en un momento histórico proclive al riesgo sistémico, dada la interdependencia entre los principales bancos e instituciones.

El artículo y el software puesto a disposición de todos abrirá la puerta a especulaciones acerca de cómo la tecnología descrita en Bitcoin puede aplicarse en otros supuestos. Pronto, el potencial del nuevo protocolo supera los ecosistemas de criptomonedas y da pie a las primeras descripciones de entornos mutualistas: interesa, por ejemplo, el uso de libros de contabilidad a prueba de falsificación, capaces de generar confianza entre los participantes incluso en entornos de ausencia de confianza. De repente, blockchain se postula para unos como protocolo para crear aplicaciones de intercambio de todo tipo de bienes físicos o digitales; al permitir el anonimato de los participantes y conservar a la vez el histórico de transacciones, el protocolo origina mercados fiables incluso en entornos corruptos y Estados fallidos. Otros verán, en cambio, una oportunidad para facilitar el lavado de dinero y las transacciones ilegales que el crimen organizado no dejará pasar.

La acogida entre expertos en criptografía y ciencia computacional, así como entre medios solventes e inversores, será positiva, pese a la complejidad del protocolo para los no iniciados. Pronto llegan el dinero y el interés del «viejo prestigio»: se suceden las referencias y entusiasmo comedido en publicaciones de peso como el semanario The Economist218; entre inversores de capital riesgo como Andreessen Horowitz (a16z) en Silicon Valley o Fred Wilson (Union Square Ventures) en Nueva York; o incluso entre economistas como el peruano Hernando de Soto Polar219 (autoridad en políticas de desarrollo transformadoras de la economía informal en prosperidad sostenible en contextos de ausencia de instituciones o de confianza en estas, tales como Estados débiles o fallidos).

Aunque por distintas razones y con distintos objetivos, cada uno de estos grupos creerá haber dado con la tecnología adecuada para dejar atrás situaciones escleróticas o dependientes de intermediarios volátiles y/o excesivamente partidistas. El libro blanco de Bitcoin, escueto, coloquial y circunstancial, evita la pompa fundacional de un mundo mágico como el ideado por J.R.R. Tolkien, y en él no leemos ninguna parrafada equiparable a «Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, / un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas / en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras». El efecto buscado por Satoshi Nakamoto, sin embargo, no está muy alejado del texto sobre la búsqueda de los Anillos de Poder a cargo de Celembrimbor, el mítico elfo «puño de plata» de El Silmarillion220.

NO TODO LIBRO BLANCO ESTÁ BAÑADO EN ORO

En 1977, aparecía en Italia un oscuro ensayo, escrito para facilitar la existencia a esos personajes desangelados que maduran —o marchitan— en la ciudad mientras tejen y destejen complejidades y aventuras sin decidirse a empezar —cuanto más a acabar— la tesis que se han propuesto escribir y defender en la universidad. El ensayo aparecía bajo el seco y poco apasionante título de Come si fa una tesi di laurea221. Su autor era un renombrado profesor de semiótica, todavía desconocido fuera de su ámbito académico: Umberto Eco. A excepción de los apartados técnicos dedicados a la investigación académica, totalmente superados debido a la revolución informática y al advenimiento de Internet, el ensayo se lee como una novela y es vigente, útil y a ratos de un humor punzante, desternillante. En la introducción, Umberto Eco establece el tono de la obra y define con seriedad lo que según él es una tesis académica; acto seguido, la máscara del serio profesor se da paso al fatalismo del cómplice; el autor especifica que el ensayo no está indicado para quienes quieren pasar el trago de la tesis con rapidez tras sentirse forzados a escribirla para lograr así los beneficios con que soñaron al inscribirse en la facultad.

Eco es consciente de que su aviso para navegantes sonroja a prácticamente todos los estudiantes de tesis que hayan corrido desde entonces a hojear el ensayo, pues la mayoría de ellos «buscan instrucciones para escribir una tesis en un mes». A estos, Umberto Eco aconseja dos procedimientos ilegales que hay que ejecutar con destreza y requieren, a su vez, preparación y agudeza académica: encargar una tesis a alguien solvente (sic); o inspirarse en un trabajo escrito con antelación, siempre que este sea lo suficientemente oscuro y carezca de una edición impresa todavía en circulación. Eso sí: incluso para plagiar hay que emprender, dice Eco, un trabajo de investigación medianamente serio. Cuando el autor invita con irónica seriedad a los estudiantes más cínicos y «próximos a la cuarentena» a buscar una tesis a medida sin necesidad de escribirla, lo hace desde la perspectiva de un medio dominado por bibliográficos y académicos sin informatizar; hoy, Internet y las aplicaciones de detección de copias se han convertido en arma arrojadiza de partidos políticos y círculos de poder, y la actividad de buscar párrafos plagiados en las tesis de personalidades es la versión contemporánea de la prueba del algodón, a la que cualquier personaje público se somete a su pesar.

Figura 10.4. Acuarela del siglo XVII que representa el preciado tulipán Semper Augustus, cuyos raros bulbos alcanzaron precios astronómicos en los Países Bajos durante el episodio especulativo conocido como tulipomanía. El final de la burbuja fue tan dramático como lo había sido el alza del valor de los bulbos más buscados.

Avanzamos hacia una sociedad cada vez más sumergida en el uso de herramientas de rastreo, explotadas tanto por las empresas de Internet más exitosas —por cuyos productos pagamos con nuestra información y atención— como por empresas y organismos de minado y reventa de datos; no solo será cada vez más difícil mentir en una tesis, sino también mantener un —legítimo y necesario— derecho a la privacidad que retrocede en tiempo real y sobre el cual hemos decidido no preocuparnos. De momento. Quizá empecemos a hacerlo cuando sea demasiado tarde. En su ensayo sobre cómo escribir una tesis, Umberto Eco aporta consejos básicos que deberíamos aplicar en cualquier proyecto de calado que queramos afrontar: el tema elegido debería basarse en experiencias, estudios y trabajos acumulados con anterioridad y sobre cuyo conocimiento profundo no debiéramos realizar un esfuerzo descomunal desde la ignorancia; las fuentes que consultar, físicas o digitales, deberían ser fácilmente accesibles; el autor de la futura tesis debería estar en disposición de gestionar y comprender estas fuentes; finalmente, es necesario contar con suficiente experiencia con el marco metodológico usado en la tesis.

Las aplicaciones y usos que hagan realmente brillar la cadena de bloques deberán explotar sus ventajas y solventar sus principales inconvenientes actuales, empezando por un conocimiento profundo del contexto: nuestra sociedad depende del mantenimiento de una contabilidad fiable en todo tipo de ámbitos, desde la gestión de la propiedad al comercio, el ocio, la educación o la empresa (por no hablar de las labores notariales más ancestrales, tales como los certificados del registro civil, asumidos durante siglos por autoridades eclesiásticas). Blockchain puede simplificar y mejorar los sistemas actuales, tan proclives a la pérdida o la alteración partidista.

NO HAY ALQUIMIA: ES SIMPLE CÓDIGO (Y ES, POR TANTO, PERFECCIONABLE)

Para adentrarnos en las particularidades de la cadena de bloques, debemos no solo entender el mito de su creación y la promesa de su puesta en práctica, sino comprender el contexto de nuestro tiempo. De lo contrario, corremos el riesgo de pensar en blockchain en términos de piedra filosofal, y no como una arquitectura viable para ofrecer algo que Internet todavía no ha sido capaz de proporcionar a gran escala. Esta base de datos pública capaz de facilitar las transacciones seguras entre personas que no se conocen o que desconfían las unas de las otras, esboza unos cimientos suficientes para ofrecer tres tipos esenciales de herramienta: un contexto para transferir valor entre participantes (desde criptomoneda a todo tipo de bienes cuantificables); un método creíble y a prueba de falsificación que usa un registro compartido como herramienta notarial intrínseca y a prueba del sesgo partidario de intermediarios tradicionales; y, en tercer lugar, una plataforma para crear todo tipo de servicios (aplicaciones distribuidas, DApp) que ejecutan acciones (pagos, funcionalidades, etc.) únicamente cuando se cumplen las condiciones establecidas en algoritmos personalizados por el creador de la aplicación (smart contract).

Vili Lehdonvirta, investigador del Instituto de Tecnologías de la Información de Helsinki (HIIT), es un experto en videojuegos y programación que algunos que expertos en criptografía como el irlandés Michael Clear222, postularon como candidato a ser la persona que se oculta bajo el pseudónimo de Satoshi. Lehdonvirta confesó en una ocasión al periodista y escritor estadounidense Joshua Davis223 que le gustaría ser la persona tras Bitcoin, pero carece tanto de conocimientos excepcionales en criptografía como en programación C++. El estudio de la nueva arquitectura deja a expertos ajenos al mundo ideológico influido por el tecno-utopismo californiano (como el propio Lehdonvirta, educado y residente en Europa), con una sensación agridulce: la tecnología es sólida y esperanzadora; sin embargo, Lehdonvirta recuerda que quienes demandan en la actualidad métodos para almacenar y mover con libertad grandes cantidades de dinero en efectivo comparten un perfil «criminal». Las criptomonedas tratan de facilitar tanto la gestión como el uso de dinero en efectivo, y servicios sin permisos ni intermediarios, como Bitcoin, se han tomado la privacidad demasiado en serio. El investigador finlandés reconoce la dificultad de parar una tecnología con cimientos teóricos sólidos y una historia tan misteriosa y atractiva como el mito en torno a la identidad de Satoshi y la significación simbólica del «bloque de génesis» en Bitcoin (para bien o para mal, la primera cadena de bloques). Pero hay que estar atentos a su instrumentalización.

Más allá de la nacionalidad de Satoshi Nakamoto, su recorrido biográfico y sus intenciones, su anonimato ha funcionado hasta el momento como una estrategia de relaciones públicas a la que es difícil resistirse. Al fin y al cabo, conformamos una sociedad acostumbrada a relacionar las grandes tradiciones —literarias, empresariales o metafísicas— con mitos fundacionales. El mito, no obstante, es apenas el encendido de una llama. A partir de ahí, el éxito del episodio concreto de una saga dependerá del comportamiento de héroes y personajes anónimos: académicos, empresarios, usuarios destacados y anónimos... todos ellos aportarán una parte del éxito o el fracaso. En el largo recorrido de la cadena de bloques, la identidad e intenciones iniciales de Nakamoto apenas importarán: el sistema propuesto consiste en evitar la autoridad o prestigio de fundadores o intermediarios.

Figura 10.5. Fotografía del activista de Internet Aaron Swartz tomada en el encuentro de voluntarios de Wikipedia celebrado el 18 de agosto de 2009 en Boston, Massachusetts. Su colaboración altruista con numerosos proyectos eleva su contribución en Internet a un puesto solo comparable al de los creadores de los principales protocolos abiertos que han impulsado su expansión.

En la cadena de bloques, la identidad no importa y no es necesario confiar en un personaje mesiánico, una empresa, una organización sin ánimo de lucro o una institución. Cualquiera puede inspeccionar el código y la referencia de las transacciones compartidas, y la infraestructura es supervisada por un «nadie» que equivale a la supervisión prorrateada de toda la red. A la larga, los servicios de la cadena de bloques deberán demostrar su viabilidad manteniendo lo que todos pueden ver (el histórico de transacciones) y lo que no pueden ver (la identidad real de los participantes). Una propuesta a la vez tan real y esquiva como el misterio en torno a su propio origen y a la identidad de su creador.

202. Schopenhauer, Arthur: El amor, las mujeres y la muerte. Recopilación de ensayos y aforismos del filósofo alemán, p. 151. Madrid, Biblioteca EDAF, 1993.

203. En su época de estudiante la Costa Oeste, Stewart Brand compartió casa frente a Stanford, en la entonces asequible localidad suburbana de Menlo Park, con varios de los personajes eclécticos que constituirían los Merry Pranksters. Por allí pasarían, varios miembros de la Generación Beat, Ken Kesey, Grateful Dead, el promotor musical Brill Graham y varios pioneros de la informática personal, entre ellos el propio fundador del Homebrew Computer Club, Fred Moore. Más información: Markoff, John: What the Dormouse Said. How the Sixties Counterculture Shaped the Personal Computer Industry. Nueva York, Penguin, 2005.

204. Stewart Brand, miembro de los Merry Pranksters y fundador del fanzine de contenido ecléctico citado por Steve Jobs, Whole Earth Catalog, había sido alumno del sociólogo y antropólogo británico afincado en California Gregory Bateson (autor del influyente libro en la teoría de sistemas y la cibernética Pasos para una ecología de la mente —University of Chicago Press, 1972—). En una conferencia de hackers en San Francisco en 1984, cuando este tipo de eventos apenas suscitaban interés entre un grupo de pioneros que acudían desde el cercano valle de Santa Clara, Jobs habría declarado a Steven Wozniak, cofundador de Apple: «Information wants to be free».

205. McLuhan, Marshall: Understanding Media: The Extensions of Man. Berkeley, Gingko Press, 1964.

206. La RIAA, Recording Industry Association of America (Asociación de Industria Discográfica de Estados Unidos), es una organización patronal de discográficas estadounidenses establecida en 1952, durante la eclosión de la industria de la música popular a través de la distribución de discos de vinilo.

207. Reich, Steve: Music for 18 Musicians. Munich, ECM, 1978. El tema tiene la duración de un LP: 56 minutos y 31 segundos dominados por 11 acordes.

208. Berners-Lee, Tim: Aaron is dead. Mensaje en la lista de correo de W3C, 12 de enero de 2013. lists.w3.org/Archives/Public/www-tag/2013Jan/0017.html.

209. Referente al comunitarismo, que aparece en la segunda mitad del siglo XX como oposición al individualismo surgido de las tesis del liberalismo clásico de la Ilustración.

210. Nakamoto, Satoshi: Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System. Lista de correo sobre criptografía metzdowd.com, octubre de 2008.

211. El abismo de Helm es una profunda garganta al pie del pico Thrihyrne, en el extremo septentrional de las Montañas Blancas. Lugar fantástico del mundo legendario de J.R.R. Tolkien, el autor sitúa allí un episodio crucial de El Señor de los Anillos, la batalla del abismo de Helm.

212. Árbol de Merkle: estructura de datos patentada en 1979 por el experto en criptografía Ralph Merkle, en la que cada nodo de una base de datos descentralizada comparte la misma concatenación de etiquetas de valores (cadenas hash), lo que permite controlar y detectar cualquier intento de modificación o alteración local de los datos presentes en la estructura.

213. Flaws in Bitcoin make a lasting revival unlikely. The Economist, 28 de marzo de 2019. www.economist.com/finance-and-economics/2019/03/28/flaws-in-bitcoin-make-a-lasting-revival-unlikely.

214. La tulipomanía o crisis de los tulipanes describe la euforia especulativa originada en los Países Bajos en el siglo XVII, cuando el precio de los bulbos de tulipán más raros y buscados alvanzó precios desorbitados. Llegó a crearse incluso un mercado de futuros, en el que se comerciaba con bulbos aún no recolectados: el Windhandel, o negocio de aire.

215. London, Jack: Klondike Tales. Nueva York, Penguin Random House, Modern Library Classics, 2001.

216. «The Times 03/Jan/2009 Chancellor on brink of second bailout for banks». El texto hace referencia al periódico liberal conservador londinense The Times, que había publicado un editorial arguyendo que el Gobierno británico había fracasado en su intento de estimular la economía.

217. Seal, Mark: The Madoff Chronicles, Part I. Versión estadounidense de Vanity Fair, Nueva York, abril de 2009. www.vanityfair.com/news/2009/04/bernard-madoff-friends-family-profile.

218. Virtual currency: Bits and bob. The Economist, 13 de junio de 2011. www.economist.com/babbage/2011/06/13/bits-and-bob.

219. El trabajo de Hernando de Soto Polar y su confluencia con blockchain: Tett, Gillian: Bitcoin, blockchain and the fight against poverty. Financial Times, 21 de diciembre de 2017. www.ft.com/content/60f838ea-e514-11e7-8b99-0191e45377ec

220. Tolkien, J.R.R. y Tolkien, Christopher, (ed.): El Silmarillion. trad. Rubén Masera y Luis Domènech. Capellades, Minotauro, 2002.

221. Eco, Umberto: Come si fa una tesi di laurea. Milán, Bompiani, 1977.

222. Michael Clear se ha formado en el Trinity College de Dublín, uno de los centros académicos que han mostrado cierto interés en el potencial de la cadena de bloques.

223. Davis, Joshua: The Crypto-Currency. The New Yorker, 10 de octubre de 2011. www.newyorker.com/magazine/2011/10/10/the-crypto-currency.

 

UNA TERCERA OLEADA DE INNOVACIÓN EN INTERNET (¿CON PIES DE BARRO?)

DIFERENCIANDO ENTRE TECNOLOGÍAS QUE INSPIRAN Y SIMPLES ESTAFAS

Si las sagas se nutren de mitos fundacionales y de un nexo que une sus hazañas en torno a una misión compartida, el componente «mágico» debe aplicarse en su justa medida y en un ámbito más estético que estructural. Una pizca de ilusión en el relato, pues en demasía empacha.

Se cuenta una anécdota sobre Steve Jobs que transita entre los dominios de la especulación y los de la biografía apócrifa, pues no aparece, por ejemplo, en la biografía autorizada del cofundador de Apple, escrita por Walter Isaacson a petición del propio Jobs, ya enfermo224. La historia se sitúa en los años de la travesía en el desierto de Jobs (la referencia bíblica, una exitosa saga ella misma, enriquece el argumento), cuando el consejo de dirección de Apple había forzado su dimisión y partida. Jobs fundó entonces NeXT, una empresa de estaciones de trabajo de gama alta que respondía a sus ideales de calidad y diseño: los postulados minimalistas tomados de Dieter Rams, el diseñador industrial alemán tras los aparatos de Braun; y una metafísica de cuidado de los detalles del producto como sistema de interrelaciones, que parecía surgida de la lectura de Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta225, el ensayo mitad filosófico, mitad relato de experiencia personal, de Robert M. Pirsig.

En el verano de 1994, Tomas Higbey226 —narrador accidental de la anécdota sobre Jobs— trabajó en NeXT. Higbey se encontraba en la cafetería con otros dos colegas cuando Jobs apareció y, sin levantar la mirada, empezó a prepararse un bagel. Los tres subalternos comían el suyo a su vez, cuando Jobs lanzó una pregunta enigmática y fuera de contexto: «¿Quién es la persona más poderosa del mundo?». Los empleados, sorprendidos, trataron de armar una respuesta consistente, y mencionaron con titubeos a los sospechosos habituales de entonces: quizá Mandela, quizá... Steve Jobs interrumpe sus tímidas sugerencias, dejando claro que no pretendía quedarse a conversar, sino formalizar de viva voz alguna conclusión: «¡No! Los dos estáis equivocados… La persona más poderosa del mundo es quien domina la narración del relato (…). El narrador establece la visión, los valores y la agenda de una generación entera que está por llegar... y Disney tiene un monopolio del negocio de cuentacuentos». Es 1994, años previos a Pixar, firma que promovería la convergencia entre el mundo hollywoodiense y la animación por ordenador (Jobs cofundaría la firma, junto al hoy defenestrado John Lasseter).

Mientras se alejaba de la cafetería bagel en mano, Jobs soltaría una última reflexión: «¿Sabéis qué? Estoy cansado de esa mierda, yo voy a ser el próximo narrador».

La prensa tecnológica explotó el magnetismo y la capacidad de Steve Jobs para comprender la importancia de la poética en las relaciones públicas. Jobs sabía condensar la elocuencia, la acción y la catarsis en torno a marcas, proyectos y productos para transmitir a través de intangibles lo que a menudo se escapa del análisis frío y descriptivo de fenómenos. Amigos y antiguos empleados describirían el carácter maquiavélico y la convicción de Jobs para extraer de sus colaboradores y subordinados el mayor esfuerzo y compromiso, incluso cuando este sobrepasaba lo razonable o lo aparentemente posible; esta capacidad, que algunos de sus allegados denominarían «campo de distorsión de la realidad», lograba motivar a un grupo de personas en torno a una idea como solo son capaces de hacerlo los chamanes de un culto.

Sea como fuere, esta dosis de pensamiento ilusorio se combinaba, en el caso de Jobs, con una planificación realista —si bien optimista— del potencial de equipos competentes y bien capacitados en proyectos debidamente definidos: quienes han tratado de emular a Jobs en su pensamiento ilusorio y no han acompañado su «campo de distorsión de la realidad» con un trabajo sólido y anclado en el escrutinio de la realidad, han acabado como Elisabeth Holmes, la joven y prometedora fundadora de Theranos, empresa que iba a revolucionar las pruebas médicas con un sistema de análisis portátil (exacto, económico e instantáneo, decía Holmes) y acabó cerrando la firma, enjuiciada mentir deliberadamente a empleados, público, inversores y reguladores227. El relato en torno al potencial de blockchain pondrá a prueba a equipos y proyectos con la tentación de seguir el modelo mesiánico establecido por Jobs; será tarea de todos —participantes, expertos, inversores, prensa— establecer límites entre el pensamiento ilusorio y el engaño, entre quienes jueguen a Steve Jobs y quienes lo hagan más bien a Elizabeth Holmes o (en el caso de algunos lanzamientos de proyectos con criptomonedas), quizá al estilo de Bernard Madoff228.

Figura 11.1. Robert M. Pirsig con su hijo Chris durante el viaje iniciático por carreteras secundarias de Estados Unidos que inspirarían el ensayo Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta. La hoy considerada de culto, la novela autobiográfica con trasfondo filosófico fue rechazada por 121 editoriales hasta su publicación por William Morrow and Company en 1974.

LA NUEVA CONTABILIDAD DE NUESTROS DATOS

La buena noticia es que blockchain no tiene que aspirar a ser la piedra filosofal para triunfar. En el mundo de las bases de datos y de las instituciones que dependen de intangibles como la seguridad o la confianza, las arquitecturas que demuestren resistencia y flexibilidad suficientes acabarán extendiéndose como repositorios descentralizados para albergar los productos y servicios del mundo, garantizando su correcta contabilidad. Al referirnos a la cadena de bloques y a la ausencia de intermediarios institucionales en su estructura descentralizada, no lo hacemos en un plano teórico: estos intermediarios no existen, pero esta particularidad no convierte a este sistema de almacenamiento de información en una herramienta «sin confianza»: blockchain no es ni el fin, ni la solución para todo (algo así como una navaja suiza de las bases de datos) en el mundo de la confianza a la hora de realizar transacciones entre partes que no se conocen o que desconfían las unas de las otras.

La noticia menos buena es que, más allá del éxito relativo de Bitcoin —todavía alejado del gran público y del mercado global del pago de transacciones en el mundo cotidiano— y de las promesas fundadas en torno a la plataforma de contratos inteligentes y aplicaciones Ethereum, el nuevo sector que promete propulsar la tercera oleada de innovación en Internet tiene poco que mostrar al gran público229. Solo inversores y expertos en gestión de la cadena de suministros, trazabilidad de productos, y servicios financieros, muestran un apoyo incondicional del que carecen incluso los usuarios pioneros que no se hayan acercado a alguno de los servicios con tokens (derechos sobre futuras criptomonedas vendidos por proyectos en búsqueda de financiación a especuladores e inversores) y criptomonedas. La efeméride de los diez años de la publicación del artículo de Satoshi Nakamoto ha servido a periodistas apresurados y a expertos de distinto pelaje para proclamar, una vez más, el supuesto fracaso de la cadena de bloques. Alegan la presunta inadecuación e inoperancia del protocolo para, por ejemplo, generar servicios más allá de criptomonedas; regular los malos actores que han convertido el financiamiento de empresas con criptomoneda —ofertas iniciales de monedas, o ICO— en poco menos que una estafa propia del Wild West; moderar el derroche energético de los algoritmos para actualizar los registros centralizados («minado»); o impedir su instrumentalización por el crimen organizado.

Proyectos piloto cuyo diseño sobre el papel había entusiasmado a sus promotores («blockchain ha sido diseñada para resolver problemas desde la base», hemos leído repetidamente y a través de distintas formulaciones), no han cumplido con las expectativas. Por ejemplo, la creación —con proyectos en Honduras, la república caucásica de Georgia y Ruanda— de un catastro confiable por partes que deben acordar transacciones y que no pueden fiarse de unas instituciones incapaces de salvaguardar el derecho a la propiedad, apenas han funcionado como reclamo de un futuro posible230, pero no como herramienta del presente.

Figura 11.2. La libertad guiando al pueblo, lienzo de gran formato pintado por Eugène Delacroix en 1830. La Libertad, sensual y de carne y hueso, guía a un pueblo donde todavía de modo transversal, con burgueses (representados por el burgués con sombrero) se unen desposeídos y heridos.

Kevin Werbach, divulgador y académico experto en temas jurídicos de la Escuela de Negocios Wharton en la Universidad de Pensilvania, dedica su último ensayo231 a explorar la viabilidad e implicaciones jurídicas de un mundo con servicios exitosos que funcionan en infinidad de cadenas de bloques. Werbach considera que quienes ven en blockchain un sueño libertario para hacer obsoleta toda forma de cohesión, en el que colectivos auto-organizados orgánicamente acuerdan cuestiones básicas a través de la cadena de bloques, se equivocan de todas todas. No hay que esperar, dice Werbach, que una tecnología radical derribe ella sola un supuesto Antiguo Régimen a la manera de la Revolución Francesa o de la Declaración de Independencia estadounidense; un sueño libertario de tal calado que renunciara a una mínima alfabetización, bienestar, estabilidad política y funcionamiento del Estado de Derecho, sería inoperante. Los proyectos de la cadena de bloques con mayores perspectivas de éxito partirán de un estado de cosas posibilitado por sociedades funcionales donde prevalece una estabilidad política y económica y se garantizan las libertades.

La regulación y la innovación, reitera Werbach, no son dos principios mutuamente excluyentes y necesariamente opuestos: por ejemplo, una buena regulación puede promover la adopción de nuevas tecnologías y eliminar barreras a la libre competición en mercados con monopolios de facto, como ocurre actualmente en los principales servicios de Internet, un medio cuyos fundamentos se diseñaron para promover la descentralización... precisamente como la cadena de bloques; un regulador atento y responsable puede también promover la confianza entre los consumidores, que se sentirán protegidos ante cualquier abuso, y enviar de paso un mensaje de responsabilidad entre los proveedores de productos y servicios. El rechazo meridiano a cualquier regulación en sectores como blockchain dejaría a actores legítimos a expensas de otros que actúen con impunidad y mala fe; por ejemplo, los inversores han perdido miles de millones de dólares debido al abuso, a la opacidad y a la ausencia de marco legal en el mecanismo de financiación de proyectos de la cadena de bloques mediante ofertas iniciales de monedas, ICO en sus siglas en inglés, consistentes en financiar una idea a través de un mecanismo de micromecenazgo que otorga un valor económico a derechos sobre futuras criptomonedas. Estos derechos, conocidos como tokens, se canjean por dinero tradicional o por criptomonedas ya consolidadas, como bitcoins o ethers. Nada impide a estafadores sofisticados seguir el ejemplo de quienes han prometido proyectos financiados con tokens que han quedado en nada, dejando a los inversores sin recurso legal ni posibilidad técnica de recuperar el dinero invertido.

LAS ICO: ¿UNA REMINISCENCIA DE LA BURBUJA PUNTOCOM?

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