Bikini
PRIMERA PARTE - La cámara la ama » 3
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Kim contuvo el aliento y escuchó.
Sonaba un teléfono, pero no era el timbre del suyo. Era un zumbido sordo, no las cuatro notas de
Beverly Hills de Weezer. De todos modos, si era como la mayoría de los teléfonos, estaría programado para activar el contestador después de cuatro tonos.
¡No podía permitirlo!
¿Dónde estaba el puñetero teléfono?
Palpó la manta y la soga le rasguñó las muñecas. Estiró las manos, tocó el suelo, percibió el bulto bajo un trozo de alfombra cerca del borde, pero lo alejó con sus movimientos torpes. ¡No!
El segundo tono terminó. El frenesí le había acelerado el corazón cuando por fin cogió el teléfono, un aparato grueso y anticuado. Lo aferró con dedos trémulos mientras el sudor le empapaba las muñecas.
Vio la identificación de la llamada, pero no había nombre, y no reconoció el número.
Pero no importaba quién fuera. Cualquiera daría igual.
Kim pulsó la tecla ok y se llevó el auricular al oído.
—¡Hola! —Gritó con voz ronca—. ¿Con quién hablo?
En vez de una respuesta oyó un canto. Esta vez era Whitney Houston. «
I'll always love you-ou-ou», decía el estéreo del coche, sólo que con mayor claridad y volumen.
¿La llamaban desde el asiento delantero?
—¡Doug¡ ¿Doug? —Gritó por encima de la voz de Whitney—. ¿Qué diablos sucede? Respóndeme.
Pero él no respondía y Kim temblaba en el estrecho maletero, amarrada como un pollo, sudando a mares, y la voz de Whitney parecía burlarse de ella.
—¡Doug! ¿Qué diantre estás haciendo?
Entonces lo adivinó: él quería enseñarle lo que se sentía cuando no te prestaban atención, le estaba dando una lección; pero no podría salirse con la suya. Estaban en una isla, ¿verdad? ¿Cuán lejos podían ir?
Así que Kim se valió de su furia para estimular la mente que le había permitido iniciar la carrera de Medicina en Columbia, y pensó en cómo disuadir a Doug. Tendría que manipularlo, decirle cuánto lo lamentaba, y explicarle dulcemente que él debía entender que no era culpa de ella. Lo ensayó mentalmente.
«Comprende, Doug, no puedo recibir llamadas. Mi contrato me prohíbe estrictamente revelar dónde estamos rodando. Podrían despedirme. Lo entiendes, ¿verdad?».
Le insinuaría que, aunque ya habían roto su relación, aunque Doug actuaba como un demente al cometer ese acto criminal, él aún era su chico.
Pero tenía otros planes. En cuanto él le diera la oportunidad, le propinaría un rodillazo en los testículos o le patearía las rótulas. Sabía suficiente yudo para amansarlo, aunque él fuera corpulento. Luego pondría pies en polvorosa. ¡Y después los polis se encargarían de él!
—¡Doug! —Gritó al teléfono—. Responde, por favor. Te lo ruego. Esto no tiene ninguna gracia.
De pronto el volumen de la música bajó.
—A decir verdad, Kim, tiene su gracia, aparte de ser maravillosamente romántico.
Kim no reconoció la voz.
No era Doug.