Berserk

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Ni señal de Lane, ni de Sophia o sus hijos, pensó Natasha, y por primera vez se le ocurrió que quizá habían escapado. Quizá, después de todo, había habido una posibilidad. Una oportunidad que comenzaba en una jeringuilla, algo que atenuaba la quemazón de la plata y anulaba su veneno.

—¿Dónde están? —preguntó, y el señor Lobo se volvió hacia ella (una niña pequeña, eso es lo único que era) y la golpeó en la cara con la pistola. Natasha lloró porque su papá no estaba allí para protegerla, ni su mamá para calmar el dolor.

—Cierra la boca, zorra —dijo el señor Lobo.

Se han escapado, pensó Natasha, y aunque la habían dejado a ella y a su familia para que muriesen allí, por un momento se alegró.

La llanura, la ejecución a sangre fría de su hermano, el agujero, las paladas de tierra, el enterramiento, Natasha lo recordaba todo y Tom apenas fue capaz de comprender la crueldad. Dormido como estaba (y sus sueños eran los recuerdos de Natasha, guiados y controlados y, sin embargo, solo se movían en una dirección), Tom lloró, intentó gritarle a Cole por las cosas tan terribles que había hecho.

—¡Una bala más! —dijo, y era la voz de Natasha rogándole al soldado que la matara en lugar de enterrarla viva con su familia muerta. Pero el señor Lobo miró y vio solo lo que le habían dicho que viera: monstruos. No una niña pequeña, no una familia muerta, solo monstruos como los que habían asesinado a sus amigos y compañeros. Y enterrarla fue lo que hizo.

¿Lo ves?, dijo Natasha.

¿Ves lo que nos hicieron, papi?

Tom recuperó de inmediato el sentido, salió del sueño y regresó a una realidad desesperada. Aunque la sensación de pavor había desaparecido (se había convertido en la violencia y terror de Porton Down), el sueño lo había dejado con la sensación de que ya nada podría volver a ir bien en el mundo. Había visto cosas terribles, cosas ocultas que jamás había sospechado siquiera que existían. Estaba al tanto de secretos horrendos. Y su mujer…

Papi, tenemos que irnos, dijo Natasha, y se movió en sus brazos.

Tom contuvo un grito e intentó apartarla de un empujón, pero los asientos delanteros evitaban que la niña pudiera alejarse. Natasha se movió en su regazo, los miembros y el cuerpo se fueron retorciendo poco a poco, como si llevara a cabo un estiramiento interminable. Había apartado la cara del pecho de Tom, con la boca ensangrentada, los labios secos dejando los dientes al aire como un perro gruñendo.

—¿Estás volviendo a la vida? —le preguntó Tom.

Nunca estuve del todo muerta.

—¿Qué me estás haciendo?

Nada malo. Te ayudo.

—¿Me ayudas para que pueda ayudarte?

Por supuesto, dijo la niña, y su honestidad hizo que Tom se odiara a sí mismo.

Y te ayudo porque no te mereces lo que ha pasado.

Ninguno nos lo merecemos. A los berserkers nos trató mal el señor Lobo y ahora te ha tratado mal a ti también.

—¿Quieres venganza? —preguntó Tom mientras pensaba en Jo, tirada en el asiento trasero de su coche destrozado… una imagen distante, como una impresión desvaída en blanco y negro de una realidad cristalina.

Quiero estar a salvo, dijo la niña. Tom intentó no bajar los ojos para mirarla a la cara, pero no pudo evitarlo. Pensó en la niña que había visto en el sueño, confundida, asustada y obligada a ver cómo mataban a su madre de un disparo y cómo ejecutaban a su padre y a su hermano delante de ella. Lloró. Fueron lágrimas secas, sollozos que le agitaban los hombros y le recordaban el dolor aletargado en su espalda, a la espera de que lo volvieran a despertar. La niña lo estaba ayudando. Estaba curándolo. Si con eso lo estaba convirtiendo en otra cosa muy diferente, no serviría de nada planteárselo en ese momento.

—Vamos —dijo Tom—. Entramos y salimos. Comida, bebida, el baño y después nos vamos a reunirnos con ellos. Con Lane y Sophia. Vamos a buscarlos y después podrán llevarte a casa. —Y

yo encontraré a Steven, pensó,

¿tendrá el mismo aspecto que esos seres encadenados de Porton Down? ¿Esas personas, comida viva, encadenados a la pared, a disposición de los berserkers siempre que tuvieran hambre?—. ¿Será así? —preguntó Tom en voz alta, pero Natasha no respondió.

Tom bajó los ojos, miró a la niña que tenía en brazos (el cadáver que había empezado a moverse) y abrió la puerta del coche.

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