Berserk

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Los dos hombres se quedaron allí sentados, en silencio, dejando la vida pasar entre el susurro de los abrigos y el soplo de olor que despide el cuerpo al final del día. Tom observó a la camarera, que sonreía a todos los clientes y les hacía sentir especiales, y después ponía las propinas en un vaso que había detrás de la barra. Escuchó la insípida canción pop que susurraba la máquina de discos. Olió el aroma acre y fuerte de las hamburguesas grasientas y las patatas que se freían en la cocina, una columna de humo desdibujaba ese extremo de la gran habitación. En una esquina, una pareja de ancianos se había sentado uno junto al otro sin hablar, el contacto de sus brazos comunicaba suficiente para los dos. El hombre bebía cerveza; la mujer, vino, y Tom se preguntó cuántos hijos y nietos tendrían. Había personas que encendían cigarrillos, reían, tosían, bebían, miraban al infinito y ninguna de ellas era consciente de la tensión que había entre King y él.

Por fin, King se terminó la pinta que le había llevado Tom, dejó el vaso con cuidado en la mesa, se echó hacia atrás y suspiró.

—Yo no conocía a su hijo —exhaló.

Tom frunció el ceño, su expresión era pregunta suficiente.

—Pero no estoy aquí para hacerle perder el tiempo —continuó King—. No hace falta que usted sepa nada de mí, pero para decidir si lo que sé le puede servir de algo, yo tengo que saber algo de usted. Y de su hijo. Y de cómo se mató.

Tom se echó hacia atrás en su silla, sintió un alivio peculiar una vez que Nathan inició la conversación.

Quizá oiga cosas que en realidad no quiero oír, pensó, y

quizá me cambien la vida. Pero en ese caso, es que es lo que tiene que ser.

—Siempre he sospechado que la historia que nos vendió el ejército era falsa —dijo Tom mientras observaba a King en busca de cualquier tipo de reacción. No hubo ninguna, el tipo estaba impasible, y Tom comprendió que quería toda la historia. Fuera lo que fuera lo que King tenía que revelar, exigía eso, al menos.

Así que continuó. Era la primera vez en años que hablaba largo y tendido sobre la muerte de su hijo.

—Dijeron que estaba de maniobras en la llanura de Salisbury, con el ejército y la RAF. Eran las primeras maniobras importantes de Steven desde que se había alistado y nos dijo lo mucho que estaba deseando ir. ¿Y quién no? En realidad todavía era un crío y jugar a la guerra de verdad era para él lo más emocionante del mundo. No sabía lo que implicaba, aparte de tener que pasarse tres semanas en la llanura, aunque sí que dijo que no podría ponerse en contacto con nosotros durante ese tiempo. Nos dijo que no nos preocupáramos. Cómo no. Él era joven, invencible, y éramos nosotros los que nos habíamos ido haciendo más conscientes de la presencia de la muerte a medida que pasaba el tiempo. Es lo que te pasa cuando tienes hijos. Él soñaba con los saltos en paracaídas, las marchas a través de los páramos, la camaradería, los laureles de lograr cumplir el objetivo del día, el humo, el ruido y la emoción, pese a saber que en realidad allí no había nada que pudiera hacerles daño. Nosotros pensábamos en paracaídas defectuosos, tanques hundiéndose en los páramos, munición real cuando debería usarse fogueo… nosotros hicimos lo que hacen todos los padres durante cada uno de los días de esas tres semanas. Pero yo seguía encantado por Steven. Él estaba logrando cumplir una ambición que había tenido desde antes de ser adolescente. Se estaba abriendo camino en la vida. Yo jamás he conseguido hacerlo, aunque lo he intentado, y que mi hijo lo estuviera haciendo… Creo que estaba viviendo de forma indirecta a través de él. Disfrutaba de su éxito, gozaba de la alegría que él sentía porque era algo que yo pocas veces había disfrutado.

Tom tomó un trago de cerveza, miró al bar, a las personas que no significaban nada en absoluto para él y el espacio se cerró a su alrededor. King y él podrían haber estado en cualquier parte.

—¿Entiende lo que intento decir, Nathan? ¿Lo mucho que amaba a mi hijo? Lo quería tanto que podía vivir a través de él y no había ni un gramo de celos en mí. Lo quería de verdad, mucho. —Se interrumpió, incapaz de seguir, y tragó saliva a la espera de que se le agotaran las lágrimas que le irritaban los ojos.

—A mis padres nunca les importó mucho lo que yo hiciera, siempre que me fuera de casa —explicó King—. Debe de haber sido un buen padre.

—Espero que Steven pensara lo mismo —dijo Tom con un asentimiento—. Eso espero. Pero bueno… las maniobras. Fueron tres semanas muy largas para mi mujer y para mí. Sabíamos que había dicho que no podría ponerse en contacto, pero, con todo, esperábamos que sonara el teléfono o que alguien llamara a la puerta. Es una locura, pero nunca dejas de preocuparte por tus hijos, ni siquiera cuando son adultos. Para ti, siempre queda algo de los niños que fueron. ¿Sabe a lo que me refiero? ¿Tiene usted hijos? —Tom sabía la respuesta incluso antes de preguntar y Nathan negó con la cabeza.

—Todavía no he encontrado a la mujer adecuada —dijo King.

—Que tenga suerte. Steven dejó a su novia cuando se alistó y, que yo sepa, no hubo nada serio durante los últimos años de su vida. Supongo que estaba pasándoselo en grande, un hombre de uniforme disfrutando de toda esa atención. Otra cosa que yo nunca hice… yo nunca me fui por ahí a conocer mujeres. Puede parecer una locura, pero eso es otra cosa que me alegro de que hiciera. Divertirse.

—¿Y qué pasó? —preguntó King, una nota de impaciencia se había colado en su voz.

—El accidente. —Tom se terminó la cerveza. A través del fondo del vaso, la barra parecía más lejana todavía, como si pudiera cerrar los ojos y plantarse en casa con solo desearlo—. Esperaron hasta el final de las maniobras para comunicárnoslo. Ocurrió durante la segunda semana, al parecer, pero esperaron otra semana para llamarnos, y para entonces… para entonces su cuerpo ya había salido de allí y venía de camino a casa. Joder, qué frío fue todo, ¿sabe? Gélido. Hasta la voz del oficial, por teléfono, fue dura, por mucho que él intentara transmitir comprensión y empatía.

—Seguramente tenía miedo —supuso King.

—¿Miedo de contárnoslo?

King apartó la mirada y se encogió de hombros.

—Continúe.

—Dijeron que Steven iba en un transporte de tropas blindado, un transporte que iba solo cruzando la llanura. Había quince hombres dentro, incluyendo al conductor, y acababan de parar junto a un bosquecillo cuando un Tornado les disparó un misil. El piloto pensó que eran uno de los objetivos colocados por toda la llanura para que la RAF practicara los bombardeos. El proyectil los mató a todos, a los quince hombres. Y ya está, eso fue todo lo que dijeron. Aparte de disculparse. ¡Como si una disculpa sirviera de algo! —Tom cogió su vaso, se dio cuenta de que estaba vacío y cuando volvió a mirar a King lo apretó todavía más y sintió un crujido bajo los dedos—. ¿Qué pasa?

King se había puesto pálido y se había quedado mirándose las manos, que había posado en el regazo. Le sudaba el labio superior. Cuando levantó la mirada, Tom pensó que iba a salir corriendo.

—¿Qué? —insistió Tom.

—Tom, voy a buscar otra cerveza —dijo, y cuando cogió el vaso le temblaba la mano.

Durante el par de minutos que tardó King, la mente de Tom se descontroló, intentaba imaginarse quién podría ser ese hombre y qué secretos tenía que revelar. ¿Era un superviviente? ¿Sabía que se habían contado mentiras? Y, si era así, ¿cuáles eran? ¿Era el piloto que había disparado el misil? ¿Quién, qué, cuándo, dónde…?

Tom cerró los ojos para intentar calmarse, prepararse para la revelación que fuera.

No se lo diré a Jo, pensó, y se sorprendió por su propia convicción.

Si no cambia nada, no se lo diré. Ya ha sufrido bastante.

King le puso otra pinta delante, se sentó y se inclinó hacia él con los codos en las rodillas. Habló deprisa, como si temiera que se le acabaran las palabras.

—Tom, su hijo no se mató en ese accidente. No hubo ningún accidente. Murieron quince hombres, pero murieron en Porton Down, no en la llanura de Salisbury.

—Porton Down —repitió Tom; se le habían encogido las tripas y sentía la piel fría—. El centro de investigación química y biológica. ¿Steven estaba metido en eso?

—No —dijo King, que suspiró y se miró los pies—. Estaba allí a prueba, como guardia, eso es todo. Pero no estaba en esas maniobras de la llanura. —King se quedó así varios segundos, tenso, embargado por la confusión. Cuando volvió a levantar la cabeza, sus ojos se habían endurecido—. Ya he dicho demasiado.

—¡Ni se atreva, joder! —siseó Tom, y se inclinó hasta que las caras de los dos quedaron a solo una cabeza de distancia—. ¡Ni se le ocurra empezar y no terminar después! ¿Sabe todo lo que he pasado desde que ocurrió? ¿Las dudas, las sospechas? ¡Y ahora que me ha dicho que nos equivocábamos en todo lo que pensábamos, no puede salir cagando hostias sin decirme hasta qué punto!

—Podrían fusilarme por esto —dijo King, y Tom pensó que aquel comentario era un poco exagerado.

—¿Entonces por qué está aquí?

El hombretón se encogió de hombros y se echó hacia atrás en la silla.

—Quizá compartir mis pesadillas las alivie.

—¿Se cree que yo no tengo pesadillas? —preguntó Tom.

—No —dijo King—, usted no. —Y la expresión de sus ojos se volvió fría y aterrorizada.

—¿Y bien…? —preguntó Tom, y pensó,

quizá debería irse, quizá no deba contarme nada.

—Bien… Hubo un accidente en Porton Down. Su hijo y esos otros estaban allí y murieron. Y el ejército lo encubrió todo. Lo convirtió en algo que no había sido. Lo acallaron todo. Créame, se les da bien ese tipo de cosas.

—¿Qué clase de accidente?

King se quedó mirando su cerveza.

—Se escapó algo.

—Entonces, ¿qué enterré yo? —preguntó Tom. De repente, estaba seguro de que el ataúd sobre el que Jo y él habían llorado lo habían llenado con algo que no tenía nada que ver con ellos.

—Tierra de los páramos. Enterraron a los muertos en la llanura. No querían que la infección se extendiera.

—¿Qué clase de infección? ¿La peste? ¿Qué?

—Una especie de peste —dijo King. Se terminó la cerveza de dos tragos y miró a su alrededor, nervioso. Tom comprendió que no tardaría en irse y que no había nada que él pudiera hacer para detenerlo. King ya sabía que había hablado demasiado. Pero seguía siendo una historia sin final y Tom ya no podía vivir con ese misterio.

—¿Cómo sabe usted todo esto? —lo interrogó Tom.

—Yo también estaba en Porton Down. Tuve que enterrar los cuerpos.

Enterrar los cuerpos. Tom cerró los ojos e intentó no imaginar el cuerpo putrefacto de su hijo, bamboleándose en la pala de una excavadora con un Nathan King más joven a los mandos.

—¿Dónde está la tumba de mi hijo? —preguntó sin abrir los ojos.

—Tom, jamás…

—¿Dónde está la tumba de mi hijo? Nathan, necesito decirle algo. He llorado a mi hijo durante diez años y lo lloraré hasta el día que me muera. Lo que me ha contado confirma lo que siempre creí: que nos mintieron. Pero no sé qué puedo hacer con eso, aparte de visitar a mi hijo una última vez. Ya he pasado demasiado tiempo lamentándome sobre una tumba vacía. —

Aunque hay más que puedo hacer, pensó,

mucho más. Pero no aquí y no ahora… Antes tengo que pensar. Hacer planes.

—No vaya a buscarla —dijo King, puesto en pie—. Vi los cuerpos. Y sé la verdad.

—¿Qué verdad? —preguntó Tom, y después el comentario que había oído el día anterior regresó a sus oídos al tiempo que King hablaba.

—Allí tenían monstruos —dijo. Y antes de que Tom pudiera lanzarle alguna pregunta más, King había abandonado el

pub y había desaparecido en la noche.

Se escapó algo, había dicho el antiguo militar.

Una especie de peste. Allí tenían monstruos…

Tom se quedó en la mesa durante un buen rato, con los ojos clavados en la penumbra del

pub, pero viendo mucho más allá, los páramos, la llanura de Salisbury. Y aunque veía algo allí, su verdadera forma estaba desdibujada por todas las mentiras.

Pero una vez que se había plantado la semilla de la verdad, Tom necesitaba verla florecer.

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