Berserk

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El granjero empezó a negar con la cabeza. El cañón de la pistola se le había metido por la papada y se le abultaba cada vez que agitaba la cabeza.

—Será mejor que empiece a hablar —dijo Cole.

—¿Quién… quién es usted?

—Soy un miembro del ejército.

—Ese hombre… esa mujer…

—Eso no es asunto suyo. Y ahora escuche, viejo, esto es algo que usted jamás entendería. ¿Comprendido? Esto no tiene nada que ver con usted, pero me ha visto, lo ha visto todo, y debo advertirle que solo tengo que apretar un poco más el gatillo para sembrar el suelo con sus sesos. ¿Le gusta la idea? ¿Quiere que le airee la cabeza?

—No… no… —Volvió a sacudir la cabeza, la papada se enganchaba en el cañón del arma y la cólera de Cole empezó a disiparse. Más tarde pensó que la obesidad del hombre había sido lo que lo había salvado. De hecho, estaba muy gracioso, arrodillado en el suelo y sacudiendo la cabeza, las mejillas fláccidas iban por un lado, el cuello se bamboleaba por el otro. Si no hubiera hecho sonreír a Cole, aunque hubiera sido sin querer, era muy posible que jamás hubiera vuelto a ordeñar sus vacas.

—¿Quiere a la reina? —le preguntó Cole. Estuvo a punto de sonreír otra vez, pero entonces pensó de nuevo en Natasha hociqueando en su mente, cuando se inmiscuía y hacía sus cosas secretas allí abajo, en el subterráneo de su subconsciente y se le ocurrió que nunca más volvería a sonreír—. ¿Ama a su país, viejo?

El granjero asintió, sus ojos jamás dejaron los de Cole.

Me pregunto qué ve en ellos, pensó Cole.

¿Me pregunto si piensa que estoy loco? No tiene ni idea…

—Necesito un coche —dijo Cole—. El hombre que ha visto se ha llevado algo de Porton Down y yo tengo que recuperarlo. Y por su culpa tengo el

jeep jodido.

—Dios bendito, estoy infectado, ¿es eso? —preguntó el granjero—. Por favor, yo no, mis hijos no.

—¿Ha oído hablar de ese lugar, entonces?

El granjero asintió.

Cole se echó hacia atrás y apartó la pistola de la papada del granjero. Quizá ya no necesitara recurrir a las amenazas.

—No, no está infectado —aseguró—. Pero ese hombre llevaba algo en el coche, algo letal, y ni siquiera sabe que lo tiene—. ¿Y si lo supiera, importaría mucho? Si supiera lo que podría ser Natasha, ¿cambiaría algo de lo que había pasado? Seguramente no. Las personas como Roberts eran egoístas. Nunca pensaban en global. No entendían las implicaciones de lo que estaban haciendo, ni por qué. Por eso Cole estaba allí con su pistola. Su pistola era una de las implicaciones. Ojalá pudiera acercarse lo suficiente para meter una bala en la cabeza de ese monstruo arrugado.

—¿Y lo han enviado a usted a atraparlo?

—Algo así —contestó Cole. Se le pasó por la cabeza contarles a las autoridades pertinentes lo que había pasado, pero el pensamiento se disipó con la misma rapidez. No podía. No después de la última vez. Le habían dejado muy claro que les importaba una mierda lo que habían hecho con los berserkers. Era cosa de Cole, y en realidad siempre lo había sido.

—¿Es usted un agente especial?

—¿Qué?, ¿como James Bond?

El granjero sonrió, pero la mueca se desvaneció al momento cuando advirtió la fría expresión del hombre.

—Necesito un vehículo —reiteró Cole—. Ya que ha tenido la amabilidad de destrozar el mío, quizá podría prestarme otro.

El granjero asintió.

—Mi granja está a kilómetro y medio —dijo—. Tengo un coche y puede cogerlo, pero ¿me darán un recibo?

Cole blandió el arma otra vez con gesto despreocupado y el granjero asintió, los ojos muy abiertos y asombrados.

—Recuperará su coche.

El granjero se levantó y se sacudió el polvo, después Cole le recomendó que caminara por delante de él. No suponía ninguna amenaza (el viejo caminaba arrastrando los pies y seguro que ni siquiera era capaz de levantar la polla, y mucho menos un puño), pero Cole lo quería delante porque así no tenía que hablar con él.

Tenía que pensar un poco. Y mientras pensaba tenía que hacer algo que le ponía la carne de gallina, le encogía los huevos y le erizaba el vello de la nuca: tenía que abrir la mente.

Cole pinchó a Natasha y la niña no tardó en contestar.

Mamón… inútil… ¿crees que puedes cogerme? Pedazo de mierda… gusano… que te follen, señor Lobo…

Las palabras llegaban volando desde lejos, vagas y casi inaudibles. Cole apenas podía sentir la intrusión enfermiza, resbaladiza, de Natasha. Se parecía más a un eco. Debía de estar muy lejos.

—No he terminado todavía —murmuró, gritaba con la cabeza, pero no le parecía que ella lo oyera.

—¿Qué? —preguntó el granjero.

—No estoy hablando con usted.

—Está hablando con el cuartel general, ¿eh?

—Usted siga caminando. —

¡La hostia!, ¡el tío se cree que está en una puta película!

Ya había amanecido y el sol manchaba las colinas del este con toda una gama de naranjas y rosas. A Cole le encantaba contemplar la salida del sol, darle la bienvenida al nuevo día y preguntarse si sería muy diferente. Cada día ofrecía posibilidades renovadas y una oportunidad nueva en la vida; incluso en sus peores momentos, un amanecer espectacular nunca dejaba de conmoverlo.

Me pregunto si ya han encontrado a Nathan, pensó, y una bandada de grajos cruzó el amanecer. Cole cerró los ojos por un instante y se imaginó que era uno de esos pájaros. Envidiaba a los animales la simplicidad de su vida. Su principal propósito era sobrevivir y procrear; el único propósito que tenía Cole nacía de la venganza. Un rasgo humano particular: la venganza. No cumplía ningún objetivo. Era como si un zorro fuera a por los perros.

Cole había perdido lo que daba sentido a su lugar en el mundo.

Abrió los ojos y regresó al presente. A lo antinatural.

Su objetivo se había dividido. Por un lado, no podía dejar que Natasha alcanzara su destino: los otros berserkers. Había ido reuniendo pruebas a lo largo de los años y sabía que era diferente. De alguna forma, la habían alterado, habían experimentado con ella en Porton Down y la habían… mejorado. Esa era la única palabra que había utilizado la científica antes de que Cole le pegara un tiro.

Mejorada. Cole no tenía ni idea de lo que le habían hecho, pero una cosa sí la sabía con seguridad: solo habría servido para hacerla más letal. Y una vez que se reuniera con los otros, bien podía convertirse en un ente demasiado poderoso como para que él se enfrentara solo a ella.

Por otro lado, encontrar a los fugitivos había sido, hasta ese día, su principal preocupación. Lo que haría una vez que los encontrara ni siquiera se lo había planteado porque las perspectivas eran demasiado aterradoras. Llamar al ejército, quizá. Ponerles en bandeja la oportunidad de limpiar un antiguo error.

O quizá, después de tanto tiempo, lo haría todo solo.

Los fugitivos habían pasado desapercibidos durante diez años. Cole examinaba las noticias cada día, siempre en busca de señales que indicaran que seguían activos, pero no había nada obvio. Asesinatos, muertes, personas desaparecidas, pasaba de todo, pero no en gran número en un solo lugar. Por lo menos no en Gran Bretaña. Si los monstruos habían salido del país… bueno, no tardaría en saberlo. Si parecía que Natasha se dirigía a un puerto o aeropuerto, la partida se complicaría.

En cualquier caso, tenía unos putos vampiros que cazar y matar.

Aunque atajaron por varios prados, era más de kilómetro y medio. El granjero tardó casi media hora en llevarlo a su granja y, al menos diez veces en los últimos diez minutos del trayecto, Cole soñó despierto con meter una bala en el culo de aquel gordo. Roberts y Natasha se iban alejando cada vez más y cada minuto perdido significaba que volverlos a encontrar sería más difícil todavía. Cole se mantenía a la escucha por si oía a Natasha, la invitaba a entrar, pero las palabras aleatorias de la niña no tardaron en desvanecerse a lo lejos, convertidas en murmullos y después susurros, y entonces Cole dejó de estar seguro de estar oyéndola siquiera. Su subconsciente le dijo que la monstruita seguía tocándolo, sus palabras tan quedas que eran sombras en lugar de una voz, pero Cole estaba seguro de que la niña seguía allí. Desvariando. Recreándose. E incitándolo…

Lo incitaba porque era el único modo que tenía de poder encontrar a los otros.

—¡Eso es! —dijo Cole cuando entraron en el patio de la propiedad del granjero. Había una mujer gorda en la entrada de una casa desvencijada y un joven alto salió de uno de los cobertizos, los dos se quedaron mirando al granjero y vieron el miedo en sus ojos.

—Sí, eso es —dijo el granjero mientras señalaba el BMW—. Voy a buscar las llaves. Eh… ¿quiere que le traiga las llaves? —Se quedó allí, en medio de la mierda de vaca y esperó el permiso de Cole para irse.

Cole sonrió.

—Sí, las llaves —dijo. Se metió la 45 en la americana con la esperanza de que no la hubieran visto, pero veía en los ojos de la gorda que sí. La miró a ella y luego al granjero, y después al joven alto que seguía junto al cobertizo de acero. El muchacho sujetaba una pala en las manos, como si con ella pudiera apartar una bala. Demasiadas películas de John Woo.

—¿Qué pasa, John? —preguntó la mujer. Tenía la voz firme, el miedo bien escondido. Cole supuso que por muy sorprendida y asustada que estuviera, mantendría el control. El muchacho, sin embargo, se estaba poniendo pálido al ir cayendo poco a poco en la cuenta.

—Me llevo su coche —le dijo Cole a la mujer—. Es una cuestión de seguridad nacional. —

¡Maldita sea, quizá soy yo el que ha visto demasiadas películas! En lugar de sonreír, Cole se volvió hacia el muchacho y se lo quedó mirando hasta que el chico bajó los ojos.

—Usted no se lleva mi coche —rehusó la mujer.

—¡Janet, es del ejército! —exclamó el granjero atravesando el patio con andares de pato y las manos extendidas hacia su mujer. Cole se dio cuenta de que tenía un aliado en ese hombre, alguien para quien lo extraordinario era un respiro de la rutina. Qué más daba la mujer a la que Cole le había disparado, qué más daba el destino del hombre que había salido del camino del chalet estrellando su coche contra el de Cole. Eso era una aventura.

—¿Te ha mostrado alguna identificación? —gruñó la mujer.

—No. Pero tiene un arma.

—¡Ah, entonces tiene que trabajar para el ejército, claro! —La mujer se quedó mirando a Cole desde el otro lado del patio, le echó un vistazo al bolsillo donde se había guardado la 45 y después volvió a mirarlo a la cara

. ¿Qué quieres?, decía su expresión, Cole le lanzó una mirada al BMW negro y se encogió de hombros.

Eso es todo.

—¿Es un arma de verdad? —inquirió el muchacho.

—¡De las de verdad del todo! —dijo el granjero, y se volvió hacia el muchacho. Una reacción sencilla, sin hostilidad—. ¡Acabo de ver un tiroteo!

Este tipo es una joya, pensó Cole. El granjero ya había olvidado que el otro bando del «tiroteo» no tenía ningún arma.

—Mire, Janet —dijo Cole, y se adelantó con las manos abiertas—. Necesito su coche, y me lo voy a llevar, punto. No he exagerado nada, aunque podría haberlo explicado mejor. Le devolverán el coche, y recibirá una carta de agradecimiento y alguna pequeña compensación por las molestias. —La expresión de la mujer apenas cambió.

Una zorra muy dura, pensó Cole—. ¡También recibirán un tractor nuevo!

—¿Le disparó al tractor? —preguntó el chico.

Cole suspiró y sacudió la cabeza. ¡Aquello empezaba a ser más ridículo con cada minuto que pasaba! Y entonces habló la mujer y lo ridículo se transformó en una locura.

—No me creo nada de lo que dice. Hay una escopeta cargada en la pared a menos de un metro de mí. O me enseña una identificación ahora mismo, o voy a por ella.

—Janet…

—No quiere hacer eso, Janet —dijo Cole al tiempo que volvía a sacar la 45—. ¿Qué se cree que es esto, una película?

—No, yo no veo películas. Esto soy yo protegiendo mi propiedad y a mi familia.

—Intente coger ese arma y le disparo al chico.

Maldita fuera, no tenía tiempo para ese tipo de mierda. Por su cabeza empezaron a volar pensamientos aleatorios, las ideas se unían a gran velocidad y empezaba a reaccionar al trauma de las últimas horas. No estaba acostumbrado a estar confundido y no estaba acostumbrado a que nadie le ganara en nada. Roberts se había visto en el peor lado de la pistola de Cole y, sin embargo, había escapado, ¡y allí estaba él ahora, perdiendo el tiempo discutiendo con el inútil de un granjero imbécil, el hijo idiotizado por la tele y la puta Terminatrix!

No tenía tiempo…

Natasha me está atrayendo porque mientras me mantenga tras su rastro, Roberts seguirá adelante… Me llevo este BMW y esa zorra gorda coge el teléfono para llamar a la policía en cuestión de segundos… Podría matarlos. El pozo de estiércol. Pasarán siglos antes de que los encuentren… ¿Y qué es lo que tiene Natasha? ¿Cómo la han «mejorado»?

La mujer iba mirando de uno a otro, a él y al muchacho. Cole miró al chico, la volvió a mirar a ella y después miró al granjero.

—¡Joder, ya! —dijo. Se volvió a meter la pistola en el bolsillo—. Usted, John, vaya a buscarme las llaves del coche y me largo de aquí.

—¡Ni se te ocurra moverte, John! —dijo la mujer. Se había ido metiendo por la puerta poco a poco y había estirado el brazo dentro de la habitación, Cole esperaba que sacara la escopeta en cualquier momento. Entonces tendría dos alternativas: correr o disparar a la mujer. Una situación a la que no quería llegar…

hace diez segundos estaba pensando en matarlos y tirarlos al pozo del estiércol, ¿no? ¿No? Pero a menos que algo cambiara muy rápido, pronto se vería en esa tesitura. Correr o disparar.

—Mierda. —Cole miró por el patio y vio un rebaño de vacas que miraban con rostros tristes desde un establo. Volvió a mirar a la mujer. Se había metido todavía más en la casa y quizá ya había encontrado la escopeta con la mano. El chico se quedó mirando a su madre con los ojos muy abiertos. John, el granjero gordo, giraba en círculos, parecía perdido por completo.

Y a cada segundo Natasha se iba alejando más y más.

Cole sacó el arma y le disparó a una de las vacas.

El rebaño sufrió un ataque de pánico, quizá más por la explosión del arma que por ver a una de las suyas agitándose en el suelo con el cráneo perforado y bombeando sangre en el patio cubierto de mierda.

En la casa, Cole oyó el estruendo metálico de la escopeta al caer al suelo. Janet desapareció dentro.

—John, tráigame las llaves del coche —le ordenó Cole, que ya atravesaba el patio corriendo. Supuso que tenía unos segundos antes de que la mujer recuperara la cordura. La realidad del disparo la habría dejado aturdida. La visión de la vaca al caer espatarrada en su propia mierda ensangrentada había sido suficiente para que echara a correr y Cole sabía por experiencia que a las personas que no estaban acostumbradas a la violencia les costaba reaccionar. Incluso si hubiera ido al teléfono, a la mujer le estarían temblando las manos demasiado como para usarlo.

Subió de un salto los escalones que llevaban a la cocina, estuvo a punto de tropezar con la escopeta allí tirada y siguió por el pasillo, donde encontró a Janet intentando marcar sin mucho éxito. Le quitó el aparato de las manos, lo tiró al suelo y le disparó al cajetín de la pared. El tiro lo dejó sordo y casi ni oyó gritar a la mujer. Esta se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos, petrificada. Sin embargo, todavía había un destello de desafío en su expresión, una mirada que decía:

Estoy cagada de miedo, sí, pero dame un minuto y te arrepentirás de haber encontrado este sitio.

Cole la creyó y no pudo evitar sentirse impresionado.

Este es el tipo de persona que lucho por ayudar, pensó, y darse cuenta de eso fue otra justificación más para lo que estaba haciendo y lo que ya había hecho. Oyó el crujido del cuello de Nathan y a la científica rogándole que no la matara un segundo antes de pegarle un tiro, y vio un alegato a favor de todos esos actos en el desafío firme y sincero de esa mujer.

Le enseñó el arma, se la agitó una vez delante de la cara y después salió de la casa, sin olvidar recoger la escopeta de camino.

El granjero y su hijo estaban de pie, juntos, al lado del BMW, con los ojos clavados en la puerta. Cuando Cole salió, el padre murmuró algo ininteligible con lágrimas en los ojos.

—Le disparé al cajetín del teléfono de la pared —dijo Cole—. Para ser honesto, creo que haría falta algo más que una bala de plata para matar a su parienta. Ahora me voy, supongo que tienen móviles, u otro teléfono en algún otro sitio de la casa, pero les agradecería mucho si esperaran un poco para llamar a la policía. No voy a perder tiempo rogándole, pero le diré una cosa: podría haberles disparado a todos. Podría… haberlos matado… a todos. De ese modo me aseguraría de poder escapar y me daría mucho más tiempo para atrapar al hombre que persigo. Y cuantas más posibilidades tenga de atraparlo, mucho mejor. Para todos. ¿Me explico?

Capisce?

El granjero asintió con los ojos todavía muy abiertos.

—En realidad debería estar hablando con su mujer… —murmuró Cole. Apartó al granjero de un empujoncito y apretó el control remoto del coche. El BMW se abrió, él se subió y arrancó el motor. Suave. Rápido. Pero tendría que abandonarlo en menos de una hora.

Una pena.

—¿Cuándo recibiremos…?

—El cheque está en el correo —dijo Cole. Después cerró con un portazo y salió con un chirrido de los frenos, rociándolo todo de mierda de vaca con las ruedas.

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